10.

— Por favor, señorita, debe salir y comer algo. — La voz llamándola del otro lado de la puerta sonaba preocupada, pero a Anastasia ni siquiera le importó. — Ya ha pasado una semana desde que llegó aquí y no ha salido de su habitación, podría enfermarse.

— ¿Una semana? — Levantó perezosamente la cabeza de la almohada, contemplando de nuevo las desconocidas paredes color melón. — El tiempo sí que va más lento cuando estás en el infierno.

— No diga eso, el señor Russo se ha encargado de usted desde que llegó.

— ¿Cuánto fue? — Anastasia abrió la puerta de repente.

— ¿Disculpe? — Preguntó de vuelta la mucama, Emily, a quien habían asignado como cuidadora.

Anastasia no retrocedió. — Quiero saber cuánto te pagó Erick para que dijeras eso.

Emily era una mujer joven, con un bonito cabello castaño ondulado, debía tener serios problemas financieros si terminó aceptando trabajar como mucama de alguien casi contemporánea a ella. — No hizo tal cosa, señorita. — Suspiró, tratando de extender la band
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