6.

Si las miradas mataran Erick ya estaría metiendo su cadáver en la cajuela de aquel lujoso automóvil, podía verlo tenso, incluso había dejado de beber de su taza de café.

— ¿Disculpa? — Preguntó, como si hubiese escuchado mal.

— Dije que no, no voy a casarme con usted. — Respondió Anastasia, encogiéndose en su silla y con miedo de seguir hablando. — Usted es mi jefe, además yo ya tengo a alguien a quien amo y con quien espero casarme en un futuro.

— Piénsalo bien, yo puedo darte todo lo que quieras. Viajes al extranjero, automóviles del año, joyas, todo lo que me pidas te lo daré, solo necesito esto de ti. — Sonaba casi como una súplica, pero su rostro mostraba descontento. — ¿Qué es lo que pides a cambio de casarte conmigo? Lo pagaré.

La propuesta de Erick era sencilla: Necesitaba de una mujer a quien no amara y de quien estaba seguro que no lo amaría para realizar un matrimonio contractual y heredar la compañía de su anciano padre, quien se rehusaba a entregársela mientras estuviera soltero y siguiera cambiando de amante como de ropa interior, Anastasia Wilde era la candidata perfecta, no se atrevería a llevarle la contraria, aceptaría sus órdenes obedientemente, daba la impresión de ser una buena joven y podría manejarla a su antojo sin envolverse en una relación sentimental, no le importaba si ella lo odiaba, solamente necesitaba de su carácter dócil para las apariencias.

Pero el comportamiento que estaba adoptando frente a él no era en absoluto lo que se esperó, ella tenía el entrecejo fruncido, ofendida.

— No soy un objeto al que puedes comprar con algo de dinero, tengo más dignidad que eso.

— Todos tienen un precio, querida niña inocente. Así es el ser humano; Codicioso por naturaleza. — Erick la miró con cierta burla reflejándose en su mirada. — No necesitas amarme, tampoco te amaré, solo quiero que te conviertas en mi esposa, yo heredo la compañía, luego decimos que tuvimos altibajos en nuestra relación, nos divorciamos, recibes tu parte de los bienes que dividiremos y luego eres libre de hacer lo que quieras con el dinero y las propiedades que pondré a tu nombre en cuanto nos casemos y que solo se te entregarán cuando el matrimonio se termine.

— ¿Cree que soy estúpida? Es obvio que solamente me está diciendo esto para que yo acepte y luego no querrá soltarme. — Contraatacó. Enojada, Anastasia se puso de pie y recogió su abrigo. — Muchas gracias por la taza de café, señor Russo. Pero Anastasia Wilde no se vende, espero que esto no arruine nuestra relación de trabajo y tenga por seguro que en un par de meses le presentaré mi carta de renuncia.

— ¿Estás segura de que eso es lo que quieres? — La manera en que lo preguntó la hizo sentir escalofríos, el tono de voz de su jefe estaba cargado con una emoción negativa que no pudo describir. — Entonces puedes regresar, nos veremos mañana a primera hora.

Ni siquiera tuvo la decencia de regresarla a casa en automóvil.

La imagen honorable que tenía del CEO Erick cayó en picada de manera repentina, ahora solo lo veía como el típico hombre que creía poder tener todo a sus pies simplemente por soltar algo de dinero.

El frío de una noche tempestuosa golpeó el rostro de Anastasia y se le coló hasta los huesos, no importaba si moría congelada ahí fuera o terminaba resfriándose por la inmadurez de su jefe al no aceptar la respuesta que le dio, estaba conforme con rechazarle, pero tenía un mal presentimiento sobre los acontecimientos que le vendrían encima y sacudirían su vida completamente.

Como siempre nadie salió a recibirla cuando llegó a casa, pudo escuchar las voces de su madrastra y su odioso hijo desde la cocina, Anastasia siguió de largo subiendo las escaleras, probablemente su padre estaba en su oficina adelantando el trabajo, no había nadie a quien pudiera contarle sobre su incidente, tampoco era como si quisiese hacerlo.

* * *

Aquella noche pasó realmente rápido, pero el desastre llegó durante el amanecer.

Anastasia, tratando de ignorar el hecho de que los demás la veían como a un monigote de circo, riéndose a sus espaldas de lo desgraciada que era, escuchó la pregunta de su madrastra. — Te preguntaré de nuevo, espero que esta vez contestes bien ¿Dónde estabas anoche?

Anastasia tragó en seco. — Me quedé hasta tarde trabajando.

— Tú nunca en la vida has hecho sobretiempo, Ana, dime ¿Con qué hombre estabas revolcándote? — La risa descarada de Alexis se escuchó al fondo, era el único culpable de la situación cuando delató a aquella mujer sobre su llegada tarde.

Miró a su padre con suplicio, pero él simplemente apartó el rostro de nuevo.

