Adriana dio un paso atrás, abrumada por lo recién descubierto, pero dispuesta a impedir que ese par se saliera con la suya.
«Oliver Volkov se arrepentiría de haberla usado de esta manera», se juró a sí misma, mientras buscaba el contacto telefónico de su hermana gemela. —Adhara, necesito verte —su evidente agitación preocupó a la joven del otro lado de la línea. —Por supuesto, hermana —cedió complaciente. Hacía apenas una hora que acababa de aterrizar en el país—. Estaba recién instalándome en el hotel y pensaba hacerte una visita, pero si necesitas que hablemos ahora, entonces puedes venir, te indicaré la dirección. Adriana repitió mentalmente la dirección dictada por su hermana y corrió en busca de un taxi, sin embargo, antes de que logrará alcanzar la puerta de salida, Irina se atravesó en su camino. —Supongo que ya lo sabes —su sonrisa se ensanchó maquiavélicamente, parecía un demonio en cuerpo de mujer—. La reconciliación se escucha por toda la casa —se jactó de los jadeos que no dejaban de ser audibles ni siquiera en esa área—. Pronto desaparecerás de nuestra existencia como lo que eres: un asqueroso error. Por primera vez, Adriana tuvo el deseo de poner en su lugar a esa insufrible mujer, que creía que por el simple hecho de tener dinero era superior a cualquier otro ser humano; sin embargo, los estragos del veneno comenzaban a pasarle factura demasiado rápido. Adriana sintió un mareo y luego la mano de su suegra se estampó en su cara. —¡Repugnante! ¡Eres repugnante! —gritaba la mujer, mientras la jalaba del cabello y la lanzaba al suelo. Lo siguiente que sucedió, pasó en un borrón, su vista se nubló y sintió el dolor de cada golpe intensificarse, mientras se preguntaba qué era lo que le había hecho a su suegra para que la odiara tanto. No supo quién fue la persona que la ayudó, pero alguien del personal se compadeció de ella y la liberó de las fauces de esa bestia embravecida. Cuando Adriana llegó al hotel donde se suponía se encontraría con su hermana luego de más de tres años sin verla, no se sentía con las suficientes fuerzas para desahogarse. Adhara abrió la puerta de su habitación con una gran sonrisa, cuando le fue notificada la llegada de su hermana Adriana, sin embargo, la imagen que la recibió hizo que su expresión de felicidad fuese reemplazada por una de genuina angustia. —¿Adriana, quién te hizo eso? —se horrorizó de inmediato, al notar el moretón en su cara, mientras un rastro de sangre bajaba de su labio inferior. —¡Esa mujer! —lloró Adriana, aferrándose a los brazos de su gemela, como si fuese la única balsa salvavidas en medio de ese mar repleto de tiburones sedientos de sangre. Hacía tanto tiempo que no se sentía tan segura, reconfortada. Adhara era su única familia—. ¡Esto es un infierno, Adhara! ¡Han estado envenenándome! ¡Quieren deshacerse de mí! ¡Los odio! ¡Los odio a todos! —siguió diciendo entre hipidos con la voz cada vez más agitada. Adhara no pudo evitar contagiarse con el sufrimiento de su gemela, sintiéndose de repente muy egoísta. Mientras ella estaba en Inglaterra, aprovechando su beca para estudiar Arquitectura, su hermana estaba aquí, pasándola muy mal. —¡¿Cómo así de que te han estado envenenando, Adriana?!—se separó para mirarla fijamente a la cara, mientras limpiaba con el pulgar un rastro de lágrimas que bajaba por su mejilla—. ¡¿Quién?! —exigió saber y luego su rostro se tornó atemorizado—. ¡Debemos ir a un hospital! ¡Rápido! —soltó alarmada, dándose cuenta de que su hermana debía ser intervenida cuánto antes. —Ese hombre —respondió Adriana con una exhalación, mientras sentía como sus piernas decaían—. Oliver Volkov —fue lo último que pronunció antes de que la muerte la reclamara de forma irremediable. Adhara soltó un grito de dolor y se aferró al cuerpo inerte de su hermana, mientras juraba vengarse de todos los que habían hecho de su vida un infierno en ese último año.Evitar que la información sobre la muerte de Adriana se