Capítulo 4

Dos días después. 

Elizabeth terminaba de recoger las hojas secas que caían de los árboles, entonces su mirada se clavó en la entrada de la casa, observó a Carlos, suspiró profundo al verlo salir enfundado en unos vaqueros índigo, que hacían juego con la camisa celeste y el blazer azul marino. 

El joven caminó presuroso hacia su Suv, encendió y se marchó, sin percatarse de la presencia de la chica. 

—Es tan atractivo —murmuró ella, y prosiguió con su tarea. 

****

Carlos estaba por aparcar su auto frente al consorcio, un jeep se le atravesó en el camino. 

«El rey by Vicente Fernández» sonaban en las bocinas de aquel vehículo. 

—Con dinero y sin dinero, yo hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley. No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey…—Canturreó a todo pulmón el joven que bajó del jeep. 

—¡Idiota! —Bramó respirando agitado, observando a su hermano menor con ira, caminó por delante del joven a toda prisa para ingresar a las oficinas. 

—Excelentísimo —Bufó Joaquín haciendo una reverencia, enseguida se colocó las gafas, y siguió a su hermano. 

Ambos entraron en el elevador y ninguno se dirigió la palabra, al abrirse la puerta el primero en salir fue Carlos, de inmediato ingresó a la sala de juntas, entre tanto Joaquín se quedó a coquetear con una de las jóvenes asistentes. 

—Nos vemos en la noche, preciosa —expresó el joven sonriendo y guiñando un ojo a la chica, entonces escuchó la estridente voz de su padre llamándolo. 

El hijo menor ingresó a la sala de juntas, levantó una de sus cejas al mirar que los únicos miembros eran él, su padre y Carlos, tomó asiento en una de las sillas y elevó sus piernas por encima de la mesa, enseguida el señor Duque se puso de pie y con fuerza bajó los pies de su hijo. 

—Me alegra verlos —espetó con seriedad y los observó. 

—¿De qué se trata todo este juego? —inquirió con molestia Carlos. 

—Eso mismo les pregunto yo a ustedes dos —Bramó Miguel, y miró a su hijo mayor. —¿Desde cuándo vos pasás por encima de mi autoridad? —Gruñó.

Joaquín resopló a punto de reír, al mirar el rostro lleno de palidez de su hermano. 

—Y después dicen que la oveja negra soy yo —susurró bajito. 

Miguel se acercó a él. 

—Mientras ingresas a la universidad te quedas acá, y te pones al tanto de los asuntos de la hacienda —ordenó—. Estoy cansado de tu haraganería. 

Carlos ladeó los labios y miró a Joaquín elevando una ceja. El menor de los Duque rodó los ojos y bebió un poco de agua. 

—Y vos —se dirigió a él Miguel—. Tampoco regresas a New York hasta que aprendas que en el Consorcio mando yo —enfatizó. 

—Ya no somos unos niños —rebatió Carlos mirando a su padre con seriedad, resopló. 

—Se comportan como tal —aseveró Miguel, y caminó alrededor de la mesa—, pero son libres de aceptar mis condiciones o cada uno buscar su rumbo. —Miró a sus dos hijos. 

Carlos de inmediato se puso de pie. 

—Yo me regreso a New York —enfatizó—. No tengo nada que hacer acá. 

Abandonó la sala de juntas sin decir más. Miguel inhaló profundo, su mirada entristeció. 

—¿Y vos? —indagó a Joaquín. 

—Me quedaré unas semanas —respondió, también se levantó y abandonó la sala. 

La mirada del señor Duque se llenó de tristeza, cerró sus ojos y recordó el motivo por el cual su hijo mayor se hallaba tan resentido con él. 

****

Carlos regresó a la finca furioso, lanzó la puerta del auto, ingresó a la casa como alma que lleva el diablo. 

Elizabeth, ahora si tomaba las medidas necesarias para evitar el accidente suscitado con en días anteriores, arrugó el ceño cuando él volvió a ensuciar la baldosa que minutos antes ella había trapeado. 

La chica suspiró profundo y de nuevo se puso a limpiar, entonces minutos después un jeep se acercó a la entrada principal, un señor elegante con un aire parecido a Carlos, bajó del vehículo y caminó hasta donde ella se encontraba.

—Buenas tardes, hágame el favor de avisarle a mi hijo Carlos, que su padre necesita verlo —solicitó Miguel Duque.

—Claro, con todo gusto —respondió Elizabeth con una amable sonrisa, la muchacha se disponía a ingresar a la casa, cuando Rosa, la detuvo.

—Don Miguel, buenas tardes, ya le comunico al joven Carlos, que usted se encuentra acá —dijo el ama de llaves, tomó del brazo a Ely, y se dirigió a ella. — ¿Vos aún no entendés que a la señora Luz no le gusta que entres a la casa?

—Yo solo le iba a avisar al joven que su papá lo busca —contestó Eliza.

—Yo le informaré.

Rosa ingresó a la vivienda, mientras Eliza prosiguió haciendo su trabajo.

Entre tanto Carlos y Luz Aída, almorzaban en medio de una fuerte discusión.

—Vos sos el peor de los hijos, nunca me has querido. Otro en tu lugar vengaría a su madre. ¡Mira cómo me dejó tu hermano! —exclamó sollozando Luz Aida. 

Carlos resopló con molestia.

—Mamá no estoy de humor para discutir con vos —expresó soltando a un lado la cuchara con la que empezaba a servirse la sopa—, además a Joaquín, ni lo veo pues, él pasa en Estados Unidos. ¿Cómo me voy a vengar de él? —inquirió siguiéndole la corriente a su madre, él sabía bien que contradecirla no era buena idea.

