Luego de la fatídica y desquiciada cláusula, muy propia de una mente enferma como la de su abuelo, Magnus se cuestionaba la real utilidad de la riqueza y los pro y contra de ser pobre.
Sus tías lo ayudaban.—No podrás usar la ropa costosa y bella que tanto te gusta —le decía la tía Agustina, conocida adicta a las compras—. Y las telas sintéticas baratas te causan sarpullido, imagina lo que le pasará a tu suave piel.Magnus se removió, admirando la bella textura de su camisa. Ni hablar de la ropa interior, él no usaba nada que no fuera cien por ciento algodón.—Conseguiré otro trabajo. De todos modos no tengo muchos gastos, destinaré lo necesario para la ropa.—¿Y el auto? Te quedarás sin auto, Magnus —agregó Agustina.—Ahorraré para comprar otro.—Y mientras tanto tendrás que usar el transporte público. Imagina todas esas personas, sudorosas, húmedas, malolientes, ruidosas y apretadas, frotándose contra tu cuerpo. No podrás soportarlo. El olor a pobre es tan triste, querido.Él no podía ni siquiera imaginar un olor así, ya estaba reprimiendo las náuseas.—Puedes conseguir una bicicleta —dijo la tía Elena.Recibió un codazo de Agustina y se quedó en silencio, sobándose el brazo.—Si vas en bicicleta al trabajo llegarás todo sudado. Tendrás que bañarte, pero tú apenas y puedes usar un baño que no sea el de casa. Y si no tienen duchas, estarás sudado y maloliente todo el día.Magnus se aferró la cabeza.—Y la comida. Todos esos alimentos orgánicos y libres de preservantes que comes no son nada baratos. No podrás conseguirlos y acabarás comiendo chatarra refinada, con exceso de sodio, colesterol y calorías. Tal vez y hasta tengas que volver a comer carne.El joven ya no pudo más con tanto horror. Se levantó del sillón cubriéndose la boca. Fue hasta la ventana, la empujó y llenó sus pulmones del aliento frío de las montañas. Estaba hiperventilando.Qué cruel y despiadado era el destino que le aguardaba. Se suponía que lo realmente importante era la riqueza de espíritu y no la material. ¡¿Por qué el mundo era tan injusto?!—Y tendrás que aprender a cocinar porque no habrá dinero para pagarle a Irene —agregó Agustina, que había llegado hasta su lado.Magnus miró a su tía Elena, ella había empezado a ver una revista.—Oh, sí. Elena se quedará contigo y podría cocinar para ti. ¿Recuerdas esa sopa que hizo una vez? Faltaron baños para hacer frente a nuestra urgencia. Por poco y botaste hasta las tripas.La tía Elena era una mujer muy dulce, pero no tenía manos para la cocina, no señor. Ella convertía en veneno todo lo que tocaba.—No olvides que ella se aburre fácilmente y que tiene aficiones bastante caras. ¿Y qué hace cuando se aburre, Magnus querido?Hablar. Ella hablaba hasta por los codos y no había quién pudiera callarla. Y lo peor era que ni siquiera decía cosas interesantes. ¡El infierno era lo que le esperaba!—A todo eso tendrás que agregar el dolor de ver a tus amadas tías sumidas en la pobreza ¿No te romperá el corazón, Magnus, vernos en tal desdicha? A ti siempre te ha gustado mi cabello ¿No?La tía Agustina tenía una melena rubia y rizada. De niño él le estiraba los rizos y se divertía viéndolos recuperar su forma. Su cabello era suave, hermoso y olía muy bien, por eso se atrevía a tocarlo, y porque no tenía todavía problemas para hacerlo.—No tendré dinero para el estilista ni para costear los productos necesarios para mantenerlo hermoso, puede que incluso me quede calva, Magnus. ¡No permitas que me pase eso! —Se cubrió el rostro con el brazo en una pose dramática y lloró.—Yo trabajaré también —dijo Elena, bien lejos de cualquier codazo.Agustina la miró con furia y el puño apretado en alto.—Puedo tejer o pintar cerámicas, me va muy bien en eso —agregó.Agustina sonrió, haciendo el ademán de aplaudir a espaldas de Magnus.No pudo evitar recordar él el sweater que la tía Elena le había tejido luego de tomar un curso durante un año. Tenía una manga más larga que la otra y estaba muy ajustado del cuello. No duró quince minutos con él puesto y casi se murió intentando sacárselo. Ni hablar de las cerámicas. Ella había logrado ponerlas a la venta en una galería.—Vendí todas las cerámicas que pinté —dijo con orgullo.Magnus las había comprado todas. Cómo iba a decepcionarla con lo entusiasmada que estaba. Y le habían quedado tan feas, ni para pisapapeles servían.—Querido, eres listo, no podemos perder todo lo que tanto esfuerzo nos ha costado sólo por un capricho tonto del abuelo —siguió diciendo Agustina.—Tampoco voy a comprometerme y casarme por un capricho tonto.