Elizabeth al terminar su jornada, tomó el libro que Carlos le regaló, caminaba en dirección al arroyo, de pronto se detuvo cuando escuchó una discusión, se acercó y era Pedro, el hombre que la recibió en días pasados y que se portó como un patán con ella, quien discutía con una anciana.
—Mira vieja pendeja... Te voy a acusar con doña Luz Aída, que vienes a robarte las naranjas —amenazó jaloneando a la señora.
—Yo no me estoy robando nada pues, solo recojo la fruta que se echa a perder, no seas malo, yo tengo nietos que alimentar.
—Esa no es nuestra responsabilidad, ve y diles a tus hijas que dejen de andar abriendo las piernas al primero que se les asoma pues.
Al momento que terminó la frase, sintió su rostro arder al sentir la bofetada que Elizabeth le propinó.
—¿Con qué derecho te expresas así de las mujeres? ¿Acaso vos no naciste de una mujer? ¿Te gustaría que alguien se refiriera de esta forma a tu madre o tus hermanas? —increpó colocando sus manos alrededor de la cintura, observando al hombre con seriedad y las mejillas enrojecidas de ira.
Pedro presionó su puño con fuerza, y avistó a Ely con los ojos rojos.
—Vos muchacha insoportable no te metas en esto o no respondo — amenazó.
Ely irguió su barbilla y se paró frente a él, sin mostrarle algún temor.
—¿Vos pensás que tengo miedo? ¡Pégame! Si eres tan valiente como para levantarle la mano a una mujer.
Pedro resopló, observando a Elizabeth lleno de ira. La joven se acercó a la señora y le ayudó a recoger las naranjas.
—Lléveselas —sugirió Eliza, entonces Pedro la tomó del brazo con fuerza.
—Esas naranjas no te pertenecen a vos, sino a doña Luz, te voy a acusar de ladrona.
—Haz, lo que te dé la gana. ¡No te tengo miedo! —respondió Elizabeth, con la mirada llena de furia.
La anciana quiso devolver las naranjas para evitarle problemas a Ely, pero la joven no se lo permitió, la buena señora se alejó.
Fue ahí cuando Pedro, la tomó con fuerza de los brazos, ella forcejeaba con él, mientras la zarandeaba, estuvo a punto de darle una bofetada a Eliza.
—No te atrevas a ponerle un dedo encima —amenazó con voz fuerte Carlos, y con la mirada llena de enojo.
Pedro palideció y observó avergonzado al joven.
—Patrón, que bueno que está aquí, es que ella es una ladrona, se anda arreando las naranjas de la finca.
Ely arrugó el ceño, respiró agitada.
—No es cierto señor, yo no me robé nada pues. ¡Mentiroso! ¡Infeliz! — exclamó Elizabeth, llena de ira se fue encima de Pedro, lo lanzó al piso y le empezó a dar golpes.
—¡Basta! —gritó Carlos, tomó a Eliza, de la cintura y la separó de Pedro—. No te rebajes, una dama no da estos espectáculos —cuestionó entonces ella jadeando y molesta, se calmó al escucharlo decir que la consideraba una dama.
—Es que este idiota miente, yo no soy una ladrona, él no le quiso regalar unas naranjas que estaban en el suelo a una señora que se quedó al cuidado de sus nietos —explicó Eliza.
—¿Y vos por qué dispones de las cosas de esta finca? —preguntó Carlos metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón, esperando una respuesta de la joven.
Ella también lo observó y sin bajar un segundo la mirada le respondió:
—Se estaban dañando y la señora las necesita; pero bueno usted que va a entender de necesidad si no ha tenido que pasar hambre nunca. Eran como veinte naranjas, descuénteme de mi sueldo pues —espetó molesta Eliza.
Carlos, estaba a punto de reír, se mordió los labios, para disimular, mientras ella lo observaba furiosa.
—Vio patrón es una altanera, no respeta a nadie, así no se haya robado las naranjas se las entregó a esa vieja que siempre se las hurta — comentó Pedro, observando a Eliza enojado, amenazante.
—¡Suficiente! —Bramó Carlos—. No quiero escucharlos a ninguno de los dos.
