Simón era consciente de que no la había querido, y luego quiso asegurarse de que pagara por sus crímenes… pero ¿esto? Esto era algo que no había previsto, una posibilidad que jamás había contemplado.Isabella llegó al hospital unos minutos después, buscando a Simón con una mezcla de impaciencia y furia. Cuando finalmente lo vio, se acercó de prisa, solo para notar su expresión devastada. Su ira se desvaneció por un momento, sustituida por la incomodidad de ver tan fuera de sí a su amado… y más si era por su propia hermana.—Simón —murmuró, tratando de suavizar su tono—. Tienes que dejar de hacer esto… Natalia está muerta, no hay nada más que puedas hacer. Ahora… ahora podemos seguir adelante, ¿verdad?Él la miró como si fuera un espectro. Su mirada estaba vidriosa, perdida en algún punto entre la negación y la desesperanza. Apenas procesaba las palabras de Isabella; su mente solo podía repetir las últimas frases de Daniel, resonando como un eco incesante.—Por tu culpa está muerta…
Simón se quedó de pie en el centro de su habitación. Las noticias sobre la muerte de Natalia habían sido un shock inesperado, pero no podía escapar de la sospecha que le carcomía. ¿Cómo podía haberse marchado de su vida de forma tan definitiva y repentina? Por más que intentara convencerse de lo inevitable, había algo en todo ese asunto que no le cuadraba. Los recuerdos de su trato áspero y distante hacia ella lo perseguían, como si una sombra fría recorriera cada rincón de su mente, reprochándole su arrogancia.Apretó los puños y cerró los ojos, sintiendo un amargo remordimiento arderle en la garganta.Isabella, quien había entrado sigilosamente a la habitación, lo observó con un aire calculador, aunque su voz salió con una suavidad que intentaba transmitir compasión.—Simón, deberías intentar descansar —dijo, acercándose para poner una mano en su hombro—. No tiene sentido que te martirices de esta forma. Tal vez sea el momento de mirar hacia adelante.Simón frunció el ceño y se ap
Daniel tomó su teléfono y marcó un número, su respiración agitada apenas podía ocultar la emoción.—¿Cómo van las cosas? —preguntó en voz baja.La voz del otro lado del teléfono le respondió en tono profesional, aunque con un deje de satisfacción.—La noticia de la muerte de Natalia Benavides ya está en todos los noticieros y redes sociales, tal como acordamos —dijo con voz segura y seria—. Ha causado un gran revuelo… especialmente después de que se revelara su embarazo.Daniel esbozó una sonrisa triunfal, cerrando los ojos mientras las palabras de su contacto lo envolvían con la certeza de que el plan había sido un éxito. Natalia ahora estaba libre, y pronto podría reunirse con ella.—Perfecto —musitó, con una mezcla de alivio y expectativa en su voz—. Asegúrate de que todo siga en orden, mantente atento a cualquier cambio, y sobre todo, que nadie pueda seguir su rastro.—Entendido, señor. No se preocupe. Estamos manejando todo con la mayor discreción —confirmó su contacto.Daniel c
Daniel repasaba los detalles de su plan mientras observaba el atardecer desde la ventana de su oficina. Su expresión era serena, pero en su interior, un mar de pensamientos lo arrastraba hacia un solo propósito: asegurar la seguridad de Natalia antes de reunirse con ella en Europa.Sabía que no podía dejar nada al azar; cualquier rastro de su partida o pista sobre su relación con ella podría poner en riesgo todo lo que había protegido durante tanto tiempo. Desde el accidente, el peso de la responsabilidad se había vuelto aún más profundo.Daniel no solo veía en Natalia a alguien a quien proteger, sino a alguien a quien amaba profundamente, aunque rara vez se lo permitiera admitir. Su lealtad hacia ella no era simplemente una obligación; era una fuerza irrenunciable.Con cada decisión que tomaba, lo hacía pensando en su bienestar, en mantenerla a salvo de los Cáceres y de cualquier otro enemigo que intentara alcanzarla.—No puedo fallarle —murmuró para sí mismo, sus ojos reflejando de
