Ya habían pasado dos días, dos días en los que Nicolás pensó en como lograr que Valeria no se enterará de su situación.El día en la oficina no fue para nada fácil, aun así, necesitaba asegurarse que su esposa estuviese muy lejos cuando él, se hiciera esa operación que podía acabar con su vida.Era tarde en la noche cuando Nicolás entró en la habitación, con una expresión en el rostro que Valeria no logró descifrar de inmediato. Ella estaba acostada en la cama, leyendo un libro mientras el suave resplandor de la lámpara iluminaba su rostro. Los rayos de la luna que se colaban por la ventana parecían envolverla en una atmósfera casi mágica.Nicolás se acercó, apoyando su mano en el borde de la cama. Su mirada era profunda, cargada de un misterio que le daba un aire solemne, pero también algo de ternura. Valeria alzó los ojos y lo miró con curiosidad, detectando la suavidad de su mirada.—¿Qué pasa, Nico? —preguntó ella, cerrando el libro y dejando que el silencio de la habitación se ex
La noche seguía su curso, con la luna iluminando la habitación de forma tenue, bañando a Valeria y a Nicolás en una luz suave que parecía desvanecer el tiempo. Valeria, aún abrazada a él, respiraba profundamente, sintiendo el latido de su corazón, como si su mundo hubiera encontrado finalmente la calma. Sin embargo, algo en el aire parecía pedir una confesión, un secreto que Nicolás había guardado por tanto tiempo.Nicolás, con la frente apoyada en la cabeza de Valeria, permaneció en silencio durante unos segundos, como si meditara las palabras exactas. Sabía que ya no podía esconder más lo que sentía, y sentía que era el momento justo. Con una respiración profunda, se apartó ligeramente de ella, tomando su rostro entre sus manos con una ternura que la sorprendió.—Valeria… —su voz era baja, apenas un susurro, pero lleno de una fuerza que hizo que el aire en la habitación se volviera más denso, como si el universo entero esperara sus palabras—. Hay algo que nunca te he contado… algo q
El sol comenzaba a ponerse cuando Nicolás y Valeria se encontraban en el jardín de la mansión, rodeados por las flores que él había colocado allí para ella. El aire cálido de la tarde envolvía sus cuerpos mientras el aroma de las rosas se mezclaba con el ambiente, trayendo consigo una sensación de calma, pero también de nostalgia. Valeria estaba frente a él, con la mirada fija y una leve sonrisa, esa sonrisa que Nicolás tanto amaba, pero que ahora le resultaba imposible devolver.—¿Dices que me puedo ir mañana? —preguntó Valeria, su voz ligeramente temblorosa, como si ya presintiera que algo no iba a ser igual. Nicolás la observó y vio cómo la preocupación comenzaba a asomar en sus ojos.—Sí —respondió él, con una suavidad en la voz que no pudo evitar. Había algo en su interior que le decía que esa despedida no era como las otras, que algo en su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Miró el cielo, notando cómo los tonos cálidos del atardecer se deslizaban sobre su rostro, como
El sonido de las olas rompiendo contra la orilla llenaba el ambiente con una calma aparente, una sinfonía constante que intentaba acallar el torbellino de emociones en el interior de Valeria. La arena dorada se extendía bajo sus pies descalzos, cálida y suave, pero la sensación no lograba disipar la inquietud que la embargaba. Había llegado a la playa junto con Camila, su mejor amiga, para disfrutar de unos días de descanso, pero desde la mañana, su cuerpo no respondía como de costumbre.Una náusea repentina la obligó a cerrar los ojos, el sabor metálico de la bilis inundando su boca. Intentó respirar hondo, buscando el aroma salino del océano, pero el olor a protector solar y arena mojada solo intensificaba su malestar. Se llevó una mano al vientre, sintiendo una punzada de dolor que la hizo encogerse.—¿Estás bien, Vale? —preguntó Camila, con una pizca de preocupación en su voz.Valeria abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada inquisitiva de su amiga. Intentó sonreír,
