El alivio golpeó a Amelia con la fuerza de una ola. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba a Sergio, que le apretó la mano en señal de apoyo.—Gracias —susurró, su voz quebrada por la emoción, sus palabras eran apenas un eco del profundo agradecimiento que sentía.Mientras caminaban hacia la salida, una pequeña llama de esperanza comenzó a arder en su pecho. Esta vez, tal vez sí podría recuperar a su hija.Sergio la guió hacia un auto negro que esperaba estacionado frente a la estación policial. Amelia volvió a darle las gracias, pero Sergio la miró con una seriedad que la reconfortó.—Amelia, no tienes que agradecerme nada. Estoy aquí porque quiero estarlo, porque creo en ti y es loable todo lo que has hecho por tu hija. No quiero que sientas que te estoy presionando. Quiero que tomes el tiempo que necesites para pensarlo, para considerar lo que realmente quieres. Lo último que quiero es que tomes una decisión de la que luego te arrepientas. Lo que voy a sugerirte es que ve
Alejandro sintió un nudo formarse en su estómago. Sergio Castillo era un hombre con su cuota de poder en la ciudad, un rival formidable, y si decidía respaldar a Amelia, el caso contra ella sería bastante interesante. Porque aunque él tenía recursos y conexiones, sabía que Sergio también tenía los suyos, sobre todo en el poder judicial, y debía ser lo bastante astuto para resultar vencedor.—¡Maldita sea! Escúchame bien, Eduardo —gruñó Alejandro entre dientes, su voz cargada de amenaza—. Debes anticiparte a sus movimientos, y evitar que esto escale. Quiero que muevas cielo y tierra para anular esa fianza. No me importa lo que tengas que hacer, pero Amelia Delgado no puede estar libre. ¿Me entiendes?—Sí, señor. Haré todo lo posible —respondió Eduardo, la tensión evidente en su voz.Alejandro cortó la llamada sin despedirse, lanzando el teléfono sobre el escritorio con fuerza. Se levantó de golpe, caminando hacia la ventana de su lujosa oficina. La vista de la ciudad se extendía ante é
Esmeralda abrió los ojos de par en par, sintiendo un nudo en el estómago al darse cuenta de que había expuesto más de lo que quería. Se llevó un mechón de cabello detrás de la oreja, un gesto que delataba su nerviosismo, mientras intentaba recuperar la compostura.—Yo… —comenzó a decir, mientras obligaba a su cerebro a encontrar una excusa, pero la mirada de su hijo la ponía más nerviosa, aunque se animaba a hablar, no podía hacerlo y las siguientes palabras de su hijo, evidenciaron que ya había sido descubierta y debía admitir la verdad.—Fuiste a verla —más que una pregunta fue una afirmación.Esmeralda dejó escapar un suspiro de resignación, sabiendo que ya no tenía sentido seguir ocultando la verdad. Sus hombros se hundieron ligeramente mientras asentía con la cabeza.—Sí, fui a verla —admitió finalmente, su voz, apenas un susurro—. Necesitaba conocerla, entender quién era realmente esta mujer que tanto significa para mi nieta y que quería separarla de nosotros.Alejandro apretó l
Alejandro pensó en el plan de su madre, sabía que no tenía nada que perder y quizás así descubriría lo que realmente ocultaban Amelia y Sergio Castillo, finalmente asintió.—Bien, envía las invitaciones, pero si descubro que Amelia está usando a Sergio Castillo para ir en mi contra, nadie podrá evitar mi ira y la fuerza de mi venganza.Esmeralda asintió, alegrándose de que su plan hubiese prosperado, y decidió poner en marcha la primera parte de su plan, mientras observaba alejándose a su hijo, sonrió maliciosamente, sabiendo que todo iba a salir bien.—Lo primero es mandar a preparar las invitaciones y enviarlas, segundo, seguir investigando a Amelia. Porque voy a llegar a la verdad de todo.*****Cuando Amelia le respondió a Sergio de que si quería casarse con ella, una sonrisa se dibujó en su rostro, la tomó del mentón y por varios segundos se quedó viéndola con intensidad.Segundos después, el hombre se acercó lentamente a Amelia, su mirada cargada de una intensidad que la hizo co