—El matrimonio no tiene que ser real, nada tiene que ser real —empezó a susurrarle ella—. Podemos contratar a una actriz para que finja ser tu novia y, cuando acaben las cláusulas, te divorcias y ya, fin del asunto, conservamos lo que nos pertenece y tú sigues con tu vida y tu linda ropa, tu auto con chofer, tu comida saludable y tus estrictos hábitos de limpieza. Esos productos que usas tampoco son baratos. Y varios son importados ¿No?Magnus suspiró. El futuro se veía negro como un pozo sin fondo, pero no todo estaba perdido, había una última carta que jugar para conservar su modus vivendi y el de sus tías.Y vencer en su juego enfermizo al abuelo.—Voy a impugnar el testamento —dijo él, con un brillo de esperanza en los ojos—. Lo hablaré con mis abogados. El abuelo estaba loco, todos lo sabemos. Si logro comprobarlo, el testamento no tendrá validez y no habrá ninguna cláusula absurda que cumplir. Y podremos dejar esta casa tenebrosa y fría.Agustina sonrió. Si eso era posible, sería mucho más sencillo. De todos modos, empezaría ella a hacer una lista de posibles candidatas para ser la flamante esposa de su sobrino. Había que ser prevenida y estar lista para lo que viniera.—¿Cuántas veces a la semana te bañas? —preguntó Magnus, con su expresión de ejecutivo de alto nivel, muy profesional y con varios grados académicos a cuesta.Él y Agustina estaban en la ciudad. Llevaban dos horas en una sala de reuniones de empresas Grandón, entrevistando a las candidatas que habían sido citadas para el puesto de esposa. Sí, Magnus había fracasado en impugnar el testamento, pese a la contundente evidencia de la locura de su abuelo. Al parecer, al juez poco le importaban los traumas familiares, las peculiares decisiones del hombre en los negocios o los cuestionables métodos de crianza para con sus hijos y nietos. No conocía el hombre los derechos humanos ni la diferencia entre educación y tortura.—Es una pena la partida de Álvaro. Él era toda una leyenda en el campo de golf. El equipo judicial lo extrañará —había dicho el magistrado, antes de firmar la sentencia donde rechazaba su petición. ¡Y se había tardado tres semanas en dictar tal veredicto! Con sólo una sema
—¿Por qué tenemos que regresar? Yo quiero quedarme más tiempo —decía Lucía—. Mi piel no se ha bronceado lo suficiente.Disfrutaba ella del último atardecer en un paraíso tropical en Tailandia. Extendida bajo el sol, sin ninguna otra preocupación que no fuera que su vaso siguiera lleno, esa era vida, la vida que ella se merecía.—Mi abuelo murió, tengo que volver. No seas insensible, por favor.—Ale, ¿me vas a llevar a un funeral? No me gustan los funerales.—El funeral ya fue, debo ir a reclamar mi herencia —dijo él, sonriendo—. Estás contemplando al futuro dueño de empresas Grandón. —¡Ay, amor! Estoy tan orgullosa de ti. Siempre supe que llegarías muy lejos. Cuando quedaban tres días para el cumplimiento de la cláusula del compromiso matrimonial, Alejandro Rodríguez Grandón, único hijo de Agustina, regresaba luego de meses de viajar por el mundo gracias a la suculenta mesada que recibía por ser miembro de la familia. —¡¿Por qué el abuelo no me dejó la empresa a mí?! Soy mayor que
En la vida había días malos, muy malos y los peores. Beatriz Valdés estaba pensando en agregar una categoría más. Muy temprano en la mañana le habían informado que la beca con la que estudiaba Artes en la universidad se había terminado. La fundación que se la había dado se declaraba en la quiebra y no había dinero. "No importa", dijo ella, con una optimista sonrisa. En su tiempo libre trabajaba en un taller de cerámicas. Ella quería ser escultora y, además del dinero, ganaba una valiosa experiencia. Sin la beca, tendría que hacer horas extra, incluso trabajar como repartidora de los productos que fabricaban. Tenía una motocicleta y cobraría más barato que la actual empresa que usaban. Era ganancia para todos, su jefe no podría negarse.Sin embargo, cuando llegó a su trabajo, halló un espacio vacío, como si hubieran borrado el taller del paisaje. Lo poco que quedaba de su fuente laboral y único sustento era un montón de escombros, negros y humeantes. "Alguien usó una extensión eléctr
