La Primera vez que oí hablar del prometido de mi hermana,fue durante la cena en un restaurante al que nuestros padres supuestamente nos habían llevado para celebrar mi graduación de la universidad.
— Su nombre es Alessandro Visconti.— Anunció Cecilia con evidente altanería.— y es el hijo de la dueña de la agencia para la que trabajo.
Me mordí la lengua.
Durante toda mi vida, mi hermana menor siempre me había opacado. Era ella siempre la más bella, la más reconocida y a la que más perseguían los hombres.
Yo había estudiado una carrera, porque como siempre decía mi madre " lo mío era la inteligencia, no la belleza" y ella era modelo para la casa de modas Almaz, la más prestigiosa de toda Italia.
Yo tenía veinte años y Cecilia diecinueve cuando anunció que se comprometía.
Mis padres la felicitaron por aquello, pero no me sentí feliz, porque una vez más ella acaparaba la atención y mi terminada carrera universitaria no parecía gran cosa ante la futura boda de mi hermana con completo desconocido.
— Se cree que esa familia tiene nexos con la mafia.— Susurré. — ¿estás segura de que quieres casarte con ese hombre?
Cecilia rodó sus ojos, y me dirigió una mirada afilada.
— Lo qué sucede, Caty, es que estás envidiosa.— acusó ella.
— ¿Envidiosa?
— Lo estás y no puedes ocultarlo. Mírate, con esa gordura y vistiendote de forma tan horrible, ¿cómo vas a atraer la atención de un hombre?
Comprimí el mentón y contuve el aliento, para no ponerme a gritar justo allí.
— Tu hermana tiene razón, Catalina. Si cuidaras tu aspecto personal e hicieras dieta, tal vez serías tú la comprometida para casarte.— Susurró mi madre por lo bajo, mientras mi padre ordenaba traer una botella de champán.
Continué sonriendo falsamente durante el resto de la noche, mientras ponderaba que mis padres ni siquiera conocían al tal Alessandro Visconti y sin embargo eso no los detenía a la hora de levantar sus copas y brindar.
***
—¿Y realmente sientes envidia? — me preguntó mi terapeuta sin rodeos.
—No lo sé. — yo siempre había sido sincera con ella.
—¿Qué quieres tú, Catalina, para ti? —me presionó la doctora. Sabía que había llegado el momento de hacerlo. Yo estaba preparada.
—No lo sé —repití, pero la doctora sospechaba que no era cierto.
—Sí que lo sabes. Deja de preocuparte por tu hermana. Piensa en ti. ¿Por qué has vuelto aquí? ¿Qué es lo que quieres tú?
Los ojos de Catalina se llenaron de lágrimas al oír esa pregunta. Sí que lo sabía, solo que le daba miedo decirlo en voz alta, e incluso reconocerlo ante sí misma.
—Quiero una vida —dije en voz baja—. Quiero a un hombre en mi vida.Quiero lo que tiene mi hermana. La diferencia es que yo sí soy lo bastante mayor para tenerlo, pero nunca lo conseguiré. — mi voz sonó más fuerte de pronto, y me se sentí más valiente al seguir hablando—: Quiero un amor, un hombre, y quiero perder doce kilos antes del próximo junio, o por lo menos diez.
Eso lo tenía muy claro.
—¿Qué sucede en junio? —se extrañó la psiquiatra.
—La boda. Seré la dama de honor. No quiero que todo el mundo me tenga lástima porque soy un desastre de persona. No quiero ser la hermana solterona y gorda. No es ese el papel que quiero hacer en su boda.
—De acuerdo. Me parece justo. Tenemos un mese para trabajar en ello.Yo creo que es un plazo muy razonable —comentó la doctora Wilson, sonriéndome—. Nos enfrentamos a tres proyectos. «Una vida», has dicho, y tienes que definir qué significa eso para ti. Un hombre. Y tu peso. Hay que ponerse manos a la obra.
***
Aquel verano en casa, a la espera de la boda de mi hermana, fue agridulce para mí en muchos sentidos. Mis padres se mostraron más cariñosos conmigo de lo que lo habían hecho en años, aunque padre volvió a presentarme a un socio de la empresa como "nuestro hermoso error".
