Dos días después.
Elizabeth terminaba de recoger las hojas secas que caían de los árboles, entonces su mirada se clavó en la entrada de la casa, observó a Carlos, suspiró profundo al verlo salir enfundado en unos vaqueros índigo, que hacían juego con la camisa celeste y el blazer azul marino.
El joven caminó presuroso hacia su Suv, encendió y se marchó, sin percatarse de la presencia de la chica.
—Es tan atractivo —murmuró ella, y prosiguió con su tarea.
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Carlos estaba por aparcar su auto frente al consorcio, un jeep se le atravesó en el camino.
«El rey by Vicente Fernández» sonaban en las bocinas de aquel vehículo.
—Con dinero y sin dinero, yo hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley. No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey…—Canturreó a todo pulmón el joven que bajó del jeep.
—¡Idiota! —Bramó respirando agitado, observando a su hermano menor con ira, caminó por delante del joven a toda prisa para ingresar a las oficinas.
—Excelentísimo —Bufó Joaquín haciendo una reverencia, enseguida se colocó las gafas, y siguió a su hermano.
Ambos entraron en el elevador y ninguno se dirigió la palabra, al abrirse la puerta el primero en salir fue Carlos, de inmediato ingresó a la sala de juntas, entre tanto Joaquín se quedó a coquetear con una de las jóvenes asistentes.
—Nos vemos en la noche, preciosa —expresó el joven sonriendo y guiñando un ojo a la chica, entonces escuchó la estridente voz de su padre llamándolo.
El hijo menor ingresó a la sala de juntas, levantó una de sus cejas al mirar que los únicos miembros eran él, su padre y Carlos, tomó asiento en una de las sillas y elevó sus piernas por encima de la mesa, enseguida el señor Duque se puso de pie y con fuerza bajó los pies de su hijo.
—Me alegra verlos —espetó con seriedad y los observó.
—¿De qué se trata todo este juego? —inquirió con molestia Carlos.
—Eso mismo les pregunto yo a ustedes dos —Bramó Miguel, y miró a su hijo mayor. —¿Desde cuándo vos pasás por encima de mi autoridad? —Gruñó.
Joaquín resopló a punto de reír, al mirar el rostro lleno de palidez de su hermano.
—Y después dicen que la oveja negra soy yo —susurró bajito.
Miguel se acercó a él.
—Mientras ingresas a la universidad te quedas acá, y te pones al tanto de los asuntos de la hacienda —ordenó—. Estoy cansado de tu haraganería.
Carlos ladeó los labios y miró a Joaquín elevando una ceja. El menor de los Duque rodó los ojos y bebió un poco de agua.
—Y vos —se dirigió a él Miguel—. Tampoco regresas a New York hasta que aprendas que en el Consorcio mando yo —enfatizó.
—Ya no somos unos niños —rebatió Carlos mirando a su padre con seriedad, resopló.
—Se comportan como tal —aseveró Miguel, y caminó alrededor de la mesa—, pero son libres de aceptar mis condiciones o cada uno buscar su rumbo. —Miró a sus dos hijos.
Carlos de inmediato se puso de pie.
—Yo me regreso a New York —enfatizó—. No tengo nada que hacer acá.
Abandonó la sala de juntas sin decir más. Miguel inhaló profundo, su mirada entristeció.
—¿Y vos? —indagó a Joaquín.
—Me quedaré unas semanas —respondió, también se levantó y abandonó la sala.
La mirada del señor Duque se llenó de tristeza, cerró sus ojos y recordó el motivo por el cual su hijo mayor se hallaba tan resentido con él.
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Carlos regresó a la finca furioso, lanzó la puerta del auto, ingresó a la casa como alma que lleva el diablo.
Elizabeth, ahora si tomaba las medidas necesarias para evitar el accidente suscitado con en días anteriores, arrugó el ceño cuando él volvió a ensuciar la baldosa que minutos antes ella había trapeado.
La chica suspiró profundo y de nuevo se puso a limpiar, entonces minutos después un jeep se acercó a la entrada principal, un señor elegante con un aire parecido a Carlos, bajó del vehículo y caminó hasta donde ella se encontraba.
—Buenas tardes, hágame el favor de avisarle a mi hijo Carlos, que su padre necesita verlo —solicitó Miguel Duque.
