Manhattan- New York, Usa.
Años antes.
Carlos Duque analizaba atento las variaciones del precio del saco de café en la última semana, realizaba varias llamadas telefónicas, mientras bebía un sorbo de su expreso.
—Tenemos demasiado café embodegado, don Miguel dio órdenes precisas de venderlo desde la semana pasada —interrumpió el asesor financiero y abogado de confianza del señor Duque.
Carlos no hizo caso a la advertencia, siguió con la mirada fija en el computador, mientras digitaba.
El hombre salió enfurecido de la oficina y de inmediato tomó su móvil y llamó a Colombia, le explicó lo que estaba sucediendo al señor Duque.
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Manizales- Colombia.
Miguel Duque salió de una importante junta para atender la llamada telefónica de su amigo y abogado.
—Hola, Agustín, ¿qué noticias tenés?
—Miguel, tenemos serios problemas con tu hijo Carlos Mario, no hemos comercializado un solo grano de café en la bolsa de valores, es el momento de vender ya, caso contrario nos quedaremos con esos sacos y el consorcio perderá mucho dinero.
El señor Duque se llevó las manos a la cabeza, contrariado, bufó.
—No te preocupes, yo me comunico con mi hijo en este momento. Gracias por avisar.
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New- York- Usa.
—¿Vos estás seguro de que con esas proyecciones en una hora el precio del café se va a elevar? —indagó Carlos a uno de sus compañeros de universidad.
—Hemos estudiado este método por años, quédate tranquilo, dejemos que todo el mundo se ponga a vender, mientras tanto nosotros compremos.
—Perfecto, entonces yo adquiero quinientos sacos de café y vos obtén los otros quinientos, ganaremos mucho dinero.
—Así lo haremos —enfatizó el otro hombre.
En ese instante la puerta de la oficina se abrió, y una elegante y delgada joven irrumpió:
—Doctor, lo está llamando su papá desde Colombia.
Carlos se sobó el rostro y miró a la chica.
—Estoy ocupado —informó.
No pasó ni un minuto cuando el móvil personal del joven replicó. Frunció el ceño y la mirada se le ensombreció, entonces a tanta insistencia respondió:
—¡¿Qué carajos crees que estás haciendo?! —Bramó el señor Duque al otro lado de la línea.
—Mi trabajo —enfatizó con firmeza el joven—. Se te olvida que me gradué en Harvard —espetó y presionó los puños—, cierto que vos no asististe a mi graduación por correr a arreglar los asuntos de tu hijo favorito. —Gruñó.
—Ya te expliqué lo sucedido, pero no llamaba a recibir tus reproches. ¿Me podés explicar por qué motivo no hemos vendido un solo saco de café desde la semana pasada?
Carlos resopló al otro lado de la línea.
—En una hora el precio del saco va a subir papá, te lo aseguro.
El señor Duque arrugó el ceño, de inmediato encendió su computador, y se puso a revisar.
—¡Te volviste loco! —gritó—. Nos vas a llevar a la ruina. ¿Compraste más café? ¿En qué estás pensando?
El joven Duque abrió y cerró sus puños con fuerza, su respiración se agitó.
—¿No confías en mí?
—Confío en mis años de experiencia en este negocio, te exijo que vendas, ya —ordenó el señor Duque aflojándose el nudo de la corbata—, el precio está cayendo, hazme caso.
Carlos miraba también su computador, su pulso se aceleraba cada vez que veía las cifras bajar, sin embargo, no hacía ningún movimiento como su padre se lo pedía, enseguida colgó la llamada. Sus dedos golpeaban el escritorio, se encerró en su oficina, mientras Agustín le solicitaba las claves para poder cerrar el negocio, pero no tenía respuesta.
Los teléfonos sonaban sin cesar, los gritos de afuera perturbaban la mente de Carlos, miraba el reloj impaciente, faltaban diez minutos para que se cerrara el proceso, bebía agua a cada rato, y con un pañuelo se limpiaba el sudor. Se aflojó el nudo de la corbata y entonces sus ojos se abrieron de par en par, enseguida empezó a hacer sus jugadas, y justo tal como lo había predicho el precio del café se disparó y vendió todos los sacos al doble del costo que su padre sugirió.
—¡Ganamos! —vociferó a viva voz, y ladeó los labios, orgulloso.
Una hora después Carlos tomó su saco del perchero, guardó su laptop en su portafolio, y cuando se disponía a retirarse su móvil de nuevo sonó:
—Esa fue una jugada, demasiada riesgosa —dijo al otro lado de la línea su padre.
—El que no arriesga no gana. ¿Qué querés?
—En una semana, te quiero acá en Colombia.
Carlos frunció los labios y se quedó en silencio por segundos.
—Tengo un congreso en esas fechas, no puedo ir, lo lamento.
