En la mesa de la cocina, Beatriz miraba los últimos billetes que le quedaban. Habían acabado en la lavadora junto a toda su ropa, envilecida por el excremento y su pestilencia. Eran de un papel de consistencia algo plástica y no se habían deshecho, pero el retrato del hombre en traje militar en ellos se había estropeado.
Entre las manchas de tinta corrida, Beatriz lo veía gritar con una mueca de espanto, igual como deseaba hacerlo ella.—¿Casarme? —preguntó por tercera vez—. ¿Magnus quiere casarse conmigo?Estaba algo azorada y sentía las mejillas arder por tan repentina propuesta.—No, hija. Bueno, tal vez, pero de mentiritas. Elena puede explicártelo mejor.Elena se lo explicó una vez más. No recordaba que la muchacha fuera tan lenta, debía ser por la zambullida en estiércol.—¿Y eso no sería como venderme?—No, querida, claro que no —aseguró Elena—. Todo será actuado.—Como en las películas, Bea o en el teatro. ¿Recuerdas lo mucho que te gustaba actuar en la escuela? Hasta querías ser actriz de chiquita —le recordó su madre.—Pues sí, pero...Sus sueños de alcanzar el estrellato en Hollywood habían acabado en la obra de primavera, a los diez años. Su escaso talento no le había alcanzado para conseguir el papel estelar del hada de las flores, ni siquiera para el de flor o árbol o incluso el de sol. Ella había sido un pasto y sus sueños se habían secado al llegar el otoño, junto con su alegría de vivir.Luego quiso ser artista, más precisamente una escultora, y sus nuevos sueños se habían vuelto cenizas con el incendio. No podía dejarlos ir esta vez, nadie iba a convertirla en pasto una vez más. Ella sería como el ave fénix, que resurge de las cenizas, del estiércol y de lo que fuera. Sí, eso haría ella.—¡Acepto! ¿Dónde tengo que firmar? 〜✿〜—¿Todavía está viva? —preguntó Magnus desde el baño cuando su tía Elena fue a contarle la buena nueva.Se imaginaba a la pobre infeliz consumida por la fiebre y la septicemia, con la piel supurando pus pestilente y los miembros gangrenados y negros. Se frotó más fuerte.—Bea está viva y con sus facultades mentales intactas. Ella aceptó, Magnus, ya no perderemos la herencia.—¡No voy a casarme con ella, apesta!. Es la mujer más apestosa de la faz de la Tierra, la más repugnante, la más vomitiva y, por primera vez, no estoy exagerando, tía.—Eso fue un lamentable accidente y ella ya se bañó. Ya no huele a caca.Magnus tuvo una arcada y volvió a enjabonarse. Era la cuarta vez que se bañaba y seguía apestando. Para que Beatriz dejara de hacerlo, habría que dejarla remojando en cloro y luego arrancarle la piel y así, tal vez, mejoraría el asunto. Antes no.—Querido sobrino, yo soy rápida adaptándome. Con la herencia de papá o sin ella estaré bien, pero tú me preocupas. Respetaré cualquier decisión que tomes.Bajo el agua tibia, que bañaba su piel enrojecida por la fricción, Magnus tomó la que se había convertido en la decisión más importante de su vida. Y, por lejos, la más difícil también.Sin embargo, cuando llegó a la sala, descubrió que no tenía una novia, sino dos.—¡Magnus, primo! Mis más sinceras condolencias —le dijo Alejandro, con intención de estrecharle la mano.Magnus se puso un guante de cuero que sacó de su bolsillo y aceptó el gesto.—¿Lo dices por el abuelo? —le susurró, con incredulidad.—¡No, qué va! Lo digo por el matrimonio forzado, qué pesadilla. Debiste dejarte picar por los mosquitos a los quince años, Magnus. Te habría evitado este pesar.Magnus tomó asiento en el sillón del rincón. Roció el guante del apretón de manos con alcohol y volvió a guardarlo. Notó complacido que los recién llegados llevaban las pantuflas desinfectadas que tenían en la entrada: dos pares para cada uno en la casa y otros extra para los invitados.—Magnus, querido. Te conseguí una novia —dijo la tía Agustina—. Es una amiga de Ale. Al saber ella el terrible predicamento en que nos encontramos como familia, no se resistió a ayudarnos, se llama Lucía.La muchacha saludó a Magnus con la mano desde su puesto. Llevaba el cabello recogido en un moño discreto, unos pantalones nada ajustados y un sweater de cuello alto.—Beatriz también se ofreció a ayudarnos —les contó Eliana—. Ella y Magnus se conocen desde niños.—¿Bea está aquí? Me gustaría saludarla —dijo Ale.—Está algo indispuesta ahora, pero nos acompañará durante la cena —aseguró Eliana.—Hermana, ¿podemos hablar un momento a solas? —pidió Agustina.Cogió del brazo a Eliana y se la llevó por el pasillo.En la sala, Magnus, Alejandro y Lucía, intercambiaban incómodas miradas.—¿Y qué le pasó a Bea? —preguntó Alejandro.Los flashbacks de Vietnam llegaron a la mente de Magnus en forma de bolitas de estiércol. Se cubrió la boca y reprimió una arcada. Con la mano libre hizo un gesto para que no le preguntaran y dieran por olvidado el asunto.