—Claro, con todo gusto —respondió Elizabeth con una amable sonrisa, la muchacha se disponía a ingresar a la casa, cuando Rosa, la detuvo.
—Don Miguel, buenas tardes, ya le comunico al joven Carlos, que usted se encuentra acá —dijo el ama de llaves, tomó del brazo a Ely, y se dirigió a ella. — ¿Vos aún no entendés que a la señora Luz no le gusta que entres a la casa?
—Yo solo le iba a avisar al joven que su papá lo busca —contestó Eliza.
—Yo le informaré.
Rosa ingresó a la vivienda, mientras Eliza prosiguió haciendo su trabajo.
Entre tanto Carlos y Luz Aída, almorzaban en medio de una fuerte discusión.
—Vos sos el peor de los hijos, nunca me has querido. Otro en tu lugar vengaría a su madre. ¡Mira cómo me dejó tu hermano! —exclamó sollozando Luz Aida.
Carlos resopló con molestia.
—Mamá no estoy de humor para discutir con vos —expresó soltando a un lado la cuchara con la que empezaba a servirse la sopa—, además a Joaquín, ni lo veo pues, él pasa en Estados Unidos. ¿Cómo me voy a vengar de él? —inquirió siguiéndole la corriente a su madre, él sabía bien que contradecirla no era buena idea.
Carlos si sentía rencor y resentimiento en contra de su hermano; pero no tenía motivos para cobrar venganza hasta ese entonces.
Carlos Duque tenía veintidós años, no era un hombre que se dejaba manipular, él era consciente que eso no tenía sentido, en ese momento contemplaba la venganza como algo absurdo, era demasiado inteligente como para creer en la palabra de una mujer resentida, no h**o testigos del accidente; tanto ella como Joaquín, podían tener razón.
Además, él sabía que en esa época su hermano era un niño inocente, pero también conocía los alcances de su madre, nunca indicó la razón por la cual ese día estaba en la Momposina.
Por otro lado, de lo que Carlos sí culpaba a su hermano, era de condenarlo a una existencia miserable desde el día que su madre quedó paralítica, desquitaba en él su frustración con castigos severos como: Encerrarlo en el sótano de la casa, en la oscuridad y con varias ratas a su alrededor, ese era un trauma que tenía desde niño, jamás se lo había contado a nadie, hasta hoy en día muchas veces tenía pesadillas recordando eso.
—Escúchame Carlos, vos debés quedarte con la Momposina, esa hacienda no se nos puede escapar de las manos —advirtió Luz Aída.
—Mamá, esa propiedad no le pertenece ni a mi padre, esa es la herencia de la madre de Joaquín.
—¡Qué no Carlos Duque! —vociferó—. Mientras yo viva ese infeliz jamás se quedará con esa hacienda, la Momposina nos pertenece, tenemos derecho — aclaró Luz; pero el joven, no comprendía las razones de su madre.
—Mamá, nosotros no podemos reclamar nada —aconsejó Carlos.
—Yo no, pero vos si, sos mi hijo... ¿No entendés? —inquirió arrugando la nariz—. Esa es la hacienda más grande de la región, son los mayores exportadores de café, ya te veo a vos administrando todo eso, te lo mereces, vos has luchado tanto por eso.
Luz Aída conocía que el tendón de Aquiles de su hijo, era demostrarle a su padre que era mejor que Joaquín, sabía que, incitando su deseo de poder, iba a lograr mucho.
Carlos se quedó pensativo, quizás en eso su madre tenía razón; pensó él. No era justo que Joaquín, siendo un bueno para nada se quedara con todo; la ambición se apoderó del corazón del joven.
—Hablaré con mi padre al respecto —indicó él, en ese momento Rosa interrumpió:
—Joven, Don Miguel lo está esperando afuera de la casa.
Carlos había evitado hablar a solas con su papá, estaba resentido con él; sin embargo, sabía que en algún momento lo tenía que enfrentar.
—Así que Miguel, está acá pues... ¡Hazlo pasar mijo! Quiero ver la cara de ese ingrato —sugirió Luz.
Carlos negó con la cabeza, contrariado se puso de pie, caminó hasta la puerta, observó a su padre parado a un costado del jeep. El joven respiró profundo y con seriedad se dirigió hasta donde estaba el señor Duque.
