Las lágrimas brotaron de los ojos de Amelia, cayendo silenciosamente sobre el cabello de su hija. Con manos temblorosas, acarició la espalda de Anaís, sintiendo cada respiración, cada latido de su pequeño corazón. Era como si el tiempo se hubiera detenido, permitiéndoles recuperar algunos de todos los abrazos que no les había dado durante todos esos años.Anaís se apartó ligeramente, sus ojos brillantes fijos en el rostro de su madre. Con dedos delicados, tocó las mejillas húmedas de Amelia, limpiando sus lágrimas. Luego, con movimientos precisos, comenzó a formar palabras con sus manos.—Te extrañé mucho, mamá —señaló la niña, su expresión llena de ternura y tristeza al mismo tiempo.Amelia sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos al ver el dolor reflejado en los ojos de su hija. Se tragó el nudo en la garganta, forzando una sonrisa mientras respondía a las señales de Anaís.—Yo también te extrañé, mi amor —expresó Amelia con sus manos, para luego acariciar con suavidad el c
El silencio que siguió a las palabras de Anaís fue ensordecedor. Amelia sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Sergio, por su parte, se quedó inmóvil, su rostro una máscara de incredulidad y confusión.Anaís, ajena al impacto de sus palabras, se acurrucó más contra Amelia, sus pequeñas manos aferrándose a la blusa de su madre. Amelia tragó saliva, tratando de encontrar su voz. —No lo quiero —repitió la niña mientras empezaba a llorar.—¿Por qué se pone así? —preguntó Sergio intentando acercarse lo que provocó que la pequeña se alterara más.Amelia, sintiendo el cuerpo tembloroso de su hija contra el suyo, levantó una mano para detener a Sergio. Sus ojos, llenos de angustia y determinación, se clavaron en los de él.—Por favor, dame un momento a solas con ella —susurró con voz temblorosa.Sergio no prestó atención y siguió caminando, tratando de imponer su voluntad.—Déjame explicarle, para que entienda que vas a casarte con
—¿Tú qué tienes que ver en esto, Alejandro? —espetó Sergio, con un tono agresivo—. Este es un asunto entre Amelia y yo. No te metas.Alejandro no se movió, ni cambió su expresión. Solo se mantuvo firme en su lugar, como una muralla.—Esta es mi casa y ella tampoco te quiere aquí, así que o sales por tus pies o te saco yo —dijo Alejandro con una calma helada.—De aquí no me voy sin mi prometida —sentenció Sergio.—Estás haciendo que mi hija se asuste, y no voy a permitir que eso siga. Si Amelia te está pidiendo que te vayas, ¡Hazlo! Porque de lo contrario no respondo —dijo el hombre con firmeza. Amelia, aún sosteniendo a Anaís, observó a los dos hombres enfrentarse en silencio. El aire en la habitación se sentía denso, cargado de emociones que estaban a punto de estallar. Su corazón latía con fuerza, no solo por el temor de lo que pudiera pasar, sino por la incertidumbre de lo que debía hacer.Sergio respiró profundamente, como si estuviera tratando de calmarse, pero su rabia era evid
El silencio que siguió a las palabras de Anaís fue casi cómico en su contraste con la seriedad de la situación. Alejandro y Amelia intercambiaron una mirada de sorpresa, sin saber cómo responder de inmediato a la espontánea propuesta de la niña.Alejandro fue el primero en reaccionar, soltando una leve risa, aunque en sus ojos brillaba algo más profundo, quizás la incredulidad de que la niña hiciera esa propuesta o recordando en la sugerencia que le había hecho su madre.—Anaís... —dijo suavemente, agachándose para estar a la altura de su hija—. Las cosas no funcionan así. No puedes decidir esas cosas tan fácilmente.Anaís, confundida por la reacción de su padre, frunció el ceño y empezó a hacer señas rápidas.—¿Por qué no? —preguntó, moviendo las manos con una determinación que reflejaba la convicción de una niña que todavía no entiende la complejidad del mundo de los adultos—. No me gusta ese señor. Quiero que mamá se quede aquí con nosotros. ¿Por qué no puede ser así?Amelia, aún c