—Uy, éste está peor que nunca. Tendrás que esforzarte, preciosa —le susurró Ale a Lucía—. Iré a ver cómo está Bea.Magnus y Lucía se quedaron solos. Él podría haber notado la tensión en el aire si no hubiera estado tan concentrado evitando el vómito. Calculaba la distancia que había desde su sillón hasta el baño más cercano. Plan b, porque siempre había que tener un plan b: el jarrón del abuelo que tenía a la izquierda.Plan c: la maceta que había junto a la escalera.Plan d: la guitarra que colgaba en el vestíbulo, frente al perchero.Plan e...Lucía, por su parte, no le quitaba los ojos de encima. Con todo lo que le habían dicho sobre el famoso Magnus, se había hecho una idea completamente diferente sobre su apariencia. Estaba más que conforme con lo que veía, pese a la cara verdosa al borde del desmayo y a sus ojos saltones de lunático, que miraban en todas direcciones como buscando dónde esconder un cadáver.—Eh... Magnus. ¿Todo bien?Él asintió, sin descubrirse la boca. Se le olvidó en qué plan iba, pero creía que por el r. Tendría que empezar de nuevo.—Pareces algo nervioso —continuó diciendo Lucía—, creo que tengo algo que te puede ayudar.Magnus dejó de respirar viendo cómo la mujer se levantaba el sweater.Ahora nada lo salvaría del vómito.—¡Bea, ayúdame a poner la mesa! —gritaba Irene.Era pleno verano, su hija estaba de vacaciones en la escuela y se quedaba con ella en casa los fines de semana, el resto del tiempo se iba con el pendenciero del padre, así había sido desde su separación.Beatriz seguía pegada a la ventana, admirando el paisaje, con la cabeza en las nubes. Debía ser la adolescencia.—Luego del almuerzo le preguntaré a don Álvaro si puedes usar la piscina, pero ahora ayúdame.Era una niña después de todo y se aburría viéndola trabajar. Como el padre era un vago y no trabajaba, con él no se aburría, por eso prefería vivir con él en esa diminuta casa rodante. No quería que terminara siendo una vaga igual que él. —¡Bea! ¡¿Me vas a ayudar?!—Sí... ya voy... —con pesar miró por última vez lo que tanto captaba su atención.En el jardín, disfrutando del verano, estaba Ale, que bronceaba su perfecto cuerpo al sol. No llevaba camiseta. Hasta ahora, al único que había visto sin camiseta era a su padre y ciertament
La primera vez que Bea sintió algo parecido a las mariposas en el estómago fue a los trece años. Don Álvaro Grandón, el jefe de su madre, la había autorizado para usar la piscina una tarde de verano.Como no tenía traje de baño, se sentó en la orilla y sumergió sólo las piernas.—Hola, Bea. Ven a nadar conmigo.Ale avanzaba por entre las aguas turquesas, con la agilidad del mejor nadador. A ojos de Bea, su imagen era tan fascinante como ver una sirena.—No sé nadar —dijo, completamente consciente de que era una mentira.Mentía descaradamente y con intenciones oscuras. Ella era una experta nadadora, su padre le había enseñado el verano pasado. Se sintió sucia y la única manera de limpiar su alma pecadora era zambullirse en la piscina con Ale.Se pasaría toda la tarde ocultando sus habilidades natatorias para aprender las lecciones que el muchacho se ofrecería a darle. Lo estaba viendo como una película en su cabeza, tan buena para fraguar las mejores fantasías."Acepto", estaba lista p
Magnus se levantó de un brinco, su silla cayó de espaldas. El horror en su rostro era el reflejo de la agitación interna, del pavor que le cortaba el aliento. Los flashbacks le llegaron en forma de cadáveres. Durante sus oscuras jornadas de reflexión obligada en el sótano al que lo lanzaba el abuelo, Magnus había hurgado, buscando una vía de escape y había llegado al infierno. O a lo más parecido que conociera.Él observaba a las ratas que pululaban en la oscuridad y se escurrían por entre sus pies. Ellas debían entrar por algún lugar y se empeñó en descubrirlo. Reptó por debajo de un mueble empotrado en el muro y llegó a un sótano secundario, donde el aire espeso le humedeció los pulmones. Era aire viejo y rancio, acumulado allí como el polvo. Las trampillas que permitían que entrara algo de luz no eran suficiente para una óptima ventilación. Él se concentró en las ratas y la que seguía era lenta y torpe, una fortuna para él. Se metió debajo de una mesa y hasta allá fue, empeñado en
—¡Una monja! ¿De dónde se te ocurrió algo así? —preguntó Ale, dejándose caer en la cama junto a Lucía.Se había infiltrado en su habitación para darle algo de calor en la fría noche en las montañas.—Desde que me hablaste de Magnus he estado pensado en el tipo de mujer que podría gustarle.—¡Ninguna! —dijo Ale y estalló en carcajadas. Se tapó con la almohada recordando que no debía estar allí y siguió riendo.—Creo que le gustan las mujeres inofensivas, que no le parezcan una amenaza, él es un hombre sensible y frágil.—¡Gay! Jajaja. El abuelo era un visionario. Imagino que siempre lo sospechó, por eso le hacía todas esas cosas. Viejo zorro.—No digas eso, Magnus no es gay. Te aseguro que ya le gusto un poco. No podrá resistirse a lo que "santa Lucía" tiene para él. Ale ya lloraba de la risa.—Voy a gustarle tanto que va a querer quitarme mi virginidad —dijo ella, con el tono más inocente que podía.De tanto retorcerse Ale se cayó de la cama y siguió riendo en el suelo.