filtrara requirió de sobornos y mucho dinero. Adhara había odiado hacer esa llamada, pero no tuvo otra alternativa que contactar con el multimillonario, Luke Jones. No quería parecer una persona interesada, pero el único con el suficiente poder como para ayudarla a hacer justicia, era precisamente él, Luke. El empresario más famoso de toda Inglaterra y, quién había desarrollado alguna especie de fijación por ella. Luego de que lo conociera por casualidad en un evento de la universidad, le había ofrecido la oportunidad de hacer pasantías en su empresa.Adhara había aceptado, porque evidentemente eso le abriría las puertas al mundo laboral, pero al poco tiempo todo se había complicado. Luke no dejó de insistir para que salieran y ella no había dejado de posponer dicho encuentro. Hasta que no tuvo otra opción que tomar su teléfono y pedirle un favor, un favor que seguramente le costaría muy caro, pero que no le importaba en ese m
Oliver no podía dejar de pensar en Anastasia y en esa pequeña reconciliación que habían tenido. Luego de años sin dirigirse la palabra, había disfrutado sobremanera de escuchar sus gemidos, consciente de que era él el causante de tan desbocadas reacciones. Ahora únicamente necesitaba deshacerse de Adriana…El asunto era que su esposa había desaparecido la misma tarde de la reconciliación y no sabía si esto era bueno o malo. —Oliver —la voz de su madre se alzó en medio del pasillo, interrumpiendo su tranquila caminata. Irina acortó la distancia con una expresión de visible irritación. —¿Qué quieres ahora?—trato vanamente de contener su exasperación, luego de meses de insistencia para que se divorciara—. ¿Acaso no estás conforme ya con que me hubiese reconciliado con tu querida Anastasia? ¿O se te ofrece algo más, madre?Amaba a su madre, pero debía reconocer que había ocasiones en las que no la soportaba. —¡Esa regresó, Oliver! —rugió Irina, sus ojos notablemente rojos. —¿Esa? —
—¿Una condición? ¿Y de cuándo acá tú impones condiciones? —se burló Oliver. Adhara respiró profundamente para contener el deseo salvaje que sentía de despellejar a ese sujeto. No podía entender cómo era que su dulce hermana Adriana había terminado casada con él, pero sin duda era un diablo en cuerpo de hombre. Aun así, trató de serenarse porque no le convenía explotar en el pleno inicio de su plan. Necesitaba el tiempo necesario para hacer desaparecer el imperio Volkov de sobre la faz de la tierra. Para cuando acabara con Oliver y toda su familia no quedaría ni rastros de lo que alguna vez fueron…—Porque soy tu esposa y no te conviene hacer de esta separación un escándalo —contestó con una sonrisa cargada de suficiencia que hizo que la expresión burlona de Oliver desapareciera—. Además, he contactado con varios periodistas que estarían encantados de publicar en primera plana mi versión sobre los hechos. ¿Te gustaría que tus socios se enteraran de como tratas a tu mujer en privado,
«Ciertamente, no es la misma», pensó Oliver, mirándola como si le hubiese crecido una segunda cabeza. No sabía qué había pasado con Adriana, pero esta mujer no era ella. Por un momento estuvo tentado ante la idea de preguntarle dónde estaba su verdadera esposa, pero la sola cuestión en su cabeza sonó tonta. Esa era Adriana, no podía ser otra. Lamentablemente, Oliver desconocía que su esposa tenía una hermana gemela, información vital para que el plan de Adhara tuviera éxito. Cuando Adhara le había preguntado a Adriana por teléfono sobre el enigmático hombre con el que se casaría en una semana, ella no había mostrado el típico entusiasmo de una novia a punto de dar un paso tan importante. —Es muy guapo, tiene dinero y… —su voz se había escuchado dudosa— me trata bien, supongo.—¿Supones? ¿Qué es eso de supones? —se había preocupado Adhara de inmediato. —La verdad es que no nos conocemos tanto —aclaró—. Nuestros inicios han sido un poco informales. “No me importa nada de tu vida
