La mujer impresionante descendió del escenario y se acercó a un sonriente Daniel, quien la recibió tomándola de las manos con una familiaridad que hizo que algo en el interior de Simón se contrajera. Sintió un ardor en el estómago, un calor incómodo, ligado a la fascinación inexplicable que esa mujer rubia despertaba en él. Se quedó observando el brillo elegante de los diamantes en sus orejas y el anillo de compromiso que llevaba en su mano. La joya en su estilizada mano era un destello imponente y reflejaba la luz del salón como un recordatorio silencioso de su unión con otro. La sonrisa afectuosa que le dedicaba a Daniel Alves intensificaba aún más esa tensión en el estómago, una mezcla de envidia y deseo que Simón no lograba ignorar. Decidió acercarse a la pareja, con la curiosidad venciendo al orgullo. Estaba a unos pasos cuando una voz femenina, alta y alegre, lo interrumpió. —¡Simón! —exclamó una mujer al reconocerlo—. ¡No puedo creer que estés aquí! Simón reprimió un su
Simón avanzó hacia ella, incapaz de contener el torbellino de preguntas y resentimientos que llevaba atorados en la garganta.Natalia lo vio acercarse y enarcó una ceja, como si no fuera más que un extraño.—¿Por qué lo hiciste, Natalia? —preguntó en un susurro lleno de rabia contenida—. Fingir tu muerte, desaparecer sin explicación… ¿No tenías la decencia de enfrentarte y demostrar tu inocencia?Ella soltó una pequeña risa, carente de calidez. El sonido le heló la sangre.—Inocencia… —repitió, sin molestarse en mirarlo a los ojos—. Me temo que ya no tienes derecho a exigir nada de mí, Simón. Soy Sara Huntington ahora, y tú… bueno, tú no eres más que un mal recuerdo.Simón la miró, incrédulo. La mujer frente a él parecía una extraña, una mujer segura, controlada, alguien que no podía asociar con la Natalia vulnerable que había conocido.—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —le espetó, con la ira creciendo en su interior—. Desapareciste, Natalia. Me hiciste pensar que estabas muerta.
Simón observaba a Natalia con dientes apretados. A su lado, Daniel reía suavemente luego de hablarle al oído, como si compartieran alguna confidencia graciosa.El brazo de Daniel le rodeó la cintura de una manera demasiado íntima para el gusto de Simón. Entonces ocurrió. Natalia lo miró con una ternura que Simón le había visto solo dirigido hacia él, y, sin vacilar, Daniel le dio un beso en los labios. Simón observaba la escena con una furia silenciosa. La imagen era demasiado, como una afrenta directa hacia él, una provocación que lo dejaba en carne viva.Ahí estaba Natalia —Sara, como ahora se hacía llamar— permitiendo que Daniel le diera un beso en los labios, sin el menor atisbo de rechazo. La visión lo enloquecía, un ardor le subía por el pecho, y se dispuso a acercarse, decidido a interrumpir aquella escena. Pero justo en ese momento, su celular vibró en su bolsillo. Miró la pantalla: Isabella. Gruñó para sí mismo, molesto, y contestó con brusquedad, sin apartar la mirada de
Isabella miraba el teléfono en sus manos, los ojos bien abiertos, el ceño fruncido y las manos temblorosas. No podía creer lo que acababa de suceder. Simón le había cortado la llamada sin miramientos, de manera abrupta, como si ella no mereciera ni una palabra más. Su pecho ardía, mezcla de rabia y dolor, y sentía la furia creciendo dentro de ella como una marea incontrolable.—¿Cómo se atreve? —murmuró, apretando el teléfono con fuerza.Durante los últimos años, Isabella había soportado desplantes, largas ausencias y esa obsesión enfermiza de Simón por Natalia, esa mujer que parecía haber dejado una marca imborrable en él. Esa llamada le había dejado claro que Simón no tenía reparos en tratarla como un mero accesorio, un objeto que podía silenciar cuando quisiera. Había cruzado una línea.De pronto su celular sonó e Isabella observó la notificación en su celular: una transferencia de Simón. El mensaje adjunto decía simplemente *"Lo siento"*. Lo leyó varias veces, buscando algo má
