Capítulo 004

Oliver no podía dejar de pensar en Anastasia y en esa pequeña reconciliación que habían tenido. Luego de años sin dirigirse la palabra, había disfrutado sobremanera de escuchar sus gemidos, consciente de que era él el causante de tan desbocadas reacciones. 

Ahora únicamente necesitaba deshacerse de Adriana…

El asunto era que su esposa había desaparecido la misma tarde de la reconciliación y no sabía si esto era bueno o malo. 

—Oliver —la voz de su madre se alzó en medio del pasillo, interrumpiendo su tranquila caminata. 

Irina acortó la distancia con una expresión de visible irritación. 

—¿Qué quieres ahora?—trato vanamente de contener su exasperación, luego de meses de insistencia para que se divorciara—. ¿Acaso no estás conforme ya con que me hubiese reconciliado con tu querida Anastasia? ¿O se te ofrece algo más, madre?

Amaba a su madre, pero debía reconocer que había ocasiones en las que no la soportaba. 

—¡Esa regresó, Oliver! —rugió Irina, sus ojos notablemente rojos. 

—¿Esa? 

—¡Adriana! 

Oliver bufó sin entender por qué tanto alboroto.

—¿Y qué? Sigue siendo mi esposa, madre, aunque no por mucho tiempo, claro está —le aclaró al ver que estaba a punto de exigirle nuevamente que se separara. 

—Ese no es el punto —susurró, mirando hacia todos lados, paranoica—. Está cambiada —agregó como si ni ella misma pudiera procesarlo del todo. 

—¿Cambiada? —repitió escéptico—. ¿A qué te refieres? ¿Se cortó el cabello? ¿Tuvo una de esas crisis de reencontrarse a sí misma? ¡Qué más da, madre! Sigue siendo Adriana y si la elegí como mi esposa, fue por una sola causa: su débil carácter. Deja que yo me encargue, ¿quieres? —la tranquilizó, mientras dirigía sus pasos a la habitación matrimonial. 

Irina tuvo el impulso de agregar algo más, pero guardó silencio, convencida de que su hijo pondría en su lugar a esa aprovechada. 

Sin embargo, nada más lejos de la realidad…

En cuanto Oliver cruzó la puerta de la recámara matrimonial no se encontró con la visión que solía encontrar: su esposa no estaba sobre la cama convertida en un mar de lágrimas debido a su más reciente infidelidad; mucho menos estaba en el mullido sillón, leyendo otra de sus tontas y cursis novelas de romance. 

No. 

Adriana estaba de pie en el balcón, un vestido rojo delineaba su curvilínea figura, mientras una copa de vino emprendía camino hacia sus labios carmesí. Parecía todo menos una mujer despechada, así que descarto la posibilidad de que se hubiese enterado de su encuentro íntimo con Anastasia. 

«¿Pero entonces qué la hizo desaparecer por más de un día?», se preguntó frunciendo el ceño, tratando de encontrar una explicación coherente a dicha interrogante.  

—¿Dónde estuviste? —rompió el silencio que hasta ese momento se había vuelto demasiado pesado. 

Su esposa se giró, lentamente, mientras alzaba el mentón y lo miraba directamente a los ojos. 

En ese preciso instante, Oliver se dio cuenta de que su mirada estaba diferente, sus ojos ya no resplandecían con aquel brillo inocente, ahora parecían reflejar todo lo contrario: astucia, malicia, reto. 

No sabía si le gustaba u odiaba esa expresión. 

—¿Acaso importa?—se llevó nuevamente la copa a los labios con parsimonia y mucha precisión. 

—Desde luego, eres mi esposa —contestó sin dejar de observarla con cierto recelo, parecía otra.

Ella sonrió ladinamente y se agachó para colocar la bebida en la mesita que se encontraba a un lado, no pudo evitar apreciar esa cautivadora visión de su trasero cubierto por tela roja.  

—Para tu tranquilidad no estaba siéndote infiel —se irguió entonces, desafiante—. Aunque lamento no poder decir lo mismo sobre ti. ¿Qué tal, Oliver? ¿Te divertiste con tu zorra? 

—Adriana… —le advirtió al darse cuenta de que se había equivocado. 

Su esposa sí estaba al tanto de su encuentro con Anastasia, pero simplemente no estaba reaccionando de la manera que hubiese esperado. Quizás su madre, si tenía razón después de todo, estaba demasiado cambiada. La Adriana que conocía estaría llorando en este preciso momento, mientras llenaba de mocos su costosa camisa y lo atacaba a preguntas, sobre si alguna vez le había importado, esta, en cambio…

—Sé lo que me vas a pedir, pero antes de firmarte el divorcio, tengo una condición que debes cumplir —agregó Adhara con seguridad. 

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