¿Vos explícame por qué no recogen las naranjas y hacen producir esta finca? ¿No sos el administrador?
—¡Valiente encargado! —cuestionó Eliza.
—Dije que quería silencio, a mí no me agradan estos escándalos de feria de pueblo —advirtió Carlos.
—Si no le gustan entonces regrese con los gringos pues —prosiguió Eliza, cruzándose de brazos molesta.
—¿Vos te das cuenta de que estás hablando con el dueño de esta finca? —Indagó Carlos parándose frente a ella—. Sabes que puedo despedirte.
—No es necesario que me despida pues, yo renuncio —soltó sin dejar de mirar los ojos de él—. Por eso es que todos los ricos tienen dinero, porque no les gusta compartir con los pobres. —Eliza tomó en sus manos una de las naranjas que estaban en el suelo, se dirigió a Carlos y le entregó la fruta—. Tenga y métase por donde pueda. —El joven abrió sus labios sin saber que decir; en su vida nadie le había hablado de esa manera, después la muchacha volvió a inclinarse y tomó el libro que él le regaló—. Se lo devuelvo yo no quiero nada que venga de usted... yo pensé que todo lo que la gente decía eran puras mentiras; pero no; acabo de comprobar que es peor de lo que yo me imaginaba.
Carlos arrugó el ceño, frunció la nariz, iba a responder; pero Ely no le dio tiempo, salió corriendo a recoger sus cosas para irse de la finca, entonces el joven se quedó con Pedro; ambos se observaron a los ojos, sorprendidos de los alcances de aquella mujer.
—¿Vos que miras? —cuestionó Carlos al administrador de la finca—. Ponte a trabajar, reúne a todos los empleados, si es que no los hay consigues unos cuantos, me recogen la producción y la sacan a la venta —ordenó.
—Pero patrón...—refutó Pedro.
—Haz lo que te mandé; si no querés que te despida —afirmó Carlos, dio vuelta y se fue con la naranja que le dio Elizabeth en una mano y con el libro en la otra. Iba caminando despacio, al llegar a la finca se encontró con ella, quien salía con sus maletas.
—Pensé que ya te habías ido —expuso Carlos sonriendo con ironía.
Elizabeth resopló y retiró un mechón de su larga y castaña cabellera hacia atrás.
—No se preocupe, ya me marcho; necesito mi liquidación —solicitó.
—¿Prestaciones? —preguntó él observándola con intriga.
—Así es —respondió ella con seguridad.
—¿Cuánto tiempo trabajas acá? —averiguó.
—Dos semanas. —Carlos soltó una carcajada en tono de burla. —¿Vos pedís liquidación? —indagó mofándose—. No llevas laborando ni un mes.
—Yo le estoy pidiendo que me pague por los días trabajados, que por cierto su mamá me contrató por menos del salario básico, no recibimos ni prestaciones sociales ni nada; para ustedes solo somos animales.
—Imagino que a vos te deben haber despedido de tus anteriores empleos... ¿Siempre sos así de altanera con los patrones?
—No señor, no soy altanera. Solo reclamo lo que es, odio las injusticias, detesto que los ricos humillen a los pobres, que la clase trabajadora sea explotada y no se nos pague lo justo; si decir lo que pienso es ser altanera, pues lo soy señor; pero por el hecho de ser pobre nadie me va a venir a humillar. —Encogió sus hombros con simpleza.
Carlos inhaló profundo, plantó su profunda mirada sobre ella, y la contempló, a pesar de ser una chica sencilla, poseía una particular belleza, su largo cabello castaño enmarcaba su rostro redondo, sus grandes ojos marrones brillaban llenos de vida, poseía unos carnosos y sensuales labios rosados, su piel se veía lozana, tersa, y bronceada, no era delgada, tenía voluptuosas caderas, pechos grandes y firmes, cintura estrecha, sin embargo, lo que más le llamaba la atención a él era esa fuerza y valentía con la que hablaba, luego de admirarla, y al notar que ella se dio cuenta de eso, decidió hablar.
