Capítulo 5

Elizabeth al terminar su jornada, tomó el libro que Carlos le regaló, caminaba en dirección al arroyo, de pronto se detuvo cuando escuchó una discusión, se acercó y era Pedro, el hombre que la recibió en días pasados y que se portó como un patán con ella, quien discutía con una anciana.

—Mira vieja pendeja... Te voy a acusar con doña Luz Aída, que vienes a robarte las naranjas —amenazó jaloneando a la señora.

—Yo no me estoy robando nada pues, solo recojo la fruta que se echa a perder, no seas malo, yo tengo nietos que alimentar.

—Esa no es nuestra responsabilidad, ve y diles a tus hijas que dejen de andar abriendo las piernas al primero que se les asoma pues.

Al momento que terminó la frase, sintió su rostro arder al sentir la bofetada que Elizabeth le propinó.

—¿Con qué derecho te expresas así de las mujeres? ¿Acaso vos no naciste de una mujer? ¿Te gustaría que alguien se refiriera de esta forma a tu madre o tus hermanas? —increpó colocando sus manos alrededor de la cintura, observando al hombre con seriedad y las mejillas enrojecidas de ira. 

Pedro presionó su puño con fuerza, y avistó a Ely con los ojos rojos. 

—Vos muchacha insoportable no te metas en esto o no respondo — amenazó.

Ely irguió su barbilla y se paró frente a él, sin mostrarle algún temor. 

—¿Vos pensás que tengo miedo? ¡Pégame! Si eres tan valiente como para levantarle la mano a una mujer.

Pedro resopló, observando a Elizabeth lleno de ira. La joven se acercó a la señora y le ayudó a recoger las naranjas.

—Lléveselas —sugirió Eliza, entonces Pedro la tomó del brazo con fuerza.

—Esas naranjas no te pertenecen a vos, sino a doña Luz, te voy a acusar de ladrona.

—Haz, lo que te dé la gana. ¡No te tengo miedo! —respondió Elizabeth, con la mirada llena de furia.

La anciana quiso devolver las naranjas para evitarle problemas a Ely, pero la joven no se lo permitió, la buena señora se alejó. 

Fue ahí cuando Pedro, la tomó con fuerza de los brazos, ella forcejeaba con él, mientras la zarandeaba, estuvo a punto de darle una bofetada a Eliza.

—No te atrevas a ponerle un dedo encima —amenazó con voz fuerte Carlos, y con la mirada llena de enojo.

Pedro palideció y observó avergonzado al joven. 

—Patrón, que bueno que está aquí, es que ella es una ladrona, se anda arreando las naranjas de la finca.

Ely arrugó el ceño, respiró agitada. 

—No es cierto señor, yo no me robé nada pues. ¡Mentiroso! ¡Infeliz! — exclamó Elizabeth, llena de ira se fue encima de Pedro, lo lanzó al piso y le empezó a dar golpes.

—¡Basta! —gritó Carlos, tomó a Eliza, de la cintura y la separó de Pedro—. No te rebajes, una dama no da estos espectáculos —cuestionó entonces ella jadeando y molesta, se calmó al escucharlo decir que la consideraba una dama.

—Es que este idiota miente, yo no soy una ladrona, él no le quiso regalar unas naranjas que estaban en el suelo a una señora que se quedó al cuidado de sus nietos —explicó Eliza.

—¿Y vos por qué dispones de las cosas de esta finca? —preguntó Carlos metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón, esperando una respuesta de la joven.  

Ella también lo observó y sin bajar un segundo la mirada le respondió:

—Se estaban dañando y la señora las necesita; pero bueno usted que va a entender de necesidad si no ha tenido que pasar hambre nunca. Eran como veinte naranjas, descuénteme de mi sueldo pues —espetó molesta Eliza.

 Carlos, estaba a punto de reír, se mordió los labios, para disimular, mientras ella lo observaba furiosa.

—Vio patrón es una altanera, no respeta a nadie, así no se haya robado las naranjas se las entregó a esa vieja que siempre se las hurta — comentó Pedro, observando a Eliza enojado, amenazante.

—¡Suficiente! —Bramó Carlos—. No quiero escucharlos a ninguno de los dos.

¿Vos explícame por qué no recogen las naranjas y hacen producir esta finca? ¿No sos el administrador?

—¡Valiente encargado! —cuestionó Eliza.

—Dije que quería silencio, a mí no me agradan estos escándalos de feria de pueblo —advirtió Carlos.

—Si no le gustan entonces regrese con los gringos pues —prosiguió Eliza, cruzándose de brazos molesta.

—¿Vos te das cuenta de que estás hablando con el dueño de esta finca? —Indagó Carlos parándose frente a ella—. Sabes que puedo despedirte.

—No es necesario que me despida pues, yo renuncio —soltó sin dejar de mirar los ojos de él—. Por eso es que todos los ricos tienen dinero, porque no les gusta compartir con los pobres. —Eliza tomó en sus manos una de las naranjas que estaban en el suelo, se dirigió a Carlos y le entregó la fruta—. Tenga y métase por donde pueda. —El joven abrió sus labios sin saber que decir; en su vida nadie le había hablado de esa manera, después la muchacha volvió a inclinarse y tomó el libro que él le regaló—. Se lo devuelvo yo no quiero nada que venga de usted... yo pensé que todo lo que la gente decía eran puras mentiras; pero no; acabo de comprobar que es peor de lo que yo me imaginaba. 

