Capítulo 2

Rafael pensaba en las, una y mil maneras de sacar a esa entrometida de su casino. No quería verla más, aunque a la vez una curiosidad nació en él. No sabía porqué, pero en su mirada notó algo ya conocido, algo que veía a diario en el espejo, pero en ella, adquirió un poco más de profundidad.

__ Lamento mi forma de tratarlo. - se disculpó Zoé, en verdad, lo hacía. La vergüenza por haber soltado su lengua la llenó, cubriendo las mejillas de un color rojo que quiso desaparecer. - Pero no he tenido un buen día...de seguro no puede entender si...solo ofrezco disculpas, señor...

__ Solo retírese. - graznó el hombre de mirada fría, los cuales acuchillaron sus esperanzas con esa crueldad que la hizo flaquear.

__ Sí...solo...Lo lamento.

No había nada que pudiera hacer para cambiarlo. Ella lo sabía por eso salió de ese lugar, cabizbaja y con menos voluntad de la que tenía cuando llegó.

¿Como podía ser posible que lo echara a perder así? ¿Porqué no podía quedarse en silencio una vez?

Con cada paso que daba solo siguió reprochando ese hecho. Pero no tenía remedio se dijo, no lo tendría ni porqué le pidiera perdón una y mil veces a aquel hombre, por ello, solo se dió por vencida.

Necesitaba dormir. Arroparse, darse por vencida y no ver por nada más que solo morir en la miseria a la cual la habían condenado sus negativas a ser algo más que solo una mesera. Su jefe siempre se lo repitió y ahora, por algún motivo estaba viendo todo de la misma forma.

¿Acaso no tendría una salida diferente que no fuera, ir y aceptar esas propuestas?

No podía perderse de esa forma. Sería una muy mala jugada. Se perdería a ella misma si accedía y era lo único que le quedaba.

En lugar de lamentarse, despertó en aquel hotel donde pudo conseguir la peor habitación, pero con buen ánimo, tal vez su día iría mejor que el anterior. Se preparó, se dió un baño y salió a buscar un nuevo empleo.

Aquí y allá, meseras, mucamas, intendencia. Todo parecía una buena opción, las cuales desaparecían cuando ella les decía que no tenía experiencia. Entonces debía cambiar de estrategia, la mentira.

__ ¿Así que cuenta con dos años de experiencia? - le preguntó el hombre robusto, Zoé asintió. Una edecán, no entendía nada de eso, pero haría lo posible porque nadie lo notara.

__ Esa es la verdad. - añadió a su vez. La incomodidad la embargó a sentir la mirada del hombre frente a ella por todo su cuerpo. No quería ser vista de esa forma tampoco, pero guardó silencio.

Aún recordaba su error la tarde del día anterior. No lo haría de nuevo.

__ Puedes ponerte de pie. - señaló el sujeto tomando su regla. Ella, aunque tenía un cuerpo escuálido, poseía una belleza innegable, la cual sumada a ese par de ojos marrones que eran iluminados por la ilusión por un futuro prometedor, no deseaba apagar.

Sintió la regla delinear sus glúteos, el hombre silbó y ella se asqueó. Subió un poco más en la curva de su cintura, hasta que tocó el valle de sus senos donde presionó sin lástima. Ese fue su límite, no sabía nada de cómo elegían las edecanes, pero no era así, se dijo.

Se alejó de golpe, lo miró con furia y el hombre se rió con burla.

__ ¿Hasta donde estarías dispuesta a llegar por el trabajo? - cuestionó el sujeto.

__ Cerdo asqueroso. - farfullo Zoé con enojo.

__ ¿Como me llamaste, estúpida? - quiso tomarla del cuello, pero esta no lo dejó. Recordó como su jefe anterior quiso hacer lo mismo en una ocasión y dobló la rodilla para estrellarla en la entrepierna del hombre que no creía haber sido reducido por una mujer delgaducha que no le llegaba más que a los hombros.

__ ¡Dije, cerdo asqueroso y grasiento! - le gritó Zoé en la cara antes de salir corriendo de ahí, tan rápido como pudo. Sabía que si se quedaba, el tipo iba a vengarse por el golpe.

Se detuvo hasta que sus pies se cansaron, se llevó la mano al pecho tratando de recuperar el aire, hasta que lo logró. Tenía hambre, pero si compraba despensa se le iría dinero que no podía gastar, entonces se dirigió a un establecimiento de comida rápida donde pidió lo más barato que había.

Desanimada por su situación no pudo ni disfrutar su pieza de pollo. Tenía hambre, pero su miedo por fallarle a sus padres la hicieron apretar los ojos para no llorar.

Debía haber otra solución. Siempre la encontraba. Por eso se puso en marcha una vez más, miró algunas tiendas de ropa, pero con su aspecto, no gano más que malas miradas. No llevaba ropa para pedir un trabajo que conllevara ser la imagen de esos lugares.

En un restaurante estaban completos, así que solo exhaló y continuó.

__ Pongan un cartel para alguien de intendencia. Eso es más urgente. - un grito de alguien enfadado la hizo detenerse, descubriendo que era el mismo casino del que fue echada.

__ ¡No lo pongan! - la mirada del hombre del día anterior la recorrió. - Digo, no es necesario. Puede contratarme.

__ ¿Otra vez usted? - Rafael frotó su cara. Debía dormir, estaba agotado y de seguro eso era una alucinación, pensó.

__ Pido disculpas por...

__ Eso lo repitió suficientes veces ayer ¿no cree? - la cortó él con cansancio. No le gustaba alguien tan victimista. - ¿Que quiere?

