Capítulo 7

GRIS

—Hace mucho que no nos vemos —dice Alexander con voz átona—. ¿No te parece, Gris?

Quiero responderle, pero las palabras se atoran en mi garganta y me es imposible no apartar la mirada de Oliver, quien no deja de asombrarse con la enorme pantalla de plasma en la que ve caricaturas al otro extremo de la estancia, donde apenas y nos puede escuchar.

—Supongo que sí —respondo con voz apenas audible—. Escuché…

—Dejemos de lado los modales, Gris, eres mi nuera, la madre de mi nieto, sé que no he sido el mejor suegro, pero me temo que mi estado de salud me impidió poder venir antes, con la bruja de mi esposa, creo que ya me hubiera ido de este mundo hace años —musita regalándome una sonrisa cálida.

—Tal vez no esté enterado, pero Dylan y yo…

—Sé lo que está pasando entre ustedes, lo sé todo, así como el estado actual de mi nieto —su semblante cambia fugazmente, ahora su mirada está llena de rabia y seriedad—. Me gustaría decirte que mi hijo es una buena persona, pero no lo es, su madre se ha encargado de hacerlo a su imagen y semejanza, convirtiéndolo en un monigote que solo sirve para cantar, ganar dinero y hacerle creer al mundo entero que es de los buenos, pero no lo es.

Las manos me sudan, la última vez que estuve aquí fue hace tres años, cuando Dylan me trajo en vacaciones de verano, y me folló.

—No entiendo que hago aquí, no quiero problemas, en estos momentos no estoy pasando por un buen momento y solo quiero…

—No estás sola.

Son esas dos simples palabras las que me derrumban, hace mucho que nadie me las dice, pese a tener a Prim a mi lado. Mis ojos se llenan de agua y me muerdo el labio inferior tratando de amortiguar el sollozo que me niego a dejar escapar.

—Oh, cariño —Alexander se pone de pie y se acerca a mí, mermando el espacio que nos separaba, se sienta a mi costado y extiende sus brazos—. Ven.

Como si fuese una niña pequeña me embriagó de su colonia masculina y permito que me abrace, el afecto que sustituye lo que nunca recibí de mis padres. Entonces, a espaldas de mi hijo, me dejo querer, derrumbo las barreras que desde pequeña me había atrevido a construir para evitar ser débil ante el mundo.

—Sola, es una palabra muy dura para alguien tan joven como tú —recalca con un hilo de voz.

Alexander no es un anciano, es un hombre de cincuenta años, cabello oscuro y ojos azules, tez clara y apuesto. Sé que es millonario, dueño de varias disqueras que firman a los mejores artistas del momento, entre los cuales se encuentra su propio hijo, sí, me enteré demasiado tarde de quién era la familia de Hans.

Quisiera estar de acuerdo con Alexander, pero no puedo, porque desde muy pequeña tuve que cuidar de mí misma, mientras mamá estaba demasiado ocupada con la carrera de mi hermana Isabell. Tuve que trabajar y adquirir responsabilidades que me hicieron madurar a temprana edad, sin tener la oportunidad de salir como las demás chicas de mi edad, tener novios, embriagarse y más, luego por arte de magia conocí a Dylan, me enamoré y me embaracé del hombre que creí que me amaba.

Solo han pasado tres años y se sienten como toda una vida entera, pero no me quejo, porque desde que supe que Oliver venía en camino, dediqué cada segundo de mi existencia a amarlo por los dos.

—Lo siento… yo… —hipeo apartándome de él.

Limpio los surcos que dejaron mis lágrimas en mis mejillas con el dorso de la mano.

—Escúchame bien, y quiero que pongas atención a cada una de mis palabras —me sonríe a modo tranquilizador—. Estuve fuera del país por tres años, y eso tiene una razón, tengo cáncer de pulmón, estoy muriendo.

