#4:

Las restantes dos semanas antes de la boda,  me las arreglé para evitar al prometido de mi hermana, sin embargo, sabía que no podría no estar cerca de él por mucho tiempo.

La mañana de la boda la casa empezó a bullir de actividad y emoción en cuanto todos se levantaron. El desayuno estaba preparado en la mesa de la cocina para que cada cual pudiera servirse. Decidí salir a desayunar al  jardín para no estorbar a nadie. A Cecilia le estaban haciendo la manicura y la pedicura en su habitación. La peluquera llegó para peinarnos a todas las mujeres de la casa, y yo solo quería un sencillo moño italiano, así que fui la primera.

La boda no se celebraba hasta las siete de la tarde, pero durante todo el día hubo gente que pasaba por la casa. Desde que llegaron las damas de honor, a eso de las de las tres,  no pude ni acercarme a mi hermana, así que las dejó solas y decidió ayudar a mi madre en lo que pudiera. Sin embargo, todo parecía estar asombrosamente controlado. El vestido de novia de Ceci estaba extendido sobre la cama de nuestra madre. Padre había quedado relegado a la habitación de invitados para vestirse, y todo el mundo parecía tener algo que hacer. Recibimos un millón de llamadas y entregas de paquetes, y me  presté voluntaria para contestar al teléfono y abrir la puerta. 

A eso de las cinco de la tarde comenzó la cuenta regresiva.  Todas las damas de honor ya estaban listas, y a las seis en punto se pusieron sus vestidos. Yo respiré hondo y también me sevistí. Una de las amigas de mi hermana me subió la cremallera mientras otra tiraba de la tela, en lo que intentaba  esconder barriga. No se miré al espejo. Ya sabía cómo me quedaba el vestido. Aun con el peso que había perdido, apenas podía respirar, mis pechos habían quedado completamente comprimidos y sobresalían por el borde del escote, lo juro. Aquello  estaba realmente estrecho y la cremallera casi no cerraba.  Era muy consciente de que me quedaba fatal, pero no me importaba. Aquel suplicio solo duraría unos minutos ¿qué importaba? Había encontrado unos zapatos de satén marrón de tacón alto que iban a juego y me los  puse.

De pronto parecía una mujer altísima. Pero continuaba sin una mujer bonita. Sentía que en el último año había encontrado mi verdadera identidad, gracias al esfuerzo que había hecho por liberarme del pasado y del daño que había sufrido  De pronto me  sentía en paz conmigo misma, incluso con ese vestido que me quedaba tan mal.

Me puse un poco más de rubor, y el tono de la tela ya no deslucía tanto la palidez de mi piel.

Fui a ver a mi hermana, y ahí fue cuando todo se vino abajo porque al entrar en la habitación de nuestra madre, no la encontré. 

Él enorme vestido blanco de encaje yacía sobre la cama, etéreo y fantasmagórico. Sobre él  descandaba  el anillo de compromiso que tantas veces me había disgustado por temor a que le hicieran daño a Cecilia en un intento por robarl junto a él estaban  los pendientes de diamantes que le había regalado Alessandro. Incluso, también se encontraba  el  collar de perlas con cierre de diamante que madre le había dado como regalo de boda.

Fruncí el entrecejo. A esas alturas, Ceci ya debería estar vestida, por un momento, creí que tal vez estaría en el baño a causa de nervios de última hora, pero cuando mi mirada cayó sobre el espejo de la coqueta sudé frío.

" No puedo hacerlo"

Estaba escrito con lápiz labial rojo sobre el espejo y caí en cuenta de mi hermana menor, la chica que supuestamente estaría casandose dentro de menos de veinte minutos...parecía haberse arrepentido y había escapado por la unica ventana abierta de la habitación.  

***

Mirando a mi alrededor, a toda mi familia. Habíamos invitado  a varios primos de Rusia y estaban todos allí, incluso mi abuela la Señora Sofía  Ivanova había venido para la ocasión.

Miré mi reloj de pulsera, frunciendo el entrecejo. Habían pasado veinte minutos desde la hora prevista y no había señales de la llegada de mi prometida.

Sin embargo, cuando ya había transcurrido media hora y no llegaba y peor,  la gente comenzaba a hacer comentarios suspicaces sobre la demora, no pedí explicaciones. Salí de la iglesia, tomando mi coche y yendo directamente a casa de sus padres.

Unos minutos después, el  padre Cecilia entró a la habitación tras Catalina y se le saltaron las lágrimas. Estaba sobrecogido por la visión de la ausencia de la novia. 

— Oh, Dios, no.— Susurró su padre.— Estamos perdidos.

—¿Por qué? ¿Qué sucede? 

— ¡Maldición! Ese hombre está esperando en la iglesia. Nos matará. Nos matará a todos por este desplante.

Lo ví dejarse caer derrotadamente sobre la cama, y ocultar su rostro entre sus manos.

— Dios. Ese hombre...ese hombre no es cualquiera, Cecilia. Es el heredero al puesto del Padrone.

¡¿Padrone?!

— ¿Estás diciéndome, que los Visconti son...?

— Sí, hija. Esa familia lidera la mafia en nuestro país. Tu hermana, ella me aseguró que todo estaba bien, que...— mi padre rompió en llanto y yo di un paso atrás, nunca lo había tan acongojado en toda mi vida.— Esa gente nos matará. A tu madre, a ti y a mí.

Justo en ese momento escuché una gran conmoción proveniente del primer piso. La voz del mafioso llamaba a mi hermana a gritos y hacía retumbar toda la casa. 

                                         * * *

— No sufriré está vergüenza pública por culpa de su hija menor. Demando que me entreguen a Catalina en su lugar. 

—No puedo hacer eso —repuso Mariano con sinceridad.

—¿Por qué no?

—¿ Está usted loco? ¿ Acaso no es evidente?     ¿Cómo pretende cambiar a una novia por otra? ¡Esto es inaudito!

—¿No sería mejor que esperaramos? Quizás Cecilia regrese y ...

—No —gruñí, sin demasiadas ganas de mantener la educación, y fijé la mirada en la pareja D'mario.—¿Ustedes lo sabian?¿ Sabían que Cecilia planeaba escapar?

—No. Por supuesto que no.  Todos estos días se le veía feliz, entusiasmada por la boda. Incluso esta mañana...— comenzó Celeste, pero no la dejé terminar.

— Eso ya no importa. La boda no se cancelará, ya se los he dicho. Denme a Catalina y que todo continúe cómo estaba previsto.

— Ya le he dicho que no. No puedo hacer eso. —dijo Mariano con una mirada de pánico, ante mi evidente enojo.

—¿Esa es su última palabra? De ser así, espero que se atenta a las consecuencias.

— Lo haré.— anunció la otra hermana entrando de improviso en el salón.— Cecilia no regresará, la conozco. Es egoísta y engreída. Tiene veinte años, pero es mimada e infantil, no le importa lo que nos pueda suceder en lo más mínimo.

La contemplé en siencio, notando lo horrible que le quedaba el vestido que le habían puesto, pero que a la vez resaltaba su busto de forma prácticamente indecente.

—Yo tengo veinte y dos,  no sueño con casarme con el hombre perfecto. No soy bonita, ni románica y a este paso moriré soltera. Ni siquiera tengo novio, ni voy a  citas. Y, además, acabo de graduarme para ser  maestra de escuela. Solo deseo continuar trabajando una vez que nos casemos. ¿Me lo permitirás?

Elevé las cejas, pero ella elevó aún más su mentón de manera petulante y retadora. No teníamos tiempo que perder, así que asentí.

—Hija, no lo hagas. No...

— Padre, tu lo dijiste. De lo contrario nos matarán a todos. 

Volvió a mirarme directamente a los ojos, se llenó de aire, y me extendió su mano.

— Está decidido entonces. Me casaré con ustedes, señor Visconti.

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