El silencio que se sentía en esas cuatro paredes era ensordecedor y Adhara no pudo hacer otra cosa que pensar en que esa había sido la habitación en la que su hermana había pasado sus últimos meses de vida. Dio un vistazo a su alrededor, notando cada cosa: la enorme cama, en la que seguramente había llorado durante muchas noches solitarias; el mullido sillón en el que podía imaginársela leyendo una de sus típicas novelas de romance. Adriana era una romántica empedernida y lo que más lamentaba de su partida, era saber que no había llegado a conocer el amor, que no la habían llegado a amar como se lo merecía. Los ojos de Adhara rápidamente se llenaron de lágrimas y no pudo contener la fuerza de aquellas gotas saladas, que no dejaban de fluir cuál cascada desbocada. Los acontecimientos de los últimos días le estaban pasando factura de una forma muy cruel. Extrañaba a Adriana, extrañaba tenerla consigo… Y odiaba su nueva realidad, esa en la que tenía que fingir ser la esposa de su peo
—Disculpe, señor, ¿necesita que le ayude en algo más aparte de imprimir y ordenar estos papeles? —preguntó Adhara con suavidad a su jefe. Había solicitado trabajar en el área de finanzas, porque esto le permitiría tener acceso a los libros contables. Tenía la ligera corazonada de que Oliver podría estar incurriendo en un delito de malversación de fondos o incluso algo más grave, que le permitiera llevar a la empresa a una disolución en tiempo récord. Porque ese era parte del objetivo, desaparecer al imperio Volkov.Pero lamentablemente todas las personas en ese lugar la trataban como si fuera de porcelana. Nadie se acercaba ni le hablaba y el trabajo que le asignaban era absurdo, teniendo en cuenta cuáles eran las verdaderas funciones de una asistente. Además, los cuchicheos en los pasillos tampoco ayudaban…“Es la esposa del señor Oliver, no entiendo qué hace trabajando aquí…”“Escuché que vino a vigilar si tiene una nueva amante…”“Al parecer ese matrimonio está cada vez peor…”E
La furia descomunal que se apoderó de su cuerpo fue tan fuerte que Adhara no la pudo soportar. Adriana no merecía ni una falta de respeto más, así que por la memoria de su hermana se encargaría de poner a ese par en su puesto. Con eso en mente, los pasos de la mujer resonaron en el pulido piso de las instalaciones de la empresa Volkov. A medida que Adhara caminaba hacia la oficina de quien se suponía era su esposo, el resto del personal no dejaba de observar, atentos a la inminente confrontación. Uno, dos, tres segundos más fueron suficientes, para que Adhara llegará a la puerta de la oficina de Oliver y jalará de la manilla sin dudar. La imagen que recibió fue de lo más vulgar: aquella mujer de nombre Anastasia, estaba sentada sobre el regazo de Oliver, mientras este le acariciaba el pelo con ternura. Adhara sintió nuevamente una arcada, pero alzó el mentón y sonrió con suficiencia antes de acortar la distancia y jalar a aquella mujer de su bella y cuidada melena.Anastasia gritó
Adhara sabía que los días “tranquilos” habían terminado. Esa noche, cuando regreso a la mansión, Irina Volkov la estaba esperando…—¿Con qué te crees superior? —le preguntó con aquel tono cargado de desprecio—. Déjame adivinar qué es lo que te hace sentir así—puso un dedo en su mentón y simuló pensar—. ¡Ah, ya lo sé! ¿Crees que de alguna forma mi hijo te llegara a elegir? —se burló. Adhara se rio sin gracia. —Su hijo no me interesa en lo más mínimo, señora; sin embargo, estoy disfrutando mucho de su desesperación —le aclaró. —¿Ah, sí?Irina no se mostró afectada. —Ahora dices que no te importa, ¿pero quién era la que suplicaba por ser aceptada? —le soltó, haciendo que Adhara se preguntará si su hermana había hecho eso en algún momento, pero para su desgracia, Irina siguió hablando—. ¡Por favor, señora, acépteme! ¡Le prometo que solo quiero amar a su hijo! —siguió recordando, haciendo que un ardor se instalará en el pecho de Adhara, al imaginarse a Adriana suplicando de semejante