Simón sintió un escalofrío cuando el niño, con una mirada curiosa e inquisitiva, lo observó detenidamente. Sin saber por qué, dio un paso adelante, como si algo lo empujara a acercarse y conocer más de ese pequeño desconocido.—¿Quién eres? —preguntó el pequeño, con una curiosidad genuina que dejó a Simón sin palabras.Abrió la boca para responder, pero las palabras no le salieron. “¿Qué te pasa?”, se dijo a sí mismo, sintiéndose tonto por quedarse sin palabras frente a un niño.—¿Eres mudo o algo así? —Nathan lo miraba con el ceño fruncido.—N-no, claro que no —balbuceó Simón, incómodo. Se aclaró la garganta y logró responder con algo más de seguridad—. ¿Y tú, cómo te llamas?—Nathan. ¿Trabajas aquí? —preguntó el niño, mirándolo de arriba abajo, evaluándolo con esos ojos inquisitivos que parecían ver más de lo que Simón estaba dispuesto a mostrar.Simón negó con la cabeza, todavía sintiéndose extraño. El nombre había provocado algo en su interior, un nudo en el estómago, una sensaci
Simón esperó durante más de una hora antes de que el asistente de Natalia apareciera y finalmente le confirmara una cita para unos días después. Esta vez, llegó a la empresa con anticipación, decidido a que nada interfiriera en esa reunión. Sabía que Natalia estaba en el edificio, y aunque había hecho un esfuerzo por mantener la calma, cada minuto que pasaba sin verla aumentaba su frustración. Al llegar la hora concertada, le informaron que ella no podía atenderlo.Simón respiró hondo, pero no pudo evitar hacer un reclamo. Después de unos minutos de tensión, apareció una secretaria—La señora Huntington lo verá brevemente en recepción, señor Cáceres —comunicó la chica.—¿Por qué no en su oficina? —Simón frunció el ceño, irritado.—Son órdenes de mi jefa, señor —respondió la secretaria, en tono apenado.Simón permaneció de pie en el vestíbulo, mirando hacia la puerta de la oficina de Natalia, mientras cada segundo se alargaba en su mente. Habían pasado unos quince minutos desde que l
Simón salió de la empresa de Sara con el corazón pesado, y la frustración ardiendo en su pecho. El trato distante y hasta hostil que ella le había dado era un reflejo doloroso de lo mucho que habían cambiado las cosas entre ellos. Recordaba a Natalia de hace años, aquella mujer que, con una sonrisa tímida, lo seguía a todas partes, como si él fuera el centro de su universo. En aquellos días, cada vez que ella aparecía buscándolo, él se sentía irritado e incómodo. —¿Por qué no entiendes, Natalia? —le decía, con su voz cargada de irritación, casi como si ella fuera una molestia en su vida—. Deja de seguirme como si fuera lo único que tienes. No puedes estar detrás de mí como un cachorro abandonado.Recordaba cómo ella bajaba la mirada, herida, pero sin decir una palabra, como si él tuviera el derecho a tratarla de esa forma. Sabía que le dolía, pero también sabía que Natalia nunca alzaría la voz para defenderse. La dependencia emocional que ella había desarrollado hacia él le resulta
—Nata… Sara, yo… —Simón dudó un segundo antes de continuar—. Te propongo una colaboración. Algo que pueda beneficiarnos a ambos.Natalia entrecerró los ojos, su expresión escéptica.—¿Ahora necesitas mi ayuda? —preguntó, enarcando una ceja con un destello de ironía en su mirada—. Qué curioso, viniendo de alguien que siempre pensó que no necesitaba a nadie.Simón sintió el golpe de sus palabras, pero no dejó que su rostro reflejara su incomodidad.—Es cierto. Nunca pensé que necesitaría esto, pero… la situación ha cambiado —soltó un suspiro cansado—. No es solo mi empresa la que está en juego, sino el futuro de mucha gente.Ella lo observó en silencio, como si estuviera evaluando cada palabra, cada gesto.—¿Y por qué debería ayudarte? —preguntó con voz fría—. No tengo ningún motivo para hacerlo, ¿verdad? Después de todo… tú nunca tuviste tiempo para mí.Simón contuvo el aliento, sintiendo cómo sus propias palabras del pasado regresaban para atormentarlo. Ahora no tenía más opción que