—¿Qué haces acá?
—Hola, mijo —respondió Miguel, quiso abrazarlo; pero él lo esquivó—. En la junta no pudimos hablar.
—Ahórrate la hipocresía papá, si es que aún te puedo llamar así; porque al parecer vos solo tenés un hijo y ese no soy precisamente yo.
Elizabeth, sin el ánimo de escuchar, debido a que realizaba sus labores diarias, era oyente de aquel encuentro.
—Hijo por favor no digas esas cosas pues, vos sabés los problemas que tengo con Joaquín.
—Sí papá, me quedó muy claro que los aprietos de mi hermano ocupan toda tu atención, tanto así que fui el único de mi clase que se graduó solo; pero no te preocupes ya estoy acostumbrado a tus desplantes — respondió, fingiendo que no le importó.
Miguel sintió un nudo en la garganta ante los reclamos de su hijo.
—Carlos mijo, por favor entendeme, iban a expulsar a tu hermano, lo encontraron con droga en sus casilleros; él jura que no lo hizo y yo no sé pues si dice la verdad o no; me lo traje acá para que pase las vacaciones y me gustaría a vos tenerte en casa, quiero hacer una comida, y festejar tu regreso.
Carlos negó con la cabeza y después sonrió con ironía.
—¿Vos pensás que con un almuerzo lo solucionas todo? —cuestionó
bufando—. No te preocupes por mi papá, mejor organiza ese banquete para que le den la bienvenida al hijo pródigo, tu hijo favorito, porque lo que yo haga o deje de hacer a vos no te importa, a nadie le interesa — respondió el joven, con soberbia y orgullo; pero por dentro todas sus ilusiones, esperanzas, se rompían en mil pedazos, él se iba muriendo por dentro.
Elizabeth escuchó la conversación, entonces ella comprendió las razones por las cuales él era, así tan frío; sintió pesar por Carlos, no era malo, lo que estaba era solo; sin embargo, no podía hacer nada por él, porque la ignoraba y era mejor así, él era el patrón, y ella una empleada más.
Cuando Carlos, regresó a la casa dejando a su padre con la palabra en la boca Luz Aída, lo increpó.
—¿Sos pendejo? —cuestionó enfocando su azulada y gélida mirada en él—. Esta es la oportunidad de conseguir lo que vos quieras de tu papá, ese sentimiento de culpa te puede servir de mucho — aconsejó su madre; pero él no le hizo caso, subió hasta su habitación y se encerró. No salió en todo el día, ni siquiera a almorzar.
Elizabeth al terminar su jornada, tomó el libro que Carlos le regaló, caminaba en dirección al arroyo, de pronto se detuvo cuando escuchó una discusión, se acercó y era Pedro, el hombre que la recibió en días pasados y que se portó como un patán con ella, quien discutía con una anciana.—Mira vieja pendeja... Te voy a acusar con doña Luz Aída, que vienes a robarte las naranjas —amenazó jaloneando a la señora.—Yo no me estoy robando nada pues, solo recojo la fruta que se echa a perder, no seas malo, yo tengo nietos que alimentar.—Esa no es nuestra responsabilidad, ve y diles a tus hijas que dejen de andar abriendo las piernas al primero que se les asoma pues.Al momento que terminó la frase, sintió su rostro arder al sentir la bofetada que Elizabeth le propin
La fría tarde de invierno avizoraba una gran tormenta. Carlos se dirigió a toda prisa a su finca, se detuvo al ver a su madre esperándolo con un látigo en su mano.—¿Vos de dónde vienes Carlos Mario? — preguntó, acariciando la fusta.—Mamá discúlpame, vengo de la Momposina, estaba con mi hermano —balbuceó atemorizado.—Ah así que vos te escapas, para largarte a jugar con ese niñito mimado —cuestionó Luz Aída, a su hijo quién temblaba de miedo; solo que disimulaba ante su madre.—Es que estaba aburrido —respondió Carlos.—Pues ahora se te va a quitar el desgano. Ponte en esa columna — ordenó Luz Aida.