—No te estoy invitando, es una orden, tenemos junta directiva en el Consorcio, acá te espero —concluyó.
—¡Maldición! —Gruñó el joven y viejos y dolorosos recuerdos golpearon su alma, sintió su estómago revolotear, la respiración se le volvió lenta, y varias gotas de sudor empezaron a correr por su frente, regresar a Colombia, enfrentar su pasado, era algo que no deseaba. Tampoco quería encontrarse con su padre, y menos con su hermano menor, quién a pesar de vivir en la misma ciudad prefería no visitarlo.
****
Joaquín Duque apenas abría los ojos luego de la gran fiesta a la que había asistido la noche anterior. El estómago del joven rugió clamando alimento, entonces cuando se incorporó se llevó las manos a la cabeza, parpadeó aún somnoliento.
Enseguida tomó su móvil para pedir un par de analgésicos y algo de cenar, entonces miró la cantidad de llamadas perdidas que tenía de su padre, resopló y antes de hablar con su papá, se quedó meditabundo por varios segundos, entonces marcó el número de don Miguel.
—Hola…
—Bonita la hora de aparecer —reclamó el señor Duque sin darle tiempo a su hijo de proseguir—. Te quiero de vuelta en la hacienda, y no acepto un no por respuesta —espetó—. O yo mismo voy y te traigo de regreso.
Joaquín resopló al otro lado de la línea.
—Debo hacer cosas acá, dar exámenes para el ingreso a la universidad. —Rascó su nuca.
El señor Duque resopló.
—¿Pensás que soy pendejo? —cuestionó—. Te requiero acá para la próxima junta directiva, y si no venís, ya puedes ir a conseguir empleo —concluyó la llamada.
Joaquín rodó los ojos, frunció los labios, lanzó el móvil a la cama y volvió a acostarse.
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Manizales- Colombia.
Días después.
—A dónde está el amor pa' donde cogió. Te lo llevaste quizás a donde lejos de mi alma. Y ahora aquí en mi pecho se esconde. Un sufrimiento que mucho me mata…—entonaba Elizabeth, dentro de la chiva: que era una buseta construida de manera artesanal para transitar por los empinados caminos rodeados de cafetales, la joven evocaba la melodía de Patricia Teherán: «Me dejaste sin nada»
La gente que acompañaba la travesía de la joven aplaudía y cantaba con ella, entonces al final la melodía, acercó su morral a los pasajeros, y así le fueron depositando varias monedas.
Elizabeth, llegaba desde Risaralda en busca de mejores oportunidades laborales, fue así que por recomendación de unos amigos viajaba a pedir trabajo en la finca: La Esperanza.
La joven dentro del camión disfrutaba del paisaje a través de las ventanas hasta que una señora que venía con ella le preguntó:
—¿A dónde va usted?
—Para la finca la Esperanza, me han contado que necesitan gente.
La señora hizo un gesto de preocupación con el rostro.
—Vea pues mija, yo mejor le recomendaría ver trabajo en otra parte, nadie soporta a la dueña y cuenta la gente de estos lugares que el hijo regresa de Estados Unidos, y dicen que es peor que ella.
Eliza sonrió ante la recomendación de la señora.
—No se preocupe, yo tengo experiencia con gente difícil, me crie en un convento —comentó la joven.
Claro que siempre sentía nerviosismo al llegar a un lugar nuevo. Desde que tuvo que abandonar el albergue a la edad de dieciocho años, había trabajado en lo que podía, limpiando casas, cocinando, de mesera en restaurantes, recolectando café, es decir se ganaba la vida en lo que podía. Trataba de ahorrar dinero para cumplir su sueño de estudiar en la universidad; le gustaba mucho leer y siempre tenía problemas con los patrones por reclamar los tratos injustos con sus compañeros y con ella misma.
Cuando anunciaron el nombre de la finca, Elizabeth se despidió de la señora que había sido su compañera de viaje, y bajó del auto.
Uno de los pasajeros le dijo que debía caminar unos cuantos metros y ahí encontraría la propiedad.
Elizabeth siguió la recomendación, enseguida cargó su mochila a la espalda, y en su mano cogió otra maleta, emprendió marcha.
A cada instante cubría sus ojos del sol, y con un pañuelo limpiaba las gotas de sudor, entonces a los lejos divisó la finca. Arrugó el ceño al notar el aspecto descuidado del lugar, a medida que se acercaba miró a los rosales algo marchitos, las hojas de los árboles caídas alrededor de la casa, todo eso daba al lugar un aspecto abandonado.
Sintió un ligero nerviosismo, inhaló profundo y caminó hasta la entrada principal y golpeó la puerta. Insistió varias veces, resopló con molestia al ver que nadie abría, cuando desalentada se disponía a abandonar la finca, se encontró con un hombre, al parecer era uno de los trabajadores, por la vestimenta que traía, quien la observó de pies a cabeza.
