Dos días pasaron desde que Elizabeth, llegó a laborar en la finca la Esperanza, la joven después de terminar su jornada, sin que nadie se diera cuenta, tomaba libros de la biblioteca, caminaba hasta el arroyo y se sentaba a leer todas las tardes mientras el sol se ocultaba en el horizonte.
Aquella mañana, la gente de la finca corría de un lado a otro, esperaban la llegada del hijo de la patrona, todos le tenían temor, de él decían muchas cosas, que era difícil de tratar, que poseía un carácter muy fuerte, que era arrogante, y presumido.
A Elizabeth la enviaron a limpiar la habitación del joven, aunque todo estaba en perfecto orden, sacudió el polvo, cambió sabanas, cobijas, todo tenía que quedar limpio para recibir al nuevo patrón.
La joven siempre muy curiosa, se detuvo a observar los libros que él tenía sobre el escritorio.
Tomó en sus manos una de las obras que le llamó la atención: «Lo que le viento se llevó» lo empezó a hojear y se detuvo a leer una frase que le gustó mucho:
«Te quiero como jamás he querido a una mujer y te he esperado como nunca podría esperar a nadie»
Aquel escrito la conmovió. Pensó que el joven no se daría cuenta de que ese libro le faltaba, le habían comentado que regresaba después de varios años de ausencia, así que no vio problema en tomar la obra, no se la iba a robar solo leerla, y después la colocaría de vuelta, tal como hacía con los libros de la biblioteca.
Después de terminar de limpiar la habitación de Carlos, salió dejando todo impecable, fue hasta su alcoba guardó el libro y enseguida prosiguió a trapear la entrada principal de la casa.
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Carlos, se resistía a volver, pero debido a la presión de don Duque lo tuvo que hacer, sin embargo, no le había comunicado su regreso, únicamente le informó a su madre que retornaba a Colombia.
Luz Aída se alegró; no por la presencia de su hijo, sino porque pensaba poner en marcha su plan de venganza en contra de Joaquín, el hermano menor del joven.
En el avión se sentía nervioso, intranquilo, ansioso, era como si todo ese peso que cargaba encima volviera de pronto, se remontó a aquella época: al fatídico momento en donde todo cambió, recordó las palabras de su madre acusando a Joaquín de haberla lanzado por las escaleras; ese mismo día la única persona que le brindaba cariño, falleció.
Carlos se pasó las manos por el rostro, exhaló un suspiro, tenía tanta incertidumbre de no saber qué le deparaba el futuro al regresar a su natal Colombia; sin embargo, no pudo evitar evocar los tristes momentos de su infancia: cuando su madre lloraba y se sentía impotente al verse postrada en una silla de ruedas.
En muchas ocasiones le pedía a él ayuda para moverse de la silla a la cama, él al ser un niño aún no podía con el peso del cuerpo de Luz, en ocasiones la dejaba caer. Ella arremetía toda su furia, su amargura en contra del menor, le gritaba que hiciera justicia y la vengara; pero Carlos no era manipulable como su madre pensaba.
Horas después el avión aterrizó en el aeropuerto de Manizales; Carlos, sintió una opresión en su pecho, salió de la terminal, esperando que alguien lo hubiera ido a recibir; pero no fue así. Negó con la cabeza, la vida era tan contradictoria en Boston, muchas de las empresas más importantes del país le ofrecieron empleo. En Harvard, le pidieron que se quedara de docente, siendo colombiano, era un ofrecimiento de gran renombre; en cambio, en Manizales era ignorado hasta por su propia familia.
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En la finca Elizabeth entonaba: «Triste y sola by Las Musas del Vallenato», mientras terminaba de baldear la baldosa de la entrada principal.
—Oye corazón, triste corazón, es hora de enfrentarte con tu pasado, no le insistas más, él no volverá… —canturreaba la joven.
El joven Duque apenas bajo del taxi, caminó en silencio, se detuvo, y entonces escuchó esa melodiosa voz que le llamó la atención, por eso se acercó, observaba como la chica contoneaba las caderas y proseguía con la melodía.
A Ely únicamente le faltaba un tramo del pasillo que conducía a la puerta, no advirtió la presencia del joven, él estaba tan concentrado admirándola, y debatiéndose consigo mismo, sí ingresaba a la casa, o se regresaba a Estados Unidos cuando de pronto le cayó de golpe un balde de agua fría con desinfectante.
