Oliver no podía dejar de pensar en Anastasia y en esa pequeña reconciliación que habían tenido. Luego de años sin dirigirse la palabra, había disfrutado sobremanera de escuchar sus gemidos, consciente de que era él el causante de tan desbocadas reacciones.
Ahora únicamente necesitaba deshacerse de Adriana… El asunto era que su esposa había desaparecido la misma tarde de la reconciliación y no sabía si esto era bueno o malo. —Oliver —la voz de su madre se alzó en medio del pasillo, interrumpiendo su tranquila caminata. Irina acortó la distancia con una expresión de visible irritación. —¿Qué quieres ahora?—trato vanamente de contener su exasperación, luego de meses de insistencia para que se divorciara—. ¿Acaso no estás conforme ya con que me hubiese reconciliado con tu querida Anastasia? ¿O se te ofrece algo más, madre? Amaba a su madre, pero debía reconocer que había ocasiones en las que no la soportaba. —¡Esa regresó, Oliver! —rugió Irina, sus ojos notablemente rojos. —¿Esa? —¡Adriana! Oliver bufó sin entender por qué tanto alboroto. —¿Y qué? Sigue siendo mi esposa, madre, aunque no por mucho tiempo, claro está —le aclaró al ver que estaba a punto de exigirle nuevamente que se separara. —Ese no es el punto —susurró, mirando hacia todos lados, paranoica—. Está cambiada —agregó como si ni ella misma pudiera procesarlo del todo. —¿Cambiada? —repitió escéptico—. ¿A qué te refieres? ¿Se cortó el cabello? ¿Tuvo una de esas crisis de reencontrarse a sí misma? ¡Qué más da, madre! Sigue siendo Adriana y si la elegí como mi esposa, fue por una sola causa: su débil carácter. Deja que yo me encargue, ¿quieres? —la tranquilizó, mientras dirigía sus pasos a la habitación matrimonial. Irina tuvo el impulso de agregar algo más, pero guardó silencio, convencida de que su hijo pondría en su lugar a esa aprovechada. Sin embargo, nada más lejos de la realidad… En cuanto Oliver cruzó la puerta de la recámara matrimonial no se encontró con la visión que solía encontrar: su esposa no estaba sobre la cama convertida en un mar de lágrimas debido a su más reciente infidelidad; mucho menos estaba en el mullido sillón, leyendo otra de sus tontas y cursis novelas de romance. No. Adriana estaba de pie en el balcón, un vestido rojo delineaba su curvilínea figura, mientras una copa de vino emprendía camino hacia sus labios carmesí. Parecía todo menos una mujer despechada, así que descarto la posibilidad de que se hubiese enterado de su encuentro íntimo con Anastasia. «¿Pero entonces qué la hizo desaparecer por más de un día?», se preguntó frunciendo el ceño, tratando de encontrar una explicación coherente a dicha interrogante. —¿Dónde estuviste? —rompió el silencio que hasta ese momento se había vuelto demasiado pesado. Su esposa se giró, lentamente, mientras alzaba el mentón y lo miraba directamente a los ojos. En ese preciso instante, Oliver se dio cuenta de que su mirada estaba diferente, sus ojos ya no resplandecían con aquel brillo inocente, ahora parecían reflejar todo lo contrario: astucia, malicia, reto. No sabía si le gustaba u odiaba esa expresión. —¿Acaso importa?—se llevó nuevamente la copa a los labios con parsimonia y mucha precisión. —Desde luego, eres mi esposa —contestó sin dejar de observarla con cierto recelo, parecía otra. Ella sonrió ladinamente y se agachó para colocar la bebida en la mesita que se encontraba a un lado, no pudo evitar apreciar esa cautivadora visión de su trasero cubierto por tela roja. —Para tu tranquilidad no estaba siéndote infiel —se irguió entonces, desafiante—. Aunque lamento no poder decir lo mismo sobre ti. ¿Qué tal, Oliver? ¿Te divertiste con tu zorra? —Adriana… —le advirtió al darse cuenta de que se había equivocado. Su esposa sí estaba al tanto de su encuentro con Anastasia, pero simplemente no estaba reaccionando de la manera que hubiese esperado. Quizás su madre, si tenía razón después de todo, estaba demasiado cambiada. La Adriana que conocía estaría llorando en este preciso momento, mientras llenaba de mocos su costosa camisa y lo atacaba a preguntas, sobre si alguna vez le había importado, esta, en cambio… —Sé lo que me vas a pedir, pero antes de firmarte el divorcio, tengo una condición que debes cumplir —agregó Adhara con seguridad.—¿Una condición? ¿Y de cuándo acá tú impones condiciones? —se burló Oliver. Adhara respiró profundamente para contener el deseo salvaje que sentía de despellejar a ese sujeto. No podía entender cómo era que su dulce hermana Adriana había terminado casada con él, pero sin duda era un diablo en cuerpo de hombre. Aun así, trató de serenarse porque no le convenía explotar en el pleno inicio de su plan. Necesitaba el tiempo necesario para hacer desaparecer el imperio Volkov de sobre la faz de la tierra. Para cuando acabara con Oliver y toda su familia no quedaría ni rastros de lo que alguna vez fueron…—Porque soy tu esposa y no te conviene hacer de esta separación un escándalo —contestó con una sonrisa cargada de suficiencia que hizo que la expresión burlona de Oliver desapareciera—. Además, he contactado con varios periodistas que estarían encantados de publicar en primera plana mi versión sobre los hechos. ¿Te gustaría que tus socios se enteraran de como tratas a tu mujer en privado,
«Ciertamente, no es la misma», pensó Oliver, mirándola como si le hubiese crecido una segunda cabeza. No sabía qué había pasado con Adriana, pero esta mujer no era ella. Por un momento estuvo tentado ante la idea de preguntarle dónde estaba su verdadera esposa, pero la sola cuestión en su cabeza sonó tonta. Esa era Adriana, no podía ser otra. Lamentablemente, Oliver desconocía que su esposa tenía una hermana gemela, información vital para que el plan de Adhara tuviera éxito. Cuando Adhara le había preguntado a Adriana por teléfono sobre el enigmático hombre con el que se casaría en una semana, ella no había mostrado el típico entusiasmo de una novia a punto de dar un paso tan importante. —Es muy guapo, tiene dinero y… —su voz se había escuchado dudosa— me trata bien, supongo.—¿Supones? ¿Qué es eso de supones? —se había preocupado Adhara de inmediato. —La verdad es que no nos conocemos tanto —aclaró—. Nuestros inicios han sido un poco informales. “No me importa nada de tu vida
El silencio que se sentía en esas cuatro paredes era ensordecedor y Adhara no pudo hacer otra cosa que pensar en que esa había sido la habitación en la que su hermana había pasado sus últimos meses de vida. Dio un vistazo a su alrededor, notando cada cosa: la enorme cama, en la que seguramente había llorado durante muchas noches solitarias; el mullido sillón en el que podía imaginársela leyendo una de sus típicas novelas de romance. Adriana era una romántica empedernida y lo que más lamentaba de su partida, era saber que no había llegado a conocer el amor, que no la habían llegado a amar como se lo merecía. Los ojos de Adhara rápidamente se llenaron de lágrimas y no pudo contener la fuerza de aquellas gotas saladas, que no dejaban de fluir cuál cascada desbocada. Los acontecimientos de los últimos días le estaban pasando factura de una forma muy cruel. Extrañaba a Adriana, extrañaba tenerla consigo… Y odiaba su nueva realidad, esa en la que tenía que fingir ser la esposa de su peo
—Disculpe, señor, ¿necesita que le ayude en algo más aparte de imprimir y ordenar estos papeles? —preguntó Adhara con suavidad a su jefe. Había solicitado trabajar en el área de finanzas, porque esto le permitiría tener acceso a los libros contables. Tenía la ligera corazonada de que Oliver podría estar incurriendo en un delito de malversación de fondos o incluso algo más grave, que le permitiera llevar a la empresa a una disolución en tiempo récord. Porque ese era parte del objetivo, desaparecer al imperio Volkov.Pero lamentablemente todas las personas en ese lugar la trataban como si fuera de porcelana. Nadie se acercaba ni le hablaba y el trabajo que le asignaban era absurdo, teniendo en cuenta cuáles eran las verdaderas funciones de una asistente. Además, los cuchicheos en los pasillos tampoco ayudaban…“Es la esposa del señor Oliver, no entiendo qué hace trabajando aquí…”“Escuché que vino a vigilar si tiene una nueva amante…”“Al parecer ese matrimonio está cada vez peor…”E
La furia descomunal que se apoderó de su cuerpo fue tan fuerte que Adhara no la pudo soportar. Adriana no merecía ni una falta de respeto más, así que por la memoria de su hermana se encargaría de poner a ese par en su puesto. Con eso en mente, los pasos de la mujer resonaron en el pulido piso de las instalaciones de la empresa Volkov. A medida que Adhara caminaba hacia la oficina de quien se suponía era su esposo, el resto del personal no dejaba de observar, atentos a la inminente confrontación. Uno, dos, tres segundos más fueron suficientes, para que Adhara llegará a la puerta de la oficina de Oliver y jalará de la manilla sin dudar. La imagen que recibió fue de lo más vulgar: aquella mujer de nombre Anastasia, estaba sentada sobre el regazo de Oliver, mientras este le acariciaba el pelo con ternura. Adhara sintió nuevamente una arcada, pero alzó el mentón y sonrió con suficiencia antes de acortar la distancia y jalar a aquella mujer de su bella y cuidada melena.Anastasia gritó
Adhara sabía que los días “tranquilos” habían terminado. Esa noche, cuando regreso a la mansión, Irina Volkov la estaba esperando…—¿Con qué te crees superior? —le preguntó con aquel tono cargado de desprecio—. Déjame adivinar qué es lo que te hace sentir así—puso un dedo en su mentón y simuló pensar—. ¡Ah, ya lo sé! ¿Crees que de alguna forma mi hijo te llegara a elegir? —se burló. Adhara se rio sin gracia. —Su hijo no me interesa en lo más mínimo, señora; sin embargo, estoy disfrutando mucho de su desesperación —le aclaró. —¿Ah, sí?Irina no se mostró afectada. —Ahora dices que no te importa, ¿pero quién era la que suplicaba por ser aceptada? —le soltó, haciendo que Adhara se preguntará si su hermana había hecho eso en algún momento, pero para su desgracia, Irina siguió hablando—. ¡Por favor, señora, acépteme! ¡Le prometo que solo quiero amar a su hijo! —siguió recordando, haciendo que un ardor se instalará en el pecho de Adhara, al imaginarse a Adriana suplicando de semejante
Las lágrimas no dejaban de salir de los ojos de Adhara a medida que más leía el contenido de aquel diario, esas páginas guardaban un poco del alma de su hermana y de sus ilusiones rotas.“Se supone que será mi jefe, pero me pone muy nerviosa. No debería sentirme así, si mis piernas siguen temblando sin control cada vez que lo veo, entonces él lo notara y puedo meterme en serios problemas. Pero no puedo evitarlo, sus ojos son de un hermoso color gris, me recuerda a los días nublados, al mar luego de una tormenta, a un océano calmado…”, decía parte de aquel diario.Adhara cerró el libro con un golpe seco, sin sentir reales fuerzas de leer un poco más… le dolía saber cómo había terminado esta historia. Saber que su hermana se había enamorado de ese sujeto, para luego sufrir la peor de las traiciones. Morir a manos del hombre que amaba no era nada bonito y no debió ser lo que le pasara a su hermana. Ella no debió morir…—¡Maldito seas, Oliver Volkov! —soltó con furia, cerrando los puños a
—¿Y no necesita nada de los archivos?No quería mostrar un obvio interés, pero la verdad no estaba de ánimos para perder el tiempo, necesitaba encontrar evidencia de los malos manejos de Oliver cuanto antes. Esta empresa tenía que desaparecer.—En este momento no requiero nada, en especial —contestó su jefe.Adhara estuvo a punto de soltar un bufido de frustración, pero agrego en su lugar:—El otro día me percaté de que el archivero estaba un poco sucio. Si no hay nada más que hacer, quizás podría ponerme a limpiar…El hombre mayor la miró con sospecha.—No creo que sea una digna actividad para mi asistente—evidentemente pensaba que estaba mintiendo—. Contactaré al personal del aseo, para que…—Le he dicho que yo puedo hacerlo —lo interrumpió tajantemente—. No es nada que un trapo húmedo no pueda solucionar—sonrió tratando de aligerar el extraño momento.—En ese caso, creo que…—Gracias. Si me necesita solo llámame —contestó, mientras se dirigía hacia el pequeño cuarto. En su afán por