Meses después.El tiempo fue pasando, en Nueva York, Alejandro, Amelia y Anaís, disfrutaban de un día tranquilo lleno de paz y la estabilidad. Ansiosos por ver el nuevo miembro de la familia que estaba a pocos días de llegar. Amelia nadaba de un lugar a otro, sin perder la oportunidad de disfrutar de la piscina. Alejandro, siempre pendiente de su esposa, decidió unirse a ella para pasar un rato juntos. Entretanto, Anaís, en el interior de la casa, hablaba por videollamada con Alexandre.Durante todo ese tiempo, los niños habían mantenido la comunicación, estaban inmersos en su mundo, riéndose y compartiendo historias como si la distancia entre ellos no existiera.En la piscina, Alejandro flotaba cerca de Amelia, mirándola con ternura mientras ella disfrutaba del agua.—No puedo creer que falta tan poco —dijo él, acariciando suavemente su vientre bajo el agua y dándole suaves besos.Y es que la experiencia para él era nueva, por no haber tenido la oportunidad de estar con ella mientra
Al llegar al hospital, el médico revisó a Amelia y al bebé, confirmando que ambos estaban en perfectas condiciones. La alegría en el rostro de Alejandro era evidente mientras acompañaba a su esposa y a su hijo hasta la habitación privada que les asignaron. Allí, por fin pudieron relajarse después de la intensidad del parto en casa.Unas horas después, Esmeralda y Anaís llegaron para conocer al nuevo miembro de la familia. La emoción de Anaís era palpable; apenas podía contener su entusiasmo cuando vio a su hermanito envuelto en suaves mantas blancas. —¿Puedo alzarlo? —preguntó la pequeña con una mezcla de curiosidad y emoción, mientras miraba con asombro al pequeño rostro que apenas había llegado al mundo.—Claro —dijo Amelia.—Ven y te ayudo mi niña —se ofreció Esmeralda,Con cuidado, su abuela se lo puso en los brazos, mientras Anaís no dejaba de sonreír emocionada.—¿Cómo vamos a llamar a mi hermanito? —preguntó Anaís, sus ojos brillando conmovida, sin apartar la vista del bebé.A
La llegada prematura de la hija de Sergio y Naomi se convirtió en una carrera contra el tiempo. Sergio, a pesar de su carácter fuerte, sintió los nervios a flor de piel mientras caminaba con su esposa a la sala de emergencias. El personal médico los vio, y fue a su encuentro con rapidez y profesionalismo, y Naomi, aunque asustada, trataba de mantenerse calmada mientras Sergio le ofrecía palabras de apoyo.—Tranquila, mi amor, te prometo que todo estará bien.Alejandro, que había decidido acompañarlos hasta la sala de emergencias, le dio a Sergio una palmada en el hombro y le susurró al oído.—Escucha, amigo, no vayas a ver nada que no sea a tu mujer mientras está pujando, ¿me entiendes? Te lo digo en serio. Si te atreves a mirar… vas a acabar en el suelo, igual que yo. No me hagas quedar mal, ¿de acuerdo? —dijo Alejandro, intentando romper la tensión con una sonrisa burlona.Sergio asintió con una media sonrisa, consciente de que Alejandro tenía razón. Sabía que su amigo había tenido
Días después.Tras unos días de recuperación en el hospital, Naomi y su hija recibieron el alta médica. Alejandro y Amelia ofrecieron a Sergio y su familia un ala de su casa para que pudieran recuperarse y descansar sin prisas, algo que Sergio aceptó con gratitud, sobre todo porque no quería arriesgarse en volar con ellas hasta Houston, porque quería estar seguro de que estaría bien. Así que habilitó el espacio, teniendo que adquirir muchas cosas que ya tenían en su casa, pero que eran necesarias para la comodidad de su hija y Naomi, porque la princesa quiso nacer en Nueva York. Además, deseaba que su esposa estuviera cómoda y bien atendida, especialmente después del esfuerzo que significó el nacimiento de su hija.Cuando llegaron a la casa, los cuatro, las dos madres, Apolo y Nohelia, como le habían puesto a la pequeña, Alejandro y Esmeralda, los estaban esperando. Habían organizado una pequeña fiesta de bienvenida para celebrar la llegada de los bebés.Adornaron la sala principal
