Capítulo 40. El rechazo.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Amelia, cayendo silenciosamente sobre el cabello de su hija. Con manos temblorosas, acarició la espalda de Anaís, sintiendo cada respiración, cada latido de su pequeño corazón. Era como si el tiempo se hubiera detenido, permitiéndoles recuperar algunos de todos los abrazos que no les había dado durante todos esos años.

Anaís se apartó ligeramente, sus ojos brillantes fijos en el rostro de su madre. Con dedos delicados, tocó las mejillas húmedas de Amelia, limpiando sus lágrimas. Luego, con movimientos precisos, comenzó a formar palabras con sus manos.

—Te extrañé mucho, mamá —señaló la niña, su expresión llena de ternura y tristeza al mismo tiempo.

Amelia sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos al ver el dolor reflejado en los ojos de su hija. Se tragó el nudo en la garganta, forzando una sonrisa mientras respondía a las señales de Anaís.

—Yo también te extrañé, mi amor —expresó Amelia con sus manos, para luego acariciar con suavidad el c
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