Carlos arrugó el ceño, frunció la nariz, iba a responder; pero Ely no le dio tiempo, salió corriendo a recoger sus cosas para irse de la finca, entonces el joven se quedó con Pedro; ambos se observaron a los ojos, sorprendidos de los alcances de aquella mujer.

—¿Vos que miras? —cuestionó Carlos al administrador de la finca—. Ponte a trabajar, reúne a todos los empleados, si es que no los hay consigues unos cuantos, me recogen la producción y la sacan a la venta —ordenó. 

—Pero patrón...—refutó Pedro.

—Haz lo que te mandé; si no querés que te despida —afirmó Carlos, dio vuelta y se fue con la naranja que le dio Elizabeth en una mano y con el libro en la otra. Iba caminando despacio, al llegar a la finca se encontró con ella, quien salía con sus maletas.

—Pensé que ya te habías ido —expuso Carlos sonriendo con ironía.

Elizabeth resopló y retiró un mechón de su larga y castaña cabellera hacia atrás. 

—No se preocupe, ya me marcho; necesito mi liquidación —solicitó. 

—¿Prestaciones? —preguntó él observándola con intriga.

—Así es —respondió ella con seguridad. 

—¿Cuánto tiempo trabajas acá? —averiguó.

—Dos semanas. —Carlos soltó una carcajada en tono de burla. —¿Vos pedís liquidación? —indagó mofándose—. No llevas laborando ni un mes. 

—Yo le estoy pidiendo que me pague por los días trabajados, que por cierto su mamá me contrató por menos del salario básico, no recibimos ni prestaciones sociales ni nada; para ustedes solo somos animales.

—Imagino que a vos te deben haber despedido de tus anteriores empleos... ¿Siempre sos así de altanera con los patrones?

—No señor, no soy altanera. Solo reclamo lo que es, odio las injusticias, detesto que los ricos humillen a los pobres, que la clase trabajadora sea explotada y no se nos pague lo justo; si decir lo que pienso es ser altanera, pues lo soy señor; pero por el hecho de ser pobre nadie me va a venir a humillar. —Encogió sus hombros con simpleza. 

Carlos inhaló profundo, plantó su profunda mirada sobre ella, y la contempló, a pesar de ser una chica sencilla, poseía una particular belleza, su largo cabello castaño enmarcaba su rostro redondo, sus grandes ojos marrones brillaban llenos de vida, poseía unos carnosos y sensuales labios rosados, su piel se veía lozana, tersa, y bronceada, no era delgada, tenía voluptuosas caderas, pechos grandes y firmes, cintura estrecha, sin embargo, lo que más le llamaba la atención a él era esa fuerza y valentía con la que hablaba, luego de admirarla,  y al notar que ella se dio cuenta de eso, decidió hablar. 

—¿Yo te he humillado? —averiguó—. Creo que vos estás confundida, yo no te puedo permitir ciertas cosas a vos, y a Pedro, no —explicó—. Si hablas de justicia sabes bien que, aunque actuaste con solidaridad, tomaste algo que no te pertenecía, no puedes disponer de la cosecha, no es tu finca. ¿Estoy equivocado?

Eliza lo miró a los ojos, y se perdió en esos profundos pozos negros, mordió su labio inferior, él tenía razón, era el patrón y no podía ser condescendiente en unos casos y en otros no.

—Lo siento, señor —respondió ella, inclinando su rostro, entonces Carlos se acercó, y la tomó de la quijada, la levantó—. Nunca agaches la cabeza ante nadie, lo que vos decís es muy cierto, existe demasiada injusticia en nuestro país, es más deberías ponerme al tanto un día de estos, yo he estado fuera tantos años y desconozco la realidad —señaló tranquilo, sereno, él era como un témpano de hielo, parecía que nada lo inmutaba; pero siempre actuaba y decía las cosas de manera inteligente y con eso la admiración hacia él aumentaba, aunque hacía un momento ella estaba enojada con él, Carlos le extendió el libro—. Esto te pertenece y bueno esta naranja no encontré un sitio en donde dejarla — dijo él con ironía. 

Eliza, se sonrojó.

—Perdóneme, es que yo a veces hablo sin pensar pues, soy media atarantada —se disculpó la joven.

—Vuelve a tus labores, si te querés ir espera a que cumplas el mes, antes de eso mi mamá no te va a pagar, ya la conoces como es.

—Sí patrón —respondió ella, tomó el libro en sus manos y le sonrió, pero él la observó con frialdad.

—Se te olvida la naranja —indicó Carlos, igual de serio, claro que hacía un esfuerzo para no reírse, entonces ella tomó la fruta, se dirigió a la cocina sin regresarlo a ver; después por una de las ventanas, lo divisó en el mismo lugar parado y con una pequeña sonrisa en los labios. 

«No es tan serio como aparenta» suspiró ella al decir eso en su mente.

****

¿Qué opinan de la forma de ser de Elizabeth? ¿Logrará domar a la fiera que lleva dentro Carlos? ¿Qué opinan?

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo