La fría tarde de invierno avizoraba una gran tormenta. Carlos se dirigió a toda prisa a su finca, se detuvo al ver a su madre esperándolo con un látigo en su mano.
—¿Vos de dónde vienes Carlos Mario? — preguntó, acariciando la fusta.
—Mamá discúlpame, vengo de la Momposina, estaba con mi hermano —balbuceó atemorizado.
—Ah así que vos te escapas, para largarte a jugar con ese niñito mimado —cuestionó Luz Aída, a su hijo quién temblaba de miedo; solo que disimulaba ante su madre.
—Es que estaba aburrido —respondió Carlos.
—Pues ahora se te va a quitar el desgano. Ponte en esa columna — ordenó Luz Aida.
—Mamá por favor no me pegues —suplicaba el niño; pero su madre no le hacía caso, lo obligó a abrazar el muro, mientras le daba de latigazos.
Carlos cerraba los ojos, se aferraba a la pared; pero no derramaba una sola lágrima, soportaba los golpes como los valientes a sus diez años; sin embargo, su madre no conforme con eso, lo llevó a rastras hasta el sótano de la casa.
—Ya que los golpes no te provocan nada. Vamos a ver si no le temes a la oscuridad. —Luz Aída, encerró al niño en aquel lugar.
Entonces el pequeño escuchó el chillido de las ratas, corrió hacia la puerta y golpeaba pidiendo auxilio, gritaba, pateaba el portón, metía sus manos por debajo de la madera intentando salir, mientras los roedores lo acechaban.
Carlos respiraba agitado, se removía en la cama con desesperación, de nuevo aparecieron aquellas pesadillas, recordando aquel trauma de su infancia. Movía la cabeza de un lado a otro, sudaba, trataba de despertarse, no podía estaba paralizado, en sus sueños una cantidad de ratas lo atacaban, entonces en ese momento, despertó gritando desesperado, fuera de sí.
Elizabeth quien le había subido el desayuno a Luz, ingresó a la habitación del joven al escucharlo gritar, entonces al verlo fuera de sí, sin dudarlo un segundo se acercó a él, y al notarlo sollozar lo abrazó.
—Tranquilo —murmuró—. Es solo un mal sueño —pronunció ella con mucha dulzura, lo consolaba con su aterciopelada voz, él que aún no reaccionaba bien, pensaba aún que era un chiquillo, y que los brazos que lo cobijaban eran los de su madrastra: Luisa Fernanda, entonces con lentitud se fue serenando al sentir aquella calidez. No era consciente que la muchacha de limpieza lo estaba abrazando, después de unos minutos percibió el perfume de violetas que emanaba de la piel de la joven, se asustó y se separó de golpe de ella. —¿Se encuentra bien? —preguntó Eliza, preocupada por él.
Carlos parpadeó, se llevó la mano a la frente, miró hacia el edredón avergonzado de aquel momento de debilidad, enseguida observó a la chica.
—Estoy bien —respondió él aún confundido, y agitado, entonces Eliza, le sirvió un vaso con agua.
—Tenga por favor —indicó ella, extendió el objeto hacia él—. Disculpe que haya entrado a su habitación; pero lo escuché gritar.
Carlos, aun con las manos temblorosas, bebió un sorbo, para así aclararse la garganta.
—No importa, solo te pido que no comentes esto con nadie. Es un favor especial —solicitó el joven suplicando con la mirada.
Ella lo contempló con ternura, sonrió.
—Tranquilo señor, no pienso decir nada. Haga de cuenta que yo no estuve aquí. Voy a salir para que pueda bañarse y cambiarse.
Eliza, ladeó los labios, esta vez él, con una sonrisa leve correspondió el gesto; pero para ella ese era un gran avance, entonces cuando se disponía a salir de la habitación escuchó la voz de Carlos.
—Gracias Elizabeth —dijo él, la joven giró su rostro, lo contempló, le brindó una dulce sonrisa y una cálida mirada, para después salir de la habitación de él.
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Horas más tarde Carlos, ya más tranquilo, desayunó solo. Luz Aída de nuevo fingió que se sentía mal; pero los recuerdos de aquella pesadilla y los castigos de los que fue víctima cuando era niño, hicieron que no fuera a saludar a su madre, al menos por el momento no se sentía bien.
Se dirigió a la biblioteca, necesitaba entretenerse en algo y su único escape a la triste realidad que lo rodeaba eran los libros.
Cuando entró se sorprendió al ver a Elizabeth, subida en una escalera metálica que utilizaba para limpiar el polvo; pero en vez de una franela tenía en su mano un libro: «Cumbres Borrascosas by Emily Brontë».
La chica estaba tan concentrada en la lectura que no sintió la presencia del joven, hasta cuando pudo sentir en el aire su fragancia.
