Capítulo 2

GRIS

Paso con delicadeza la mano entre toda mi ropa colgada, hace mucho que no uso algo bonito o que salgo, desde que me enteré que Oliver venía al mundo, me dediqué solo a él, y ahora me sentía como la primera vez que Hans me invitó al cine. Esa fue nuestra primera cita, comimos palomitas de caramelo hasta hartarnos.

Al final me decido por unos jeans oscuros ajustados, unas flats del mismo color y una blusa de manga larga con lazo negro, dejo mi cabello rubio suelto y por primera vez me maquillo, no suelo usar mucho, debido a que no es mi prioridad verme bonita.

—¡Woooow!

Volteo y Oliver está en pijama con un tazón lleno de cereal.

—¡Te ves bonita, mami!

Sonrío y me pongo en cuclillas para estar a su altura.

—Y tú te ves muy guapo —le doy un dulce beso en su nariz respingona—. Voy a salir un momento, así que quiero que te portes bien con tu tía Prim.

—¿Puedo ver el concierto de papá?

Me cambia la conversación y asiento con la cabeza.

—Sí.

Me despido de él y salgo, veo como enciende el televisor y la imagen de Hans con un micrófono cantando, le endulza el oído y lo hace tararear sus canciones.

—¿Estás bien? —me pregunta en tono bajo Prim.

—No, es decir, hace tres años que no nos vemos, estoy nerviosa ¿y sí no me quiere apoyar con las quimioterapias de Oliver? —me remuevo inquieta sobre mi eje.

—Tiene que hacerlo, es su padre, por ley tiene que apoyarte.

—Lo sé, pero…

—Eh —pone sus manos sobre mis hombros—. Todo irá bien, solo van a hablar, y si se pone en plan chulo me llamas y juntas le pateamos el culo.

Sonrío.

—Eso es —me abraza—. Hace mucho que no veía esa sonrisa Gris.

Mi nombre es Griselda, pero siempre me han llamado Gris.

—Cuida de él, no dudes en llamarme por cualquier cosa —balbuceo—. Su comida está en la nevera y si quiere helado…

—Tranquila, llevo tres años cuidando a ese niño, estaremos bien —me vuelve a abrazar.

—Deséame suerte.

—Suerte.

Le doy un último beso a mi hijo y para cuándo salgo, un auto color negro con vidrios blindados ya me espera al otro lado de la acera. Un chófer me espera, me abre la puerta y entró luego de saludarlo.

—¿A dónde vamos? —inquiero tratando de no verme tan nerviosa.

Pero no me responde, solo arranca y el resto del trayecto memorizo todo lo que le tengo que decir a Hans, llevo en mi bolso una foto de Oliver y una en donde salimos los dos, tengo la esperanza de que haya cambiado y que sea una mejor persona.

El tiempo pasa y me pierdo en el paisaje hasta que el auto se detiene frente a un enorme edificio de azulejos. Salgo del auto y alzo la mirada, hasta arriba hay enormes letras grises que forman el nombre "Ashleys"

—Señora Watson.

Una voz masculina me hace dar un respingo, a las afueras de la puerta principal se acerca un hombre alto, cabello oscuro y ojos cafés, una ligera barba de días adorna su perfecto rostro. Se acerca y estira la mano en mi dirección.

—Soy Milo Rivers, representante y abogado del señor Hans, hablamos ayer por la noche —dice rápidamente sin darme tiempo de procesar cada una de las palabras—. Sígame por favor.

Asiento y con los nervios a flor de piel camino detrás de él. Subimos a un elevador, la gente me mira mal y entiendo por qué, todos los que trabajan en esta empresa van vestidos con ropa de marca, elegantes, en cambio yo… me avergüenzo y para cuando salimos del ascensor, recuerdo respirar.

—Espere aquí por favor —me pide el señor Rivers y eso hago.

Me quedo de pie esperando, viendo como entra a una oficina que lleva el título de "Presidente" Estoy tan adentrada en mis pensamientos, que no me doy cuenta del repiqueteo detrás de mí, hasta que alguien choca contra mí, tirándome café caliente sobre la blusa.

—¡Oh, lo siento tanto! —dice una de las recepcionistas desatando la risa de todas alrededor.

El ardor en la piel es doloroso por segundos, y estoy a nada de arrancarle los cabellos, cuando la puerta se abre y dicen mi nombre.

—¿Señora Watson? Puede pasar.

Cierro los ojos e intento tranquilizarme, asiento y doy la media vuelta, los ojos del señor Milo se fijan en la enorme mancha de café que quedó sobre mi blusa blanca, niega con la cabeza y les lanza una mirada amenazante que hace callar a todas, luego me da el paso y con el mentón arriba, entro.

Aunque me congelo al instante al ver a un hombre que está de espaldas mirando por la ventana, sus hombros son anchos y vienen a mí los recuerdos de cuando hicimos el amor por primera vez.

—¿Hans?

La puerta se cierra a mis espaldas y sigue igual, solo que ahora se mira más hombre… su cabello color caramelo hace contraste con sus ojos azules, idénticos a los de Oliver. Sonrío e intento irme sobre él para abrazarlo, cuando me detengo en seco al ver que me lanza sobre el escritorio una carpeta amarilla.

—Hola, Griselda —su tono frío baja mis defensas.

—¿Qué es eso? —pregunto sin apartar la mirada de la carpeta.

—Sabes perfectamente qué es.

La mirada que me lanza no me gusta, jamás me había visto así.

—Son los papeles del divorcio. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Levanto la vista, el alma se me cae a los pies y entonces dice:

—Me quiero divorciar de ti, Griselda.

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