—¿Por qué tenemos que regresar? Yo quiero quedarme más tiempo —decía Lucía—. Mi piel no se ha bronceado lo suficiente.
Disfrutaba ella del último atardecer en un paraíso tropical en Tailandia. Extendida bajo el sol, sin ninguna otra preocupación que no fuera que su vaso siguiera lleno, esa era vida, la vida que ella se merecía.—Mi abuelo murió, tengo que volver. No seas insensible, por favor.—Ale, ¿me vas a llevar a un funeral? No me gustan los funerales.—El funeral ya fue, debo ir a reclamar mi herencia —dijo él, sonriendo—. Estás contemplando al futuro dueño de empresas Grandón.—¡Ay, amor! Estoy tan orgullosa de ti. Siempre supe que llegarías muy lejos.Cuando quedaban tres días para el cumplimiento de la cláusula del compromiso matrimonial, Alejandro Rodríguez Grandón, único hijo de Agustina, regresaba luego de meses de viajar por el mundo gracias a la suculenta mesada que recibía por ser miembro de la familia.—¡¿Por qué el abuelo no me dejó la empresa a mí?! Soy mayor que Magnus. Soy más listo, más simpático, más guapo, más normal. No lo entiendo.—Querido... Nunca mostraste interés en trabajar en la empresa...—¡Porque yo quería ser el jefe! Soy un Grandón, no iba a aceptar menos que eso. Todos en la junta directiva son unos imbéciles. Asistente, ja. Yo no nací para ser un asistente.—Pero ni siquiera has terminado la universidad...—¡¿Quién necesita la universidad cuando es dueño de su propia empresa?! Es mi derecho y ahora tendré que conformarme con las migajas que me dé Magnus. No lo puedo creer.Cuando Agustina le contó a su hijo que las migajas pendían de un hilo, casi le dio un infarto. Dios no podía ser tan cruel, si él no le hacía daño a nadie. ¡¿Por qué el destino debía ser tan caprichoso?!—¡A Magnus le dan asco las mujeres! ¡A Magnus le da asco todo! Yo me casaría de inmediato, ¿por qué el abuelo no me lo pidió a mí?—Ya sabes lo mucho que él se divertía fastidiando a Magnus. Papá tenía un sentido del humor muy especial.Especial, sí claro. Todavía recordaba aquella ocasión en que lo abandonó en la jungla al cumplir quince años. A sus amigos les regalaban autos, motocicletas, viajes, dinero. A él lo habían arrojado a padecer rodeado de bestias sanguinolentas. "Ahora eres todo un hombre, Alejandro", le dijo el infame mientras estaba en el hospital, casi muerto por las picaduras de mosquitos. Él había durado medio día, a Magnus ni siquiera habían logrado bajarlo del barco que los llevó. Qué manera de aferrarse a la baranda, qué manera de gritar y suplicar misericordia. Magnus era un perdedor, por eso seguía enfrentando las pruebas del abuelo, él había ganado a los quince años y ahora sólo debía recibir los premios.—Hay que conseguirle una esposa ya —dijo Alejandro.—Él ha rechazado a todas las candidatas y ya casi no queda tiempo. ¿Dónde vamos a encontrar una esposa a estas alturas?La puerta de la habitación se abrió y entró Lucía, vistiendo sólo una pequeña toalla que apenas y le tapaba el trasero.—Bebé, no encuentro mi brasier rojo, ¿recuerdas en qué maleta lo guardamos?Agustina y Alejandro se miraron, sin intercambiar palabras. Eran madre e hijo y sólo con mirarse les bastaba para decirse mucho. Sonrieron, sabiendo que habían tenido la misma brillante idea. Las jugosas migajas ya estaban aseguradas y, tal vez, podrían llegar a tener mucho más que eso. 〜✿〜—Cariño, eres una diosa, para ti será sencillo, sólo debes conquistarlo igual que a mí —decía Alejandro.Intentaba convencer a su novia de convertirse en la esposa de otro, nada del otro mundo en el mundo de los Grandón.—No, claro que no —dijo Agustina—. Magnus y Ale son muy diferentes. Debes decirle que te bañas todos los días.—Yo me baño todos los días —aclaró ella.—¡Perfecto! Nos has caído del cielo, querida —aplaudió Agustina.—Yo no quiero casarme con un extraño. ¿Tendré que tener sexo con él?—¡Por supuesto que no! Es un matrimonio de mentira —aclaró la mujer.—Sin embargo, si logras enamorarlo, podríamos salir ganando —agregó Alejandro—. Podrías lograr que todo el patrimonio Grandón sea nuestro.La reticencia en el rostro de la muchacha empezaba a flaquear. Coqueta, hermosa, sensual, no le era difícil conseguir el favor de los hombres. El asco hacia un extraño era algo sin importancia si las ganancias lo valían.—De acuerdo, voy a casarme con tu primo.En el auto camino a la mansión en las montañas, la futura esposa iba recibiendo adiestramiento express para ser de todo el gusto del exigente esposo.—No uses perfume. Él dice que son para ocultar el mal olor. Debes oler a jabón, shampoo, tal vez a alguna crema de aroma no muy intenso —le decía Agustina.Lucía iba tomando nota en su teléfono, masticando velozmente su goma de mascar. Así era cuando estaba nerviosa.