—¿Yo te he humillado? —averiguó—. Creo que vos estás confundida, yo no te puedo permitir ciertas cosas a vos, y a Pedro, no —explicó—. Si hablas de justicia sabes bien que, aunque actuaste con solidaridad, tomaste algo que no te pertenecía, no puedes disponer de la cosecha, no es tu finca. ¿Estoy equivocado?
Eliza lo miró a los ojos, y se perdió en esos profundos pozos negros, mordió su labio inferior, él tenía razón, era el patrón y no podía ser condescendiente en unos casos y en otros no.
—Lo siento, señor —respondió ella, inclinando su rostro, entonces Carlos se acercó, y la tomó de la quijada, la levantó—. Nunca agaches la cabeza ante nadie, lo que vos decís es muy cierto, existe demasiada injusticia en nuestro país, es más deberías ponerme al tanto un día de estos, yo he estado fuera tantos años y desconozco la realidad —señaló tranquilo, sereno, él era como un témpano de hielo, parecía que nada lo inmutaba; pero siempre actuaba y decía las cosas de manera inteligente y con eso la admiración hacia él aumentaba, aunque hacía un momento ella estaba enojada con él, Carlos le extendió el libro—. Esto te pertenece y bueno esta naranja no encontré un sitio en donde dejarla — dijo él con ironía.
Eliza, se sonrojó.
—Perdóneme, es que yo a veces hablo sin pensar pues, soy media atarantada —se disculpó la joven.
—Vuelve a tus labores, si te querés ir espera a que cumplas el mes, antes de eso mi mamá no te va a pagar, ya la conoces como es.
—Sí patrón —respondió ella, tomó el libro en sus manos y le sonrió, pero él la observó con frialdad.
—Se te olvida la naranja —indicó Carlos, igual de serio, claro que hacía un esfuerzo para no reírse, entonces ella tomó la fruta, se dirigió a la cocina sin regresarlo a ver; después por una de las ventanas, lo divisó en el mismo lugar parado y con una pequeña sonrisa en los labios.
«No es tan serio como aparenta» suspiró ella al decir eso en su mente.
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¿Qué opinan de la forma de ser de Elizabeth? ¿Logrará domar a la fiera que lleva dentro Carlos? ¿Qué opinan?
La fría tarde de invierno avizoraba una gran tormenta. Carlos se dirigió a toda prisa a su finca, se detuvo al ver a su madre esperándolo con un látigo en su mano.—¿Vos de dónde vienes Carlos Mario? — preguntó, acariciando la fusta.—Mamá discúlpame, vengo de la Momposina, estaba con mi hermano —balbuceó atemorizado.—Ah así que vos te escapas, para largarte a jugar con ese niñito mimado —cuestionó Luz Aída, a su hijo quién temblaba de miedo; solo que disimulaba ante su madre.—Es que estaba aburrido —respondió Carlos.—Pues ahora se te va a quitar el desgano. Ponte en esa columna — ordenó Luz Aida.
Varios días pasaron después de aquel beso, Elizabeth y Carlos evitaban encontrarse. Ella esperaba que él saliera, para entrar a limpiar su habitación.Luz Aída, seguía fingiendo sus enfermedades; y de esa manera trataba de manipular al joven Duque.Aquella mañana Carlos, entró a la habitación de su madre:—Mamá, me dice Rosa, que no te sientes bien. ¿Deseas que llame a un médico?Luz Aída se removió en su cama y emitió un quejido de dolor.—No Carlos —expresó carraspeando. —¿Para qué? —indagó resoplando—. Vos sabes bien lo que me sucede, ¿deseas mirar como tengo la espalda de tanto estar postrada?La mujer intentó indicarle a su hijo las supuestas costras; ella sab&ia
En la finca Elizabeth, ingresó a limpiar la habitación de Luz Aída, la mujer se encontraba sentada en su silla de ruedas.—Vos ¿Por qué venís a esta hora a asear mi alcoba?—Porque a mí, Rosa me indicó que a usted no le gusta que la molesten.—Ah, para colmo resultaste respondona.—Por supuesto, estoy respondiendo su pregunta señora —indicó Eliza, observando a Luz Aída.— ¿Quién te ha dado permiso de mirarme a los ojos? —bramó encolerizada la mujer—. Vos no has comprendido aún la diferencia que existe entre nosotras.Ely presionó sus labios, y luego respondió.—Sí señora, por supuesto que no somos iguales, usted es una persona discapacitada y yo no.
