Capítulo 25. El peso de la oscuridad.

Cuando Amelia sintió que su detención era inminente, el mundo se desmoronó a su alrededor, la oscuridad la envolvió, su única esperanza esfumándose ante los ojos despiadados de Alejandro.

El aire de la oficina se tornó pesado, sofocante, como si toda la presión del universo se concentrara en esa pequeña sala.

Los oficiales siguieron avanzando hacia ella, sus pasos resonando en la habitación como un presagio de su inminente caída. Con la espalda contra la pared, Amelia buscó frenéticamente una salida, pero solo encontró los ojos implacables de Alejandro, cuya frialdad le heló la sangre.

—Por favor —suplicó Amelia, su voz, apenas un susurro quebradizo—. No puedes hacer esto.

De nuevo los agentes se detuvieron a esperar como avanzaba la discusión. Alejandro avanzó lentamente hacia ella, su figura imponente proyectando una sombra que la envolvía por completo. Sus ojos verdes brillaban con una mezcla de triunfo y desprecio, como un cazador que disfrutaba del sufrimiento de su presa.

—¿Qué
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