—Le gusta el suavizante para tela —agregó Ale—. Recuerdo haberlo encontrado en el cuarto de lavado abrazando una toalla cuando éramos niños. Si te apareces frente a él como lo hiciste en el hotel, lo volverás loco.—¿No te pondrás celoso?—Esto es un sacrificio por un bien mayor, ambos debemos poner de nuestra parte.—¿Vas a ser mi amante, bebé?—Claro que sí, preciosa.Empezaron a besarse fogosamente. Agustina los separó golpeándolos con una revista.—No uses maquillaje muy recargado, intenta no reírte tanto y no mastiques goma de mascar, es repugnante.Ale sacó la goma que ahora estaba en su boca y la lanzó por la ventana. Empezaron a reírse. Todavía quedaban dos horas de viaje, eso tendría que bastar para hacer de la muchacha una novia que Magnus aceptara.Cuando llegaron ya estaba atardeciendo.—¡Dios! ¿Qué es esta peste? —Lucía se apretaba la nariz, incapaz de seguir respirando.El delgado sendero que iba desde la calle hasta la puerta de la entrada olía peor que un basurero. Miraron para todas partes, incluso bajo los zapatos, buscando la fuente de tal podredumbre. Nada había más que el pasto. Corrieron de prisa a la casa para no acabar vomitando.Elena les abrió la puerta, con la más radiante de las sonrisas.—Hermana querida, te tengo una noticia maravillosa —dijo Agustina, respirando el agradable aroma que había en la casa.Los estrictos hábitos de limpieza de Magnus a veces eran una bendición.—Yo también te tengo una buena noticia, Agustina. Encontré una esposa para Magnus.En la vida había días malos, muy malos y los peores. Beatriz Valdés estaba pensando en agregar una categoría más. Muy temprano en la mañana le habían informado que la beca con la que estudiaba Artes en la universidad se había terminado. La fundación que se la había dado se declaraba en la quiebra y no había dinero. "No importa", dijo ella, con una optimista sonrisa. En su tiempo libre trabajaba en un taller de cerámicas. Ella quería ser escultora y, además del dinero, ganaba una valiosa experiencia. Sin la beca, tendría que hacer horas extra, incluso trabajar como repartidora de los productos que fabricaban. Tenía una motocicleta y cobraría más barato que la actual empresa que usaban. Era ganancia para todos, su jefe no podría negarse.Sin embargo, cuando llegó a su trabajo, halló un espacio vacío, como si hubieran borrado el taller del paisaje. Lo poco que quedaba de su fuente laboral y único sustento era un montón de escombros, negros y humeantes. "Alguien usó una extensión eléctr
En la mesa de la cocina, Beatriz miraba los últimos billetes que le quedaban. Habían acabado en la lavadora junto a toda su ropa, envilecida por el excremento y su pestilencia. Eran de un papel de consistencia algo plástica y no se habían deshecho, pero el retrato del hombre en traje militar en ellos se había estropeado. Entre las manchas de tinta corrida, Beatriz lo veía gritar con una mueca de espanto, igual como deseaba hacerlo ella.—¿Casarme? —preguntó por tercera vez—. ¿Magnus quiere casarse conmigo?Estaba algo azorada y sentía las mejillas arder por tan repentina propuesta.—No, hija. Bueno, tal vez, pero de mentiritas. Elena puede explicártelo mejor.Elena se lo explicó una vez más. No recordaba que la muchacha fuera tan lenta, debía ser por la zambullida en estiércol.—¿Y eso no sería como venderme?—No, querida, claro que no —aseguró Elena—. Todo será actuado.—Como en las películas, Bea o en el teatro. ¿Recuerdas lo mucho que te gustaba actuar en la escuela? Hasta querías
—¡Bea, ayúdame a poner la mesa! —gritaba Irene.Era pleno verano, su hija estaba de vacaciones en la escuela y se quedaba con ella en casa los fines de semana, el resto del tiempo se iba con el pendenciero del padre, así había sido desde su separación.Beatriz seguía pegada a la ventana, admirando el paisaje, con la cabeza en las nubes. Debía ser la adolescencia.—Luego del almuerzo le preguntaré a don Álvaro si puedes usar la piscina, pero ahora ayúdame.Era una niña después de todo y se aburría viéndola trabajar. Como el padre era un vago y no trabajaba, con él no se aburría, por eso prefería vivir con él en esa diminuta casa rodante. No quería que terminara siendo una vaga igual que él. —¡Bea! ¡¿Me vas a ayudar?!—Sí... ya voy... —con pesar miró por última vez lo que tanto captaba su atención.En el jardín, disfrutando del verano, estaba Ale, que bronceaba su perfecto cuerpo al sol. No llevaba camiseta. Hasta ahora, al único que había visto sin camiseta era a su padre y ciertament
