Diente de león: Cuarta parte.

Federica había visto a Lucía en el pueblo varias veces desde aquel trágico día en que todo comenzó a desmoronarse. Antes, Lucía había sido una figura radiante, una costurera talentosa y siempre con una sonrisa en los labios. Sus manos, delicadas y precisas, creaban las prendas más finas y coloridas, y su risa resonaba alegremente por las calles cuando hablaba de su hermanito menor, Lou, con un cariño y orgullo que pocos podían igualar. Pero esos días habían quedado atrás. Ahora, cada vez que la veía pasar por el pueblo, rumbo a la casa que alguna vez había sido su hogar, Federica notaba un cambio profundo y desgarrador en ella.

Caminaba con la cabeza gacha, sus hombros caídos como si cargara un peso invisible pero abrumador. Sus ojos, que antes brillaban con vitalidad, ahora parecían apagados, reflejando una tristeza que ni siquiera la compañía

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