Un corriente eléctrica recorre mi espina dorsal, voy lenta, pero intento pensar que se trata de una broma de mal gusto.

—Antes de morir, quiero dejar claras algunas cosas que espero aceptes, de hecho te conozco bien, por ello me voy a ver en la penosa necesidad de amenazar para que aceptes —sigue.

—¿Amenazar? —me pongo de pie—. Escuche, yo…

—Shhhh —me indica con una mano que vuelva a tomar asiento y dudosa lo hago—. Voy a hacerme cargo de todo lo que necesite mi nieto, es mi sangre y no pienso volverlo a abandonar, ni a él ni a tí, ya han sufrido mucho por la cobardia de mi hijo, influido por la avaricia y egoísmo de la madre.

Escuchar que mi bebé tiene una oportunidad de salir adelante, me llena y aterra al mismo tiempo.

—¿A cambio de qué? —pregunto con cautela.

—Chica lista.

—De donde vengo ningún rico da algo sin nada a cambio —respondo—. Mucho menos si este tiene el apellido Hans.

Asiente en silencio mientras me observa con detalle.

—Yo me haré cargo de todo, medicamentos, hospitales, quiero que un doctor con más reconocimiento le haga los exámenes requeridos, pero a cambio quiero que él y tú vengan a vivir conmigo aquí, en la mansión, hasta que muera.

Las piernas me tiemblan, la palabra "muerte" Me repugna, más si viene enlazada a una enfermedad. Estudio su rostro para descubrir la trampa, sin embargo, no la hay, sus ojos… sus ojos me dicen que hablan con la verdad.

—¿Por qué querría eso?

—Porque estoy muriendo y no quiero hacerlo solo, porque esta mansión es tan enorme como la soledad que me engulle cada noche, porque Oliver es mi nieto y tú mi nuera, puedo darte más explicaciones pero en todas ellas quiero la misma respuesta —coloca sus manos sobre las mías—. Siempre quise una hija, y ahora la tengo, en ti veo a esa pequeña que deseé cuidar, dale la oportunidad a este maldito millonario de pasar mis últimos meses o años, con ustedes. ¿Qué dices?

—Yo…

Estoy a nada de responder, cuando se escucha ruido de voces, enseguida la puerta se abre y siento que el corazón se me acelera cuando veo que un par de ojos azules como los de mi hijo, me observan.

—¡Tú, m*****a zorra, ya me decían que eras una ramera!

Me señala con el dedo y la sonrisa que se dibuja en mi rostro se esfuma.

—¡Como no pudiste conmigo, ahora le quieres abrir las piernas a mi padre, verdad, mal nacida de m****a!

Chas.

De pronto y en menos de un segundo, el rostro de Dylan se gira. La mano de Alexander se alza y lo mira con rabia.

—¡Mi casa la respetas, a ella la respetas!

Se agita y me siento mal por Alexander.

—¡Pero padre, qué no ves que te está engatusando!

—Dylan, podrás ser apuesto, tener fortuna, mujeres y fama, pero eres un idiota, un títere que tu madre maneja a su antojo —niega con la cabeza—. Ella está aquí porque yo la he mandado llamar.

—¿Qué? ¿Por qué? —los puños de Dylan se cierran con fuerza y su vena carótida se nota visible—. Padre, ella solo busca dinero, ella…

—Estoy muriendo, Dylan.

El color se le ha ido del rostro al padre de mi hijo y me remuevo inquieta.

—Qué… no… tú…

—Ya es hora de que te hagas un hombre, Dylan.

—¿Qué quieres decir? —inquiere con incredulidad.

Alexander vuelve a tomar asiento y me toma la mano con cariño, como lo hace un padre con su hija.

—Qué de ahora en adelante Griselda es parte de esta familia, te guste o no, ella vivirá aquí, trabajará en la disquera, y es la dueña de toda mi fortuna, ella y tú hijo Oliver.

«No puede ser»

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