Sin embargo, también dijo que estaba orgulloso de mí (y más de una vez),lo cual me sorprendió, porque jamás había imaginado que padre sintiera eso. Mi madre, aunque no llegó a decírmelo abiertamente, también parecía triste ante la idea de mi regreso a Roma.
Con todo, sentía como si para todos nosotros ya fuera demasiado tarde. Estaba dejando atrás mis años universitarios, y me preguntaba por qué habían desperdiciado mis padres tantísimo tiempo, fijándose solo en lo que no debían: mi aspecto, mis amigas o la falta de ellas.
Mi peso siempre había sido su principal preocupación, junto con lo mucho que me parecía a nuestra bisabuela, a quien yo no conocía ni tenía la intención de conocer, solo porque teníamos la misma nariz y el mismo cabello castaño , mientras que mi padres y hermana eran rubios.
¿Por qué a mí familia le importaban tanto cosas que eran insignificantes? ¿Por qué no habían estado más cerca de mí, por qué no habían sido más afectuosos y me habían apoyado más? Ya no tenían tiempo para tender ese puente que debería haber existido entre nosotros pero que nunca nos había unido.
A pesar de haber vivido con ellos toda mi vida, eran prácticamente desconocidos para mí, y no lograba imaginar que eso pudiera cambiar algún día.
Me marchaba de regreso a Roma con la intención de comenzar a trabajar quedarme allá y tal vez nunca volver a vivir con ellos.
La libertad, seguía siendo mi sueño. Regresaría a casa por vacaciones, vería a mis padres en Navidad y Acción de Gracias, o cuando ellos fueran a visitarme, si es que lo hacían.
Sin embargo, ya no había tiempo para acumular a toda prisa el amor que deberían haberme dado desde un principio. Creía que mis padres me querían, porque al fin y al cabo eran mis padres y había vivido con ellos durante veinte años.
Pero Mariano se había reído de mí toda mi vida, y Celeste siempre se había sentido decepcionada porque no era hermosa, se quejaba de que era demasiado lista y me explicaban que a los hombres no les gustaban las mujeres inteligentes.
Mi infancia junto a ellos había sido como una terrible maldición. Y, muy pronto, al terminar el verano me marcharía aunque me decían que iban a echarme de menos. Sin embargo, al oír aquellas palabras, no podía evitar preguntarme por qué no me habían prestado más atención mientras había vivido allí. Ya era demasiado tarde.
Aquella noche salimos todos juntos a cenar fuera, a un restaurante muy agradable donde encontramos a varios compañeros de trabajo de mi padre.
Supuestamente, el prometido de mi hermana se nos uniría allí, pero ya eran las nueve de la noche y aún no llegaba.
— ¿Le has llamado, cariño?— interrogó mi madre por decimoquinta vez.
— Sí, madre. Lo hice. Me dijo que ya estaba en camino.
Mientras tanto, yo me retorcía en el asiento, prácticamente muerta de hambre y con la vejiga a punto de estallar. Para hacer algo de tiempo, me había dedicado a beber a vaso tras vaso de agua y estaba cosechando las consecuencias de mi propia estupidez.
Estaba a punto de levantarme de la mesa para ir al baño a liberar mi pobre vejiga de la terrible tensión que la atormentaba, cuando lo ví llegar.
Estaba más alto de lo que recordaba, su negro y lustroso cabello más corto y peinado hacia atrás. Su rostro tenía una expresión aún más severa y sus facciones eran mucho más duras que hacía de años, pero era él.
Me quedé helada. Pegada en la silla y con las manos aferradas firmemente a los bordes de la misma.
— Perdón por llegar tarde.- susurró en aquella voz gruesa, de tono bajo y gutural que me había enamorado con tanta facilidad.
Cecilia se puso en pie con lentitud el rodeó sus caderas con sus brazos y depositó un lento beso en su mejilla, mientras yo apretaba los ojos tan fuertemente que mi vista se tiñó de rojo.
— Familia querida, les presento a Aless Visconti, mi prometido.— anuncio mi hermana y yo me tragué un gemido de dolor.
Porque tres semanas después ella iba a casarse con el único hombre que yo había amado en toda mi vida.