En la mesa de la cocina, Beatriz miraba los últimos billetes que le quedaban. Habían acabado en la lavadora junto a toda su ropa, envilecida por el excremento y su pestilencia. Eran de un papel de consistencia algo plástica y no se habían deshecho, pero el retrato del hombre en traje militar en ellos se había estropeado. Entre las manchas de tinta corrida, Beatriz lo veía gritar con una mueca de espanto, igual como deseaba hacerlo ella.—¿Casarme? —preguntó por tercera vez—. ¿Magnus quiere casarse conmigo?Estaba algo azorada y sentía las mejillas arder por tan repentina propuesta.—No, hija. Bueno, tal vez, pero de mentiritas. Elena puede explicártelo mejor.Elena se lo explicó una vez más. No recordaba que la muchacha fuera tan lenta, debía ser por la zambullida en estiércol.—¿Y eso no sería como venderme?—No, querida, claro que no —aseguró Elena—. Todo será actuado.—Como en las películas, Bea o en el teatro. ¿Recuerdas lo mucho que te gustaba actuar en la escuela? Hasta querías
—¡Bea, ayúdame a poner la mesa! —gritaba Irene.Era pleno verano, su hija estaba de vacaciones en la escuela y se quedaba con ella en casa los fines de semana, el resto del tiempo se iba con el pendenciero del padre, así había sido desde su separación.Beatriz seguía pegada a la ventana, admirando el paisaje, con la cabeza en las nubes. Debía ser la adolescencia.—Luego del almuerzo le preguntaré a don Álvaro si puedes usar la piscina, pero ahora ayúdame.Era una niña después de todo y se aburría viéndola trabajar. Como el padre era un vago y no trabajaba, con él no se aburría, por eso prefería vivir con él en esa diminuta casa rodante. No quería que terminara siendo una vaga igual que él. —¡Bea! ¡¿Me vas a ayudar?!—Sí... ya voy... —con pesar miró por última vez lo que tanto captaba su atención.En el jardín, disfrutando del verano, estaba Ale, que bronceaba su perfecto cuerpo al sol. No llevaba camiseta. Hasta ahora, al único que había visto sin camiseta era a su padre y ciertament
La primera vez que Bea sintió algo parecido a las mariposas en el estómago fue a los trece años. Don Álvaro Grandón, el jefe de su madre, la había autorizado para usar la piscina una tarde de verano.Como no tenía traje de baño, se sentó en la orilla y sumergió sólo las piernas.—Hola, Bea. Ven a nadar conmigo.Ale avanzaba por entre las aguas turquesas, con la agilidad del mejor nadador. A ojos de Bea, su imagen era tan fascinante como ver una sirena.—No sé nadar —dijo, completamente consciente de que era una mentira.Mentía descaradamente y con intenciones oscuras. Ella era una experta nadadora, su padre le había enseñado el verano pasado. Se sintió sucia y la única manera de limpiar su alma pecadora era zambullirse en la piscina con Ale.Se pasaría toda la tarde ocultando sus habilidades natatorias para aprender las lecciones que el muchacho se ofrecería a darle. Lo estaba viendo como una película en su cabeza, tan buena para fraguar las mejores fantasías."Acepto", estaba lista p
Magnus se levantó de un brinco, su silla cayó de espaldas. El horror en su rostro era el reflejo de la agitación interna, del pavor que le cortaba el aliento. Los flashbacks le llegaron en forma de cadáveres. Durante sus oscuras jornadas de reflexión obligada en el sótano al que lo lanzaba el abuelo, Magnus había hurgado, buscando una vía de escape y había llegado al infierno. O a lo más parecido que conociera.Él observaba a las ratas que pululaban en la oscuridad y se escurrían por entre sus pies. Ellas debían entrar por algún lugar y se empeñó en descubrirlo. Reptó por debajo de un mueble empotrado en el muro y llegó a un sótano secundario, donde el aire espeso le humedeció los pulmones. Era aire viejo y rancio, acumulado allí como el polvo. Las trampillas que permitían que entrara algo de luz no eran suficiente para una óptima ventilación. Él se concentró en las ratas y la que seguía era lenta y torpe, una fortuna para él. Se metió debajo de una mesa y hasta allá fue, empeñado en
—¡Una monja! ¿De dónde se te ocurrió algo así? —preguntó Ale, dejándose caer en la cama junto a Lucía.Se había infiltrado en su habitación para darle algo de calor en la fría noche en las montañas.—Desde que me hablaste de Magnus he estado pensado en el tipo de mujer que podría gustarle.—¡Ninguna! —dijo Ale y estalló en carcajadas. Se tapó con la almohada recordando que no debía estar allí y siguió riendo.—Creo que le gustan las mujeres inofensivas, que no le parezcan una amenaza, él es un hombre sensible y frágil.—¡Gay! Jajaja. El abuelo era un visionario. Imagino que siempre lo sospechó, por eso le hacía todas esas cosas. Viejo zorro.—No digas eso, Magnus no es gay. Te aseguro que ya le gusto un poco. No podrá resistirse a lo que "santa Lucía" tiene para él. Ale ya lloraba de la risa.—Voy a gustarle tanto que va a querer quitarme mi virginidad —dijo ella, con el tono más inocente que podía.De tanto retorcerse Ale se cayó de la cama y siguió riendo en el suelo.