En la finca Elizabeth, ingresó a limpiar la habitación de Luz Aída, la mujer se encontraba sentada en su silla de ruedas.
—Vos ¿Por qué venís a esta hora a asear mi alcoba?
—Porque a mí, Rosa me indicó que a usted no le gusta que la molesten.
—Ah, para colmo resultaste respondona.
—Por supuesto, estoy respondiendo su pregunta señora —indicó Eliza, observando a Luz Aída.
— ¿Quién te ha dado permiso de mirarme a los ojos? —bramó encolerizada la mujer—. Vos no has comprendido aún la diferencia que existe entre nosotras.
Ely presionó sus labios, y luego respondió.
—Sí señora, por supuesto que no somos iguales, usted es una persona discapacitada y yo no.
Pasaron diez minutos. Eliza no regresaba, la comida se empezó a enfriar, él odiaba alimentarse así; claro que en ese momento eso no le importaba sino las causas por las cuales la joven no regresaba, entonces decidió ir a buscarla, y cuando abrió la puerta de su habitación, ella apareció con su bandeja.—Gracias por abrirme. —Sonrió, ingresó rápido a la alcoba—. Casi me descubre Rosa por eso me demoré.Eliza colocó la bandeja en la mesa, advirtió que la comida de él estaba fría, entonces empezó a intercambiar la vajilla.Carlos se acercó extrañado.— ¿Qué haces? —preguntó, al momento que ambos tomaron el mismo plato y sus dedos se rozaron, los dos se miraron a los ojos, sus corazones con lentitud se fueron acelerando, mie
Manizales- ColombiaAños antes.Las penumbras cubrían el establo de la Momposina, la joven se escabulló por medio de la oscuridad y de los frondosos arbustos para llegar a la cita con su amante.Abrió despacio la puerta del establo, las tinieblas reinaban, el olor del heno seco inundó sus sentidos.Tan solo la luz de la luna que iluminaba por las pequeñas ventanas de la parte superior del establo permitía reflejar la silueta del hombre de sus sueños; por quién había esperado desde que lo conoció aun siendo una niña.A él, el corazón le empezó a latir desbocado al verla parada en la puerta del establo, con su cabello recogido, su piel al natural, porque así era ella, sencilla, sin poses, una mujer común y corriente. No era com
Carlos se levantó, y fue tras de ella.Elizabeth se escondió entre los árboles, asomaba su cabeza para observar si él la buscaba; de repente ya no lo vio y conociéndolo, ella pensó que se había ido, entonces salió de su escondite y fue sorprendida por los fuertes brazos del joven debido a la sorpresa ella se sobresaltó y exclamó un grito.Carlos después de muchos años volvió a reír a todo pulmón.—No quise asustarte —pronunció aun riendo.Aunque en ese instante Ely quiso golpearlo por asustarla, verlo reír de esa manera, le alegró el alma.—Agradezca que no sufro del corazón —afirmó mientras recargaba su cuerpo en uno de los troncos, tocándose el pecho.—Eso te pasa a vos por querer jugar al e
El corazón del joven tembló, y su ser se estremeció, era como si ella hubiera desnudado su alma en ese momento.—¿Qué te hace pensar eso? —Carraspeó.—Usted es un hombre demasiado inteligente y maduro, como para caer en las manipulaciones de una mujer enferma y despechada. Carlos, por favor no caiga en su juego; porque el único que se va a llenar el alma de odio y resentimiento va a ser usted. —Él inclinó la cabeza, las palabras de aquella humilde muchacha eran tan ciertas—. Haya sido un accidente o no, usted no tiene que ver en eso; pero no atente en contra de su hermano, es su sangre.El joven bebió un gran contenido de agua del botellín, el tono de su mirada cambió y un nudo se le formó en el estómago.—Debes saber qué hace mucho tiemp
Días después. Joaquín caminaba junto a Jairo por los cafetales, don Miguel le asignó la tarea de recolectar café. Sin embargo, ambos jóvenes la noche anterior se habían ido de parranda. El joven Duque ingería una bebida hidratante, entonces miró una piedra debajo de un gran árbol. —Me despiertas si mi papá se asoma por acá —advirtió a Jairo, el joven asintió y miró como su amigo lanzaba sobre el pasto su chaqueta y se acomodaba a dormir. Carlos había acudido a la Momposina por llamado de su papá, el joven llegó distinto a la casa; parecía una persona diferente, su mirada era otra, su semblante irradiaba felicidad. —Buenos días, papá —saludó a Miguel, quién estaba sentado en el comedor desayunando solo, puesto que Joaquín estaba trabajando. —¿Y Joaquín? —indagó el joven. El señor Duque dejó a un lado su t
Eliza algo confundida obedeció la orden de Carlos. Mientras la joven se dirigía a buscar al administrador, él se quedó con la anciana que sentía mucha vergüenza y hasta cierto temor. —Señora cuénteme, cómo es que usted está a cargo de sus nietos. ¿Los padres de los niños en dónde están? La mujer deglutió con dificultad la saliva. —Lo que pasa patrón que mi hija se metió con un mal hombre, que la maltrataba —sollozó la anciana con tristeza—. Era un bueno para nada, solo tenía a mi hija para llenarla de muchachitos, por más que le aconsejé, que le supliqué que lo dejara... No me hizo caso —suspiró la mujer. —¿Qué pasó con su hija? —indagó el joven. —Ese desgraciado la humillaba, la maltrataba física y verbalmente, mi hija en varias ocasiones se separó de él; venía con sus niños hasta mi humilde casita; pero el infeliz, le pedía perdón y la convencí
Mientras Carlos en su habitación sentado frente al computador, intentaba concentrarse en sus labores, pero no podía, reflexionaba las palabras de Ely, pensó que había sido demasiado cruel con ella, entonces recordó sus cuestionamientos.Después reflexiono y se dio cuenta de que ella también tenía motivos para molestarse, le pidió disculpas y él fue muy soberbio.En ese instante escuchó los golpes en la puerta de su habitación.—¿Quién? —preguntó con el tono de voz seco.—Yo doctor —respondió Elizabeth, él exhaló un suspiro, se quedó pensativo, entonces se puso de pie y abrió la puerta—. Le traje su comida —indicó ella y pasó a la habitación sin decir nada, colocó la bandeja sobre la mesa, y se puso a
Los inmensos cafetales se abrían paso por medio de la carretera, los rayos del sol acompañaban a los viajantes, quienes sonreían divertidos, mientras dejaban atrás las grandes haciendas. De repente el clima cambió, todo empezó a cubrirse de una espesa neblina. Carlos, no podía divisar bien el camino, era como si la vista se le nublara y todo se tornara oscuro. De repente se vio a él mismo parado a un lado de la carretera y el vehículo que viajaban al fondo del abismo. Observaba a la gente pasar por su alrededor como si no lo pudieran ver. Se acercaba a las personas que corrían de un lado a otro para rescatar a las víctimas del vehículo, pero era como si no lo escucharan; en cambio, él si podía oír lo que decían. De repente las voces de los paramédicos hicieron eco en él. —La mujer del vehículo está muerta. No hay nada que podamos hacer — dijo uno de ellos. —¿Algui