—¡Hermoso libro! —exclamó Carlos con esa voz tan varonil, ella se sobresaltó, y de la impresión resbaló de la escalera; pero los fuertes brazos del joven la tomaron de la cintura, la respiración de ella se le cortó por segundos, ambos estaban tan cerca uno del otro, él pudo observar aquellos ojos marrones con total claridad y ella la triste mirada de él que tanto la enternecía.
Ely se estremeció al tenerlo tan cerca, no entendía por qué aquel hombre de fría mirada le removía sensaciones que ella jamás había percibido por nadie.
Carlos se reflejó en los iris marrones de ella, era inevitable no sentirse atraído por la singular forma de ser de aquella joven, entonces avistó esos carnosos y rosados labios, deslizó la yema de sus dedos por ellos, delineándolos.
Ely se quedó paralizada, jadeó despacio, su pecho subía y bajaba agitado, apenas se conocían, y la atracción era innegable.
Carlos no encontraba una respuesta lógica a lo que le sucedía con ella, sabía que no era amor, porque para él ese sentimiento se iba construyendo a diario.
Por otro lado, Elizabeth, a pesar de ser una joven humilde, tampoco creía en los romances fugaces, en esos de una noche, ni se dejaba llevar de las apariencias, lo que le atraía de Carlos era su prodigiosa inteligencia, y su manera tan especial de ser con ella.
Las miradas de ambos se cruzaron, los dos hacían un esfuerzo por no sucumbir ante aquello que les estaba sucediendo y no sabían que era, ni qué nombre darle, lo cierto era que ambos se sentían a gusto cuando se encontraban cerca.
Ely parpadeó e intentó retroceder, pero las fuertes manos del joven no se lo permitieron. Carlos libraba una batalla entre la razón y el corazón, sin embargo, deseaba probar esos tentadores labios, y sin dudar un segundo acercó su boca a la de ella.
Elizabeth se quedó paralizada, era su primer beso, jamás había permitido a ningún hombre traspasar más allá del límite, excepto Carlos Duque, entonces sentir la calidez de la boca de él, estremeció su alma, abrió levemente los labios y la lengua del joven hurgó en su interior.
Carlos se conmovió ante su inexperiencia, su corazón tembló frente a aquella dulzura, ella lo rodeó con sus brazos y con torpeza imitaba sus movimientos, mientras se aferraba al cuerpo de él para no desarmarse, sentía que de un instante a otro las piernas le iban a fallar.
Él la estrechó hacía su anatomía y ella sintió fuertes oleadas de calor recorriéndole la piel, nunca había estado tan cerca de un hombre, en una situación como esa.
Carlos, sentía su sangre encenderse, los besos de aquella joven lo tenían embriagado, no le permitían pensar; de pronto un leve resquicio de razón se apoderó de su mente, sin ser brusco separó a la joven de su lado.
—Esto no es correcto. Lo siento —pronunció saliendo de la biblioteca como alma que lleva el diablo.
Eliza se quedó turbada. Aún no se recuperaba del torrente de emociones que experimentó en esos segundos que él la besó, se llevó las manos al pecho intentando aplacar los fuertes latidos de su corazón, entonces ahí fue consciente de la gravedad del asunto, no quería ser una más de la larga lista de mujeres enamoradas del patrón, sabía que eso no tenía futuro, opinó que de seguro él tenía alguna novia en Estados Unidos y ella solo sería su pasatiempo, por lo que decidió alejarse del joven.
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Ahora comprenden por qué Carlos es como es. Luz Aída ejerció sobre él fuertes castigos, por otro lado, parece que le gusta Ely, solo que él es muy analítico, piensa antes de actuar. ¿Sucumbirá ante los encantos de esa sencilla muchacha? ¿Qué opinan?
Varios días pasaron después de aquel beso, Elizabeth y Carlos evitaban encontrarse. Ella esperaba que él saliera, para entrar a limpiar su habitación.Luz Aída, seguía fingiendo sus enfermedades; y de esa manera trataba de manipular al joven Duque.Aquella mañana Carlos, entró a la habitación de su madre:—Mamá, me dice Rosa, que no te sientes bien. ¿Deseas que llame a un médico?Luz Aída se removió en su cama y emitió un quejido de dolor.—No Carlos —expresó carraspeando. —¿Para qué? —indagó resoplando—. Vos sabes bien lo que me sucede, ¿deseas mirar como tengo la espalda de tanto estar postrada?La mujer intentó indicarle a su hijo las supuestas costras; ella sab&ia
En la finca Elizabeth, ingresó a limpiar la habitación de Luz Aída, la mujer se encontraba sentada en su silla de ruedas.—Vos ¿Por qué venís a esta hora a asear mi alcoba?—Porque a mí, Rosa me indicó que a usted no le gusta que la molesten.—Ah, para colmo resultaste respondona.—Por supuesto, estoy respondiendo su pregunta señora —indicó Eliza, observando a Luz Aída.— ¿Quién te ha dado permiso de mirarme a los ojos? —bramó encolerizada la mujer—. Vos no has comprendido aún la diferencia que existe entre nosotras.Ely presionó sus labios, y luego respondió.—Sí señora, por supuesto que no somos iguales, usted es una persona discapacitada y yo no.
