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Simón observó a la mujer en el escenario y sintió una fascinación inexplicable.

Aquella mujer que se había presentado como Sara Huntington, tenía un porte elegante, un halo de confianza y una seguridad que parecía envolver cada palabra que pronunciaba.

Su cabello, dorado como hebras de seda, caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su figura, perfectamente esculpida, irradiaba una sofisticación que la hacía destacar entre todos los presentes.

"Qué mujer más hermosa, es como una diosa", pensó, embelesado, sin apartar los ojos de ella.

Se preguntó cómo alguien podía proyectar una presencia tan abrumadora y, al mismo tiempo, parecer tan accesible y encantadora.

Había algo en ella que lo mantenía absorto, como si todo alrededor desapareciera y solo quedaran ellos dos, aunque la mujer no hubiera reparado en su existencia.

Simón no podía evitar pensar que, en otro contexto, él y esa mujer podrían haberse conocido. Pero desechó la idea casi al instante.

Esa mujer segura de sí misma, qu
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