—¿Cuántas veces a la semana te bañas? —preguntó Magnus, con su expresión de ejecutivo de alto nivel, muy profesional y con varios grados académicos a cuesta.
Él y Agustina estaban en la ciudad. Llevaban dos horas en una sala de reuniones de empresas Grandón, entrevistando a las candidatas que habían sido citadas para el puesto de esposa.Sí, Magnus había fracasado en impugnar el testamento, pese a la contundente evidencia de la locura de su abuelo. Al parecer, al juez poco le importaban los traumas familiares, las peculiares decisiones del hombre en los negocios o los cuestionables métodos de crianza para con sus hijos y nietos. No conocía el hombre los derechos humanos ni la diferencia entre educación y tortura.—Es una pena la partida de Álvaro. Él era toda una leyenda en el campo de golf. El equipo judicial lo extrañará —había dicho el magistrado, antes de firmar la sentencia donde rechazaba su petición.¡Y se había tardado tres semanas en dictar tal veredicto!Con sólo una semana de tiempo para cumplir la cláusula, Magnus había perdido todas las esperanzas de salvación y se había encomendado a las manos de su tía Agustina. Ella ya tenía un listado de candidatas para convertirse en su esposa y él personalmente analizaba a las semifinalistas.—Tres o cuatro —dijo la potencial esposa—. Las duchas en exceso destruyen los aceites naturales que protegen la piel y la dañan.—Siguiente —dijo Magnus.—Querido, mira su currículo, es una excelente candidata —recalcó la tía.—No se baña, es una mugrosa —le susurró Magnus.La mujer oyó perfectamente y dejó la sala, indignada.—Magnus, es una esposa de mentira, no tiene que gustarte, ni siquiera tiene que caerte bien. Esa muchacha es bella, bien portada, habla dos idiomas y tiene excelentes habilidades sociales. Incluso se graduó de actuación con honores. ¡Hasta se ganó un premio!—Sí, y se baña cuatro veces a la semana, eso significa que pasa tres días apestando, gozando de su piel aceitosa. Jamás voy a compartir mi techo con una mujer así, aunque sea de mentira.Del cajón de su escritorio sacó una botellita de alcohol gel y se limpió las manos. Aceites naturales, sí claro, excusas para los inmundos.La puerta se abrió y entró la asistente de Magnus, cargando una bandeja con café. Agustina la miró de arriba abajo, muy interesada. Era una muchacha joven, alta, distinguida y, lo más importante, soportaba a su quisquilloso sobrino a diario en la empresa.—Querida ¿Te gustaría ganar un dinerillo extra? —le preguntó.—No, ni hablar —se apresuró a decir Magnus.La muchacha se retiró, sin pensar demasiado en lo que sucedía. Así había que hacer para trabajar en aquella empresa y no enloquecer en el proceso.—Ella sería una excelente opción, Magnus. La conoces, ella te conoce, la soportas. ¡Son la pareja ideal! ¿Cuántas veces a la semana se baña?—Nueve —respondió él, sin siquiera pensarlo—. Juega baloncesto los viernes y sábados por la tarde, así que se baña también al llegar a casa.—¡Lo ves! Es perfecta, limpia, deportista y de seguro se comporta como a ti te gusta ¿No? Y trabaja en la empresa, todo quedará entre nosotros. A nadie le parecería extraño si te casaras con tu asistente, la mujer con la que estás a diario en la empresa. Ella debe ser la mujer con la que pasas más tiempo ¿No?Magnus comenzó a considerarlo. Lo que su tía decía sonaba bastante sensato. Debía reconocerlo, la mujer era muy buena negociando. Sus habilidades de disuasión eran excepcionales. De seguro y era capaz de convencerte de que el aire era suyo y acababas pagándole por respirar.Su asistente, Isabel, era eficiente y silenciosa. Hablaba muy poco. A veces hasta se olvidaba de que estaba a su lado cuando no la miraba. Ciertamente no sería una molestia si se la llevaba a vivir a la casa como su novia y futura esposa.Hicieron entrar a la muchacha.Por extraño que pareciera, ella ahora lucía diferente ante los ojos de Magnus quien, en tan breve tiempo, había empezado a verla de un modo completamente distinto al de antes. Incluso le pareció más atractiva.Era un hecho, su tía tenía habilidades para la hipnosis.—Isabel, querida ¿Estás soltera? —preguntó la tía.La asistente parpadeó rápidamente, con sorpresa ante tan inesperada pregunta. Paseó la mirada entre la tía y su jefe, cada uno más demente que el anterior. Quién sabía con qué se alimentaban en esa familia.—No, tengo un novio. De hecho, nos casaremos en unos meses. —Les enseñó el brillante anillo de compromiso en su dedo.Magnus se aflojó el nudo de la corbata. Volvió a ponerse alcohol en las manos.—Y... ¿Qué tan encariñada estás con ese novio? —siguió diciendo la tía—. ¿Te importaría mucho cambiarlo por otro?La muchacha empezó a reír. Al menos eran unos locos divertidos, sino, ya habría salido corriendo hacía mucho tiempo.