La mansión estaba en completo silencio cuando Nicolás bajó las escaleras, el eco de sus pasos resonando en el lugar. Una sensación de pesadez en el pecho lo oprimía, como una carga invisible. La cita con el cirujano había sido esa misma mañana, y las palabras del médico seguían retumbando en su cabeza, como un eco persistente:"La operación es riesgosa, Nicolás. Si la postergas más, podríamos perder la oportunidad de corregir la estenosis antes de que empeore."Él lo sabía. Sabía que el tiempo corría en su contra, que cada día que pasaba disminuía sus posibilidades. Pero lo que más le atormentaba era la idea de dejar a Valeria sin saber la verdad, de partir con ese peso en su conciencia.El sonido de un auto deteniéndose frente a la mansión rompió el silencio, como un disparo en la quietud de la noche. Nicolás miró por la ventana, sintiendo un nudo en el estómago al ver a sus padres bajar del lujoso sedán negro. Su madre, caminaba con la elegancia habitual, pero con el ceño fruncido,
Valeria llegó frente a las empresas Rivas, con el corazón latiéndole con fuerza. Había tomado el primer vuelo de regreso, apenas supo de su embarazo, estaba tan ilusionada de ver la cara de sorpresa de Nicolás, que no quiso ir a la mansión a esperar por él.No podía explicarlo, pero un presentimiento oscuro la había perseguido durante todo el viaje, un miedo indescriptible que la hacía temblar. Y ahora, con una mano sobre su vientre, se repetía que tenía que ser fuerte. Nicolás tenía que saber la verdad.Al bajar del taxi, la brisa nocturna le acarició el rostro. Respiró hondo antes de subir al ascensor y llegar a la oficina de su esposo. Le sorprendió no ver a la secretaria en su puesto.Se acercó a la puerta y unos segundos después, esta se abrió con un rechinar y, al otro lado, la figura imponente de Augusto Rivas apareció, su rostro serio y su mirada filosa clavándose en ella como dagas.—¿Qué haces aquí? —preguntó con frialdad, cruzando los brazos.—Necesito hablar con Nicolás —r
La oscuridad se disipó lentamente, dejando paso a una luz blanca y fría que inundaba la habitación. Valeria parpadeó, intentando enfocar la vista, y sintió un dolor punzante en la cabeza. Un zumbido lejano resonaba en sus oídos, mezclándose con el sonido monótono de un monitor cardíaco. Intentó moverse, pero su cuerpo se sentía pesado, entumecido.—¿Dónde estoy? —murmuró Valeria, su voz ronca y débil, como un susurro apenas audible. Sus ojos, aún nublados por la confusión, se movieron lentamente por la habitación, intentando descifrar el entorno.—Estás en la clínica, Valeria —respondió una voz suave, tranquilizadora.Valeria giró la cabeza con dificultad, sintiendo un leve mareo, y vio a una mujer joven, de ojos oscuros y piel morena, vestida con un uniforme de enfermera. Su mirada transmitía calma y profesionalismo.—¿Nicolás? ¿Dónde está él? —preguntó Valeria, incorporándose con dificultad, sintiendo un dolor punzante en la cabeza. La preocupación por Nicolás la invadió, como un fr
El silencio en la habitación era espeso, cargado de tensión y sentimientos sin expresar. Valeria permanecía en la cama, su mano entrelazada con la de Nicolás, sintiendo la calidez de su piel como un ancla en medio de la tormenta. Sus ojos aún estaban enrojecidos por las lágrimas, pero su mirada era firme, decidida.La puerta se abrió con un sonido suave, y los padres de Nicolás entraron lentamente. Sus rostros reflejaban una mezcla de culpa y preocupación. Su madre, una mujer de porte elegante y expresión seria, fue la primera en hablar.—Valeria… —su voz temblaba levemente—. Queremos hablar contigo.Valeria respiró hondo, apretando con suavidad la mano de Nicolás antes de asentir.—Los escucho —dijo con voz serena, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho, esperando cualquier regaño.El padre de Nicolás se aclaró la garganta, visiblemente incómodo. Su mirada oscura, que antes destellaba juicio, ahora estaba opacada por el remordimiento.—Nos equivocamos contigo, Valeria. Con lo