—¿Qué estás diciendo? ¡Eso es imposible! —exclamó, su voz quebrándose.—No, no lo es, —respondió Manuela en voz baja. —Esa noche... alguien que conozco y que trabaja en Progenix, tomó una muestra de las que tenías allí. Sergio se tambaleó hacia atrás, incapaz de procesar las palabras que acababa de escuchar. Su mente giró en un torbellino de confusión y repulsión. No podía ser verdad. No podía ser el padre biológico de la hija de Amelia. —No... —murmuró, su voz apenas un susurro. Se llevó las manos a la cabeza, tratando de calmar el caos en su mente—. ¡¿Cómo es posible?!Manuela, pálida y temblorosa, dio un paso hacia él, sus manos temblando. Sabía que había desatado una tormenta que no podía detener.—Lo siento, Sergio —dijo, su voz rota—. Lo hicimos sin pensar, no pensé en las consecuencias. Sergio la miró, incrédulo. Se llevó las manos a la cabeza, sin poder creer.—Tengo una hija… la pequeña Anaís es mía… y yo no la traté bien… —expresó con un tono de emoción y culpa en su vo
Amelia se quedó paralizada al escuchar las palabras de Sergio. Su mente intentaba procesar lo que acababa de oír, pero no tenía sentido. "¿Anaís es mía y tuya?" Las palabras resonaron en su cabeza como un eco distante, no entendía qué quería decir.—¿De qué estás hablando, Sergio? —preguntó Amelia, su voz, apenas un susurro tembloroso—. Estás borracho, no sabes ni siquiera lo que dices.—Claro que sé lo que digo… esa es la verdad, tenías que casarte conmigo, no con Alejandro. Vente conmigo, vámonos los tres… perdón por haber sido un idiota con Anaís —dijo acercándose a ella, y aunque retrocedió, terminó atrapándola.La sujetó por la nuca y buscó besarla, aunque Amelia hizo amago de alejarse, no pudo hacerlo. Ambos terminaron resbalándose y cayendo en el suelo, ella encima de él.Justo en ese momento, se escucharon pasos acercándose rápidamente. Amelia sintió que el corazón se le detenía cuando escuchó la voz de Alejandro aparecer en el jardín. Cuando lo vio su rostro era una máscara
Jorge se detuvo en seco al ver el estado de Sergio, su corazón latiendo con fuerza mientras trataba de controlar el pánico. Con manos temblorosas, intentó abrir la puerta del auto destrozado, pero estaba atascada. Maldijo entre dientes y se agachó, mirando dentro a través del parabrisas roto.—¡Sergio! —volvió a gritar, con más urgencia, esta vez. Pero no obtuvo respuesta.La preocupación lo impulsó a actuar rápidamente. Sacó su teléfono y, con dedos temblorosos, marcó al número de emergencia.No debió esperar mucho tiempo cuando apareció una ambulancia y los bomberos, no tardaron en sacar a Sergio del amasijo de metal, y subirlo en la ambulancia, se veía muy herido. En ese momento decidió, marcar a Alejandro para informarle.—Jefe... —comenzó a decir cuando Alejandro contestó, su voz ronca de tensión—. Le tengo una noticia, Sergio ha tenido un accidente. Se estrelló contra el puente. Lo están trasladando al hospital.Al otro lado de la línea, Alejandro permaneció en silencio por un
Alejandro apretó su mandíbula con rabia, pero antes de que pudiera hablar la conversación se vio interrumpida por la llegada de Manuela, quien irrumpió de golpe.Su rostro reflejaba una expresión extraña, hasta nerviosa mientras miraba a Alejandro y luego a Amelia.—Alejandro... —dijo Manuela con voz entrecortada, casi como si hubiera corrido para llegar hasta allí—. Necesito decirte algo importante. Algo que Amelia nunca te ha contado.El silencio en la sala se intensificó. Amelia cerró los ojos brevemente, ya anticipando lo que vendría. Su corazón latió con fuerza, y un nudo de ansiedad se formó en su garganta, al saber que al fin le iba a dar un rostro al padre biológico de Anaís, sin embargo, las siguientes palabras cayeron en ella como un balde de agua helada.—¿Qué tienes que ver tú en todo esto? —preguntó Alejandro, su tono seco, casi impaciente.—Soy la prima de Sergio. Y quiero decirte que el padre de la hija de Amelia... —Manuela tomó una profunda respiración antes de conti
