Amelia se detuvo en seco al ver a Sergio bloqueando su camino. Sus ojos se encontraron de nuevo, pero esta vez, ella no vio la confusión y la decepción de antes. Lo que vio fue una mezcla de desesperación y determinación, una combinación que la desarmó aún más. Las palabras de Sergio resonaron en su mente, pero su instinto de supervivencia le gritaba que huyera, que se alejara de todo lo que pudiera hacerle daño.—Lamento todo esto, ya veo que fue una equivocación haber aceptado casarme contigo, voy a pagarte cada dólar que pagaste te lo voy a devolver —expresó con un suspiro.—No Amelia, siento haber reaccionado de esa manera, no fue un error que aceptaras mi propuesta, es lo mejor que puedes hacer ¿Acaso no deseas recuperar a tu hija? —preguntó.Esas palabras eran el talón de aquiles de Amelia, suspiró profundo y cerró los ojos, porque aunque su razón la invitaba a huir, su corazón le decía que era la única oportunidad para recuperar a su hija. Sergio vio la duda e insistió.—Qui
Manuela vio alejarse a Sergio, y dio un suspiro de alivio, se quedó allí mirándolo con curiosidad y hasta con un poco de preocupación, temía que su primo pudiera ayudarla y diera con la verdad, la aparición de Amelia la estaba poniendo nerviosa.No pudo evitar que los recuerdos de ese día llegaran a su mente.Un día antes de la graduación al verla llegar al colegio toda victoriosa, no pudo aguantar más su enojo, así que no dudo en planear todo, junto con Naomi llamó a sus amigos cercanos Harry, Joan, Giulio y Jonás.Manuela sonrió con malicia al recordar cómo habían ejecutado su plan. Noche de graduación.—Harry, tú vas a bajar el Breakers cuando te indique. Y Joan, Giulio y Jonás, ustedes se encargarán de Amelia, la atraparán y la llevarán al baño y allí vamos a darle lo suyo —ordenó Manuela con voz fría y calculadora.—¿Qué le van a hacer? —preguntó Harry.—Te advierto que no voy a abusar de nadie —dijo Jonás con seriedad.—Ninguno de ustedes abusará, por lo menos no en el sentido
—Amelia ¿Me vas a seguir contando? Te quedaste en silencio ¿Por qué? ¿Acaso no confías en mí? —preguntó con un deje de impaciencia en su tono de voz.Ella suspiró con una expresión de angustia en su rostro.—La verdad es que no sé si es tan buena idea decirte… porque lo que me ocurrió fue responsabilidad de tu prima y no sé cómo puedas tomártelo. Amelia miró a Sergio, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y determinación. Respiró hondo, reuniendo el valor para comenzar su relato.—Dímelo, no voy a contrariarte, te escucharé de manera objetiva —insistió para que siguiera contándole.Ella lo miró y comenzó a hablar.—Como te dije, fue el día de mi graduación, cuando mi tragedia empezó… cuando lo perdí todo —dijo con voz temblorosa. —Yo era la mejor estudiante, la atleta estrella, la mejor alumna, la chica popular. Todos me admiraban, o eso creía. Pero esa noche... todo cambio.Su voz se quebró por un momento. Sergio tomó su mano, dándole un apretón reconfortante.—Esa noche, alguien
Amelia, por su parte, intentaba mantener la compostura, pero su corazón latía desbocado. No podía evitar mirar más allá de Alejandro, buscando desesperadamente una señal de Anaís, su pequeña hija. La idea de estar tan cerca de ella y no poder abrazarla le partía el alma, por eso no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo hasta escuchar el tono molesto de Sergio.—Si escuchaste bien, Amelia es mi prometida —afirmó Sergio.—Vaya, ¡qué rápido actúas Amelia! —dijo en tono de reproche sin poder ocultar su molestia —, pasen adelante, por favor —invitó Alejandro, haciéndose a un lado para que ambos pudieran entrar—. Espero que puedan disfrutar de la velada.Amelia quería responderle, pero al final prefirió morderse la lengua, no le convenía un enfrentamiento con él, debía ser muy astuta, tranquila, pasiva.Con un leve asentimiento, Sergio pasó al interior de la mansión, seguido de Amelia, quien no pudo evitar lanzar una última mirada a Alejandro, este se limitó a observarlos, su expresión
