#2:

Tres años antes:

Mi  compañera de habitación  era una chica  de aspecto nervioso. Silvia estaba espantosamente delgada y era evidente que padecía un trastorno alimentario. Tras algunoa meses de convivencia, me confesó que había pasado todo el verano antes de comenzar en la universidad en un hospital, y yo la veía adelgazar más cada día que pasaba. Los  padres de Silvia la llamaban a todas horas para saber cómo estaba y  la chica me explicó que tenía un novio en su pueblo natal. Parecía muy desdichada en la universidad, y yo intenté con todas mis fuerzas  no dejarme llevar por la atmósfera de estrés que ella generaba. Sin lugar a dudas, la pobre era una crisis ambulante a punto de estallar. Solo con mirarla, yo sabía que no estaba bien.

Cuando me vine de regreso a Palermo por fin de año, mi compañera ya había decidido dejar los estudios y regresarse a Positano. Era un alivio para mí, saber que no estaría allí cuando yo volviera a la residencia. Resultaba difícil vivir en aquella habitación con el constante estrés que me producía Silvia.

Fue al regresar a Roma, después de año nuevo que lo conocí. Que  conocí al primer chico que me  interesó desde que había comenzado la universidad.

Él cursaba el último año de Derecho y también iba a clase de literatura inglesa conmigo. Era alto, guapo, de cabellera negra y en su rostro centelleaban un par de ojos azules increíbles.

¡Además, era un chico de Palermo!

Lo cual era extraño, porque nunca lo había visto antes y a ella le encantaba oírlo hablar en un peculiar acento que soñaba tosco.

— Mis padres se criaron en Rusia.— me había explicado Alessander.

 Estábamos en el mismo grupo de estudio, y un día él la invitó a un café al salir. Estuvimos conversando durante horas, y en los días  siguentes ella supo que sus padres tenía muchos caballos de carreras y sus abuelos  vivían en Rusia.

Alessander hablaba francés con soltura y había viajado a Madrid y a Tokio con frecuencia.

Todo de él me resultaba muy exótico, y además era evidente que él era amable y buena persona.

Los dos hablamos de nuestras familias, y él me explicó que había tenido una vida algo desordenada desde su adolescencia. Su  familia era increíblemente grande. Contando con primos y tíos hasta que le parecían demasiados. Su madre era la directora de una importante casa de modas y dueña de una línea de pastelerías. Mientras que su padre se dedicaba a la cría de caballos de carrera y a los negocios.

Alessander me  dijo que mi vida era mucho más estable que la suya, y era cierto, pero yo estaba convencida d que, aun así, no había tenido una infancia feliz.

Yo lo comprendía perfectamente, porque siempre me había sentido como una marginada en mi propio hogar, él por su parte, siempre se había sentido como un estorbo. Incluso confesó que había ido a cinco institutos diferentes después de octavo por peleas con sus compañeros. 

Al final, llevábamos un mes entero saliendo en plan de amigos, hasta un día en que los dos estabamos muy borrachos y terminamos besándonos, pero algún milagro había hecho que yo actuara con sensatez y logré no caer en la tentación.

Aun así, me ponía nerviosa tener que verlo de nuevo al día siguiente, sin embargo él pareció no recordar nada. 

Siempre lo explicaba todo de una forma muy divertida, pero sus historias, que lo convertían en un chico perdido y atrapado entre unos padres locos, desprendían algo casi trágico.

Alessander me dijo que él era la prueba viviente de que la gente con demasiado dinero fastidiaba la vida de sus hijos. Iba al psicólogo desde los doce años, su terapeuta se  llamaba Beatríz.

A pesar de que habíamos compartido algunos momentos románticos y un poco de manoseo desmedido, la noche antes de que yo me marchara para regresar a casa por el cumpleaños de mi padre, todavía no nos habíamos acostado. 

Todo el tiempo él me parecía maravillosamente romántico. Estaba fascinada con él. Y esta vez, cuando mis padres me preguntaron con quién salía, pude contestarles que con un estudiante de último año de Derecho y mi  respuesta les pareció bastante respetable, aunque yo estaba segura de que  a mi padre y  a mi madre no les caerían bien  él.