Tres años antes:Mi compañera de habitación era una chica de aspecto nervioso. Silvia estaba espantosamente delgada y era evidente que padecía un trastorno alimentario. Tras algunoa meses de convivencia, me confesó que había pasado todo el verano antes de comenzar en la universidad en un hospital, y yo la veía adelgazar más cada día que pasaba. Los padres de Silvia la llamaban a todas horas para saber cómo estaba y la chica me explicó que tenía un novio en su pueblo natal. Parecía muy desdichada en la universidad, y yo intenté con todas mis fuerzas no dejarme llevar por la atmósfera de estrés que ella generaba. Sin lugar a dudas, la pobre era una crisis ambulante a punto de estallar. Solo con mirarla, yo sabía que no estaba bien.Cuando me vine de regreso a Palermo por fin de año, mi compañera ya había decidido dejar los estudios y regresarse a Positano. Era un alivio para mí, saber que no estaría allí cuando yo volviera a la residencia. Resultaba difícil vivir en aquella habita
Me quedé allí, pasmada en mi silla. Con la vista fija en él, mientras se abría los botones de su chaqueta y tomaba asiento justo al lado de mi hermana y frente a mí. Mis padres comenzaron a conversar con él, haciéndole toda clase de preguntas, pero yoe mantuve en silencio. Cecilia lo había lo había presentado hacia minutos con el nombres de Aless, Aless Visconti. Hacía tres años el me había dicho que lo nuestro no tenía futuro porque sus padres querían que él se casará con una heredera. ¿Había mentido? Y de hacerlo hecho, ¿Por qué? — ¿Sucede algo, Catalina?— interrogó mi madre, mirándome directamente y haciendo que todos en la mesa se volteasen a mirarme. La azul mirada de el prometido de mi hermana cayó sobre mí, y parte del agua que había bebido subió a mi garganta, provocandome náuseas. Coloqué una mano delante de mi boca, me levanté de un salto y corrí al baño. Dónde me puse rápidamente enferma, vomitando tres veces. Me estaba lavando las manos y enjuagandome la boca, cuand
Las restantes dos semanas antes de la boda, me las arreglé para evitar al prometido de mi hermana, sin embargo, sabía que no podría no estar cerca de él por mucho tiempo. La mañana de la boda la casa empezó a bullir de actividad y emoción en cuanto todos se levantaron. El desayuno estaba preparado en la mesa de la cocina para que cada cual pudiera servirse. Decidí salir a desayunar al jardín para no estorbar a nadie. A Cecilia le estaban haciendo la manicura y la pedicura en su habitación. La peluquera llegó para peinarnos a todas las mujeres de la casa, y yo solo quería un sencillo moño italiano, así que fui la primera. La boda no se celebraba hasta las siete de la tarde, pero durante todo el día hubo gente que pasaba por la casa. Desde que llegaron las damas de honor, a eso de las de las tres, no pude ni acercarme a mi hermana, así que las dejó solas y decidió ayudar a mi madre en lo que pudiera. Sin embargo, todo parecía estar asombrosamente controlado. El vestido de novia de C
Para mí, era como si estuviera a punto de abandonarlo todo definitivamente e iniciar mi andanza por un mundo diferente a lo que había conocido, era como haber naufragado en un mar tormentoso y de aguas desconocidas. Algo así inspiraba miedo, sobre todo para una chica como yo, que era vulnerable y frágil ante los comentarios orientes. Además, tendría que casarme con ese horrible vestido porque no había oportunidad ni tiempo para comprar otro.Mientras mi madre no dejaba de arreglarme el largo velo sobre la cabeza. Las damas de honor me ayudaron a bajar la escalera sosteniéndo el gigantesco ramo que habría sido de mi hermana.Después, subí al coche con mi padre para ir a la iglesia donde me casaría con.. él.Eran innegables los cambios en Alessander. Se le veía más serio, cínico y amenazador. Durante el trayecto a la iglesia, no pude dejar de preguntarme, qué le habría pasado para volverse así de mala persona.Mi padre se emocionó mientras el coche se acercaba a la iglesia y yo hub
