El sonido de la marcha nupcial, acompañado de los pétalos de rosas que le lanzaban al pasar, hicieron de aquellos minutos los más felices en la vida de Adriana Miller.
Lamentablemente, el sueño duró demasiado poco, ya que luego de dar el tan anhelado “sí” en el altar, el príncipe se convirtió en ogro y su nueva familia se transformó en los demonios de su infierno personal. —Lindo vestido —se acercó su suegra a darle la felicitación o eso era lo que, ilusamente, Adriana pensó—. Sería una lástima que se ensucie de vino—y así, sin más, vertió el líquido rojo en la delicada tela de su vestido de novia, mientras ella en compañía de Anastasia Sidorov se carcajeaban de risa. Adriana jadeó, horrorizada. No podía creer que acabaran de arruinar su vestido en un día tan especial como ese. Pero su suegra, no conforme con esto, agrego macabramente: —Mi hijo se casó contigo por un berrinche —aseguró—. Pronto recapacitará y te pedirá el divorcio. Mientras tanto, mira a Anastasia—la señaló orgullosamente. Adriana no pudo evitar empuñar las manos a su costado, consciente de que era una mujer muy hermosa—, ella sí es digna de llevar nuestro apellido. Así que te lo garantizo, Anastasia será la siguiente señora Volkov, la única gran señora. Dicho esto, ambas mujeres desaparecieron de la escena, regocijándose en su desdicha. Adriana se limpió las lágrimas disimuladamente y caminó hacia el baño con la intención de hacer menos evidente aquella mácula. El resto de la recepción transcurrió entre saludos vacíos y felicitaciones fingidas. Era de conocimiento público que la familia Volkov y Sidorov eran muy unidas, así que se esperaba que el heredero de los Volkov se casará con la bella y despampanante modelo Anastasia Sidorov, no con una don nadie, como Adriana Miller. —¿Me amas?—ilusamente le había preguntado a Oliver cuando le hizo la propuesta de matrimonio. —No te amo —contestó sin más—. Pero necesito deshacerme de un problema y tú pareces la indicada para ayudarme en esto. Además, si no eres tú, será cualquiera otra, ¿estás dispuesta a dejar perder la oportunidad? Llevaban un par de meses acostándose y la verdad era que Adriana estaba demasiado embobada con su jefe como para perder la oportunidad de enamorarlo, porque eso fue lo que le gritó su insulso corazón, que podía llegar a transformarlo en el príncipe de sus sueños. Pero no, tarde se dio cuenta de que Volkov siempre fue el villano de su historia. —¡¿Dónde estabas?! —rugió en una madrugada cuando lo vio llegar. Él se desajustó la corbata con parsimonia y luego con todo el descaro del mundo la volteo a mirar: —¿Estás segura de que quieres que te conteste? Un rastro de labial rojo se mostraba insistente en la esquina de su camisa y Adriana odio esa visión, odio saber que desde que se casó, no había tenido reparo alguno en serle infiel. Según le contaban sus fuentes, su reemplazo en la empresa estaba siendo la nueva amante de su esposo. Al parecer, le gustaban las secretarias, porque las buscaba cada vez más bonitas y despampanantes. Los meses fueron transcurriendo de esa forma, entre peleas e insultos, entre noches solitarias. Hasta que un día, Adriana lo escuchó discutir con la señora Irina, su suegra. —Ya debes detener esto —le reclamaba ella. Su voz cargada de reprimenda—. Sabes perfectamente que esa estúpida no tiene nada que hacer en esta casa, no pertenece a nuestro estrato social y ni siquiera sabe comportarse delante de nuestros socios. Es una vergüenza —aseguró asqueada—. La indicada para estar a tu lado es Anastasia, siempre ha sido ella. Crecieron juntos, se conocen mejor que nadie, ¿por qué te muestras tan renuente? —¿Y tu querida Anastasia acaso ya te contó lo que me hizo? —su tono dejaba entrever una profunda ira. —Eran jóvenes, Oliver —explicó Irina, como si eso justificara cualquier cosa—. Ella estaba confundida y se equivocó, pero ya está. Déjalo pasar. —Dile que venga a mí y me lo pida de rodilla, así tal vez lo considere —se burló, dejando a su madre con la palabra en la boca. Días después, Adriana escuchó sobre la inesperada visita de Anastasia Sidorov y se aproximó al despacho de su esposo para escuchar lo que hablaban. Sin embargo, lejos de una conversación acalorada, escuchó gemidos provenientes de esas cuatro paredes. El corazón de Adriana se detuvo, mientras