Aless era demasiado poco convencional para su gusto.

Cumplió su promesa y  me llamó durante ese fin de semana. Él permanecía en Roma, en la universidad , parecía aburrido y un poco perdido.

Cecilia quería saber si era guapo, aunque dijo que a ella no le gustaban los hombres que tuviesen una diferencia d edad tan grande con ella. Esa vez, sí que me cuidé de no darle detalles, porque en otras ocasiones mi hermana de divertía auyentando  a cualquier chico que mostrase un mínimo de interés por mí. Así que dije solo lo esencial, sin siquiera revelar su nombre.

Cuidé mi  alimentación y me abstuve de tomar postres, aunque mi padre expresara sorpresa al ver que su «gordita» decía que no a un dulce. Era imposible para mi padre  olvidar la imagen que tenía de mí como alguien que comía siempre lo que no debía y a quien siempre le sobraba peso.

 No había hecho más que pensar en él durante todo ese fin de semana y me preguntaba cuánto tardaríamos en hacer el amor.

Estaba tan contenta de haberme reservado para él. Un chico al que realmente amaba sería su primer amante, y ya lo imaginaba tratándome con cariño y sensualidad. En cuanto él se presentó ante la puerta de mi habitación, cuando regresé a Roma, empezamos a besarnos, a reír y a acariciarnos, pero yo estaba hecha polvo por el viaje y aquella noche no ocurrió nada.

Tampoco durante varias semanas después. Pasábamos todo el día juntos, luego ibamos a estudiar a la biblioteca y, como yo ya no tenía compañera de habitación, a veces él se quedaba a dormir en la otra cama. No hacíamos más que besarnos y acariciarnos, y a él le encantaban mis pechos, o eso me decía,  pero nunca pasábamos de ese punto. 

Él me decía que debería ponerme minifaldas, porque tenía las piernas más increíbles que había visto nunca. Parecía estar totalmente cautivado por mí, y por primera vez en mi vida sentí que estaba siendo amada  de verdad. Quería estar guapísima para él, lo cual también me hacía sentirme muy bien conmigo misma.

Hacíamos guerras de bolas de nieve y salíamos a patinar sobre hielo, veíamos partidos de fútbol en la tele, ibamos a restaurantes y a bares. Él me presentó a sus amigos. Íbamos a todas partes juntos y lo pasábamos de maravilla.

Sin embargo, por muy unidos que estuviéramos, nunca llegábamos a hacer el amor porque a último momento él se arrepentía. Y yo no sabía muy bien por qué, pero me daba miedo preguntarle. Temía que él creyera que yo estaba  desesperada, o tal vez era que simplemente me respetaba demasiado, o a lo mejor que tuviera miedo de hacerme daño.  Había algo que lo detenía.

Estaba claro que él me deseaba. Cada vez éramos más apasionados cuando nos juntabamos,pero el hambre que sentíamos el uno por la otra nunca acababa de llegar a las últimas consecuencias, y eso me  estaba frustrando.

Una noche, en mi habitación, nos habíamos quedado en ropa interior, pero entonces él me abrazó, permaneciendo quieto y en silencio un buen rato. Después se levantó de la cama.

—¿Qué pasa? — le pregunté en voz baja, convencida de que su reacción era por mí, que yo tenía la culpa. Seguramente era que mi cuerpo le desagradaba y por eso no conseguía continuar. Todos mis sentimientos de inseguridad, de no ser lo bastante buena, volvieron a abrumarme de pronto, allí, sentada en el borde de mi cama.

—Que me estoy enamorando de ti —dijo él con tristeza, mientras dejaba caer la cabeza en sus manos.

—Y yo de ti. ¿Qué tiene eso de malo? — le sonreí

—No puedo hacerte esto —contestó él en voz baja, y yo le toqué un mechón oscuro y crespo que le caía sobre los ojos. Justo en ese momento, el parecía un niño perdido.

—Claro que puedes. No pasa nada. —Quería tranquilizarlo, sentados allí como estabamos, en ropa interior.

