El sonido de las olas rompiendo contra la orilla llenaba el ambiente con una calma aparente, una sinfonía constante que intentaba acallar el torbellino de emociones en el interior de Valeria. La arena dorada se extendía bajo sus pies descalzos, cálida y suave, pero la sensación no lograba disipar la inquietud que la embargaba. Había llegado a la playa junto con Camila, su mejor amiga, para disfrutar de unos días de descanso, pero desde la mañana, su cuerpo no respondía como de costumbre.Una náusea repentina la obligó a cerrar los ojos, el sabor metálico de la bilis inundando su boca. Intentó respirar hondo, buscando el aroma salino del océano, pero el olor a protector solar y arena mojada solo intensificaba su malestar. Se llevó una mano al vientre, sintiendo una punzada de dolor que la hizo encogerse.—¿Estás bien, Vale? —preguntó Camila, con una pizca de preocupación en su voz.Valeria abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada inquisitiva de su amiga. Intentó sonreír,
La mansión estaba en completo silencio cuando Nicolás bajó las escaleras, el eco de sus pasos resonando en el lugar. Una sensación de pesadez en el pecho lo oprimía, como una carga invisible. La cita con el cirujano había sido esa misma mañana, y las palabras del médico seguían retumbando en su cabeza, como un eco persistente:"La operación es riesgosa, Nicolás. Si la postergas más, podríamos perder la oportunidad de corregir la estenosis antes de que empeore."Él lo sabía. Sabía que el tiempo corría en su contra, que cada día que pasaba disminuía sus posibilidades. Pero lo que más le atormentaba era la idea de dejar a Valeria sin saber la verdad, de partir con ese peso en su conciencia.El sonido de un auto deteniéndose frente a la mansión rompió el silencio, como un disparo en la quietud de la noche. Nicolás miró por la ventana, sintiendo un nudo en el estómago al ver a sus padres bajar del lujoso sedán negro. Su madre, caminaba con la elegancia habitual, pero con el ceño fruncido,
Valeria llegó frente a las empresas Rivas, con el corazón latiéndole con fuerza. Había tomado el primer vuelo de regreso, apenas supo de su embarazo, estaba tan ilusionada de ver la cara de sorpresa de Nicolás, que no quiso ir a la mansión a esperar por él.No podía explicarlo, pero un presentimiento oscuro la había perseguido durante todo el viaje, un miedo indescriptible que la hacía temblar. Y ahora, con una mano sobre su vientre, se repetía que tenía que ser fuerte. Nicolás tenía que saber la verdad.Al bajar del taxi, la brisa nocturna le acarició el rostro. Respiró hondo antes de subir al ascensor y llegar a la oficina de su esposo. Le sorprendió no ver a la secretaria en su puesto.Se acercó a la puerta y unos segundos después, esta se abrió con un rechinar y, al otro lado, la figura imponente de Augusto Rivas apareció, su rostro serio y su mirada filosa clavándose en ella como dagas.—¿Qué haces aquí? —preguntó con frialdad, cruzando los brazos.—Necesito hablar con Nicolás —r
La oscuridad se disipó lentamente, dejando paso a una luz blanca y fría que inundaba la habitación. Valeria parpadeó, intentando enfocar la vista, y sintió un dolor punzante en la cabeza. Un zumbido lejano resonaba en sus oídos, mezclándose con el sonido monótono de un monitor cardíaco. Intentó moverse, pero su cuerpo se sentía pesado, entumecido.—¿Dónde estoy? —murmuró Valeria, su voz ronca y débil, como un susurro apenas audible. Sus ojos, aún nublados por la confusión, se movieron lentamente por la habitación, intentando descifrar el entorno.—Estás en la clínica, Valeria —respondió una voz suave, tranquilizadora.Valeria giró la cabeza con dificultad, sintiendo un leve mareo, y vio a una mujer joven, de ojos oscuros y piel morena, vestida con un uniforme de enfermera. Su mirada transmitía calma y profesionalismo.—¿Nicolás? ¿Dónde está él? —preguntó Valeria, incorporándose con dificultad, sintiendo un dolor punzante en la cabeza. La preocupación por Nicolás la invadió, como un fr