Cuatro años después, Natalia había encontrado en Viena un refugio y un nuevo propósito de vida. Había trabajado incansablemente desde que llegó, persiguiendo cada oportunidad que surgía, estableciendo contactos y forjando relaciones en el mundo empresarial que un día le servirían. Después de la llegada de su hijo, un pequeño al que llamó Nathan, su determinación por construir un futuro seguro y brillante se había intensificado. Él era su motivo, su motor, su razón de lucha. Cada mirada suya, cada risa, se sentía como una pequeña victoria que impulsaba a Natalia a soñar con un éxito mayor.Daniel había estado junto a ella en cada paso de ese proceso. Desde el día en que llegó a Viena, él se había convertido en su apoyo incondicional, su compañero en la travesía de un camino lleno de obstáculos y sacrificios. Aunque Daniel debía viajar ocasionalmente, cada vez que regresaba, llenaba la pequeña casa de Natalia y Nathan con una energía cálida y familiar. Daniel, también un estratega
El murmullo de la multitud no se hizo esperar. Las personas se preguntaban si aquel hombre guapo y serio era el padre del niño o si Natalia había formado una familia con él.—Mamá, ¿todos estos son amigos tuyos? —preguntó Nathan, mirándola con sus grandes ojos curiosos.Natalia sonrió, inclinándose para mirarlo a la altura de sus ojos.—No exactamente, amor. Están aquí para conocer nuestra empresa —explicó, acariciando suavemente su mejilla—. Y también están aquí para verte a ti, el niño más guapo de todos.Daniel observaba la escena con una sonrisa de orgullo, pero en su pecho latía un sentimiento silencioso, una devoción que se había convertido en amor. Sin embargo, él sabía que ese no era el momento de revelarlo. La presencia de Simón, quien eventualmente se enteraría de que Natalia estaba en la ciudad, era un peligro latente. Incluso había sido invitado al evento de inauguración, pero no sabía si tendría la osadía de aparecer cuando los rumores de quiebra de su empresa eran cada
Simón observó a la mujer en el escenario y sintió una fascinación inexplicable. Aquella mujer que se había presentado como Sara Huntington, tenía un porte elegante, un halo de confianza y una seguridad que parecía envolver cada palabra que pronunciaba. Su cabello, dorado como hebras de seda, caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su figura, perfectamente esculpida, irradiaba una sofisticación que la hacía destacar entre todos los presentes."Qué mujer más hermosa, es como una diosa", pensó, embelesado, sin apartar los ojos de ella. Se preguntó cómo alguien podía proyectar una presencia tan abrumadora y, al mismo tiempo, parecer tan accesible y encantadora. Había algo en ella que lo mantenía absorto, como si todo alrededor desapareciera y solo quedaran ellos dos, aunque la mujer no hubiera reparado en su existencia.Simón no podía evitar pensar que, en otro contexto, él y esa mujer podrían haberse conocido. Pero desechó la idea casi al instante. Esa mujer segura de sí misma, qu
La mujer impresionante descendió del escenario y se acercó a un sonriente Daniel, quien la recibió tomándola de las manos con una familiaridad que hizo que algo en el interior de Simón se contrajera. Sintió un ardor en el estómago, un calor incómodo, ligado a la fascinación inexplicable que esa mujer rubia despertaba en él. Se quedó observando el brillo elegante de los diamantes en sus orejas y el anillo de compromiso que llevaba en su mano. La joya en su estilizada mano era un destello imponente y reflejaba la luz del salón como un recordatorio silencioso de su unión con otro. La sonrisa afectuosa que le dedicaba a Daniel Alves intensificaba aún más esa tensión en el estómago, una mezcla de envidia y deseo que Simón no lograba ignorar. Decidió acercarse a la pareja, con la curiosidad venciendo al orgullo. Estaba a unos pasos cuando una voz femenina, alta y alegre, lo interrumpió. —¡Simón! —exclamó una mujer al reconocerlo—. ¡No puedo creer que estés aquí! Simón reprimió un su