—No, sí que pasa. No puedo… No lo entiendes. Es la primera vez que me pasa esto… es la primera vez que me enamoro de alguien y no puedo…— me miró, con los ojos cargados de angustia.— no importa lo convencido que esté de que te quiero, tarde o temprano te destrozaré el corazón, Caty. No quiero hacerte esto. Por mucho que ahora te desee, lo nuestro no va a durar.

Durante un buen rato  no supe qué decir. Aquello superaba con mucho cualquier desplante que me hubieran hecho. Y la  experiencia estaba resultando enormemente dolorosa. 

—Nunca debí permitir que esto empezara, pero me enamoré de ti el día en que nos conocimos, no lo puedo explicar...fue como si un relámpago golpeara mi pecho. Yo nunca había sentido algo así...yo lo creí imposible...

—Entonces ¿por qué no va a funcionar? —pregunté con un hilo de voz, agradecida por su sinceridad, pero herida de todas formas.

—Porque no funcionará. Escucha...solo soy el segundo hijo varón de mis padres. La mayor parte de la herencia y el negocio familiar pasarán a mi hermano, pero aún así, se espera de mí que me case con...— se detuvo de golpe, y comprimió los labios.

— ¿Alguien que no sea una gorda horrenda como yo?— interrogué, al borde de las lágrimas.

— El físico es lo de menos. Mis padres desean que me case para formar alianzas. No lo entenderías.

Yo lo entendí perfectamente. 

Él quería complacer a sus padres, uniéndose en matrimonio con una mujer tan o más rica que ellos. Una heredera. Y no la pobre hija mayor de un empleado de oficina.

—Esto era una especie de fantasía descabellada y deliciosa, pero para mí no es real. Jamás podría serlo. Me equivoqué al pensar que sí. Te haré daño, y eso es lo último que quiero, Caty.Tenemos que cortar —dijo, mirándome con sus grandes ojos azules—. Por lo menos seamos amigos.

Él estaba siendo justo. Sabía que tarde o temprano sus padres me harían la vida infeliz si continuabamos viéndonos.

Pero yo no quería ser su amiga. Estaba enamorada de él, y todo mi cuerpo gritaba de deseo. Ya hacía meses que era así. Él parecía sentirse dolorosamente confundido y culpable por lo que había estado a punto de hacer, por esa farsa que habíamos mantenido durante el tiempo en que salíamos.

—Pensé que podría funcionar, pero no lo hará. Dentro de unas semanas me iré a Estados Unidos a ampliar mis estudios allá. No te voy a mentir, yo quería...— negó con vehemencia.—Esa no es forma de tratarte, Caty. Tú mereces mucho más. Alguien que pueda estar de tu lado incondicionalmente.

—¿Por qué tiene que ser tan complicado? Si dices que te estás enamorando de mí, ¿por qué no podría funcionar? ¿Incluso si mantenemos una relación a distancia por un tiempo?— Yo estaba a punto de echarse a llorar con lágrimas de frustración y rabia.

—Porque no puedo. Supongo que para mí eres algo así como la fantasía femenina suprema, con tu cuerpo voluptuoso y tus grandes pechos.Eres lo  que sé que  deseo,  pero que en realidad no puedo tener. Estoy encadenado a mis padres y a las obligaciones que tengo con ellos.

Él estaba siendo todo lo sincero que podía conmigo, yo podía verlo, y «voluptuoso» era lo más bonito que nadie me había dicho nunca sobre mi cuerpo. Sin embargo, por muy «voluptuosa » que  yo fuera y por muy grandes que fueran mis pechos, no era suficiente.

Era un rechazo empaquetado con exquisitez, pero un rechazo al fin y cabo.

—Será mejor que me marche —dijo él mientras se vestía ante mi mirada perdida, mientras seguía sentada  en el borde de  la cama. Enseguida terminó de vestirse y se quedó de pie, mirándome. Yo no me había movido, ni había dicho ni una palabra más.

