Daniel repasaba los detalles de su plan mientras observaba el atardecer desde la ventana de su oficina. Su expresión era serena, pero en su interior, un mar de pensamientos lo arrastraba hacia un solo propósito: asegurar la seguridad de Natalia antes de reunirse con ella en Europa.Sabía que no podía dejar nada al azar; cualquier rastro de su partida o pista sobre su relación con ella podría poner en riesgo todo lo que había protegido durante tanto tiempo. Desde el accidente, el peso de la responsabilidad se había vuelto aún más profundo.Daniel no solo veía en Natalia a alguien a quien proteger, sino a alguien a quien amaba profundamente, aunque rara vez se lo permitiera admitir. Su lealtad hacia ella no era simplemente una obligación; era una fuerza irrenunciable.Con cada decisión que tomaba, lo hacía pensando en su bienestar, en mantenerla a salvo de los Cáceres y de cualquier otro enemigo que intentara alcanzarla.—No puedo fallarle —murmuró para sí mismo, sus ojos reflejando de
Cuatro años después, Natalia había encontrado en Viena un refugio y un nuevo propósito de vida. Había trabajado incansablemente desde que llegó, persiguiendo cada oportunidad que surgía, estableciendo contactos y forjando relaciones en el mundo empresarial que un día le servirían. Después de la llegada de su hijo, un pequeño al que llamó Nathan, su determinación por construir un futuro seguro y brillante se había intensificado. Él era su motivo, su motor, su razón de lucha. Cada mirada suya, cada risa, se sentía como una pequeña victoria que impulsaba a Natalia a soñar con un éxito mayor.Daniel había estado junto a ella en cada paso de ese proceso. Desde el día en que llegó a Viena, él se había convertido en su apoyo incondicional, su compañero en la travesía de un camino lleno de obstáculos y sacrificios. Aunque Daniel debía viajar ocasionalmente, cada vez que regresaba, llenaba la pequeña casa de Natalia y Nathan con una energía cálida y familiar. Daniel, también un estratega
El murmullo de la multitud no se hizo esperar. Las personas se preguntaban si aquel hombre guapo y serio era el padre del niño o si Natalia había formado una familia con él.—Mamá, ¿todos estos son amigos tuyos? —preguntó Nathan, mirándola con sus grandes ojos curiosos.Natalia sonrió, inclinándose para mirarlo a la altura de sus ojos.—No exactamente, amor. Están aquí para conocer nuestra empresa —explicó, acariciando suavemente su mejilla—. Y también están aquí para verte a ti, el niño más guapo de todos.Daniel observaba la escena con una sonrisa de orgullo, pero en su pecho latía un sentimiento silencioso, una devoción que se había convertido en amor. Sin embargo, él sabía que ese no era el momento de revelarlo. La presencia de Simón, quien eventualmente se enteraría de que Natalia estaba en la ciudad, era un peligro latente. Incluso había sido invitado al evento de inauguración, pero no sabía si tendría la osadía de aparecer cuando los rumores de quiebra de su empresa eran cada
Simón observó a la mujer en el escenario y sintió una fascinación inexplicable. Aquella mujer que se había presentado como Sara Huntington, tenía un porte elegante, un halo de confianza y una seguridad que parecía envolver cada palabra que pronunciaba. Su cabello, dorado como hebras de seda, caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su figura, perfectamente esculpida, irradiaba una sofisticación que la hacía destacar entre todos los presentes."Qué mujer más hermosa, es como una diosa", pensó, embelesado, sin apartar los ojos de ella. Se preguntó cómo alguien podía proyectar una presencia tan abrumadora y, al mismo tiempo, parecer tan accesible y encantadora. Había algo en ella que lo mantenía absorto, como si todo alrededor desapareciera y solo quedaran ellos dos, aunque la mujer no hubiera reparado en su existencia.Simón no podía evitar pensar que, en otro contexto, él y esa mujer podrían haberse conocido. Pero desechó la idea casi al instante. Esa mujer segura de sí misma, qu