—Isabel, olvida todo esto y vuelve a tu trabajo —le dijo Magnus.La muchacha salió. Siguió riéndose en su escritorio.Magnus bebió un sorbo de agua mineral, en botella de cristal, libre de cloro, flúor y carbonatos en exceso. Suspiró y se preparó para continuar con la búsqueda. Acababan de volver hasta el principio, pero no podía rendirse. La riqueza de espíritu era el consuelo de la gente pobre, él amaba sus privilegios y la vida acomodada que llevaba y no dejaría que el trastornado de su abuelo se la arrebatara.—Que pase la siguiente —dijo él.—¡Ay, Magnus! La aceitosa era la última. Querido, eres un chico tan guapo, tan inteligente, con tanto dinero, las mujeres deberían lloverte y lanzarse a tus pies por montones ¡¿Qué estamos haciendo mal?!—Someternos a las cláusulas de un demente.La tía se persignó con solemnidad y besó la foto enmarcada de su padre que estaba en el escritorio. Tenía esa expresión de disfrutar de un chiste cuyo remate sólo conoce él. En el fondo, muy, muy en el fondo, ella sabía que el hombre sólo quería lo mejor para todos.—Magnus, querido ¿Y si ponemos un anuncio en el periódico?Él se aferró la cabeza. Estaba al borde del colapso y ni siquiera se había casado todavía. No imaginaba poder aguantar mucho más.—¿Por qué tenemos que regresar? Yo quiero quedarme más tiempo —decía Lucía—. Mi piel no se ha bronceado lo suficiente.Disfrutaba ella del último atardecer en un paraíso tropical en Tailandia. Extendida bajo el sol, sin ninguna otra preocupación que no fuera que su vaso siguiera lleno, esa era vida, la vida que ella se merecía.—Mi abuelo murió, tengo que volver. No seas insensible, por favor.—Ale, ¿me vas a llevar a un funeral? No me gustan los funerales.—El funeral ya fue, debo ir a reclamar mi herencia —dijo él, sonriendo—. Estás contemplando al futuro dueño de empresas Grandón. —¡Ay, amor! Estoy tan orgullosa de ti. Siempre supe que llegarías muy lejos. Cuando quedaban tres días para el cumplimiento de la cláusula del compromiso matrimonial, Alejandro Rodríguez Grandón, único hijo de Agustina, regresaba luego de meses de viajar por el mundo gracias a la suculenta mesada que recibía por ser miembro de la familia. —¡¿Por qué el abuelo no me dejó la empresa a mí?! Soy mayor que
En la vida había días malos, muy malos y los peores. Beatriz Valdés estaba pensando en agregar una categoría más. Muy temprano en la mañana le habían informado que la beca con la que estudiaba Artes en la universidad se había terminado. La fundación que se la había dado se declaraba en la quiebra y no había dinero. "No importa", dijo ella, con una optimista sonrisa. En su tiempo libre trabajaba en un taller de cerámicas. Ella quería ser escultora y, además del dinero, ganaba una valiosa experiencia. Sin la beca, tendría que hacer horas extra, incluso trabajar como repartidora de los productos que fabricaban. Tenía una motocicleta y cobraría más barato que la actual empresa que usaban. Era ganancia para todos, su jefe no podría negarse.Sin embargo, cuando llegó a su trabajo, halló un espacio vacío, como si hubieran borrado el taller del paisaje. Lo poco que quedaba de su fuente laboral y único sustento era un montón de escombros, negros y humeantes. "Alguien usó una extensión eléctr
En la mesa de la cocina, Beatriz miraba los últimos billetes que le quedaban. Habían acabado en la lavadora junto a toda su ropa, envilecida por el excremento y su pestilencia. Eran de un papel de consistencia algo plástica y no se habían deshecho, pero el retrato del hombre en traje militar en ellos se había estropeado. Entre las manchas de tinta corrida, Beatriz lo veía gritar con una mueca de espanto, igual como deseaba hacerlo ella.—¿Casarme? —preguntó por tercera vez—. ¿Magnus quiere casarse conmigo?Estaba algo azorada y sentía las mejillas arder por tan repentina propuesta.—No, hija. Bueno, tal vez, pero de mentiritas. Elena puede explicártelo mejor.Elena se lo explicó una vez más. No recordaba que la muchacha fuera tan lenta, debía ser por la zambullida en estiércol.—¿Y eso no sería como venderme?—No, querida, claro que no —aseguró Elena—. Todo será actuado.—Como en las películas, Bea o en el teatro. ¿Recuerdas lo mucho que te gustaba actuar en la escuela? Hasta querías
