Amelia tomó la carpeta que Alejandro le extendía, sus dedos temblando ligeramente mientras la miraba como si fuera un arma a punto de dispararse. El silencio que siguió a las palabras de Alejandro parecía atrapar cada rincón de la habitación, haciéndola sentir aún más sofocada. No pudo evitar sentirse inquieta.Alejandro le hizo una seña a su madre para que se marchara con Anaís.—Con permiso —dijo la mujer saliendo de la habitación con su nieta.Al marcharse Esmeralda, ella lo enfrentó.—¿Qué es esto exactamente? —preguntó finalmente, sin abrir aún la carpeta, su voz teñida de una mezcla de desafío y vulnerabilidad.Alejandro la observó fijamente, cruzando los brazos mientras su postura rígida reflejaba el peso de la situación.—Es un acuerdo prenupcial, como te dije antes —respondió, sin apartar la vista de ella—. Establece los términos bajo los cuales nos casaremos. No es solo por nosotros; es por Anaís.Amelia frunció el ceño y respiró hondo antes de abrir la carpeta y comenzar a
Amelia salió de la casa de Alejandro, su mente nublada por una mezcla de preocupación, desesperación, un poco de rabia y hasta de temor. Había firmado aquel contrato, una jaula dorada, una prisión sin barrotes físicos, pero con los más impenetrables. Sabía que estaba haciendo lo necesario para mantener a Anaís cerca, pero la sensación de haber renunciado a su libertad la asfixiaba. Y no entendía por qué le daba más temor estar casada con Alejandro que con Sergio, era una situación que no podía explicar.No era una mujer que se dejara dominar fácilmente, y aunque en apariencia Alejandro había ganado la primera batalla, Amelia no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente, esperaba revertir la situación.Al llegar a su apartamento, cerró la puerta tras de sí con un golpe sordo y dejó caer su bolso en el suelo. Se frotó el rostro, tratando de calmarse, sabiendo que ahora tenía que enfrentarse a otra situación complicada: la conversación con Sergio.Sergio Castillo era poderoso, y no era el
Pasaron los días, y pronto llegó el fin de semana, y el tan esperado día de la boda.Amelia se encontraba en la habitación que le habían asignado en la casa de Alejandro, el día anterior, y en ese momento se encontraba frente al espejo. Llevaba un vestido sencillo, blanco ostra, sin adornos ni encajes exagerados, algo completamente alejado de lo que siempre había imaginado para una ocasión tan trascendental como su boda.Siempre quiso casarse con un hermoso vestido blanco de princesa, rodeada de su familia y sus amigos, pero ahora no podía hacerlo, porque no tenía ni el vestido ni mucho menos familiares y amigos. Como tantas cosas en su vida últimamente, esta boda no tenía nada que ver con los sueños que alguna vez tuvo.El vestido le quedaba bien, pero no podía evitar sentir un peso en el pecho, una incomodidad que no tenía nada que ver con la prenda que llevaba. La ansiedad estaba latiendo en su interior, como una tormenta que amenazaba con romper la calma antes de tiempo.Esmera
Amelia retrocedió un paso cuando Alejandro se acercó, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. La habitación, que era espaciosa y elegantemente decorada, de repente se sintió demasiado pequeña. Alejandro no apartaba su mirada de ella, una mirada que tenía un aire desafiante, casi juguetón, pero también peligroso.—No tienes que hacer esto más difícil de lo que ya es —murmuró Amelia, intentando mantener la compostura. Su tono era firme, pero el nerviosismo era evidente en su voz.Alejandro arqueó una ceja, claramente disfrutando de su incomodidad.—¿Difícil? —repitió, dando un paso más hacia ella—. Lo que quieres haces es... inusual, Amelia. Somos marido y mujer ahora, deberíamos compartir más que un apellido.Amelia apretó los labios, sus manos tensas a los lados. Alejandro se había acercado lo suficiente como para que pudiera percibir su presencia con una intensidad que la inquietaba.—Yo nunca quise esto —dijo ella, obligándose a mantener su mirada fija en la de él, pese a lo di