La mujer impresionante descendió del escenario y se acercó a un sonriente Daniel, quien la recibió tomándola de las manos con una familiaridad que hizo que algo en el interior de Simón se contrajera. Sintió un ardor en el estómago, un calor incómodo, ligado a la fascinación inexplicable que esa mujer rubia despertaba en él. Se quedó observando el brillo elegante de los diamantes en sus orejas y el anillo de compromiso que llevaba en su mano. La joya en su estilizada mano era un destello imponente y reflejaba la luz del salón como un recordatorio silencioso de su unión con otro. La sonrisa afectuosa que le dedicaba a Daniel Alves intensificaba aún más esa tensión en el estómago, una mezcla de envidia y deseo que Simón no lograba ignorar. Decidió acercarse a la pareja, con la curiosidad venciendo al orgullo. Estaba a unos pasos cuando una voz femenina, alta y alegre, lo interrumpió. —¡Simón! —exclamó una mujer al reconocerlo—. ¡No puedo creer que estés aquí! Simón reprimió un su
Simón avanzó hacia ella, incapaz de contener el torbellino de preguntas y resentimientos que llevaba atorados en la garganta.Natalia lo vio acercarse y enarcó una ceja, como si no fuera más que un extraño.—¿Por qué lo hiciste, Natalia? —preguntó en un susurro lleno de rabia contenida—. Fingir tu muerte, desaparecer sin explicación… ¿No tenías la decencia de enfrentarte y demostrar tu inocencia?Ella soltó una pequeña risa, carente de calidez. El sonido le heló la sangre.—Inocencia… —repitió, sin molestarse en mirarlo a los ojos—. Me temo que ya no tienes derecho a exigir nada de mí, Simón. Soy Sara Huntington ahora, y tú… bueno, tú no eres más que un mal recuerdo.Simón la miró, incrédulo. La mujer frente a él parecía una extraña, una mujer segura, controlada, alguien que no podía asociar con la Natalia vulnerable que había conocido.—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —le espetó, con la ira creciendo en su interior—. Desapareciste, Natalia. Me hiciste pensar que estabas muerta.
Simón observaba a Natalia con dientes apretados. A su lado, Daniel reía suavemente luego de hablarle al oído, como si compartieran alguna confidencia graciosa.El brazo de Daniel le rodeó la cintura de una manera demasiado íntima para el gusto de Simón. Entonces ocurrió. Natalia lo miró con una ternura que Simón le había visto solo dirigido hacia él, y, sin vacilar, Daniel le dio un beso en los labios. Simón observaba la escena con una furia silenciosa. La imagen era demasiado, como una afrenta directa hacia él, una provocación que lo dejaba en carne viva.Ahí estaba Natalia —Sara, como ahora se hacía llamar— permitiendo que Daniel le diera un beso en los labios, sin el menor atisbo de rechazo. La visión lo enloquecía, un ardor le subía por el pecho, y se dispuso a acercarse, decidido a interrumpir aquella escena. Pero justo en ese momento, su celular vibró en su bolsillo. Miró la pantalla: Isabella. Gruñó para sí mismo, molesto, y contestó con brusquedad, sin apartar la mirada de
Isabella miraba el teléfono en sus manos, los ojos bien abiertos, el ceño fruncido y las manos temblorosas. No podía creer lo que acababa de suceder. Simón le había cortado la llamada sin miramientos, de manera abrupta, como si ella no mereciera ni una palabra más. Su pecho ardía, mezcla de rabia y dolor, y sentía la furia creciendo dentro de ella como una marea incontrolable.—¿Cómo se atreve? —murmuró, apretando el teléfono con fuerza.Durante los últimos años, Isabella había soportado desplantes, largas ausencias y esa obsesión enfermiza de Simón por Natalia, esa mujer que parecía haber dejado una marca imborrable en él. Esa llamada le había dejado claro que Simón no tenía reparos en tratarla como un mero accesorio, un objeto que podía silenciar cuando quisiera. Había cruzado una línea.De pronto su celular sonó e Isabella observó la notificación en su celular: una transferencia de Simón. El mensaje adjunto decía simplemente *"Lo siento"*. Lo leyó varias veces, buscando algo má