El aire se tornó denso de inmediato. Amelia sintió una mezcla de sorpresa y pánico invadiendo su cuerpo, mientras Alejandro, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, la miraba como si disfrutara cada segundo de su incomodidad. —Bueno Amelia, ¿Ya escuchaste lo que dijo mi mamá? —inquirió Alejandro, encogiéndose de hombros—. Y da la casualidad que yo soy un hijo obediente.Amelia parpadeó rápidamente, su corazón latiendo desbocado mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. —¿Qué quieres decir? —preguntó con el ceño fruncido.—Lo que entendiste, lo mejor es que nos casemos.Su mirada saltó de Alejandro a Esmeralda, que se encontraba claramente deleitada por la idea, como si acabara de resolver el dilema más grande de su vida.—¿Estás loco? —soltó finalmente Amelia, llevándose las manos a la cabeza, aún incrédula por la dirección que había tomado la conversación—. ¡Esto no tiene sentido! No puedes decir algo así solo porque tu madre lo sugiere.Alejandro arqueó una ceja
Amelia se pasó una mano por el rostro, sintiéndose atrapada entre la espada y la pared. Su mirada se posó en Anaís, quien jugaba distraídamente con una muñeca en el rincón de la habitación, ajena al drama que se desarrollaba a su alrededor.—No es tan simple, señora Esmeralda —murmuró Amelia, su voz apenas audible—. Casarme con Alejandro me da miedo, vivir con él será una mentira.Esmeralda la observó con una mezcla de compasión y dureza en sus ojos.—A veces, querida, el amor de una madre requiere sacrificios que van más allá de lo imaginable, aunque después, te seguro que la vida se encarga de premiarte —dijo la mujer con convicción, como si ya hubiese pasado por algo similar en su vida.Amelia apretó los labios, intentando no dejarse llevar por la presión emocional que la señora Valente intentaba imponerle. Sabía que si aceptaba el matrimonio con Alejandro sería peligroso, no confiaba en que ella pudiera mantenerse alejada, fue inevitable que recordara cuando la besó, aunque lo hab
Amelia tomó la carpeta que Alejandro le extendía, sus dedos temblando ligeramente mientras la miraba como si fuera un arma a punto de dispararse. El silencio que siguió a las palabras de Alejandro parecía atrapar cada rincón de la habitación, haciéndola sentir aún más sofocada. No pudo evitar sentirse inquieta.Alejandro le hizo una seña a su madre para que se marchara con Anaís.—Con permiso —dijo la mujer saliendo de la habitación con su nieta.Al marcharse Esmeralda, ella lo enfrentó.—¿Qué es esto exactamente? —preguntó finalmente, sin abrir aún la carpeta, su voz teñida de una mezcla de desafío y vulnerabilidad.Alejandro la observó fijamente, cruzando los brazos mientras su postura rígida reflejaba el peso de la situación.—Es un acuerdo prenupcial, como te dije antes —respondió, sin apartar la vista de ella—. Establece los términos bajo los cuales nos casaremos. No es solo por nosotros; es por Anaís.Amelia frunció el ceño y respiró hondo antes de abrir la carpeta y comenzar a
Amelia salió de la casa de Alejandro, su mente nublada por una mezcla de preocupación, desesperación, un poco de rabia y hasta de temor. Había firmado aquel contrato, una jaula dorada, una prisión sin barrotes físicos, pero con los más impenetrables. Sabía que estaba haciendo lo necesario para mantener a Anaís cerca, pero la sensación de haber renunciado a su libertad la asfixiaba. Y no entendía por qué le daba más temor estar casada con Alejandro que con Sergio, era una situación que no podía explicar.No era una mujer que se dejara dominar fácilmente, y aunque en apariencia Alejandro había ganado la primera batalla, Amelia no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente, esperaba revertir la situación.Al llegar a su apartamento, cerró la puerta tras de sí con un golpe sordo y dejó caer su bolso en el suelo. Se frotó el rostro, tratando de calmarse, sabiendo que ahora tenía que enfrentarse a otra situación complicada: la conversación con Sergio.Sergio Castillo era poderoso, y no era el