—¡Bea, ayúdame a poner la mesa! —gritaba Irene.Era pleno verano, su hija estaba de vacaciones en la escuela y se quedaba con ella en casa los fines de semana, el resto del tiempo se iba con el pendenciero del padre, así había sido desde su separación.Beatriz seguía pegada a la ventana, admirando el paisaje, con la cabeza en las nubes. Debía ser la adolescencia.—Luego del almuerzo le preguntaré a don Álvaro si puedes usar la piscina, pero ahora ayúdame.Era una niña después de todo y se aburría viéndola trabajar. Como el padre era un vago y no trabajaba, con él no se aburría, por eso prefería vivir con él en esa diminuta casa rodante. No quería que terminara siendo una vaga igual que él. —¡Bea! ¡¿Me vas a ayudar?!—Sí... ya voy... —con pesar miró por última vez lo que tanto captaba su atención.En el jardín, disfrutando del verano, estaba Ale, que bronceaba su perfecto cuerpo al sol. No llevaba camiseta. Hasta ahora, al único que había visto sin camiseta era a su padre y ciertament
La primera vez que Bea sintió algo parecido a las mariposas en el estómago fue a los trece años. Don Álvaro Grandón, el jefe de su madre, la había autorizado para usar la piscina una tarde de verano.Como no tenía traje de baño, se sentó en la orilla y sumergió sólo las piernas.—Hola, Bea. Ven a nadar conmigo.Ale avanzaba por entre las aguas turquesas, con la agilidad del mejor nadador. A ojos de Bea, su imagen era tan fascinante como ver una sirena.—No sé nadar —dijo, completamente consciente de que era una mentira.Mentía descaradamente y con intenciones oscuras. Ella era una experta nadadora, su padre le había enseñado el verano pasado. Se sintió sucia y la única manera de limpiar su alma pecadora era zambullirse en la piscina con Ale.Se pasaría toda la tarde ocultando sus habilidades natatorias para aprender las lecciones que el muchacho se ofrecería a darle. Lo estaba viendo como una película en su cabeza, tan buena para fraguar las mejores fantasías."Acepto", estaba lista p
Magnus se levantó de un brinco, su silla cayó de espaldas. El horror en su rostro era el reflejo de la agitación interna, del pavor que le cortaba el aliento. Los flashbacks le llegaron en forma de cadáveres. Durante sus oscuras jornadas de reflexión obligada en el sótano al que lo lanzaba el abuelo, Magnus había hurgado, buscando una vía de escape y había llegado al infierno. O a lo más parecido que conociera.Él observaba a las ratas que pululaban en la oscuridad y se escurrían por entre sus pies. Ellas debían entrar por algún lugar y se empeñó en descubrirlo. Reptó por debajo de un mueble empotrado en el muro y llegó a un sótano secundario, donde el aire espeso le humedeció los pulmones. Era aire viejo y rancio, acumulado allí como el polvo. Las trampillas que permitían que entrara algo de luz no eran suficiente para una óptima ventilación. Él se concentró en las ratas y la que seguía era lenta y torpe, una fortuna para él. Se metió debajo de una mesa y hasta allá fue, empeñado en
—¡Una monja! ¿De dónde se te ocurrió algo así? —preguntó Ale, dejándose caer en la cama junto a Lucía.Se había infiltrado en su habitación para darle algo de calor en la fría noche en las montañas.—Desde que me hablaste de Magnus he estado pensado en el tipo de mujer que podría gustarle.—¡Ninguna! —dijo Ale y estalló en carcajadas. Se tapó con la almohada recordando que no debía estar allí y siguió riendo.—Creo que le gustan las mujeres inofensivas, que no le parezcan una amenaza, él es un hombre sensible y frágil.—¡Gay! Jajaja. El abuelo era un visionario. Imagino que siempre lo sospechó, por eso le hacía todas esas cosas. Viejo zorro.—No digas eso, Magnus no es gay. Te aseguro que ya le gusto un poco. No podrá resistirse a lo que "santa Lucía" tiene para él. Ale ya lloraba de la risa.—Voy a gustarle tanto que va a querer quitarme mi virginidad —dijo ella, con el tono más inocente que podía.De tanto retorcerse Ale se cayó de la cama y siguió riendo en el suelo.
El operario del terminal guardó la maleta de Beatriz en el compartimiento lateral del bus. Ella miró una vez más el andén, como esperando ver a alguien que hubiera ido a despedirla. Había querido ir sola, así sería más fácil. No entendía la opresión que sentía en el pecho. No echar raíces era la historia de su vida, irse de un lugar era para ella como cambiarse de ropa. Tal vez, por un instante tan breve como el aleteo de una mariposa, pensó que ahora sería diferente.Ni modo, tenía mucho que hacer todavía para reconstruir su vida de las cenizas a la que se habían reducido sus sueños.Estaba abordando el bus cuando alguien la llamó.—¡Beatriz! ¡No te vayas!Una hora antes.—¡¿Cómo que Lucía no puede ser la esposa de Magnus? —preguntó Agustina—. Ellos son el uno para el otro, se aman y están ansiosos por formalizar su relación cuanto antes.Lucía asintió repetidas veces. Magnus ni respiraba, debía estar en shock.—Es imposible —dijo el abogado. Guardó su notebook con rapidez—. Su tarje