Capítulo 6

La fría tarde de invierno avizoraba una gran tormenta. Carlos se dirigió a toda prisa a su finca, se detuvo al ver a su madre esperándolo con un látigo en su mano.

—¿Vos de dónde vienes Carlos Mario? — preguntó, acariciando la fusta.

—Mamá discúlpame, vengo de la Momposina, estaba con mi hermano —balbuceó atemorizado. 

—Ah así que vos te escapas, para largarte a jugar con ese niñito mimado —cuestionó Luz Aída, a su hijo quién temblaba de miedo; solo que disimulaba ante su madre.

—Es que estaba aburrido —respondió Carlos.

—Pues ahora se te va a quitar el desgano. Ponte en esa columna — ordenó Luz Aida.

—Mamá por favor no me pegues —suplicaba el niño; pero su madre no le hacía caso, lo obligó a abrazar el muro, mientras le daba de latigazos. 

Carlos cerraba los ojos, se aferraba a la pared; pero no derramaba una sola lágrima, soportaba los golpes como los valientes a sus diez años; sin embargo, su madre no conforme con eso, lo llevó a rastras hasta el sótano de la casa.

—Ya que los golpes no te provocan nada. Vamos a ver si no le temes a la oscuridad. —Luz Aída, encerró al niño en aquel lugar. 

Entonces el pequeño escuchó el chillido de las ratas, corrió hacia la puerta y golpeaba pidiendo auxilio, gritaba, pateaba el portón, metía sus manos por debajo de la madera intentando salir, mientras los roedores lo acechaban. 

Carlos respiraba agitado, se removía en la cama con desesperación, de nuevo aparecieron aquellas pesadillas, recordando aquel trauma de su infancia. Movía la cabeza de un lado a otro, sudaba, trataba de despertarse, no podía estaba paralizado, en sus sueños una cantidad de ratas lo atacaban, entonces en ese momento, despertó gritando desesperado, fuera de sí.

Elizabeth quien le había subido el desayuno a Luz, ingresó a la habitación del joven al escucharlo gritar, entonces al verlo fuera de sí, sin dudarlo un segundo se acercó a él, y al notarlo sollozar lo abrazó. 

—Tranquilo —murmuró—. Es solo un mal sueño —pronunció ella con mucha dulzura, lo consolaba con su aterciopelada voz, él que aún no reaccionaba bien, pensaba aún que era un chiquillo, y que los brazos que lo cobijaban eran los de su madrastra: Luisa Fernanda, entonces con lentitud se fue serenando al sentir aquella calidez.  No era consciente que la muchacha de limpieza lo estaba abrazando, después de unos minutos percibió el perfume de violetas que emanaba de la piel de la joven, se asustó y se separó de golpe de ella. —¿Se encuentra bien? —preguntó Eliza, preocupada por él.

Carlos parpadeó, se llevó la mano a la frente, miró hacia el edredón avergonzado de aquel momento de debilidad, enseguida observó a la chica. 

—Estoy bien —respondió él aún confundido, y agitado, entonces Eliza, le sirvió un vaso con agua.

—Tenga por favor —indicó ella, extendió el objeto hacia él—. Disculpe que haya entrado a su habitación; pero lo escuché gritar.  

Carlos, aun con las manos temblorosas, bebió un sorbo, para así aclararse la garganta.

—No importa, solo te pido que no comentes esto con nadie. Es un favor especial —solicitó el joven suplicando con la mirada. 

Ella lo contempló con ternura, sonrió. 

—Tranquilo señor, no pienso decir nada. Haga de cuenta que yo no estuve aquí. Voy a salir para que pueda bañarse y cambiarse. 

Eliza, ladeó los labios, esta vez él, con una sonrisa leve correspondió el gesto; pero para ella ese era un gran avance, entonces cuando se disponía a salir de la habitación escuchó la voz de Carlos.

—Gracias Elizabeth —dijo él, la joven giró su rostro, lo contempló, le brindó una dulce sonrisa y una cálida mirada, para después salir de la habitación de él.

****

Horas más tarde Carlos, ya más tranquilo, desayunó solo. Luz Aída de nuevo fingió que se sentía mal; pero los recuerdos de aquella pesadilla y los castigos de los que fue víctima cuando era niño, hicieron que no fuera a saludar a su madre, al menos por el momento no se sentía bien.