— Espero que esto no vuelva a ocurrir, ahora límpiate, te ves terrible. — El tono de voz de la esposa del hombre al que llamaba padre seguía siendo frío y hostil, esa era la manera en la que se dirigía a su única hija, más bien, su hijastra.

Claras palabras que solo significaban que se perdiera de su vista.

Ya estaba acostumbrada a ese tipo de tratos aun si fuera en el trabajo o en la casa.

Solo debía aguantar un poco más y podría ser completamente libre.

* * *

La propuesta cínica de su jefe todavía seguía dándole vueltas en la cabeza, de todas las cosas que podía pedirle que fuera una propuesta de matrimonio logró desubicarla.

— ¿Estás bien? Llevas mucho rato mirando a la nada. ¿Otra vez tu madre te hizo algo?

Sus ojos se centraron en Félix, por un momento se había olvidado de que él estaba ahí junto a ella en el tejado de su casa, contemplando el atardecer al igual a cuando eran niños y huían de sus padres. — Félix ¿De verdad me amas?

— Por supuesto que sí. Eres el rayito de sol que ilumina mi vida.

Ana sonrió, eso era todo lo que necesitaba saber.

* * *

.

El ambiente calmado alrededor consiguió relajarla, no tenía que seguir preocupándose por pequeñeces, estaba segura que Félix iba a estar ahí para defenderla.

Nada de lo que hiciese o dijese su jefe conseguiría convencerla.

Estaba más tranquila, con las fuerzas suficientes para enfrentar otro día de trabajo con la frente en alto. El café de su jefe ya estaba esperando encima del escritorio junto a una dona salada, Anastasia dio un último vistazo al horario en su agenda antes de recibir al león rugiente que abrió la puerta de su oficina tras pasarle de largo.

— Va a ser un largo día. — Masculló, dejando de lado la pila de papeles que estaba revisando para entrar a la oficina. — Señor Russo a primera hora tiene una cita con...

— Cancélala.

— ¿Disculpe?

— Te he dicho que canceles la m*****a cita ¿No entendiste? ¿Debo deletreártelo?

— Sé que está enojado pero la corporación Ying ha agendado esta cita desde hace meses. — Se atrevió a decir, le pareció injusto que se dejara dominar por el carácter agresivo de Erick. — Así que por favor tómese su café, relájese y le pido que piense de nuev...

— ¿Acaso estás tratando de decirme qué hacer? — El oxígeno abandonó los pulmones de Anastasia y un dolor agudo punzó en su espalda cuando el presidente de la compañía la empujó contra la pared, la mano que cortaba su respiración le recordó los sucesos de la noche que estuvieron juntos, asustándola al punto de querer llorar. — Escúcheme bien, señorita Wilde. NUNCA vuelva a pretender que me comprende ¿De acuerdo? —Anastasia ahogó su afirmación, cayendo directo al suelo cuando la soltaron. — Haga lo que le dije, cancele la reunión. No me pases llamadas, tampoco visitas.

Regresó a su imponente silla, viendo a la chica correr despavorida hacia su escritorio.

Erick se frotó la sien con los dedos, el dolor punzante en su cabeza impidió que se pusiera de pie, mareado abrió uno de los cajones de su escritorio, de donde sacó una pequeña píldora que bebió en conjunto con el café. Pasando un trago largo y silencioso.

* * *

— Sí, sé que han agendado la cita desde hace meses, pero... El señor Russo está demasiado ocupado, de verdad lo lamento, le enviaremos una cesta de frutas y espero vuelva a intentarlo luego. — Anastasia respiró de alivio tras la conversación por teléfono más larga e incómoda de toda su vida. — Qué fácil es encomendar las tareas pesadas a otro, claro, como a él no le van a llamar prostituta qué más queda ¿No?

Durante sus murmuraciones para sí misma llegó otra persona, interrumpiéndola.

— Nada mejor que el chocolate caliente para una temporada fría ¿No se te apetece un poco? — Miró con desconfianza el vaso que le estaba ofreciendo Verónica, una recién llegada que ganó respeto y admiración por su increíble capacidad de haberse acostado con todos los hombres de la planta en menos de un mes trabajando. — Vamos, no está envenenado ¿Vas a negármelo?

Aunque lo tomó entre manos lo miró con cierta desconfianza, el chocolate era agradable al gusto, con un punto de equilibrio entre lo dulce y lo amargo. — ¿Necesitaba algo?

— ¿Acaso debo tener motivos ocultos para traerle a una chica tan amable algo de chocolate caliente? He visto cómo te ignoran todos aquí, me sentí culpable y pensé que podríamos ser amigas. — Anastasia miró en su bien parecido rostro algún rastro de que estuviera mintiendo, ella solo sonrió. — Además, es envidiable que puedas trabajar tan cerca de Erick.

Ahí estaban, las intenciones ocultas.