Elizabeth se llevó las manos al rostro, todo su cuerpo tembló, atemorizada. Miró al joven que mantenía los ojos cerrados e intentaba limpiarse con las manos el desastre que ella causó.
Observó lo alto, elegante y apuesto que era, parpadeó inhalando profundo.
Carlos, estaba a punto de soltar los peores insultos en contra de la persona que hizo eso, era lo único que le faltaba después de ser ignorado, ahora alguien le daba un gran recibimiento, lanzándole una cubeta de agua.
—¡Maldita sea! —gruñó furioso, casi sin poder abrir los ojos, mientras Eliza con las manos temblorosas, le extendió un paño limpio.
—Lo lamento —pronunció la joven sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho. Carlos se secó el rostro y abrió los ojos, decidido a decirle a la muchacha hasta del mal que se iba a morir y después despedirla sin contemplaciones—. Discúlpeme yo no me di cuenta, es que nadie se para a observar la casa.
Ella enfocó su tímida, y limpia mirada en él, aquellos grandes ojos marrones se posaron en los oscuros del joven.
Carlos la observó lleno de enojo; sin embargo, en su vida se había visto reflejado en una mirada tan pura e inocente como la de la chica que tenía enfrente. Ella parecía un animalito asustado, le recordó tanto su niñez, cuando su madre a pesar de estar paralítica, lo castigaba de maneras que él prefirió no rememorar, inhaló profundo y se dirigió a la muchacha:
—La próxima vez fíjate lo que haces, puedes ocasionar un grave accidente —aconsejó Carlos con su gruesa voz, en ese momento Rosa apareció.
—Joven Carlos. ¿Qué le pasó?... ¡Ay no! —exclamó la mujer llevándose las manos al rostro—. De seguro fue esta atarantada, esto te va a costar muchacha, doña Luz, te va a poner de patitas en la calle.
—Lo sé —respondió Eliza mordiendo sus labios—. Lo lamento joven, no fue mi intención, como dice Rosa, soy un poco atarantada —pronunció con temor y tristeza, se retiró a su habitación decidida a recoger sus cosas.
Carlos con discreción miró a la joven alejarse, inhaló profundo mientras terminaba de secarse el rostro.
—Rosa, fue un accidente, no es necesario que mi madre se entere de esto —advirtió al ama de llaves.
—Pero joven...—. Carlos no le dio tiempo a Rosa, de proseguir.
—Es una orden, ni una palabra de este incidente a mi madre, o la que se va de la finca eres vos —advirtió.
Rosa se retiró, entonces el joven aspiró una gran bocanada de aire. Giró la cerradura de la puerta de la casa, su madre no estaba en la sala, así que aprovechó para subir a su habitación, bañarse y cambiarse de ropa, mientras realizaba esa tarea, no pudo evitar recordar la mirada de la joven; observó su elegante ropa vuelta nada gracias al recibimiento de Eliza.
***
Queridos lectores: ¿Qué opinan del recibimiento que le dio Elizabeth al excelentísimo Carlos Duque?
En su habitación Elizabeth con el libro que tomó de la alcoba de Carlos, salió decidida a devolver la obra a su lugar. Sin que nadie la viera subió hasta las habitaciones, golpeó la puerta, al no recibir respuesta ingresó, escuchó el agua de la ducha, y aprovechó para leer la parte final del libro.Ely se hallaba tan concentrada en la lectura, no se dio cuenta el momento que el dueño de la habitación salió del baño, envuelto la mitad de su cuerpo en una toalla, él se sorprendió al ver a la joven en su habitación concentrada leyendo uno de sus libros favoritos.—«Abre tus ojos y mírame, no te besaré, aunque sé que lo necesitas» —murmuró Carlos muy cerca de ella.Elizabeth pegó un brinco y del susto dejó caer el libro al suelo, se ruborizó al
Dos días después.Elizabeth terminaba de recoger las hojas secas que caían de los árboles, entonces su mirada se clavó en la entrada de la casa, observó a Carlos, suspiró profundo al verlo salir enfundado en unos vaqueros índigo, que hacían juego con la camisa celeste y el blazer azul marino.El joven caminó presuroso hacia su Suv, encendió y se marchó, sin percatarse de la presencia de la chica.—Es tan atractivo —murmuró ella, y prosiguió con su tarea.****Carlos estaba por aparcar su auto frente al consorcio, un jeep se le atravesó en el camino.«El rey by Vicente Fernández» sonaban en las bocinas de aquel vehículo.—Con dinero y sin dinero,