Varios días pasaron después de aquel beso, Elizabeth y Carlos evitaban encontrarse. Ella esperaba que él saliera, para entrar a limpiar su habitación.Luz Aída, seguía fingiendo sus enfermedades; y de esa manera trataba de manipular al joven Duque.Aquella mañana Carlos, entró a la habitación de su madre:—Mamá, me dice Rosa, que no te sientes bien. ¿Deseas que llame a un médico?Luz Aída se removió en su cama y emitió un quejido de dolor.—No Carlos —expresó carraspeando. —¿Para qué? —indagó resoplando—. Vos sabes bien lo que me sucede, ¿deseas mirar como tengo la espalda de tanto estar postrada?La mujer intentó indicarle a su hijo las supuestas costras; ella sab&ia
En la finca Elizabeth, ingresó a limpiar la habitación de Luz Aída, la mujer se encontraba sentada en su silla de ruedas.—Vos ¿Por qué venís a esta hora a asear mi alcoba?—Porque a mí, Rosa me indicó que a usted no le gusta que la molesten.—Ah, para colmo resultaste respondona.—Por supuesto, estoy respondiendo su pregunta señora —indicó Eliza, observando a Luz Aída.— ¿Quién te ha dado permiso de mirarme a los ojos? —bramó encolerizada la mujer—. Vos no has comprendido aún la diferencia que existe entre nosotras.Ely presionó sus labios, y luego respondió.—Sí señora, por supuesto que no somos iguales, usted es una persona discapacitada y yo no.
Pasaron diez minutos. Eliza no regresaba, la comida se empezó a enfriar, él odiaba alimentarse así; claro que en ese momento eso no le importaba sino las causas por las cuales la joven no regresaba, entonces decidió ir a buscarla, y cuando abrió la puerta de su habitación, ella apareció con su bandeja.—Gracias por abrirme. —Sonrió, ingresó rápido a la alcoba—. Casi me descubre Rosa por eso me demoré.Eliza colocó la bandeja en la mesa, advirtió que la comida de él estaba fría, entonces empezó a intercambiar la vajilla.Carlos se acercó extrañado.— ¿Qué haces? —preguntó, al momento que ambos tomaron el mismo plato y sus dedos se rozaron, los dos se miraron a los ojos, sus corazones con lentitud se fueron acelerando, mie
Manizales- ColombiaAños antes.Las penumbras cubrían el establo de la Momposina, la joven se escabulló por medio de la oscuridad y de los frondosos arbustos para llegar a la cita con su amante.Abrió despacio la puerta del establo, las tinieblas reinaban, el olor del heno seco inundó sus sentidos.Tan solo la luz de la luna que iluminaba por las pequeñas ventanas de la parte superior del establo permitía reflejar la silueta del hombre de sus sueños; por quién había esperado desde que lo conoció aun siendo una niña.A él, el corazón le empezó a latir desbocado al verla parada en la puerta del establo, con su cabello recogido, su piel al natural, porque así era ella, sencilla, sin poses, una mujer común y corriente. No era com
Carlos se levantó, y fue tras de ella.Elizabeth se escondió entre los árboles, asomaba su cabeza para observar si él la buscaba; de repente ya no lo vio y conociéndolo, ella pensó que se había ido, entonces salió de su escondite y fue sorprendida por los fuertes brazos del joven debido a la sorpresa ella se sobresaltó y exclamó un grito.Carlos después de muchos años volvió a reír a todo pulmón.—No quise asustarte —pronunció aun riendo.Aunque en ese instante Ely quiso golpearlo por asustarla, verlo reír de esa manera, le alegró el alma.—Agradezca que no sufro del corazón —afirmó mientras recargaba su cuerpo en uno de los troncos, tocándose el pecho.—Eso te pasa a vos por querer jugar al e
El corazón del joven tembló, y su ser se estremeció, era como si ella hubiera desnudado su alma en ese momento.—¿Qué te hace pensar eso? —Carraspeó.—Usted es un hombre demasiado inteligente y maduro, como para caer en las manipulaciones de una mujer enferma y despechada. Carlos, por favor no caiga en su juego; porque el único que se va a llenar el alma de odio y resentimiento va a ser usted. —Él inclinó la cabeza, las palabras de aquella humilde muchacha eran tan ciertas—. Haya sido un accidente o no, usted no tiene que ver en eso; pero no atente en contra de su hermano, es su sangre.El joven bebió un gran contenido de agua del botellín, el tono de su mirada cambió y un nudo se le formó en el estómago.—Debes saber qué hace mucho tiemp