Pasaron diez minutos. Eliza no regresaba, la comida se empezó a enfriar, él odiaba alimentarse así; claro que en ese momento eso no le importaba sino las causas por las cuales la joven no regresaba, entonces decidió ir a buscarla, y cuando abrió la puerta de su habitación, ella apareció con su bandeja.—Gracias por abrirme. —Sonrió, ingresó rápido a la alcoba—. Casi me descubre Rosa por eso me demoré.Eliza colocó la bandeja en la mesa, advirtió que la comida de él estaba fría, entonces empezó a intercambiar la vajilla.Carlos se acercó extrañado.— ¿Qué haces? —preguntó, al momento que ambos tomaron el mismo plato y sus dedos se rozaron, los dos se miraron a los ojos, sus corazones con lentitud se fueron acelerando, mie
Manizales- ColombiaAños antes.Las penumbras cubrían el establo de la Momposina, la joven se escabulló por medio de la oscuridad y de los frondosos arbustos para llegar a la cita con su amante.Abrió despacio la puerta del establo, las tinieblas reinaban, el olor del heno seco inundó sus sentidos.Tan solo la luz de la luna que iluminaba por las pequeñas ventanas de la parte superior del establo permitía reflejar la silueta del hombre de sus sueños; por quién había esperado desde que lo conoció aun siendo una niña.A él, el corazón le empezó a latir desbocado al verla parada en la puerta del establo, con su cabello recogido, su piel al natural, porque así era ella, sencilla, sin poses, una mujer común y corriente. No era com
Carlos se levantó, y fue tras de ella.Elizabeth se escondió entre los árboles, asomaba su cabeza para observar si él la buscaba; de repente ya no lo vio y conociéndolo, ella pensó que se había ido, entonces salió de su escondite y fue sorprendida por los fuertes brazos del joven debido a la sorpresa ella se sobresaltó y exclamó un grito.Carlos después de muchos años volvió a reír a todo pulmón.—No quise asustarte —pronunció aun riendo.Aunque en ese instante Ely quiso golpearlo por asustarla, verlo reír de esa manera, le alegró el alma.—Agradezca que no sufro del corazón —afirmó mientras recargaba su cuerpo en uno de los troncos, tocándose el pecho.—Eso te pasa a vos por querer jugar al e
El corazón del joven tembló, y su ser se estremeció, era como si ella hubiera desnudado su alma en ese momento.—¿Qué te hace pensar eso? —Carraspeó.—Usted es un hombre demasiado inteligente y maduro, como para caer en las manipulaciones de una mujer enferma y despechada. Carlos, por favor no caiga en su juego; porque el único que se va a llenar el alma de odio y resentimiento va a ser usted. —Él inclinó la cabeza, las palabras de aquella humilde muchacha eran tan ciertas—. Haya sido un accidente o no, usted no tiene que ver en eso; pero no atente en contra de su hermano, es su sangre.El joven bebió un gran contenido de agua del botellín, el tono de su mirada cambió y un nudo se le formó en el estómago.—Debes saber qué hace mucho tiemp
Días después. Joaquín caminaba junto a Jairo por los cafetales, don Miguel le asignó la tarea de recolectar café. Sin embargo, ambos jóvenes la noche anterior se habían ido de parranda. El joven Duque ingería una bebida hidratante, entonces miró una piedra debajo de un gran árbol. —Me despiertas si mi papá se asoma por acá —advirtió a Jairo, el joven asintió y miró como su amigo lanzaba sobre el pasto su chaqueta y se acomodaba a dormir. Carlos había acudido a la Momposina por llamado de su papá, el joven llegó distinto a la casa; parecía una persona diferente, su mirada era otra, su semblante irradiaba felicidad. —Buenos días, papá —saludó a Miguel, quién estaba sentado en el comedor desayunando solo, puesto que Joaquín estaba trabajando. —¿Y Joaquín? —indagó el joven. El señor Duque dejó a un lado su t
Eliza algo confundida obedeció la orden de Carlos. Mientras la joven se dirigía a buscar al administrador, él se quedó con la anciana que sentía mucha vergüenza y hasta cierto temor. —Señora cuénteme, cómo es que usted está a cargo de sus nietos. ¿Los padres de los niños en dónde están? La mujer deglutió con dificultad la saliva. —Lo que pasa patrón que mi hija se metió con un mal hombre, que la maltrataba —sollozó la anciana con tristeza—. Era un bueno para nada, solo tenía a mi hija para llenarla de muchachitos, por más que le aconsejé, que le supliqué que lo dejara... No me hizo caso —suspiró la mujer. —¿Qué pasó con su hija? —indagó el joven. —Ese desgraciado la humillaba, la maltrataba física y verbalmente, mi hija en varias ocasiones se separó de él; venía con sus niños hasta mi humilde casita; pero el infeliz, le pedía perdón y la convencí