— Te llamaré mañana —aseguró, y yo me pregunté si de verdad lo haría y, en ese caso, qué me diría.Ya no había nada más que decir. Yo no quería ser solo su amiga. 

— Perdóname. Sé que debí habértelo dicho desde un principio, pero me dejé llevar, yo...no quería espantarte.

Asintí con la cabeza, incapaz de encontrar palabras. Tampoco quería llorar delante de él. Habría sido muy humillante, estando allí sentada,  en bragas y sujetador. Alessander me miró un momento desde la puerta y luego desapareció.

 Me tapé con el edredón y me eché a llorar. Era una experiencia humillante y deprimente a la vez, pero también sabía que él había hecho lo correcto.

Habría sido aún peor si me hubiera acostado con él y hubiese querido algo que él no podía darle. Era mejor así, aunque de todas formas me sentía abatida y rechazada.

Durante todo ese  tiempo él me había parecido perdidamente enamorado de mí. Pero si no era consideraba sufiente como para enfrentar las espectativas de sus padres por permanecer a mi lado, lo nuestro no tenía futuro.

Estuve horas despierta, pensando en el tiempo que habíamos pasado juntos y en las confidencias que habíamos compartido, en los interminables ratos que habíamos estado besándonos y tocandonos, una actividad que no había ido a ninguna parte pero que a ambos, mientras nos encontrabamos enredados el uno en brazos del otro, encendidos, nos había excitado.

Qué inútil me parecían de pronto esos momentos. Apague la luz y por fin me quedé dormida.

Por la mañana no fue él  sino Cecilia quien me llamó. Me  pesaba el corazón como un ladrillo dentro del pecho al recordar la noche anterior.

—¿Qué tal está el novio misterioso? —preguntó mi hermana con su alegre voz.

—Hemos roto —expliqué, transmitiendo con mi tono lo destrozada que estaba.

—Ay… Qué pena… sonaba tan genial.

—Lo era. Lo es.

—¿Se han peleado? A lo mejor vuelve.

—No, no volverá, pero no pasa nada. Y a ti ¿qué tal te va todo? —pregunté, cambiando de tema.

Cecilia me hizo un informe completo de todos los eventos a los que estaba asistiendo y de lo increibles que eran las pasarelas, hablando constantemente de la directora de la casa Almaz y de lo guapísimo que era su hijo, aunque fuera mucho más mayor que ella, cuando por fin colgamos, yo pude llorar mi pérdida en paz.

Alessander no me llamó aquel día, ni tampoco los siguientes, y entonces comprendí que tendría que verlo en clase. Me dada pánico el encuentro, pero por fin logré armarse de valor para ir a literatura inglesa, donde el profesor mencionó como de pasada que él había dejado la asignatura.

 Sentí que se me encogía el corazón otra vez. Apenas lo conocía, pero para mí era una gran pérdida. Más tarde, cuando salí del aula, me preguntó si volvería a verlo algún día. Quizá no. Entonces levanté la mirada y me lo encontré al final del pasillo, observándome.

Él se acercó lentamente, yo estaba inmóvil, esperando. Él tocó mi rostro  con dulzura y delicadeza, inclinándose hacia mí y casi pareció que quería besarme, pero no lo hizo.

—Lo siento tanto —dijo. Sus palabras parecían sinceras—. Siento haber sido tan imbécil y egoísta. He pensado que sería mejor para ambos que no nos viéramos más, decidí apresurar mi traslado a Estados Unidos y he venido a despedirme. Si te sirve de consuelo, tampoco a mí me está resultando fácil, pero es que no quería provocar un desastre aún mayor más adelante.

—No pasa nada —repuse en voz baja, y le sonreí—. No pasa nada .Te quiero, aunque no sé si eso significa algo para ti.

— Significa dmasiado, y es por eso que nos despedimos aquí. Nunca másas volveremos a vernos Caty, pero juro que no te olvidaré —aseguró él, acariciando mi mejilla con sus labios, en fugaz beso.

Después se marchó y no lo volví a ver, hasta que entró por la puerta del restaurante en el que mi hermana, mi familia y yo lo habíamos  estado esperando.

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