Las lágrimas brotaron de los ojos de Amelia, cayendo silenciosamente sobre el cabello de su hija. Con manos temblorosas, acarició la espalda de Anaís, sintiendo cada respiración, cada latido de su pequeño corazón. Era como si el tiempo se hubiera detenido, permitiéndoles recuperar algunos de todos los abrazos que no les había dado durante todos esos años.Anaís se apartó ligeramente, sus ojos brillantes fijos en el rostro de su madre. Con dedos delicados, tocó las mejillas húmedas de Amelia, limpiando sus lágrimas. Luego, con movimientos precisos, comenzó a formar palabras con sus manos.—Te extrañé mucho, mamá —señaló la niña, su expresión llena de ternura y tristeza al mismo tiempo.Amelia sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos al ver el dolor reflejado en los ojos de su hija. Se tragó el nudo en la garganta, forzando una sonrisa mientras respondía a las señales de Anaís.—Yo también te extrañé, mi amor —expresó Amelia con sus manos, para luego acariciar con suavidad el c
El silencio que siguió a las palabras de Anaís fue ensordecedor. Amelia sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Sergio, por su parte, se quedó inmóvil, su rostro una máscara de incredulidad y confusión.Anaís, ajena al impacto de sus palabras, se acurrucó más contra Amelia, sus pequeñas manos aferrándose a la blusa de su madre. Amelia tragó saliva, tratando de encontrar su voz. —No lo quiero —repitió la niña mientras empezaba a llorar.—¿Por qué se pone así? —preguntó Sergio intentando acercarse lo que provocó que la pequeña se alterara más.Amelia, sintiendo el cuerpo tembloroso de su hija contra el suyo, levantó una mano para detener a Sergio. Sus ojos, llenos de angustia y determinación, se clavaron en los de él.—Por favor, dame un momento a solas con ella —susurró con voz temblorosa.Sergio no prestó atención y siguió caminando, tratando de imponer su voluntad.—Déjame explicarle, para que entienda que vas a casarte con
—¿Tú qué tienes que ver en esto, Alejandro? —espetó Sergio, con un tono agresivo—. Este es un asunto entre Amelia y yo. No te metas.Alejandro no se movió, ni cambió su expresión. Solo se mantuvo firme en su lugar, como una muralla.—Esta es mi casa y ella tampoco te quiere aquí, así que o sales por tus pies o te saco yo —dijo Alejandro con una calma helada.—De aquí no me voy sin mi prometida —sentenció Sergio.—Estás haciendo que mi hija se asuste, y no voy a permitir que eso siga. Si Amelia te está pidiendo que te vayas, ¡Hazlo! Porque de lo contrario no respondo —dijo el hombre con firmeza. Amelia, aún sosteniendo a Anaís, observó a los dos hombres enfrentarse en silencio. El aire en la habitación se sentía denso, cargado de emociones que estaban a punto de estallar. Su corazón latía con fuerza, no solo por el temor de lo que pudiera pasar, sino por la incertidumbre de lo que debía hacer.Sergio respiró profundamente, como si estuviera tratando de calmarse, pero su rabia era evid
El silencio que siguió a las palabras de Anaís fue casi cómico en su contraste con la seriedad de la situación. Alejandro y Amelia intercambiaron una mirada de sorpresa, sin saber cómo responder de inmediato a la espontánea propuesta de la niña.Alejandro fue el primero en reaccionar, soltando una leve risa, aunque en sus ojos brillaba algo más profundo, quizás la incredulidad de que la niña hiciera esa propuesta o recordando en la sugerencia que le había hecho su madre.—Anaís... —dijo suavemente, agachándose para estar a la altura de su hija—. Las cosas no funcionan así. No puedes decidir esas cosas tan fácilmente.Anaís, confundida por la reacción de su padre, frunció el ceño y empezó a hacer señas rápidas.—¿Por qué no? —preguntó, moviendo las manos con una determinación que reflejaba la convicción de una niña que todavía no entiende la complejidad del mundo de los adultos—. No me gusta ese señor. Quiero que mamá se quede aquí con nosotros. ¿Por qué no puede ser así?Amelia, aún c