La primera vez que Bea sintió algo parecido a las mariposas en el estómago fue a los trece años. Don Álvaro Grandón, el jefe de su madre, la había autorizado para usar la piscina una tarde de verano.Como no tenía traje de baño, se sentó en la orilla y sumergió sólo las piernas.—Hola, Bea. Ven a nadar conmigo.Ale avanzaba por entre las aguas turquesas, con la agilidad del mejor nadador. A ojos de Bea, su imagen era tan fascinante como ver una sirena.—No sé nadar —dijo, completamente consciente de que era una mentira.Mentía descaradamente y con intenciones oscuras. Ella era una experta nadadora, su padre le había enseñado el verano pasado. Se sintió sucia y la única manera de limpiar su alma pecadora era zambullirse en la piscina con Ale.Se pasaría toda la tarde ocultando sus habilidades natatorias para aprender las lecciones que el muchacho se ofrecería a darle. Lo estaba viendo como una película en su cabeza, tan buena para fraguar las mejores fantasías."Acepto", estaba lista p
Magnus se levantó de un brinco, su silla cayó de espaldas. El horror en su rostro era el reflejo de la agitación interna, del pavor que le cortaba el aliento. Los flashbacks le llegaron en forma de cadáveres. Durante sus oscuras jornadas de reflexión obligada en el sótano al que lo lanzaba el abuelo, Magnus había hurgado, buscando una vía de escape y había llegado al infierno. O a lo más parecido que conociera.Él observaba a las ratas que pululaban en la oscuridad y se escurrían por entre sus pies. Ellas debían entrar por algún lugar y se empeñó en descubrirlo. Reptó por debajo de un mueble empotrado en el muro y llegó a un sótano secundario, donde el aire espeso le humedeció los pulmones. Era aire viejo y rancio, acumulado allí como el polvo. Las trampillas que permitían que entrara algo de luz no eran suficiente para una óptima ventilación. Él se concentró en las ratas y la que seguía era lenta y torpe, una fortuna para él. Se metió debajo de una mesa y hasta allá fue, empeñado en
—¡Una monja! ¿De dónde se te ocurrió algo así? —preguntó Ale, dejándose caer en la cama junto a Lucía.Se había infiltrado en su habitación para darle algo de calor en la fría noche en las montañas.—Desde que me hablaste de Magnus he estado pensado en el tipo de mujer que podría gustarle.—¡Ninguna! —dijo Ale y estalló en carcajadas. Se tapó con la almohada recordando que no debía estar allí y siguió riendo.—Creo que le gustan las mujeres inofensivas, que no le parezcan una amenaza, él es un hombre sensible y frágil.—¡Gay! Jajaja. El abuelo era un visionario. Imagino que siempre lo sospechó, por eso le hacía todas esas cosas. Viejo zorro.—No digas eso, Magnus no es gay. Te aseguro que ya le gusto un poco. No podrá resistirse a lo que "santa Lucía" tiene para él. Ale ya lloraba de la risa.—Voy a gustarle tanto que va a querer quitarme mi virginidad —dijo ella, con el tono más inocente que podía.De tanto retorcerse Ale se cayó de la cama y siguió riendo en el suelo.
El operario del terminal guardó la maleta de Beatriz en el compartimiento lateral del bus. Ella miró una vez más el andén, como esperando ver a alguien que hubiera ido a despedirla. Había querido ir sola, así sería más fácil. No entendía la opresión que sentía en el pecho. No echar raíces era la historia de su vida, irse de un lugar era para ella como cambiarse de ropa. Tal vez, por un instante tan breve como el aleteo de una mariposa, pensó que ahora sería diferente.Ni modo, tenía mucho que hacer todavía para reconstruir su vida de las cenizas a la que se habían reducido sus sueños.Estaba abordando el bus cuando alguien la llamó.—¡Beatriz! ¡No te vayas!Una hora antes.—¡¿Cómo que Lucía no puede ser la esposa de Magnus? —preguntó Agustina—. Ellos son el uno para el otro, se aman y están ansiosos por formalizar su relación cuanto antes.Lucía asintió repetidas veces. Magnus ni respiraba, debía estar en shock.—Es imposible —dijo el abogado. Guardó su notebook con rapidez—. Su tarje
Bea llegó a la última hoja del contrato prenupcial que había firmado unas horas atrás y suspiró. El documento hablaba sobre temas económicos y cómo, de casarse con Magnus, no tendría más derechos sobre el patrimonio Grandón del que tenía ahora. Nada de eso le importaba. Sólo por firmar, Magnus le había dado un adelanto de su paga y la jugosa suma hacía ver muy bonita su cuenta bancaria. Destinaría parte de la suma a pagar una cuota de la deuda con su ex jefe, otra para mantenerse y ahorraría el resto. En cuanto todo acabara y se divorciara, retomaría sus estudios.Se durmió pensando en lo bella que volvería a ser su vida cuando el trabajo terminara.Justo debajo de la habitación de Bea, en el segundo piso, Agustina, Ale y Lucía urdían la nueva fase de su plan para quedarse con la fortuna Grandón y en la que cada uno de ellos tendría un objetivo bien definido.Fue a la hora del almuerzo cuando todos volvieron a estar reunidos en la mesa, ya que en la mañana Magnus había desayunado en s