Manuela tragó saliva, su mente, trabajando rápidamente para encontrar una salida a lo que acababa de decir sin pensar. La mirada intensa de Sergio la tenía atrapada. Sabía que había cometido un error al hablar, pero también sabía que ya no podía retroceder.—Yo... Lo sé porque si la conocí, ya te lo había dicho, que estudió conmigo y la dejé de ver en la graduación —dijo ella, intentando sonar tranquila—. Aunque eso ya no importa. Me imagino que quieres vengarte de ella ¿O me equivoco?—No hay nada que deseé más que hacerle pagar esta humillación, lo más probable es que mañana todos los medios estarán pregonando que ella me dejó para comprometerse con el hombre más rico, seré el hazmerreír de todo el país. Amelia no debió hacer eso, pero ahora debe pagar por eso —dijo con una expresión de furia en su rostro.Manuela se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con una mezcla de anticipación y algo más oscuro, sintiéndose feliz, porque aún sentía absoluto odio por Amelia, y le molest
—¿Qué estás diciendo? ¡Eso es imposible! —exclamó, su voz quebrándose.—No, no lo es, —respondió Manuela en voz baja. —Esa noche... alguien que conozco y que trabaja en Progenix, tomó una muestra de las que tenías allí. Sergio se tambaleó hacia atrás, incapaz de procesar las palabras que acababa de escuchar. Su mente giró en un torbellino de confusión y repulsión. No podía ser verdad. No podía ser el padre biológico de la hija de Amelia. —No... —murmuró, su voz apenas un susurro. Se llevó las manos a la cabeza, tratando de calmar el caos en su mente—. ¡¿Cómo es posible?!Manuela, pálida y temblorosa, dio un paso hacia él, sus manos temblando. Sabía que había desatado una tormenta que no podía detener.—Lo siento, Sergio —dijo, su voz rota—. Lo hicimos sin pensar, no pensé en las consecuencias. Sergio la miró, incrédulo. Se llevó las manos a la cabeza, sin poder creer.—Tengo una hija… la pequeña Anaís es mía… y yo no la traté bien… —expresó con un tono de emoción y culpa en su vo
Amelia se quedó paralizada al escuchar las palabras de Sergio. Su mente intentaba procesar lo que acababa de oír, pero no tenía sentido. "¿Anaís es mía y tuya?" Las palabras resonaron en su cabeza como un eco distante, no entendía qué quería decir.—¿De qué estás hablando, Sergio? —preguntó Amelia, su voz, apenas un susurro tembloroso—. Estás borracho, no sabes ni siquiera lo que dices.—Claro que sé lo que digo… esa es la verdad, tenías que casarte conmigo, no con Alejandro. Vente conmigo, vámonos los tres… perdón por haber sido un idiota con Anaís —dijo acercándose a ella, y aunque retrocedió, terminó atrapándola.La sujetó por la nuca y buscó besarla, aunque Amelia hizo amago de alejarse, no pudo hacerlo. Ambos terminaron resbalándose y cayendo en el suelo, ella encima de él.Justo en ese momento, se escucharon pasos acercándose rápidamente. Amelia sintió que el corazón se le detenía cuando escuchó la voz de Alejandro aparecer en el jardín. Cuando lo vio su rostro era una máscara
Jorge se detuvo en seco al ver el estado de Sergio, su corazón latiendo con fuerza mientras trataba de controlar el pánico. Con manos temblorosas, intentó abrir la puerta del auto destrozado, pero estaba atascada. Maldijo entre dientes y se agachó, mirando dentro a través del parabrisas roto.—¡Sergio! —volvió a gritar, con más urgencia, esta vez. Pero no obtuvo respuesta.La preocupación lo impulsó a actuar rápidamente. Sacó su teléfono y, con dedos temblorosos, marcó al número de emergencia.No debió esperar mucho tiempo cuando apareció una ambulancia y los bomberos, no tardaron en sacar a Sergio del amasijo de metal, y subirlo en la ambulancia, se veía muy herido. En ese momento decidió, marcar a Alejandro para informarle.—Jefe... —comenzó a decir cuando Alejandro contestó, su voz ronca de tensión—. Le tengo una noticia, Sergio ha tenido un accidente. Se estrelló contra el puente. Lo están trasladando al hospital.Al otro lado de la línea, Alejandro permaneció en silencio por un