— No es ''Erick'' — Corrigió — Es ''presidente, CEO Erick o señor Russo'' Conoce tu lugar, no lo llames tan familiarmente. A él no le gusta.

— Tal vez no le gusta viniendo de ti. — Acomodó tras la oreja su lacio y ondulado cabello negro, Anastasia captó la indirecta de inmediato. — Además ¿No es raro que te hayas convertido en su secretaria de la noche a la mañana? ¿Cómo fue que lo lograste? ¡Él es tan guapo y amable! Me sonrió cuando me devolvió un pañuelo que se me había caído.

¿De verdad estaban hablando del mismo Erick?

Ya entendía a qué había llegado ella, y se arrepintió de aceptar su chocolate de la amistad fingida. — No hice nada especial, él solo me escogió y ya.

— Probablemente es así, no tienes nada de atractivo. — No le gustaba ser escaneada por ese tipo de mujer frívola — Si tú pudiste hacerlo ¿Por qué yo no? Seguramente consigue relevarme a un cargo mucho mejor que el tuyo, tal vez como su amante.

Sí, claro.

— ¿Qué haces? No puedes pasar. — Anastasia se entrometió entre Verónica y la puerta. — El señor Russo pidió no recibir visitas.

— Cambiará de opinión en cuanto me vea, ya muévete.

Anastasia no obedeció.

— Seré despedida si entras a la oficina, el señor Erick no quiere recibir visitas, regresa otro día.

— ¡Quítate, Anastasia! — La apartó de un empujó, las uñas filosas de Verónica le lastimaron la muñeca en el proceso. Era como batallar contra un gato rabioso. Verónica consiguió abrir la puerta, entrando de manera estruendosa — ¡Erick! ¿Puedes creer que tu secretaria inventó el pretexto de que no querías visitas para no dejarme entrar? Que pesada es, ¿Quién se cree, tu esposa? Creo que solamente tiene miedo de que le quiten el puesto. — El no recibir respuesta hizo que se acercara aún más. — ¿Erick?

Con miedo, justo en la entrada estaba Anastasia asomándose mientras esperaba un regaño inminente hacia ella.

La cara de su jefe no era para nada similar a la sonrisa simpática que alguna vez enseñó, grandes bolsas decoraban su rostro además de la cara de perro rabioso que tenía encima hizo que Verónica retrocediera más que un par de pasos.

— ¿Quién eres y por qué entraste? — Erick se puso de pie, acercándose hasta ella a pasos pesados y lentos, como si le estuviera dando tiempo para anunciar su retirada.

— Usted me ayudó hace un par de días con mi pañuelo caído, me he enamorado de usted desde ese preciso momento.

Erick sonrió, pero esta vez era un tipo de sonrisa que provocaba escalofríos.

— Entonces tú eres la mujer que dejó caer a propósito un cochino pañuelo para probar mi caballerosidad ¿Cierto? — Verónica se paralizó al escucharle. — Escuché por ahí que ya has dormido con medio departamento para trepar cargos y ascender ¿Vienes por el premio gordo acaso?

— S-señor Russo no es así, de verdad.

— ¿Ahora si me llamas señor? Creí que no te enseñaron modales en tu casa y por eso me llamabas tan familiarmente. — Dejó salir una risa irónica. — Pero está bien, te voy a dar lo que tanto quieres.

Mientras se iba quitando la corbata y desabotonándose la camisa Verónica siguió retrocediendo a medida que se veía entre la espada y a pared.

— ¿Q-qué está haciendo?

Anastasia enmudeció.

— Viniste aquí a follar conmigo ¿No es así? — Tomándola de la muñeca con una fuerza bestial la tumbó encima del escritorio, Ana, que observaba desde una distancia segura, casi pudo escuchar el sonido de la espalda de Verónica al estrellarse contra los libros y grapadoras que estaban encima. — Entonces espero que al menos logres hacer lo único para lo que sirves: Venderte como una prostituta. No, ni siquiera eso, al menos las prostitutas piensan bien antes de elegir a su cliente.

Verónica trató de empujarlo.

— ¡M-me equivoqué, señor! Lo siento, por favor no haga esto.

Erick ''cortésmente'' se acercó hasta su oído, tomándola de las muñecas para impedir que huyera. — Ve y notifícale al departamento de recursos humanos que la señorita Verónica Vieira ha sido despedida.

La soltó de golpe, Verónica empujó el hombro de Anastasia cuando salió corriendo entre llanto.

— ¿Está bien, señor Russo? — Anastasia trató de acercársele, lucía mucho más enojado.

— ¿Qué hay de ti? — La sujetó de la muñeca, y aunque Anastasia se esperaba una escena similar a la anterior Erick simplemente deslizó sus dedos por el arañazo que había sobre su piel. — ¿Duele?

— Solo es un simple aruño. — Retiró con cuidado su muñeca, incómoda. — ¿Desea que le traiga algo?

Pero él solo negó.

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