El silencio en la habitación era espeso, cargado de tensión y sentimientos sin expresar. Valeria permanecía en la cama, su mano entrelazada con la de Nicolás, sintiendo la calidez de su piel como un ancla en medio de la tormenta. Sus ojos aún estaban enrojecidos por las lágrimas, pero su mirada era firme, decidida.La puerta se abrió con un sonido suave, y los padres de Nicolás entraron lentamente. Sus rostros reflejaban una mezcla de culpa y preocupación. Su madre, una mujer de porte elegante y expresión seria, fue la primera en hablar.—Valeria… —su voz temblaba levemente—. Queremos hablar contigo.Valeria respiró hondo, apretando con suavidad la mano de Nicolás antes de asentir.—Los escucho —dijo con voz serena, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho, esperando cualquier regaño.El padre de Nicolás se aclaró la garganta, visiblemente incómodo. Su mirada oscura, que antes destellaba juicio, ahora estaba opacada por el remordimiento.—Nos equivocamos contigo, Valeria. Con lo
Las horas transcurrieron con la lentitud de una tortura. Para Valeria fue la noche más largar de todas, cada segundo, minuto y hora, pasaban tan lentas, que parecían años.El amanecer fue algo más duro para ellos, ya que solo pudieron ver a Nicolás de lejos, los médicos no lo querían ver inquieto, ni pensando en arrepentirse de la cirugía al ver a sus familiares preocupados y con miedo de no volver a verlos.El pasillo de la clínica se había convertido en un purgatorio para Valeria y toda la familia, un lugar donde el tiempo se dilataba y la ansiedad crecía con cada tic-tac del reloj. La puerta del quirófano, cerrada y silenciosa, se alzaba como un muro infranqueable entre ellos y la vida de Nicolás.Valeria caminaba de un lado a otro, sus pasos resonando en el silencio del pasillo, su mirada fija en la puerta del quirófano. Sus padres la observaban con preocupación, sus rostros reflejando la angustia que sentían.Nicolás se había convertido en la persona más importante para Valeria,
El aire en la habitación denso y pesado, impregnado del olor a antiséptico y del suave pitido rítmico del monitor cardíaco. Nicolás yacía en la cama, su rostro pálido y delgado, cubierto de una leve barba que había crecido durante los días en que estuvo inconsciente. Los tubos del respirador se habían retirado, pero aún tenía una fina cánula que suministraba oxígeno a sus fosas nasales. Su pecho se alzaba y descendía con lentitud, como si cada respiro fuera un esfuerzo titánico.Valeria, sentada a su lado, le sostenía la mano con firmeza. Sus dedos temblaban ligeramente, y sus ojos estaban enrojecidos por las lágrimas que no había dejado de derramar. No podía apartar la vista del rostro de Nicolás, temiendo que si lo hacía, él pudiera volver a perderse en el abismo del que había regresado.—Mi amor, por favor, despierta. Nuestro hijo necesita tener a sus padres juntos. —Susurro Valeria con un hijo de voz.Para ella estaba siendo muy difícil dejarlo horas solo, para descansar y así cui
Meses después, la mansión de los Rivas se vestía de gala para celebrar el primer aniversario de bodas de Nicolás y Valeria. El jardín, iluminado por cientos de luces tenues, se había transformado en un escenario de ensueño, donde la música suave y el aroma a flores frescas creaban una atmósfera mágica.Valeria, con su vientre abultado, irradiaba felicidad. Su vestido blanco, adornado con encaje y perlas, resaltaba su belleza maternal. Nicolás, completamente recuperado de su operación, la miraba con adoración, sus ojos brillando con amor y gratitud.La familia entera celebraba con alegría, dejando atrás los rencores y los malentendidos. Los padres de Nicolás y los padres de Valeria, unidos por el amor y la esperanza, compartían risas y anécdotas, creando un ambiente de armonía y felicidad.—Mi amor, estás hermosa —susurró Nicolás al oído de Valeria, besándole la mejilla.—Tú también estás muy guapo —respondió Valeria, con una sonrisa dulce.Valeria, se movía entre los invitados con una