__ Necesito el trabajo, usted puede pedirme lo que quiera que haga y lo haré...

Detuvo sus palabras al darse cuenta de la mirada de Rafael.

__ No eso. Degen...

__ Ni se ilusione, no me fijaría en usted jamás. - exclamó este a su vez. Sara se sintió ofendida por el comentario, pero se guardó la respuesta. Si había una esperanza no la echaría a perder. - ¿Sabe qué? Queda contratada, solo no deje sus cosas tiradas y evite, tanto como le sea posible meterse en mi camino.

__ ¡Se lo juro! - celebró ella. Para Zoé era buena idea también, doble motivo para celebrar.

¡Al fin! La luz tocó su rostro una vez más. No cabía la emoción en su cara cuando vio cuanto sería el pago. Lo mejor de todo el primer pago sería una semana después, asi que podía costear la medicinas de su padre y aún enviar un poco más.

A eso se dispuso, regresó al día siguiente con más ánimo. Pagó una noche más y compró algo para cocinar, esa vez si podía hacerlo.

Así que su día de trabajo inició bien, limpió las barras, las sillas, las mesas las dejó pulcras y relucientes. Se movió por todo el lugar, mientras las chicas que eran damas de compañía entre otras ocupaciones ahí, vestían elegante, ella con su chaleco azul era feliz.

Limpiaba y volvía por la tarde a su cuarto el cual pudo pagar otros días que pasaron volando con ella ocupada y sin preocuparse más que por su trabajo.

Sonreía cada que podía y evitaba encontrar a su jefe. Aunque muchas veces se vio espiandolo, incluso le sorprendió verlo sonreir.

Aquel hombre con mirada fría e intensa sonriendo. «De seguro está borracho» pensó, pero no era así. Rafael sonreía por la voz dulce e inconfundible que le contaba su día por medio de una llamada.

Su pequeña hija, fruto del amor de su vida que murió en un accidente el mismo día que dió a luz. Había sido adoptada por su tío, pero la veía siempre que quería.

Esta le decía que estaba por llegar al casino, Blanca, su madre adoptiva la llevaba, por ello este cortó la llamada y salió de ese lugar, ignorando a la mujer entrometida que comenzaba a cansarlo. Le dijo que no quería verla y ella no hizo caso.

Recibió a su hija con un abrazo, antes de agradecer a Blanca para que se retirara.

Subió con ella de la mano, oyendo la pequeña voz que lo hacía solo asentir.

__ Solo no te escondas esta vez. - alcanzó a decir antes que la niña se echara a correr. Zoé se escondió cuando vio a su jefe, ese era el trato, lo vio entrar a su oficina y volvió a su trabajo de limpiar los pasillos.

Un hombre de traje pasó a su lado con un maletín muy grande y una jaula, ella se hizo a un lado al oír que era un abogado.

Pasó el trapo por las decoraciones dejando todo limpió.

Horas más tarde, estaba exhausta, su espalda dolía en sobremanera. Por ello tomó todos sus utensilios de trabajo y caminó para devolverlos a su lugar. Cuando en la oficina algo sonó, un golpe, luego otro.

Cosas cayendo, ruidos extraños.

__ ¡Te dije que no te escondieras, carajo! - gritó Rafael. La niña gritó y en su mente todo un cuento se formó.

¿Maltrataba a su hija?

__ ¡No, papi! - grito la pequeña aterrada al ver al hombre de esa forma.

¡La estaba maltratando! No importaba si perdía el trabajo, eso no lo permitiría. Se lanzó hacia la puerta llena de furia.

__ ¡Suéltela, animal! - exigió ofuscada, quedandose de piedra cuando vio a Rafael, quien sostenía con un trapo lo que parecía ser una rata de un tamaño no antes visto por Zoé, su hija en un mueble escondida y el tipo tratando de calmarla para que ese animal dejara de aterrar a su hijita.

__ ¡La atrapó! ¿Viste? ¡Mi papá es valiente! - celebró la niña, aunque aún con miedo, admiraba a su padre por haber logrado atrapar al animal que la hizo lanzarse al primer mueble que encontró.

__ Traiga una cubeta. - pidió un apresurado Rafael.

Zoé logró reaccionar, haciendo lo que le dijeron para cubrir con un trapo al animal que no quiso ver más.

__ Necesito averiguar cómo esa cosa entró aquí, si no hay agujeros ni sitios donde se pueda...

__ Señor, creo que hace una horas dejé algo aquí. - dijo su abogado cruzando la puerta. Llamando la atención de los tres. - No sé cómo se abrió la jaula si la tenía cerrada, pero si me deja buscarlo, le prometo...

__ ¿Esa rata es tuya? - cuestionó Rafael con molestia.

__ No es una rata, señor. Es un hámster.

__ Como sea, llévatela de aquí. Asusta a mi hija. - le entregó la cubeta donde el animal asustado se escondía.

__ Gracias por encontrarlo. - ignoró el hecho de cuantas maldiciones le lanzó Rafael al pobre hamster. - Recuerde que los documentos que debe firmar están ahí. - señaló y Rafael solo movió la cabeza, dejando que el hombre se fuera, ya que si mal no oyó, lo volvieron a insultar.

__ ¿Me llamó animal? - inquirió con incredulidad hacia la joven.

Zoé se dió un golpe mental, debía aprender a cerrar su boca y amarrarse la lengua.

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