Capítulo 002

Adriana dio un paso atrás, abrumada por lo recién descubierto, pero dispuesta a impedir que ese par se saliera con la suya. 

«Oliver Volkov se arrepentiría de haberla usado de esta manera», se juró a sí misma, mientras buscaba el contacto telefónico de su hermana gemela.

—Adhara, necesito verte —su evidente agitación preocupó a la joven del otro lado de la línea. 

—Por supuesto, hermana —cedió complaciente. Hacía apenas una hora que acababa de aterrizar en el país—. Estaba recién instalándome en el hotel y pensaba hacerte una visita, pero si necesitas que hablemos ahora, entonces puedes venir, te indicaré la dirección. 

Adriana repitió mentalmente la dirección dictada por su hermana y corrió en busca de un taxi, sin embargo, antes de que logrará alcanzar la puerta de salida, Irina se atravesó en su camino. 

—Supongo que ya lo sabes —su sonrisa se ensanchó maquiavélicamente, parecía un demonio en cuerpo de mujer—. La reconciliación se escucha por toda la casa —se jactó de los jadeos que no dejaban de ser audibles ni siquiera en esa área—. Pronto desaparecerás de nuestra existencia como lo que eres: un asqueroso error. 

Por primera vez, Adriana tuvo el deseo de poner en su lugar a esa insufrible mujer, que creía que por el simple hecho de tener dinero era superior a cualquier otro ser humano; sin embargo, los estragos del veneno comenzaban a pasarle factura demasiado rápido. 

Adriana sintió un mareo y luego la mano de su suegra se estampó en su cara. 

—¡Repugnante! ¡Eres repugnante! —gritaba la mujer, mientras la jalaba del cabello y la lanzaba al suelo.

Lo siguiente que sucedió, pasó en un borrón, su vista se nubló y sintió el dolor de cada golpe intensificarse, mientras se preguntaba qué era lo que le había hecho a su suegra para que la odiara tanto. No supo quién fue la persona que la ayudó, pero alguien del personal se compadeció de ella y la liberó de las fauces de esa bestia embravecida.

Cuando Adriana llegó al hotel donde se suponía se encontraría con su hermana luego de más de tres años sin verla, no se sentía con las suficientes fuerzas para desahogarse. 

Adhara abrió la puerta de su habitación con una gran sonrisa, cuando le fue notificada la llegada de su hermana Adriana, sin embargo, la imagen que la recibió hizo que su expresión de felicidad fuese reemplazada por una de genuina angustia. 

—¿Adriana, quién te hizo eso? —se horrorizó de inmediato, al notar el moretón en su cara, mientras un rastro de sangre bajaba de su labio inferior. 

—¡Esa mujer! —lloró Adriana, aferrándose a los brazos de su gemela, como si fuese la única balsa salvavidas en medio de ese mar repleto de tiburones sedientos de sangre. Hacía tanto tiempo que no se sentía tan segura, reconfortada. Adhara era su única familia—. ¡Esto es un infierno, Adhara! ¡Han estado envenenándome! ¡Quieren deshacerse de mí! ¡Los odio! ¡Los odio a todos! —siguió diciendo entre hipidos con la voz cada vez más agitada. 

Adhara no pudo evitar contagiarse con el sufrimiento de su gemela, sintiéndose de repente muy egoísta. Mientras ella estaba en Inglaterra, aprovechando su beca para estudiar Arquitectura, su hermana estaba aquí, pasándola muy mal. 

—¡¿Cómo así de que te han estado envenenando, Adriana?!—se separó para mirarla fijamente a la cara, mientras limpiaba con el pulgar un rastro de lágrimas que bajaba por su mejilla—. ¡¿Quién?! —exigió saber y luego su rostro se tornó atemorizado—. ¡Debemos ir a un hospital! ¡Rápido! —soltó alarmada, dándose cuenta de que su hermana debía ser intervenida cuánto antes. 

—Ese hombre —respondió Adriana con una exhalación, mientras sentía como sus piernas decaían—. Oliver Volkov —fue lo último que pronunció antes de que la muerte la reclamara de forma irremediable. 

Adhara soltó un grito de dolor y se aferró al cuerpo inerte de su hermana, mientras juraba vengarse de todos los que habían hecho de su vida un infierno en ese último año. 

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