Capítulo 30. Tempestades internas.

Alejandro sintió un nudo formarse en su estómago. Sergio Castillo era un hombre con su cuota de poder en la ciudad, un rival formidable, y si decidía respaldar a Amelia, el caso contra ella sería bastante interesante. Porque aunque él tenía recursos y conexiones, sabía que Sergio también tenía los suyos, sobre todo en el poder judicial, y debía ser lo bastante astuto para resultar vencedor.

—¡Maldita sea! Escúchame bien, Eduardo —gruñó Alejandro entre dientes, su voz cargada de amenaza—. Debes anticiparte a sus movimientos, y evitar que esto escale. Quiero que muevas cielo y tierra para anular esa fianza. No me importa lo que tengas que hacer, pero Amelia Delgado no puede estar libre. ¿Me entiendes?

—Sí, señor. Haré todo lo posible —respondió Eduardo, la tensión evidente en su voz.

Alejandro cortó la llamada sin despedirse, lanzando el teléfono sobre el escritorio con fuerza. Se levantó de golpe, caminando hacia la ventana de su lujosa oficina. La vista de la ciudad se extendía ante é
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