Sergio la miró a los ojos, como si intentara leer sus pensamientos. Amelia sostuvo su mirada, deseando poder ser más honesta con él, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. En cambio, tomó un sorbo de café, disfrutando del calor que se extendía por su cuerpo, aunque no lograra aliviar la frialdad que sentía por dentro.—Amelia —dijo Sergio, rompiendo el silencio—, espero que no vayas a decir en mi casa que tenemos un trato y mucho menos que nuestro compromiso de ayer, quiero que crean que hemos tenido una relación por todo este tiempo.Amelia asintió lentamente. —Gracias, Sergio —murmuró, una vez más, su voz, un susurro que apenas pudo mantener firme.Una vez lista, y habiéndose retocado el maquillaje, se miró en el espejo mientras se ajustaba un sencillo vestido azul, sus ojos reflejando la confusión que sentía. Era una mujer atrapada entre sus deseos y sus obligaciones, entre su amor por Anaís y el futuro incierto que le ofrecía Sergio, pero que le garantizaba tene
—Amelia, ¿Estás bien? —insistió Sergio.El silencio en la sala se volvió asfixiante. Amelia sintió que le faltaba el aire, su mente girando en un torbellino de recuerdos y emociones. Manuela, por su parte, parecía haber perdido todo color en el rostro, sus ojos fijos en Amelia con una mezcla de terror y súplica.Sergio, confundido por la repentina tensión, miró de una a otra, su ceño fruncido en preocupación.—¿Ustedes se conocen? ¿Conoces a mi prima? —preguntó, su voz rompiendo el silencio como un cuchillo.Amelia tragó saliva, luchando por encontrar su voz, se sentía atrapada entre el pasado y el presente, con Sergio a su lado, exigiendo respuestas, y Manuela al otro lado de la sala, su presencia despertando antiguos dolores que jamás pensó revivir. El salón del comedor, qué momentos antes era un refugio de celebración, ahora se sentía como una trampa, con paredes que parecían cerrarse alrededor de ella.—Amelia, me estás preocupando, ¿estás bien? —insistió Sergio, su voz teñida de
Amelia se quedó paralizada al escuchar la voz de Sergio. El pánico se apoderó de ella al darse cuenta de que él había presenciado su arrebato contra Manuela. Sus ojos se encontraron con los de Sergio, que la miraban con una mezcla de confusión y decepción.—Sergio, yo... —comenzó Amelia, pero las palabras se le atascaron en la garganta. ¿Cómo podía explicar años de dolor y trauma en unos pocos segundos?Manuela, por su parte, aprovechó la oportunidad para interpretar el papel de víctima frente a Sergio. Se levantó lentamente, fingiendo dolor y conmoción.—No sé qué le pasa, solo quería que habláramos —dijo Manuela, con una voz temblorosa y un gesto de aparente desconcierto. Se llevó una mano al pecho, como si tratara de calmarse, mientras dirigía una mirada lastimera hacia Sergio,—Yo solo intenté acercarme para consolarla, pero Amelia me empujó. No entiendo por qué me odia tanto.Sergio observó la escena en completo desconcierto. No podía reconciliar la imagen de Amelia, siempre tan
Amelia se detuvo en seco al ver a Sergio bloqueando su camino. Sus ojos se encontraron de nuevo, pero esta vez, ella no vio la confusión y la decepción de antes. Lo que vio fue una mezcla de desesperación y determinación, una combinación que la desarmó aún más. Las palabras de Sergio resonaron en su mente, pero su instinto de supervivencia le gritaba que huyera, que se alejara de todo lo que pudiera hacerle daño.—Lamento todo esto, ya veo que fue una equivocación haber aceptado casarme contigo, voy a pagarte cada dólar que pagaste te lo voy a devolver —expresó con un suspiro.—No Amelia, siento haber reaccionado de esa manera, no fue un error que aceptaras mi propuesta, es lo mejor que puedes hacer ¿Acaso no deseas recuperar a tu hija? —preguntó.Esas palabras eran el talón de aquiles de Amelia, suspiró profundo y cerró los ojos, porque aunque su razón la invitaba a huir, su corazón le decía que era la única oportunidad para recuperar a su hija. Sergio vio la duda e insistió.—Qui