El eco de las palabras de Manuela aún resonaba en la cabeza de Amelia mientras se sentaba en el comedor, completamente desmoronada. “¿Por qué dijo eso? ¿Sería que la muestra que usaron era de Sergio? ¿Cómo lo hicieron? ¿Sería el cómplice?”, esas preguntas revolotearon en su mente y ella se partía la cabeza pensando en las respuestas, pero no llegaban. Quería contarle la verdad, pero para ella era difícil hablar de ese tema, porque había tratado de mantenerlo oculto en lo más recóndito de su mente, solo así había sobrevivido.En su mente, mientras esperaba a su hija, se imaginaba que se había enamorado de un hombre maravilloso y que con amor habían concebido a su hija, y él se había ido de viaje. Se repitió esa mentira una y otra vez, y decidió que era lo que le contaría a su pequeña, para que ella nunca supiera su origen, porque su prioridad era la felicidad de su pequeña y no quería que nada ni nadie pudiera dañarla, porque ella no tenía la culpa de lo que le había pasado.Sin emb
El detective se quedó en silencio por un momento al otro lado de la línea, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.“Señora Esmeralda” comenzó con un tono cauteloso, “la investigación ha tomado algunos giros inesperados. He hablado con algunas personas que estudiaron con Amelia en el colegio, pero todos se niegan a hablar”.Esmeralda frunció el ceño, su impaciencia creciendo. —No me importa qué giros inesperados haya tomado, necesito que me envíes la información que si tú no puedes avanzar lo haré yo. El detective suspiró audiblemente. “Muy bien. Le haré llegar la información”.Mientras esperaba que el detective le enviara la información, tamborileó los dedos sobre el escritorio, su mirada fija en el reloj de pared. El tiempo parecía moverse más lento de lo habitual.Finalmente, recibió la información, la leyó con rapidez, decidió hacer unas anotaciones en una libreta y decidió a salir a buscar la verdad. Vio los nombres enviado por el detective y sus direcciones Jo
—¿Viste a papá? ¿Estás contenta ahora? —le preguntó a la niña, moviendo sus manos con ternura.Anaís asintió con entusiasmo, sus pequeñas manos moviéndose rápidamente para expresar su alegría. —Sí, mami. Papá dijo que volverá pronto y que me traerá un regalo —respondió la niña con una sonrisa radiante.Amelia sintió que se le encogía el corazón al ver la inocente alegría de su hija. Anaís no tenía idea de la tormenta emocional que estaba ocurriendo entre sus padres. Por un momento, Amelia se permitió perderse en la sonrisa de su pequeña, agradecida de que al menos ella pudiera mantener su felicidad intacta.—Me alegro mucho, mi amor —respondió Amelia en el lenguaje de su hija, forzando una sonrisa—. ¿Qué te parece si vamos a jugar con tus muñecas?Anaís asintió con entusiasmo y tomó la mano de su madre, tirando de ella hacia la puerta. Sin embargo, mientras caminaban al interior de la casa, venía saliendo don Valente con su asistente.Ella se detuvo en seco al ver al anciano, con un
Amelia respiró hondo, tratando de encontrar algo de paz en medio de la tormenta que sentía en su interior. Sabía que no podía quedarse cruzada de brazos mientras su presencia en la casa era motivo de conflicto, pero también estaba decidida a proteger a Anaís y a sí misma. No podía permitir que el control del abuelo Valente sobre Alejandro, destruyera eso que estaba logrando construir por su hija, defendería su posición allí con unas y dientes, porque nunca más la separarían de su lado."Esto tiene que terminar," pensó con firmeza, mientras acariciaba suavemente el cabello de Anaís, que poco a poco dejó de sollozar. La pequeña se había quedado dormida en sus brazos, exhausta por las emociones que había recibido.Amelia decidió que, en cuanto Alejandro regresara, tendrían que hablar seriamente con él. Había aceptado ese matrimonio de conveniencia, pero de acuerdo a lo que habían hablado, era serio, duradero, y por esas razones ella no podía seguir ocultándose como un ratón de bibliotec