Se dirigió a la biblioteca, necesitaba entretenerse en algo y su único escape a la triste realidad que lo rodeaba eran los libros.

Cuando entró se sorprendió al ver a Elizabeth, subida en una escalera metálica que utilizaba para limpiar el polvo; pero en vez de una franela tenía en su mano un libro: «Cumbres Borrascosas by Emily Brontë».

La chica estaba tan concentrada en la lectura que no sintió la presencia del joven, hasta cuando pudo sentir en el aire su fragancia.

—¡Hermoso libro! —exclamó Carlos con esa voz tan varonil, ella se sobresaltó, y de la impresión resbaló de la escalera; pero los fuertes brazos del joven la tomaron de la cintura, la respiración de ella se le cortó por segundos, ambos estaban tan cerca uno del otro, él pudo observar aquellos ojos marrones con total claridad y ella la triste mirada de él que tanto la enternecía. 

Ely se estremeció al tenerlo tan cerca, no entendía por qué aquel hombre de fría mirada le removía sensaciones que ella jamás había percibido por nadie.

Carlos se reflejó en los iris marrones de ella, era inevitable no sentirse atraído por la singular forma de ser de aquella joven, entonces avistó esos carnosos y rosados labios, deslizó la yema de sus dedos por ellos, delineándolos. 

Ely se quedó paralizada, jadeó despacio, su pecho subía y bajaba agitado, apenas se conocían, y la atracción era innegable.

Carlos no encontraba una respuesta lógica a lo que le sucedía con ella, sabía que no era amor, porque para él ese sentimiento se iba construyendo a diario. 

Por otro lado, Elizabeth, a pesar de ser una joven humilde, tampoco creía en los romances fugaces, en esos de una noche, ni se dejaba llevar de las apariencias, lo que le atraía de Carlos era su prodigiosa inteligencia, y su manera tan especial de ser con ella.

Las miradas de ambos se cruzaron, los dos hacían un esfuerzo por no sucumbir ante aquello que les estaba sucediendo y no sabían que era, ni qué nombre darle, lo cierto era que ambos se sentían a gusto cuando se encontraban cerca.

Ely parpadeó e intentó retroceder, pero las fuertes manos del joven no se lo permitieron. Carlos libraba una batalla entre la razón y el corazón, sin embargo, deseaba probar esos tentadores labios, y sin dudar un segundo acercó su boca a la de ella. 

Elizabeth se quedó paralizada, era su primer beso, jamás había permitido a ningún hombre traspasar más allá del límite, excepto Carlos Duque, entonces sentir la calidez de la boca de él, estremeció su alma, abrió levemente los labios y la lengua del joven hurgó en su interior. 

Carlos se conmovió ante su inexperiencia, su corazón tembló frente a aquella dulzura, ella lo rodeó con sus brazos y con torpeza imitaba sus movimientos, mientras se aferraba al cuerpo de él para no desarmarse, sentía que de un instante a otro las piernas le iban a fallar. 

Él la estrechó hacía su anatomía y ella sintió fuertes oleadas de calor recorriéndole la piel, nunca había estado tan cerca de un hombre, en una situación como esa. 

Carlos, sentía su sangre encenderse, los besos de aquella joven lo tenían embriagado, no le permitían pensar; de pronto un leve resquicio de razón se apoderó de su mente, sin ser brusco separó a la joven de su lado.

—Esto no es correcto. Lo siento —pronunció saliendo de la biblioteca como alma que lleva el diablo. 

Eliza se quedó turbada. Aún no se recuperaba del torrente de emociones que experimentó en esos segundos que él la besó, se llevó las manos al pecho intentando aplacar los fuertes latidos de su corazón, entonces ahí fue consciente de la gravedad del asunto, no quería ser una más de la larga lista de mujeres enamoradas del patrón, sabía que eso no tenía futuro, opinó que de seguro él tenía alguna novia en Estados Unidos y ella solo sería su pasatiempo, por lo que decidió alejarse del joven.

****

Ahora comprenden por qué Carlos es como es. Luz Aída ejerció sobre él fuertes castigos, por otro lado, parece que le gusta Ely, solo que él es muy analítico, piensa antes de actuar. ¿Sucumbirá ante los encantos de esa sencilla muchacha? ¿Qué opinan?

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