— Enséñame cómo complacer a un hombre.Alessandro, quien acababa de tomar un trago de champán, se atragantó y siguió tosiendo hasta que Catalina se arrodilló y comenzó a golpear su espalda.— Estoy bien. Sólo... creo que no he entendido bien...Con el rostro enrojecido pero tratando de actuar indiferente, Caty volvió a sentarse a sentarse sobre la costosísima alfombra del suelo, cruzó las piernas y se alisó la falda del vestido para cubrir sus rodillas. — Me escuchaste perfectamente.Quiero que me enseñes cómo complacer a un hombre.Él la miró con los ojos muy abiertos, luego se compuso un poco. Haciendo un gran espectáculo al llevarse un pedazo de la carne que comían a la boca y mirando alrededor del lujoso salón de hotel, murmuró: — ¿Por qué querrías algo así?¿Es acaso una broma?Ella se inclinó hacia delante y agitó la mano delante de su cara, sabiendo que eso lo molestaba.—No estoy bromeando. Sonriendo ahora, Alessandro tomó su mano y la besó, moviendo las cejas hacia arriba y
Bolsa de viaje con artículos de aseo. Sí, por supuesto.¿Ropa interior sexi? No. Solo ropa interior.Anticonceptivos. Listo.Habitación del hotel. Rodó los ojos. Si, todo listo.Catalina se quedó mirando el techo un momento. No había cambiado en los cinco minutos que había estado de pie allí, mirándolos. Tenía todo lo que necesitaba. Que comience la educación sexual.¿Cierto?Mordiéndose el labio, cerró los ojos y trató de hablarse a sí misma para no perder todo el valor.Aun así, ella dudó.Algo de esto se sentía mal.¿Podría ella realmente desnudarse con su esposo? ¿Tocarlo? ¿Dejar que él la tocara?La imagen de él cerniéndose sobre ella en la cama, rodeándola con la piel caliente y duros músculos, ciertamente, no era desagradable, pero no le estaba moviendo su mundo tampoco.Tal vez había algo realmente mal con ella.— Acéptalo Caty, — le había dicho Brian después de haberlo encontrado en la cama con una de sus compañeras. — Un hombre necesita más que una tabla rígida debajo de é
Él se inclinó y la besó, usando sus dientes en esta ocasión para añadir una nueva dimensión a su placer. Deslizando la muñeca de su agarre, él la alzó en sus brazos, la llevó a la cama y suavemente le lanzó hacia abajo. — Desnúdate.Él vio sus ojos abriéndose por su ronca orden, pero él ya estaba frenéticamente sacando su propia camisa mientras se quitaba los zapatos. Se desabrochó sus jeans y los empujó hacia debajo de su cadera, con todo y la ropa interior y los dejó en el suelo con sus calcetines. Cuando levantó la vista, ella no se había movido. Estaba mirando su miembro, con una mirada de asombro en su rostro, lo hizo enducerse aún más.— Definitivamente esto me va a doler — Catalina susurró.Él apenas y registró el comentario. Era un poco más grande que el promedio, pero ella no tendría problemas para aceptarlo. Agarrando sus caderas, se la llevó con lentitud a la cama. — Espera, — ella chilló. —Quiero verte. Quiero tocarte — ella insistió.— Hazlo. Nada te lo impide. Tal como
— Eres tan ardiente. Quiero hacértelo una y otra vez. Caty sonrió al oír la voz rasposa de su esposo, pero no se molestó en responder ya que su boca estaba ocupada haciendo otras cosas y no parecía interesada en renunciar al ardiente y duro miembro que estaba chupando. En cambio, transmitió su agradecimiento por el cumplido, sonriendo aún más cuando él gimió. — Nunca tendré suficiente de ti, preciosa ¡Dios! Nunca, ¿me entiendes? — Sus dedos se enredaron en el cabello de ella y tiró de él. — Mírame. Sólo por diversión, ella se resistió y lo chupó con más fuerza. Arremolinando su lengua alrededor de la punta ancha de su miembro. Él susurró en un suspiro. Él agarró un poco más de su cabello en un puño, con más fuerza y tiró de él, obligándola a ponerlo en libertad, incluso mientras ella gemía en señal de protesta. — Eres una pequeña golosa, ¿no es así? Los ojos de Caty se abrieron de golpe y, por un momento, su sueño y la realidad competían por la supremacía. Realidad: Su visión