Naomi contuvo la respiración, su corazón latiendo con fuerza ante la revelación de Marina. La tensión en la habitación era palpable, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso y pesado. Sergio, por su parte, se quedó inmóvil, su rostro una máscara de incredulidad.—Pueden ir a la habitación contigua y así hablan con comodidad —expresó Alejandro mientras los guiaba a un salón donde los dejó a los cuatro y se llevó Alexandre,—¿Crisis? —murmuró finalmente Sergio, su voz apenas audible—. ¿Cómo es posible? Las empresas Castillo siempre han sido...—Invencibles, lo sé —interrumpió Marina, su voz quebrándose ligeramente—. Pero los tiempos han cambiado, hijo. Necesitamos tu visión, tu talento. Sin ti, todo por lo que hemos luchado se desmoronará.Naomi observó a su esposo, notando cómo sus hombros se tensaban bajo el peso de la confesión de su madre. Conocía demasiado bien esa mirada en sus ojos, esa lucha interna entre el amor por la empresa familiar y lo nuevo que había construido con s
El tiempo fue pasando rápidamente, y en un abrir y cerrar de ojos, se cumplió el primer año de vida de Apolo y Nohelia. Las familias Valente y Castillo, que se habían mantenido en contacto constante, aprovecharon la ocasión para reunirse en Houston, en la casa de Sergio y Naomi. A pesar de la distancia, la amistad entre ellos se había intensificado, fortalecida por experiencias compartidas y el cariño que unía a los más pequeños.Ese día, la casa de los Castillo lucía decorada de manera encantadora. Globos de colores adornaban los jardines, y una mesa repleta de dulces y pasteles temáticos recibía a los invitados. Las risas y las conversaciones llenaban el aire, enmarcando la celebración con un ambiente cálido y acogedor. Sergio y Naomi, anfitriones orgullosos, no podían ocultar la alegría que sentían al ver a todos reunidos para celebrar la vida de los pequeños.Esmeralda, radiante y con una sonrisa constante, estaba acompañada por su nuevo esposo, el doctor Garniel, con quien se
Pasaron seis años, llenos de cambios, crecimiento y un sinfín de recuerdos entre Houston y Nueva York. La empresa de Sergio había crecido con fuerza, atrayendo el interés de grandes inversionistas internacionales. Así llegó la oferta de una transnacional asiática que prometía llevar su empresa al siguiente nivel. La oportunidad era única y aseguraba un futuro próspero, pero tenía un costo: para lograrlo, Sergio tendría que mudarse con su familia durante seis años. Una tarde, mientras Sergio se encontraba en su oficina, sopesando las implicaciones, sus pensamientos fueron interrumpidos por Naomi, que, percibiendo su tensión, se acercó y le abrazó suavemente por detrás.—Mi amor, ¿qué te preocupa tanto? —le susurró—. ¿Sabes qué puedes contarme?Sergio sonrió, agradecido por la intuición de su esposa.—¿Cómo haces para saber siempre lo que me pasa? —le preguntó con una media sonrisa.Naomi rió suavemente.—Es porque te amo demasiado, y presiento lo que te ocurra, así que no hay nada qu
La lluvia azotaba las calles con salvaje indiferencia, cada gota como un recordatorio crudo de la realidad de Amelia. En su andar apresurado por el parque aquel día, una chica se había tropezado con ella bajo el implacable aguacero y, movida por un arranque de caridad o culpa, quien sabe las razones, la llevó a lo que ahora llamaba hogar.—No puedes quedarte a la intemperie… yo no es que tenga mucho, pero por lo menos estarás seca —le dijo la chica—, soy Nubia.Y así comenzó esa amistad, la llevó a Brownsville, el sitio más peligroso y pobre de Nueva York, a una habitación sofocante de paredes que parecían cerrarse sobre sí mismas, de 4X4 metros, allí en el corazón del vecindario más temido de la ciudad.El hacinamiento era palpable, con cuerpos y alientos mezclándose en el confinamiento nocturno. Amelia, antaño princesa de los Wallace, relegada al rincón en una silla reclinable, la cama de la desdicha. Pero era el único lugar donde podía estar.Así pasó noches de insomnio, de llantos