02. El Pacto con su Verdugo

Entonces, su inusual situación no era producto de un sueño, todo lo que estaba pasando formaba parte del mundo real. Al llegar a esa conclusión, Aelina no lo pensó demasiado. En su reino existía la magia, y ella misma poseía poderes. Sin embargo, los viajes en el tiempo eran impensables, hasta ahora. Su madre, posiblemente, tenía secretos que no le había revelado en vida, y esta extraña situación era la causa.

«¿Mi madre poseía la magia para controlar el tiempo?», se preguntó, tocando su collar mientras las doncellas le quitaban el vestido de casa para ponerle uno más apropiado para la visita.

—¡Su alteza, no podemos perder más tiempo! —exclamó Dorotea, apresurada.

Aelina recordaba aquel día como si fuera ayer. Su padre, el Rey Theodor, la había convocado a la sala del trono. Allí, ante su asombrada mirada, se erguía la imponente figura de Valdimir, el Rey Alfa de los hombres lobo esperando pedir su mano en matrimonio. Minutos después, cuando ya estaba lista, Aelina fue acompañada por sus doncellas, viendo cómo su palacio estaba hermoso y lleno de vida, justo como hace diez años. En el fondo de su ser, se obligó a no llorar mientras caminaba, porque sabía que, dentro de una década, la mayoría de esas personas estarían muertas cuando el Rey Lobo viniera a conquistar su reino de la forma más violenta jamás vista.

Así pues, cuando llegó al salón del trono, ahí estaba de pie al lado de su padre, el causante de toda la destrucción del futuro al que ella, por causas del destino, había logrado escapar. El villano de su propia historia era un hombre alto e imponente, con una constitución musculosa y rasgos simétricos. Su cabello oscuro lo llevaba corto, y sus ojos de un inusual color ámbar brillaban con una intensidad sobrenatural. Tenía un aura de poder y ferocidad que hizo estremecer a Aelina.

—Hija mía —dijo su padre con voz grave—. Te presento al recién coronado Rey Alfa Valdimir del reino de Kolgrim.

«Ya lo conozco muy bien, padre. Ese hombre nos matará a todos dentro de diez años... Es un demonio, una bestia», pensó Aelina sin poder evitar que sus piernas temblaran bajo su vestido ante la presencia del que técnicamente sería su verdugo y el de su reino.

Sin embargo, ella no dijo nada y se mantuvo en silencio, escuchando a su padre:

—Hemos llegado a un acuerdo con el Rey Alfa Valdimir. Para preservar la paz entre nuestro reino humano y el reino de lobos, decidimos que te unirás a él en matrimonio, así nuestros reinos serán uno solo.

En aquel entonces, Aelina, de dieciocho años, había rechazado su propuesta con indignación, negándose a ser una pieza de cambio en su juego de poder. Recordaba que el maquinador rey aceptó el rechazo, pero después de eso, vengativo, le declaró la guerra a su reino hasta llevarlo a la perdición.

«Todo fue mi culpa...», pensó Aelina, comprendiendo ahora que rechazar a ese lobo solo trajo destrucción y muerte. Pero con el conocimiento del futuro que ahora tenía, su corazón se estremeció de miedo. Fue por eso que, temblando, extendió su mano hacia el Rey Lobo, diciendo:

—Es un honor desposar a su majestad...

Aelina vio cómo el rey Valdimir se acercaba a ella y, con una sonrisa torcida en sus labios, sujetaba su mano y la besaba con lo que ella percibió como lujuria contenida.

—Perfecto... —fue lo único que dijo, con una sonrisa que erizó el vello de la nuca a la princesa.

Una parte de ella quería gritar, luchar y resistirse con todas sus fuerzas. Pero otra parte, más sabia, comprendía que esta era su oportunidad de cambiar el curso de los acontecimientos. Así que, con el corazón encogido y la valentía ardiendo en sus venas, aceptó su destino.

«Cambiaré el futuro...», pensó Aelina, llenándose de un valor que no sabía que tenía. El sendero que se abría ante ella era oscuro e incierto, pero ardía en su pecho la llama de la esperanza. Cumpliría su deseo de tener otra oportunidad, costase lo que costase.

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