—Amelia ¿Me vas a seguir contando? Te quedaste en silencio ¿Por qué? ¿Acaso no confías en mí? —preguntó con un deje de impaciencia en su tono de voz.Ella suspiró con una expresión de angustia en su rostro.—La verdad es que no sé si es tan buena idea decirte… porque lo que me ocurrió fue responsabilidad de tu prima y no sé cómo puedas tomártelo. Amelia miró a Sergio, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y determinación. Respiró hondo, reuniendo el valor para comenzar su relato.—Dímelo, no voy a contrariarte, te escucharé de manera objetiva —insistió para que siguiera contándole.Ella lo miró y comenzó a hablar.—Como te dije, fue el día de mi graduación, cuando mi tragedia empezó… cuando lo perdí todo —dijo con voz temblorosa. —Yo era la mejor estudiante, la atleta estrella, la mejor alumna, la chica popular. Todos me admiraban, o eso creía. Pero esa noche... todo cambio.Su voz se quebró por un momento. Sergio tomó su mano, dándole un apretón reconfortante.—Esa noche, alguien
Amelia, por su parte, intentaba mantener la compostura, pero su corazón latía desbocado. No podía evitar mirar más allá de Alejandro, buscando desesperadamente una señal de Anaís, su pequeña hija. La idea de estar tan cerca de ella y no poder abrazarla le partía el alma, por eso no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo hasta escuchar el tono molesto de Sergio.—Si escuchaste bien, Amelia es mi prometida —afirmó Sergio.—Vaya, ¡qué rápido actúas Amelia! —dijo en tono de reproche sin poder ocultar su molestia —, pasen adelante, por favor —invitó Alejandro, haciéndose a un lado para que ambos pudieran entrar—. Espero que puedan disfrutar de la velada.Amelia quería responderle, pero al final prefirió morderse la lengua, no le convenía un enfrentamiento con él, debía ser muy astuta, tranquila, pasiva.Con un leve asentimiento, Sergio pasó al interior de la mansión, seguido de Amelia, quien no pudo evitar lanzar una última mirada a Alejandro, este se limitó a observarlos, su expresión
Las lágrimas brotaron de los ojos de Amelia, cayendo silenciosamente sobre el cabello de su hija. Con manos temblorosas, acarició la espalda de Anaís, sintiendo cada respiración, cada latido de su pequeño corazón. Era como si el tiempo se hubiera detenido, permitiéndoles recuperar algunos de todos los abrazos que no les había dado durante todos esos años.Anaís se apartó ligeramente, sus ojos brillantes fijos en el rostro de su madre. Con dedos delicados, tocó las mejillas húmedas de Amelia, limpiando sus lágrimas. Luego, con movimientos precisos, comenzó a formar palabras con sus manos.—Te extrañé mucho, mamá —señaló la niña, su expresión llena de ternura y tristeza al mismo tiempo.Amelia sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos al ver el dolor reflejado en los ojos de su hija. Se tragó el nudo en la garganta, forzando una sonrisa mientras respondía a las señales de Anaís.—Yo también te extrañé, mi amor —expresó Amelia con sus manos, para luego acariciar con suavidad el c
El silencio que siguió a las palabras de Anaís fue ensordecedor. Amelia sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Sergio, por su parte, se quedó inmóvil, su rostro una máscara de incredulidad y confusión.Anaís, ajena al impacto de sus palabras, se acurrucó más contra Amelia, sus pequeñas manos aferrándose a la blusa de su madre. Amelia tragó saliva, tratando de encontrar su voz. —No lo quiero —repitió la niña mientras empezaba a llorar.—¿Por qué se pone así? —preguntó Sergio intentando acercarse lo que provocó que la pequeña se alterara más.Amelia, sintiendo el cuerpo tembloroso de su hija contra el suyo, levantó una mano para detener a Sergio. Sus ojos, llenos de angustia y determinación, se clavaron en los de él.—Por favor, dame un momento a solas con ella —susurró con voz temblorosa.Sergio no prestó atención y siguió caminando, tratando de imponer su voluntad.—Déjame explicarle, para que entienda que vas a casarte con