—Hola mamacita. ¿Vos por qué andas tan solita por estos rumbos?
La chica lo observó con seriedad.
—No estoy sola, vine a entrevistarme con la dueña de la casa, busco trabajo.
—¡Interesante! —exclamó el joven rodeando a la muchacha—. Lamento decirte que has venido en vano, la señora Luz Aída, se fue para la ciudad, no sé cuánto tiempo se demore; pero si vos querés puedes venir conmigo y pasamos un momento divertido.
Elizabeth arrugó el ceño, miró con molestia a aquel hombre.
—Yo con vos ni a la esquina, no te equivoques conmigo pues. No me pienso mover de aquí hasta hablar con la señora —afirmó la muchacha.
—Vos te lo perdés, pero tarde o temprano caerás en mis brazos mamacita —advirtió el joven, se dio vuelta y se perdió en medio de los árboles de naranjo.
Elizabeth se sentó en una piedra cerca de la entrada principal de la finca, no quería incomodar a la dueña.
Después de dos largas horas de espera, observó un jeep llegar. El chofer bajó una silla de ruedas y después ayudó a una mujer de cabello claro, facciones duras, mirada profunda a acomodarse en la silla. Una muchacha que acompañaba a la señora, bajó unas bolsas mientras el joven cargaba otras cosas, entonces Elizabeth, con algo de recelo se acercó a la señora.
—Buenas tardes —saludó Eliza.
Luz Aída barrió con la mirada de pies a cabeza a la chica, frunció los labios.
—¿Vos quién sos, y qué haces en mi finca? —indagó.
—Soy Elizabeth Trujillo, me comentaron que usted necesitaba una muchacha para la limpieza.
—¿Y vos si sabes hacer el aseo? O ¿sos de esas que les gusta andar de finca en finca sonsacando a los hombres?
—No señora, yo no soy de esas, yo sé limpiar, aquí traigo las recomendaciones de mis antiguos patrones.
—¡Rosa! —exclamó a gritos Luz Aida, en eso apareció una señora de contextura gruesa, de alrededor unos cincuenta años.
—Ve Rosa, vos creés que esta muchacha nos sirve —indagó observando a la mujer—, ahora que mi hijo regresa, quiero la finca impecable.
—Pues si hace falta quien nos ayude con la limpieza señora Luz.
—Para empezar muchacha, a mí no me gusta que los empleados anden rondando por la casa, vos hacés la limpieza y después te dedicas a ayudar en otras cosas, yo no tolero la gente vaga, yo pago doscientos cincuenta mil pesos, si te gusta te puedes quedar.
Elizabeth suspiró profundo.
—Señora no es por incomodarla, pero eso es menos del salario mínimo mensual.
—Vea pues, ahora resulta que hasta estudiada me saliste. —Carcajeó mofándose de la chica—, vos verás lo tomas o lo dejas, no seas mal agradecida, encima que vas a tener comida y vivienda quieres más plata — resopló con molestia Luz Aída.
Elizabeth se quedó en silencio varios minutos, no había hecho un largo viaje para después irse con las manos vacías.
—Acepto señora —respondió la joven.
De inmediato, Rosa la llevó a la cocina y le explicó las funciones que tenía que realizar.