en medio de jadeos Anastasia le exigía a Oliver que se deshiciera de ella. —No puedo divorciarme, así como así —decía Oliver con la voz agitada, mientras el sonido del choque de carne contra carne se intensificaba—. Tengo un plan, pero puede tomar más tiempo —su voz sonó triunfal. Y entonces, Anastasia soltó unas carcajadas, que hizo que en la mente de Adriana todo encajara: sus recientes mareos, la debilidad que venía sintiendo en todo el cuerpo, todo tuvo una explicación en ese justo momento, estaba siendo envenenada. —Eres cruel, Oliver —lo halago entre jadeos—. Pero me gusta que estés dispuesto a todo contar de eliminar esa mancha.Adriana dio un paso atrás, abrumada por lo recién descubierto, pero dispuesta a impedir que ese par se saliera con la suya. «Oliver Volkov se arrepentiría de haberla usado de esta manera», se juró a sí misma, mientras buscaba el contacto telefónico de su hermana gemela.—Adhara, necesito verte —su evidente agitación preocupó a la joven del otro lado de la línea. —Por supuesto, hermana —cedió complaciente. Hacía apenas una hora que acababa de aterrizar en el país—. Estaba recién instalándome en el hotel y pensaba hacerte una visita, pero si necesitas que hablemos ahora, entonces puedes venir, te indicaré la dirección. Adriana repitió mentalmente la dirección dictada por su hermana y corrió en busca de un taxi, sin embargo, antes de que logrará alcanzar la puerta de salida, Irina se atravesó en su camino. —Supongo que ya lo sabes —su sonrisa se ensanchó maquiavélicamente, parecía un demonio en cuerpo de mujer—. La reconciliación se escucha por toda la casa —se jactó de los jadeos qu
Evitar que la información sobre la muerte de Adriana se filtrara requirió de sobornos y mucho dinero. Adhara había odiado hacer esa llamada, pero no tuvo otra alternativa que contactar con el multimillonario, Luke Jones. No quería parecer una persona interesada, pero el único con el suficiente poder como para ayudarla a hacer justicia, era precisamente él, Luke. El empresario más famoso de toda Inglaterra y, quién había desarrollado alguna especie de fijación por ella. Luego de que lo conociera por casualidad en un evento de la universidad, le había ofrecido la oportunidad de hacer pasantías en su empresa.Adhara había aceptado, porque evidentemente eso le abriría las puertas al mundo laboral, pero al poco tiempo todo se había complicado. Luke no dejó de insistir para que salieran y ella no había dejado de posponer dicho encuentro. Hasta que no tuvo otra opción que tomar su teléfono y pedirle un favor, un favor que seguramente le costaría muy caro, pero que no le importaba en ese m
Oliver no podía dejar de pensar en Anastasia y en esa pequeña reconciliación que habían tenido. Luego de años sin dirigirse la palabra, había disfrutado sobremanera de escuchar sus gemidos, consciente de que era él el causante de tan desbocadas reacciones. Ahora únicamente necesitaba deshacerse de Adriana…El asunto era que su esposa había desaparecido la misma tarde de la reconciliación y no sabía si esto era bueno o malo. —Oliver —la voz de su madre se alzó en medio del pasillo, interrumpiendo su tranquila caminata. Irina acortó la distancia con una expresión de visible irritación. —¿Qué quieres ahora?—trato vanamente de contener su exasperación, luego de meses de insistencia para que se divorciara—. ¿Acaso no estás conforme ya con que me hubiese reconciliado con tu querida Anastasia? ¿O se te ofrece algo más, madre?Amaba a su madre, pero debía reconocer que había ocasiones en las que no la soportaba. —¡Esa regresó, Oliver! —rugió Irina, sus ojos notablemente rojos. —¿Esa? —
—¿Una condición? ¿Y de cuándo acá tú impones condiciones? —se burló Oliver. Adhara respiró profundamente para contener el deseo salvaje que sentía de despellejar a ese sujeto. No podía entender cómo era que su dulce hermana Adriana había terminado casada con él, pero sin duda era un diablo en cuerpo de hombre. Aun así, trató de serenarse porque no le convenía explotar en el pleno inicio de su plan. Necesitaba el tiempo necesario para hacer desaparecer el imperio Volkov de sobre la faz de la tierra. Para cuando acabara con Oliver y toda su familia no quedaría ni rastros de lo que alguna vez fueron…—Porque soy tu esposa y no te conviene hacer de esta separación un escándalo —contestó con una sonrisa cargada de suficiencia que hizo que la expresión burlona de Oliver desapareciera—. Además, he contactado con varios periodistas que estarían encantados de publicar en primera plana mi versión sobre los hechos. ¿Te gustaría que tus socios se enteraran de como tratas a tu mujer en privado,
«Ciertamente, no es la misma», pensó Oliver, mirándola como si le hubiese crecido una segunda cabeza. No sabía qué había pasado con Adriana, pero esta mujer no era ella. Por un momento estuvo tentado ante la idea de preguntarle dónde estaba su verdadera esposa, pero la sola cuestión en su cabeza sonó tonta. Esa era Adriana, no podía ser otra. Lamentablemente, Oliver desconocía que su esposa tenía una hermana gemela, información vital para que el plan de Adhara tuviera éxito. Cuando Adhara le había preguntado a Adriana por teléfono sobre el enigmático hombre con el que se casaría en una semana, ella no había mostrado el típico entusiasmo de una novia a punto de dar un paso tan importante. —Es muy guapo, tiene dinero y… —su voz se había escuchado dudosa— me trata bien, supongo.—¿Supones? ¿Qué es eso de supones? —se había preocupado Adhara de inmediato. —La verdad es que no nos conocemos tanto —aclaró—. Nuestros inicios han sido un poco informales. “No me importa nada de tu vida
El silencio que se sentía en esas cuatro paredes era ensordecedor y Adhara no pudo hacer otra cosa que pensar en que esa había sido la habitación en la que su hermana había pasado sus últimos meses de vida. Dio un vistazo a su alrededor, notando cada cosa: la enorme cama, en la que seguramente había llorado durante muchas noches solitarias; el mullido sillón en el que podía imaginársela leyendo una de sus típicas novelas de romance. Adriana era una romántica empedernida y lo que más lamentaba de su partida, era saber que no había llegado a conocer el amor, que no la habían llegado a amar como se lo merecía. Los ojos de Adhara rápidamente se llenaron de lágrimas y no pudo contener la fuerza de aquellas gotas saladas, que no dejaban de fluir cuál cascada desbocada. Los acontecimientos de los últimos días le estaban pasando factura de una forma muy cruel. Extrañaba a Adriana, extrañaba tenerla consigo… Y odiaba su nueva realidad, esa en la que tenía que fingir ser la esposa de su peo
—Disculpe, señor, ¿necesita que le ayude en algo más aparte de imprimir y ordenar estos papeles? —preguntó Adhara con suavidad a su jefe. Había solicitado trabajar en el área de finanzas, porque esto le permitiría tener acceso a los libros contables. Tenía la ligera corazonada de que Oliver podría estar incurriendo en un delito de malversación de fondos o incluso algo más grave, que le permitiera llevar a la empresa a una disolución en tiempo récord. Porque ese era parte del objetivo, desaparecer al imperio Volkov.Pero lamentablemente todas las personas en ese lugar la trataban como si fuera de porcelana. Nadie se acercaba ni le hablaba y el trabajo que le asignaban era absurdo, teniendo en cuenta cuáles eran las verdaderas funciones de una asistente. Además, los cuchicheos en los pasillos tampoco ayudaban…“Es la esposa del señor Oliver, no entiendo qué hace trabajando aquí…”“Escuché que vino a vigilar si tiene una nueva amante…”“Al parecer ese matrimonio está cada vez peor…”E
La furia descomunal que se apoderó de su cuerpo fue tan fuerte que Adhara no la pudo soportar. Adriana no merecía ni una falta de respeto más, así que por la memoria de su hermana se encargaría de poner a ese par en su puesto. Con eso en mente, los pasos de la mujer resonaron en el pulido piso de las instalaciones de la empresa Volkov. A medida que Adhara caminaba hacia la oficina de quien se suponía era su esposo, el resto del personal no dejaba de observar, atentos a la inminente confrontación. Uno, dos, tres segundos más fueron suficientes, para que Adhara llegará a la puerta de la oficina de Oliver y jalará de la manilla sin dudar. La imagen que recibió fue de lo más vulgar: aquella mujer de nombre Anastasia, estaba sentada sobre el regazo de Oliver, mientras este le acariciaba el pelo con ternura. Adhara sintió nuevamente una arcada, pero alzó el mentón y sonrió con suficiencia antes de acortar la distancia y jalar a aquella mujer de su bella y cuidada melena.Anastasia gritó