Sergio la miró a los ojos, como si intentara leer sus pensamientos. Amelia sostuvo su mirada, deseando poder ser más honesta con él, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. En cambio, tomó un sorbo de café, disfrutando del calor que se extendía por su cuerpo, aunque no lograra aliviar la frialdad que sentía por dentro.—Amelia —dijo Sergio, rompiendo el silencio—, espero que no vayas a decir en mi casa que tenemos un trato y mucho menos que nuestro compromiso de ayer, quiero que crean que hemos tenido una relación por todo este tiempo.Amelia asintió lentamente. —Gracias, Sergio —murmuró, una vez más, su voz, un susurro que apenas pudo mantener firme.Una vez lista, y habiéndose retocado el maquillaje, se miró en el espejo mientras se ajustaba un sencillo vestido azul, sus ojos reflejando la confusión que sentía. Era una mujer atrapada entre sus deseos y sus obligaciones, entre su amor por Anaís y el futuro incierto que le ofrecía Sergio, pero que le garantizaba tene
—Amelia, ¿Estás bien? —insistió Sergio.El silencio en la sala se volvió asfixiante. Amelia sintió que le faltaba el aire, su mente girando en un torbellino de recuerdos y emociones. Manuela, por su parte, parecía haber perdido todo color en el rostro, sus ojos fijos en Amelia con una mezcla de terror y súplica.Sergio, confundido por la repentina tensión, miró de una a otra, su ceño fruncido en preocupación.—¿Ustedes se conocen? ¿Conoces a mi prima? —preguntó, su voz rompiendo el silencio como un cuchillo.Amelia tragó saliva, luchando por encontrar su voz, se sentía atrapada entre el pasado y el presente, con Sergio a su lado, exigiendo respuestas, y Manuela al otro lado de la sala, su presencia despertando antiguos dolores que jamás pensó revivir. El salón del comedor, qué momentos antes era un refugio de celebración, ahora se sentía como una trampa, con paredes que parecían cerrarse alrededor de ella.—Amelia, me estás preocupando, ¿estás bien? —insistió Sergio, su voz teñida de
Amelia se quedó paralizada al escuchar la voz de Sergio. El pánico se apoderó de ella al darse cuenta de que él había presenciado su arrebato contra Manuela. Sus ojos se encontraron con los de Sergio, que la miraban con una mezcla de confusión y decepción.—Sergio, yo... —comenzó Amelia, pero las palabras se le atascaron en la garganta. ¿Cómo podía explicar años de dolor y trauma en unos pocos segundos?Manuela, por su parte, aprovechó la oportunidad para interpretar el papel de víctima frente a Sergio. Se levantó lentamente, fingiendo dolor y conmoción.—No sé qué le pasa, solo quería que habláramos —dijo Manuela, con una voz temblorosa y un gesto de aparente desconcierto. Se llevó una mano al pecho, como si tratara de calmarse, mientras dirigía una mirada lastimera hacia Sergio,—Yo solo intenté acercarme para consolarla, pero Amelia me empujó. No entiendo por qué me odia tanto.Sergio observó la escena en completo desconcierto. No podía reconciliar la imagen de Amelia, siempre tan
Amelia se detuvo en seco al ver a Sergio bloqueando su camino. Sus ojos se encontraron de nuevo, pero esta vez, ella no vio la confusión y la decepción de antes. Lo que vio fue una mezcla de desesperación y determinación, una combinación que la desarmó aún más. Las palabras de Sergio resonaron en su mente, pero su instinto de supervivencia le gritaba que huyera, que se alejara de todo lo que pudiera hacerle daño.—Lamento todo esto, ya veo que fue una equivocación haber aceptado casarme contigo, voy a pagarte cada dólar que pagaste te lo voy a devolver —expresó con un suspiro.—No Amelia, siento haber reaccionado de esa manera, no fue un error que aceptaras mi propuesta, es lo mejor que puedes hacer ¿Acaso no deseas recuperar a tu hija? —preguntó.Esas palabras eran el talón de aquiles de Amelia, suspiró profundo y cerró los ojos, porque aunque su razón la invitaba a huir, su corazón le decía que era la única oportunidad para recuperar a su hija. Sergio vio la duda e insistió.—Qui