Dos días pasaron desde que Elizabeth, llegó a laborar en la finca la Esperanza, la joven después de terminar su jornada, sin que nadie se diera cuenta, tomaba libros de la biblioteca, caminaba hasta el arroyo y se sentaba a leer todas las tardes mientras el sol se ocultaba en el horizonte.Aquella mañana, la gente de la finca corría de un lado a otro, esperaban la llegada del hijo de la patrona, todos le tenían temor, de él decían muchas cosas, que era difícil de tratar, que poseía un carácter muy fuerte, que era arrogante, y presumido.A Elizabeth la enviaron a limpiar la habitación del joven, aunque todo estaba en perfecto orden, sacudió el polvo, cambió sabanas, cobijas, todo tenía que quedar limpio para recibir al nuevo patrón.La joven siempre muy curiosa, se detuvo a observar los libros que é
En su habitación Elizabeth con el libro que tomó de la alcoba de Carlos, salió decidida a devolver la obra a su lugar. Sin que nadie la viera subió hasta las habitaciones, golpeó la puerta, al no recibir respuesta ingresó, escuchó el agua de la ducha, y aprovechó para leer la parte final del libro.Ely se hallaba tan concentrada en la lectura, no se dio cuenta el momento que el dueño de la habitación salió del baño, envuelto la mitad de su cuerpo en una toalla, él se sorprendió al ver a la joven en su habitación concentrada leyendo uno de sus libros favoritos.—«Abre tus ojos y mírame, no te besaré, aunque sé que lo necesitas» —murmuró Carlos muy cerca de ella.Elizabeth pegó un brinco y del susto dejó caer el libro al suelo, se ruborizó al
Dos días después.Elizabeth terminaba de recoger las hojas secas que caían de los árboles, entonces su mirada se clavó en la entrada de la casa, observó a Carlos, suspiró profundo al verlo salir enfundado en unos vaqueros índigo, que hacían juego con la camisa celeste y el blazer azul marino.El joven caminó presuroso hacia su Suv, encendió y se marchó, sin percatarse de la presencia de la chica.—Es tan atractivo —murmuró ella, y prosiguió con su tarea.****Carlos estaba por aparcar su auto frente al consorcio, un jeep se le atravesó en el camino.«El rey by Vicente Fernández» sonaban en las bocinas de aquel vehículo.—Con dinero y sin dinero,
Elizabeth al terminar su jornada, tomó el libro que Carlos le regaló, caminaba en dirección al arroyo, de pronto se detuvo cuando escuchó una discusión, se acercó y era Pedro, el hombre que la recibió en días pasados y que se portó como un patán con ella, quien discutía con una anciana.—Mira vieja pendeja... Te voy a acusar con doña Luz Aída, que vienes a robarte las naranjas —amenazó jaloneando a la señora.—Yo no me estoy robando nada pues, solo recojo la fruta que se echa a perder, no seas malo, yo tengo nietos que alimentar.—Esa no es nuestra responsabilidad, ve y diles a tus hijas que dejen de andar abriendo las piernas al primero que se les asoma pues.Al momento que terminó la frase, sintió su rostro arder al sentir la bofetada que Elizabeth le propin
La fría tarde de invierno avizoraba una gran tormenta. Carlos se dirigió a toda prisa a su finca, se detuvo al ver a su madre esperándolo con un látigo en su mano.—¿Vos de dónde vienes Carlos Mario? — preguntó, acariciando la fusta.—Mamá discúlpame, vengo de la Momposina, estaba con mi hermano —balbuceó atemorizado.—Ah así que vos te escapas, para largarte a jugar con ese niñito mimado —cuestionó Luz Aída, a su hijo quién temblaba de miedo; solo que disimulaba ante su madre.—Es que estaba aburrido —respondió Carlos.—Pues ahora se te va a quitar el desgano. Ponte en esa columna — ordenó Luz Aida.
Varios días pasaron después de aquel beso, Elizabeth y Carlos evitaban encontrarse. Ella esperaba que él saliera, para entrar a limpiar su habitación.Luz Aída, seguía fingiendo sus enfermedades; y de esa manera trataba de manipular al joven Duque.Aquella mañana Carlos, entró a la habitación de su madre:—Mamá, me dice Rosa, que no te sientes bien. ¿Deseas que llame a un médico?Luz Aída se removió en su cama y emitió un quejido de dolor.—No Carlos —expresó carraspeando. —¿Para qué? —indagó resoplando—. Vos sabes bien lo que me sucede, ¿deseas mirar como tengo la espalda de tanto estar postrada?La mujer intentó indicarle a su hijo las supuestas costras; ella sab&ia
En la finca Elizabeth, ingresó a limpiar la habitación de Luz Aída, la mujer se encontraba sentada en su silla de ruedas.—Vos ¿Por qué venís a esta hora a asear mi alcoba?—Porque a mí, Rosa me indicó que a usted no le gusta que la molesten.—Ah, para colmo resultaste respondona.—Por supuesto, estoy respondiendo su pregunta señora —indicó Eliza, observando a Luz Aída.— ¿Quién te ha dado permiso de mirarme a los ojos? —bramó encolerizada la mujer—. Vos no has comprendido aún la diferencia que existe entre nosotras.Ely presionó sus labios, y luego respondió.—Sí señora, por supuesto que no somos iguales, usted es una persona discapacitada y yo no.
Pasaron diez minutos. Eliza no regresaba, la comida se empezó a enfriar, él odiaba alimentarse así; claro que en ese momento eso no le importaba sino las causas por las cuales la joven no regresaba, entonces decidió ir a buscarla, y cuando abrió la puerta de su habitación, ella apareció con su bandeja.—Gracias por abrirme. —Sonrió, ingresó rápido a la alcoba—. Casi me descubre Rosa por eso me demoré.Eliza colocó la bandeja en la mesa, advirtió que la comida de él estaba fría, entonces empezó a intercambiar la vajilla.Carlos se acercó extrañado.— ¿Qué haces? —preguntó, al momento que ambos tomaron el mismo plato y sus dedos se rozaron, los dos se miraron a los ojos, sus corazones con lentitud se fueron acelerando, mie