Pasaron diez minutos. Eliza no regresaba, la comida se empezó a enfriar, él odiaba alimentarse así; claro que en ese momento eso no le importaba sino las causas por las cuales la joven no regresaba, entonces decidió ir a buscarla, y cuando abrió la puerta de su habitación, ella apareció con su bandeja.—Gracias por abrirme. —Sonrió, ingresó rápido a la alcoba—. Casi me descubre Rosa por eso me demoré.Eliza colocó la bandeja en la mesa, advirtió que la comida de él estaba fría, entonces empezó a intercambiar la vajilla.Carlos se acercó extrañado.— ¿Qué haces? —preguntó, al momento que ambos tomaron el mismo plato y sus dedos se rozaron, los dos se miraron a los ojos, sus corazones con lentitud se fueron acelerando, mie
Manizales- ColombiaAños antes.Las penumbras cubrían el establo de la Momposina, la joven se escabulló por medio de la oscuridad y de los frondosos arbustos para llegar a la cita con su amante.Abrió despacio la puerta del establo, las tinieblas reinaban, el olor del heno seco inundó sus sentidos.Tan solo la luz de la luna que iluminaba por las pequeñas ventanas de la parte superior del establo permitía reflejar la silueta del hombre de sus sueños; por quién había esperado desde que lo conoció aun siendo una niña.A él, el corazón le empezó a latir desbocado al verla parada en la puerta del establo, con su cabello recogido, su piel al natural, porque así era ella, sencilla, sin poses, una mujer común y corriente. No era com
Carlos se levantó, y fue tras de ella.Elizabeth se escondió entre los árboles, asomaba su cabeza para observar si él la buscaba; de repente ya no lo vio y conociéndolo, ella pensó que se había ido, entonces salió de su escondite y fue sorprendida por los fuertes brazos del joven debido a la sorpresa ella se sobresaltó y exclamó un grito.Carlos después de muchos años volvió a reír a todo pulmón.—No quise asustarte —pronunció aun riendo.Aunque en ese instante Ely quiso golpearlo por asustarla, verlo reír de esa manera, le alegró el alma.—Agradezca que no sufro del corazón —afirmó mientras recargaba su cuerpo en uno de los troncos, tocándose el pecho.—Eso te pasa a vos por querer jugar al e
El corazón del joven tembló, y su ser se estremeció, era como si ella hubiera desnudado su alma en ese momento.—¿Qué te hace pensar eso? —Carraspeó.—Usted es un hombre demasiado inteligente y maduro, como para caer en las manipulaciones de una mujer enferma y despechada. Carlos, por favor no caiga en su juego; porque el único que se va a llenar el alma de odio y resentimiento va a ser usted. —Él inclinó la cabeza, las palabras de aquella humilde muchacha eran tan ciertas—. Haya sido un accidente o no, usted no tiene que ver en eso; pero no atente en contra de su hermano, es su sangre.El joven bebió un gran contenido de agua del botellín, el tono de su mirada cambió y un nudo se le formó en el estómago.—Debes saber qué hace mucho tiemp
Días después. Joaquín caminaba junto a Jairo por los cafetales, don Miguel le asignó la tarea de recolectar café. Sin embargo, ambos jóvenes la noche anterior se habían ido de parranda. El joven Duque ingería una bebida hidratante, entonces miró una piedra debajo de un gran árbol. —Me despiertas si mi papá se asoma por acá —advirtió a Jairo, el joven asintió y miró como su amigo lanzaba sobre el pasto su chaqueta y se acomodaba a dormir. Carlos había acudido a la Momposina por llamado de su papá, el joven llegó distinto a la casa; parecía una persona diferente, su mirada era otra, su semblante irradiaba felicidad. —Buenos días, papá —saludó a Miguel, quién estaba sentado en el comedor desayunando solo, puesto que Joaquín estaba trabajando. —¿Y Joaquín? —indagó el joven. El señor Duque dejó a un lado su t