Manuela vio alejarse a Sergio, y dio un suspiro de alivio, se quedó allí mirándolo con curiosidad y hasta con un poco de preocupación, temía que su primo pudiera ayudarla y diera con la verdad, la aparición de Amelia la estaba poniendo nerviosa.No pudo evitar que los recuerdos de ese día llegaran a su mente.Un día antes de la graduación al verla llegar al colegio toda victoriosa, no pudo aguantar más su enojo, así que no dudo en planear todo, junto con Naomi llamó a sus amigos cercanos Harry, Joan, Giulio y Jonás.Manuela sonrió con malicia al recordar cómo habían ejecutado su plan. Noche de graduación.—Harry, tú vas a bajar el Breakers cuando te indique. Y Joan, Giulio y Jonás, ustedes se encargarán de Amelia, la atraparán y la llevarán al baño y allí vamos a darle lo suyo —ordenó Manuela con voz fría y calculadora.—¿Qué le van a hacer? —preguntó Harry.—Te advierto que no voy a abusar de nadie —dijo Jonás con seriedad.—Ninguno de ustedes abusará, por lo menos no en el sentido
—Amelia ¿Me vas a seguir contando? Te quedaste en silencio ¿Por qué? ¿Acaso no confías en mí? —preguntó con un deje de impaciencia en su tono de voz.Ella suspiró con una expresión de angustia en su rostro.—La verdad es que no sé si es tan buena idea decirte… porque lo que me ocurrió fue responsabilidad de tu prima y no sé cómo puedas tomártelo. Amelia miró a Sergio, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y determinación. Respiró hondo, reuniendo el valor para comenzar su relato.—Dímelo, no voy a contrariarte, te escucharé de manera objetiva —insistió para que siguiera contándole.Ella lo miró y comenzó a hablar.—Como te dije, fue el día de mi graduación, cuando mi tragedia empezó… cuando lo perdí todo —dijo con voz temblorosa. —Yo era la mejor estudiante, la atleta estrella, la mejor alumna, la chica popular. Todos me admiraban, o eso creía. Pero esa noche... todo cambio.Su voz se quebró por un momento. Sergio tomó su mano, dándole un apretón reconfortante.—Esa noche, alguien
Amelia, por su parte, intentaba mantener la compostura, pero su corazón latía desbocado. No podía evitar mirar más allá de Alejandro, buscando desesperadamente una señal de Anaís, su pequeña hija. La idea de estar tan cerca de ella y no poder abrazarla le partía el alma, por eso no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo hasta escuchar el tono molesto de Sergio.—Si escuchaste bien, Amelia es mi prometida —afirmó Sergio.—Vaya, ¡qué rápido actúas Amelia! —dijo en tono de reproche sin poder ocultar su molestia —, pasen adelante, por favor —invitó Alejandro, haciéndose a un lado para que ambos pudieran entrar—. Espero que puedan disfrutar de la velada.Amelia quería responderle, pero al final prefirió morderse la lengua, no le convenía un enfrentamiento con él, debía ser muy astuta, tranquila, pasiva.Con un leve asentimiento, Sergio pasó al interior de la mansión, seguido de Amelia, quien no pudo evitar lanzar una última mirada a Alejandro, este se limitó a observarlos, su expresión
Las lágrimas brotaron de los ojos de Amelia, cayendo silenciosamente sobre el cabello de su hija. Con manos temblorosas, acarició la espalda de Anaís, sintiendo cada respiración, cada latido de su pequeño corazón. Era como si el tiempo se hubiera detenido, permitiéndoles recuperar algunos de todos los abrazos que no les había dado durante todos esos años.Anaís se apartó ligeramente, sus ojos brillantes fijos en el rostro de su madre. Con dedos delicados, tocó las mejillas húmedas de Amelia, limpiando sus lágrimas. Luego, con movimientos precisos, comenzó a formar palabras con sus manos.—Te extrañé mucho, mamá —señaló la niña, su expresión llena de ternura y tristeza al mismo tiempo.Amelia sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos al ver el dolor reflejado en los ojos de su hija. Se tragó el nudo en la garganta, forzando una sonrisa mientras respondía a las señales de Anaís.—Yo también te extrañé, mi amor —expresó Amelia con sus manos, para luego acariciar con suavidad el c