Carlos si sentía rencor y resentimiento en contra de su hermano; pero no tenía motivos para cobrar venganza hasta ese entonces. 

Carlos Duque tenía veintidós años, no era un hombre que se dejaba manipular, él era consciente que eso no tenía sentido, en ese momento contemplaba la venganza como algo absurdo, era demasiado inteligente como para creer en la palabra de una mujer resentida, no h**o testigos del accidente; tanto ella como Joaquín, podían tener razón.

Además, él sabía que en esa época su hermano era un niño inocente, pero también conocía los alcances de su madre, nunca indicó la razón por la cual ese día estaba en la Momposina. 

Por otro lado, de lo que Carlos sí culpaba a su hermano, era de condenarlo a una existencia miserable desde el día que su madre quedó paralítica, desquitaba en él su frustración con castigos severos como: Encerrarlo en el sótano de la casa, en la oscuridad y con varias ratas a su alrededor, ese era un trauma que tenía desde niño, jamás se lo había contado a nadie, hasta hoy en día muchas veces tenía pesadillas recordando eso.

—Escúchame Carlos, vos debés quedarte con la Momposina, esa hacienda no se nos puede escapar de las manos —advirtió Luz Aída.

—Mamá, esa propiedad no le pertenece ni a mi padre, esa es la herencia de la madre de Joaquín.

—¡Qué no Carlos Duque! —vociferó—. Mientras yo viva ese infeliz jamás se quedará con esa hacienda, la Momposina nos pertenece, tenemos derecho — aclaró Luz; pero el joven, no comprendía las razones de su madre. 

—Mamá, nosotros no podemos reclamar nada —aconsejó Carlos.

—Yo no, pero vos si, sos mi hijo... ¿No entendés? —inquirió arrugando la nariz—. Esa es la hacienda más grande de la región, son los mayores exportadores de café, ya te veo a vos administrando todo eso, te lo mereces, vos has luchado tanto por eso.

Luz Aída conocía que el tendón de Aquiles de su hijo, era demostrarle a su padre que era mejor que Joaquín, sabía que, incitando su deseo de poder, iba a lograr mucho. 

Carlos se quedó pensativo, quizás en eso su madre tenía razón; pensó él. No era justo que Joaquín, siendo un bueno para nada se quedara con todo; la ambición se apoderó del corazón del joven.

—Hablaré con mi padre al respecto —indicó él, en ese momento Rosa interrumpió:

—Joven, Don Miguel lo está esperando afuera de la casa.

Carlos había evitado hablar a solas con su papá, estaba resentido con él; sin embargo, sabía que en algún momento lo tenía que enfrentar.

—Así que Miguel, está acá pues... ¡Hazlo pasar mijo! Quiero ver la cara de ese ingrato —sugirió Luz.

Carlos negó con la cabeza, contrariado se puso de pie, caminó hasta la puerta, observó a su padre parado a un costado del jeep. El joven respiró profundo y con seriedad se dirigió hasta donde estaba el señor Duque.

—¿Qué haces acá?

—Hola, mijo —respondió Miguel, quiso abrazarlo; pero él lo esquivó—. En la junta no pudimos hablar. 

—Ahórrate la hipocresía papá, si es que aún te puedo llamar así; porque al parecer vos solo tenés un hijo y ese no soy precisamente yo. 

Elizabeth, sin el ánimo de escuchar, debido a que realizaba sus labores diarias, era oyente de aquel encuentro.

—Hijo por favor no digas esas cosas pues, vos sabés los problemas que tengo con Joaquín.

—Sí papá, me quedó muy claro que los aprietos de mi hermano ocupan toda tu atención, tanto así que fui el único de mi clase que se graduó solo; pero no te preocupes ya estoy acostumbrado a tus desplantes — respondió, fingiendo que no le importó. 

Miguel sintió un nudo en la garganta ante los reclamos de su hijo. 

—Carlos mijo, por favor entendeme, iban a expulsar a tu hermano, lo encontraron con droga en sus casilleros; él jura que no lo hizo y yo no sé pues si dice la verdad o no; me lo traje acá para que pase las vacaciones y me gustaría a vos tenerte en casa, quiero hacer una comida, y festejar tu regreso. 

Carlos negó con la cabeza y después sonrió con ironía.

—¿Vos pensás que con un almuerzo lo solucionas todo? —cuestionó

bufando—. No te preocupes por mi papá, mejor organiza ese banquete para que le den la bienvenida al hijo pródigo, tu hijo favorito, porque lo que yo haga o deje de hacer a vos no te importa, a nadie le interesa — respondió el joven, con soberbia y orgullo; pero por dentro todas sus ilusiones, esperanzas, se rompían en mil pedazos, él se iba muriendo por dentro. 

Elizabeth escuchó la conversación, entonces ella comprendió las razones por las cuales él era, así tan frío; sintió pesar por Carlos, no era malo, lo que estaba era solo; sin embargo, no podía hacer nada por él, porque la ignoraba y era mejor así, él era el patrón, y ella una empleada más. 

Cuando Carlos, regresó a la casa dejando a su padre con la palabra en la boca Luz Aída, lo increpó.

—¿Sos pendejo? —cuestionó enfocando su azulada y gélida mirada en él—. Esta es la oportunidad de conseguir lo que vos quieras de tu papá, ese sentimiento de culpa te puede servir de mucho — aconsejó su madre; pero él no le hizo caso, subió hasta su habitación y se encerró. No salió en todo el día, ni siquiera a almorzar.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo