#6

— Enséñame cómo complacer a un hombre.

Alessandro, quien acababa de tomar un trago de champán, se atragantó y siguió tosiendo hasta que Catalina se arrodilló y comenzó a golpear su espalda.

— Estoy bien. Sólo... creo que no he entendido bien...

Con el rostro enrojecido pero tratando de actuar indiferente, Caty volvió a sentarse a sentarse sobre la costosísima alfombra del suelo,  cruzó las piernas y se alisó la falda del vestido para cubrir sus rodillas. — Me escuchaste perfectamente.Quiero que me enseñes cómo complacer a un hombre.

Él la miró con los ojos muy abiertos, luego se compuso un poco. Haciendo un gran espectáculo al llevarse un pedazo de la carne que comían a la boca y mirando alrededor del lujoso salón de hotel, murmuró: — ¿Por qué querrías algo así?¿Es acaso una broma?

Ella se inclinó hacia delante y agitó la mano delante de su cara, sabiendo que eso lo molestaba.

—No estoy bromeando. 

Sonriendo ahora, Alessandro tomó su mano y la besó,  moviendo las cejas hacia arriba y abajo.

— ¿Oh, de verdad? Entonces qué, ¿de repente estás ardiendo de pasión  por mí? No es que yo te culpe, pero...

— ¿Podrías parar? — Dijo ella entre dientes. — Estoy hablando en serio. —  tiró de su muñeca, la cual él tenía presionada en su mano y se levantó, dándole la espalda, mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho.Sabiendo que no tenía elección, se obligó a continuar. —Yo... soy virgen. 

El silencio de asombro detrás de ella era ensordecedor. La vergüenza amenazaba con tragársela y tuvo que detenerse de correr a la habitación contigua.

— Comprendo. Pero según me has confesado, estuviste enamorada de mi hermano y ...— Susurró Alessadro, obviamente estaba tenso.

— Te agradezco por contarme que en realidad no eres él, sino su gemelo y hermano mayor,  pero a estas alturas ya me da igual. Estamos casados y yo estoy cansada de ser virgen. ¿Por favor?— ella suplicó.

Una vez más, un momento de silencio incómodo.

— ¿Estás segura de esto? — gruñó él.

Ella miró sus uñas y frunció el ceño ante lo desarregladas que se veían. Había estado mordiéndoselas de nuevo. — Sí.

— ¿Por qué eres virgen aún?

— Ya te lo conté. Me enamoré de Alessander en la universidad, y después de su rechazo me fue prácticamente imposible volver a abrirme con otro hombre. Tenía demasiado miedo.

— ¿Miedo? ¿A qué?

— Al rechazo.

— Pero, lo volviste a intentar, ¿no es así?  ¿Quiero decir, hace seis meses salías con alguien, no?

Caty suspiró. ¿No era esa la verdad? Pero tenía que mantenerse concentrada. Sabía de buenafuente, que la incapacidad de Brian para hacerla perder sus miedos era porque ella no había inspirado esa pasión en él. De ahí que él había roto con ella, dejándola por una de sus compañeras.

— Sí, pero no llegó a ocurrir nada entre nosotros. Él me dejó. Y sigo siendo virgen.

Oyó a Alessadro levantarse y acercarse más a ella.

— ¿Te han herido mucho, no es así, pastelito?

Resoplando, ella levantó su mano.

— Sí. Mira, olvida que dije nada. Estoy algo borracha yareada. Yo...no lo dije en serio. 

Sus brazos la rodearon desde atrás. Apoyando la barbilla sobre su hombro y él sólo la abrazó. Caty se sentía protegida en sus brazos. Abrigada. Pero no había chispa de deseo.

Nada como el calor o el escalofrío que se apoderara de ella cuando Alessander la había tocado. Del lado positivo, no se sentía como una boba, ni con ganas de salir corriendo tampoco.

No es que hubiera alguna diferencia. Estar casada con Alessadro no ayudaba a nada. Tanto él como Alessander estaban fuera de su liga y uno la había abandonado porque no cumplía con los estándares de sus padres y el otro se había casado con ella para evitar la vergüenza de una boda arruinada.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

¿Por qué? ¿Qué había tan mal en ella que ni siquiera sus padres eran capaces de amarla?

¿Hasta cuándo tendría que chocar con el rechazo de otros una y otra vez? 

Sin embargo, Alessadro estaba jodido. Era su marido ahora y tenía obligaciones con ella. 

Por desgracia para él, ella era su responsabilidad ahora.

— Si hubo, eh, problemas... — Él se aclaró la garganta. — Ellos tuvieron la culpa, no tú.

Ella resopló y se apartó. — Me gustaría que fuera cierto, pero toda mi vida he enfrentado rechazo, y no solo de los hombres con los que he salido. La gran mayoría se ven intimidados por mi...tamaño. 

Él hizo una mueca.

— Por favor. A mí no me molesta para nada tu tamaño.

— Pero eso no sirve de nada— Hizo un puchero. — Ni siquiera sé cómo comportarme para ser sexy.

— No necesitas ser sexy. Hay cosas más importantes. 

— Sí, claro.— se burló ella con resequedad.

— Catalina... — dijo él a modo de advertencia.

— No me estoy menospreciando. No soy bonita y no tengo el mejor cuerpo del mundo, no soy  atractiva, esa es la verdad, pero al menos  me visto bien…—Su negativa  se estaba volviendo bastante molesta ahora.— ...y soy inteligente. Eso cuenta para algo, ¿no?

— Sí…

— Soy amable. Leal. Creo que sería una buena madre.

Los ojos de Alessadro se desorbitaron. — Oye, espera...

Ella puso las manos en sus caderas.

— Oh, silencio. No te estoy pidiendo que me embaraces ya. Y no tienes que mirarme con es cara de espanto, tampoco. Pero ambos sabemos que no soy una seductora.No quiero serlo. Sólo quiero ser feliz. Tener una familia. — Una muy grande. Ella quería un montón de niños. — No quiero marchitarme y vivir toda mi vida sin ser amada o al menos apreciada. — Se dejó caer sin gracia en el sofá.—Quiero un compañero, señor Visconti. Quiero saber cómo mantener a un hombre contento conmigo, al menos en la cama.  Así que, si no es asco lo que te impide hacerme el amor, ¿podrías hacerme este favor?

Parecía que él pensaba en ello. — ¿Por qué yo? ¿Por qué no Alessander?

—Porque él no está aquí. Tú sí. Él no es mi esposo. Tu sí. — razonó.

— Entonces, Caty. Si comprendo bien, estás dispuesta a esperar el año que te propongo que nos mantengamos casados, no quieres la compensación monetaria que estoy dispuesto a darte, pero sí quieres que te dé clases de...¿seducción?

— Exactamente. Quiero perder mi virginidad y que me enseñes a complacer a un hombre en la cama. ¿Estoy pidiendo demasiado?

Él se aclaró la garganta. — Bien. Intenté persuadirte para que cambiaras de parecer, pero estás convencida. Entonces...¿ Cuando empezamos?

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