El operario del terminal guardó la maleta de Beatriz en el compartimiento lateral del bus. Ella miró una vez más el andén, como esperando ver a alguien que hubiera ido a despedirla. Había querido ir sola, así sería más fácil. No entendía la opresión que sentía en el pecho. No echar raíces era la historia de su vida, irse de un lugar era para ella como cambiarse de ropa. Tal vez, por un instante tan breve como el aleteo de una mariposa, pensó que ahora sería diferente.Ni modo, tenía mucho que hacer todavía para reconstruir su vida de las cenizas a la que se habían reducido sus sueños.Estaba abordando el bus cuando alguien la llamó.—¡Beatriz! ¡No te vayas!Una hora antes.—¡¿Cómo que Lucía no puede ser la esposa de Magnus? —preguntó Agustina—. Ellos son el uno para el otro, se aman y están ansiosos por formalizar su relación cuanto antes.Lucía asintió repetidas veces. Magnus ni respiraba, debía estar en shock.—Es imposible —dijo el abogado. Guardó su notebook con rapidez—. Su tarje
Bea llegó a la última hoja del contrato prenupcial que había firmado unas horas atrás y suspiró. El documento hablaba sobre temas económicos y cómo, de casarse con Magnus, no tendría más derechos sobre el patrimonio Grandón del que tenía ahora. Nada de eso le importaba. Sólo por firmar, Magnus le había dado un adelanto de su paga y la jugosa suma hacía ver muy bonita su cuenta bancaria. Destinaría parte de la suma a pagar una cuota de la deuda con su ex jefe, otra para mantenerse y ahorraría el resto. En cuanto todo acabara y se divorciara, retomaría sus estudios.Se durmió pensando en lo bella que volvería a ser su vida cuando el trabajo terminara.Justo debajo de la habitación de Bea, en el segundo piso, Agustina, Ale y Lucía urdían la nueva fase de su plan para quedarse con la fortuna Grandón y en la que cada uno de ellos tendría un objetivo bien definido.Fue a la hora del almuerzo cuando todos volvieron a estar reunidos en la mesa, ya que en la mañana Magnus había desayunado en s
—¡¿Por qué no nos dijeron desde un inicio que tendríamos que quedarnos aquí?! —reclamaba Magnus.Nada más entraron a la habitación donde pasarían la noche se quedó parado junto a la puerta, sin avanzar, sin moverse salvo para quejarse.—Habría traído mis sábanas, mi pijama, mi esponja para el baño, mi shampoo, mi jabón, mi toalla. ¡El cepillo de dientes! —Se aflojó la corbata.—A mí me preocupa que haya una sola cama —dijo Bea.Magnus la miró con horror.—Quédatela, yo no voy a moverme de aquí.—¿Y vas a dormir de pie, como los pájaros?Él no contestó, sólo se cruzó de brazos.Sentada en la cama, Bea se quitó los tacones, tan enormes e incómodos, ella era más de zapatillas. Magnus la vio dejar los zapatos junto al velador y luego pisar el mismo suelo con los pies descalzos. El suelo con la mugre que sus zapatos habían traído del exterior. Y caminó como si nada hasta el baño y luego alrededor de la cama, esparciendo la inmundicia por todas partes. Quiso gritar y salir corriendo.Se cu
—Bea, ¿cómo estás? Pasar tanto tiempo con Magnus debe ser agotador —dijo Ale.La había llamado por teléfono.—Algo así, no me lo tomo muy en serio. Hmm... qué rico.—¡¿Qué estás haciendo?!—Me están dando un masaje maravilloso. Ojalá y estuvieras aquí.Silencio.Bea se sobresaltó. Tan relajada estaba que las palabras se le escapaban sin pasar por el filtro mental de la vergüenza.—También me gustaría estar ahí —confesó Ale.—¡¿En serio?!Los dinosaurios. ¡Los dinosaurios!—Claro, ¿a quién no le gustan los masajes? Ya sé ¡A Magnus! Los dinosaurios se extinguieron. Ale reía jocosamente, pero a ella no le daba risa. Magnus se perdía de muchos placeres de la vida.Él seguía en su habitación. Había vencido su fobia para ir a orinar justo antes de hacerse encima. Estaba todo sudado por el esfuerzo y las tripas le sonaban.El teléfono vibró y se alejó de un brinco. No quería más instrucciones desde el infierno enviadas por su abuelo. El aparato siguió vibrando, era una llamada. Número desco