—¿Tú qué tienes que ver en esto, Alejandro? —espetó Sergio, con un tono agresivo—. Este es un asunto entre Amelia y yo. No te metas.Alejandro no se movió, ni cambió su expresión. Solo se mantuvo firme en su lugar, como una muralla.—Esta es mi casa y ella tampoco te quiere aquí, así que o sales por tus pies o te saco yo —dijo Alejandro con una calma helada.—De aquí no me voy sin mi prometida —sentenció Sergio.—Estás haciendo que mi hija se asuste, y no voy a permitir que eso siga. Si Amelia te está pidiendo que te vayas, ¡Hazlo! Porque de lo contrario no respondo —dijo el hombre con firmeza. Amelia, aún sosteniendo a Anaís, observó a los dos hombres enfrentarse en silencio. El aire en la habitación se sentía denso, cargado de emociones que estaban a punto de estallar. Su corazón latía con fuerza, no solo por el temor de lo que pudiera pasar, sino por la incertidumbre de lo que debía hacer.Sergio respiró profundamente, como si estuviera tratando de calmarse, pero su rabia era evid
El silencio que siguió a las palabras de Anaís fue casi cómico en su contraste con la seriedad de la situación. Alejandro y Amelia intercambiaron una mirada de sorpresa, sin saber cómo responder de inmediato a la espontánea propuesta de la niña.Alejandro fue el primero en reaccionar, soltando una leve risa, aunque en sus ojos brillaba algo más profundo, quizás la incredulidad de que la niña hiciera esa propuesta o recordando en la sugerencia que le había hecho su madre.—Anaís... —dijo suavemente, agachándose para estar a la altura de su hija—. Las cosas no funcionan así. No puedes decidir esas cosas tan fácilmente.Anaís, confundida por la reacción de su padre, frunció el ceño y empezó a hacer señas rápidas.—¿Por qué no? —preguntó, moviendo las manos con una determinación que reflejaba la convicción de una niña que todavía no entiende la complejidad del mundo de los adultos—. No me gusta ese señor. Quiero que mamá se quede aquí con nosotros. ¿Por qué no puede ser así?Amelia, aún c
El aire se tornó denso de inmediato. Amelia sintió una mezcla de sorpresa y pánico invadiendo su cuerpo, mientras Alejandro, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, la miraba como si disfrutara cada segundo de su incomodidad. —Bueno Amelia, ¿Ya escuchaste lo que dijo mi mamá? —inquirió Alejandro, encogiéndose de hombros—. Y da la casualidad que yo soy un hijo obediente.Amelia parpadeó rápidamente, su corazón latiendo desbocado mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. —¿Qué quieres decir? —preguntó con el ceño fruncido.—Lo que entendiste, lo mejor es que nos casemos.Su mirada saltó de Alejandro a Esmeralda, que se encontraba claramente deleitada por la idea, como si acabara de resolver el dilema más grande de su vida.—¿Estás loco? —soltó finalmente Amelia, llevándose las manos a la cabeza, aún incrédula por la dirección que había tomado la conversación—. ¡Esto no tiene sentido! No puedes decir algo así solo porque tu madre lo sugiere.Alejandro arqueó una ceja
Amelia se pasó una mano por el rostro, sintiéndose atrapada entre la espada y la pared. Su mirada se posó en Anaís, quien jugaba distraídamente con una muñeca en el rincón de la habitación, ajena al drama que se desarrollaba a su alrededor.—No es tan simple, señora Esmeralda —murmuró Amelia, su voz apenas audible—. Casarme con Alejandro me da miedo, vivir con él será una mentira.Esmeralda la observó con una mezcla de compasión y dureza en sus ojos.—A veces, querida, el amor de una madre requiere sacrificios que van más allá de lo imaginable, aunque después, te seguro que la vida se encarga de premiarte —dijo la mujer con convicción, como si ya hubiese pasado por algo similar en su vida.Amelia apretó los labios, intentando no dejarse llevar por la presión emocional que la señora Valente intentaba imponerle. Sabía que si aceptaba el matrimonio con Alejandro sería peligroso, no confiaba en que ella pudiera mantenerse alejada, fue inevitable que recordara cuando la besó, aunque lo hab