Elizabeth al terminar su jornada, tomó el libro que Carlos le regaló, caminaba en dirección al arroyo, de pronto se detuvo cuando escuchó una discusión, se acercó y era Pedro, el hombre que la recibió en días pasados y que se portó como un patán con ella, quien discutía con una anciana.—Mira vieja pendeja... Te voy a acusar con doña Luz Aída, que vienes a robarte las naranjas —amenazó jaloneando a la señora.—Yo no me estoy robando nada pues, solo recojo la fruta que se echa a perder, no seas malo, yo tengo nietos que alimentar.—Esa no es nuestra responsabilidad, ve y diles a tus hijas que dejen de andar abriendo las piernas al primero que se les asoma pues.Al momento que terminó la frase, sintió su rostro arder al sentir la bofetada que Elizabeth le propin
La fría tarde de invierno avizoraba una gran tormenta. Carlos se dirigió a toda prisa a su finca, se detuvo al ver a su madre esperándolo con un látigo en su mano.—¿Vos de dónde vienes Carlos Mario? — preguntó, acariciando la fusta.—Mamá discúlpame, vengo de la Momposina, estaba con mi hermano —balbuceó atemorizado.—Ah así que vos te escapas, para largarte a jugar con ese niñito mimado —cuestionó Luz Aída, a su hijo quién temblaba de miedo; solo que disimulaba ante su madre.—Es que estaba aburrido —respondió Carlos.—Pues ahora se te va a quitar el desgano. Ponte en esa columna — ordenó Luz Aida.
Varios días pasaron después de aquel beso, Elizabeth y Carlos evitaban encontrarse. Ella esperaba que él saliera, para entrar a limpiar su habitación.Luz Aída, seguía fingiendo sus enfermedades; y de esa manera trataba de manipular al joven Duque.Aquella mañana Carlos, entró a la habitación de su madre:—Mamá, me dice Rosa, que no te sientes bien. ¿Deseas que llame a un médico?Luz Aída se removió en su cama y emitió un quejido de dolor.—No Carlos —expresó carraspeando. —¿Para qué? —indagó resoplando—. Vos sabes bien lo que me sucede, ¿deseas mirar como tengo la espalda de tanto estar postrada?La mujer intentó indicarle a su hijo las supuestas costras; ella sab&ia
En la finca Elizabeth, ingresó a limpiar la habitación de Luz Aída, la mujer se encontraba sentada en su silla de ruedas.—Vos ¿Por qué venís a esta hora a asear mi alcoba?—Porque a mí, Rosa me indicó que a usted no le gusta que la molesten.—Ah, para colmo resultaste respondona.—Por supuesto, estoy respondiendo su pregunta señora —indicó Eliza, observando a Luz Aída.— ¿Quién te ha dado permiso de mirarme a los ojos? —bramó encolerizada la mujer—. Vos no has comprendido aún la diferencia que existe entre nosotras.Ely presionó sus labios, y luego respondió.—Sí señora, por supuesto que no somos iguales, usted es una persona discapacitada y yo no.
Pasaron diez minutos. Eliza no regresaba, la comida se empezó a enfriar, él odiaba alimentarse así; claro que en ese momento eso no le importaba sino las causas por las cuales la joven no regresaba, entonces decidió ir a buscarla, y cuando abrió la puerta de su habitación, ella apareció con su bandeja.—Gracias por abrirme. —Sonrió, ingresó rápido a la alcoba—. Casi me descubre Rosa por eso me demoré.Eliza colocó la bandeja en la mesa, advirtió que la comida de él estaba fría, entonces empezó a intercambiar la vajilla.Carlos se acercó extrañado.— ¿Qué haces? —preguntó, al momento que ambos tomaron el mismo plato y sus dedos se rozaron, los dos se miraron a los ojos, sus corazones con lentitud se fueron acelerando, mie
Manizales- ColombiaAños antes.Las penumbras cubrían el establo de la Momposina, la joven se escabulló por medio de la oscuridad y de los frondosos arbustos para llegar a la cita con su amante.Abrió despacio la puerta del establo, las tinieblas reinaban, el olor del heno seco inundó sus sentidos.Tan solo la luz de la luna que iluminaba por las pequeñas ventanas de la parte superior del establo permitía reflejar la silueta del hombre de sus sueños; por quién había esperado desde que lo conoció aun siendo una niña.A él, el corazón le empezó a latir desbocado al verla parada en la puerta del establo, con su cabello recogido, su piel al natural, porque así era ella, sencilla, sin poses, una mujer común y corriente. No era com