Mientras el carruaje avanzaba traqueteante por los caminos lejos de su hogar, Aelina no pudo evitar mirar con nostalgia a través de la pequeña ventanilla. Aunque la noche había extendido su manto oscuro sobre el paisaje, eso no le importó, pues podía recrear con facilidad en su mente los frondosos bosques que antaño rodeaban el amado palacio que ahora se desdibujaba a la distancia. Un leve suspiro escapó de sus labios al dejar atrás los confines del bosque.
Poco a poco, la capital fue tomando forma ante sus ojos a medida que se alejaban de la ciudad real. Diez años en el futuro, toda esa área se convertiría en un paisaje de ruinas humeantes, con las casas calcinadas y los ciudadanos masacrados o reducidos a cautivos por la despiadada mano de Valdimir. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Aelina al revivir aquellos funestos recuerdos. Finalmente, al cruzar las imponentes puertas de la gran muralla que protegía el reino, la joven reina tragó saliva con dificultad, consciente de que oficialmente había abandonado su ciudad natal.
Durante todo el trayecto dentro del carruaje, reinó un tenso silencio, apenas roto por los crujidos de la madera y el resonar de los cascos de los corceles sobre el camino empedrado. Aelina lanzaba furtivas miradas de soslayo hacia Valdimir, quien permanecía impasible, sumido en la lectura de un pequeño libro de bolsillo que debía llevar guardado, con una tapa oscura sin letras que dejaba a la imaginación su contenido. La princesa, ahora convertida en reina de los lobos, al ver que su esposo parecía determinado a ignorarla concentrado en su lectura, aprovechó para estudiarlo con detalle.
Le resultaba extraño que llevara el cabello casi rapado, cuando la costumbre entre los hombres era dejarlo crecer. ¿Sería una tradición de los lobos? No pudo evitar que sus ojos vagaran por los rasgos cincelados de su rostro, delineando su firme mandíbula y siguiendo el perfil de su nariz aguileña.
«Nunca había visto a un hombre tan atractivo en mi vida... bueno, él es un hombre lobo, técnicamente no es humano», pensó Aelina, antes de sacudir la cabeza con brusquedad, reprendiéndose a sí misma. «¿Qué estoy pensando? Él es el causante de que mi mundo se haya sumido en la ruina, de que yo misma haya muerto en mi línea de tiempo original. Si estoy aquí en este preciso momento es para detenerlo, no para enamorarme de él.», pensó.
«Tengo que ganarme su confianza, así podré impedir que cometa los actos que sé que llevará a cabo...», caviló Aelina, apretando los puños sobre su regazo mientras tanteaba sus opciones. «Incluso podría matarlo...», consideró por un instante, aunque descartó de inmediato esa posibilidad.
Ella mejor que nadie sabía lo difícil que sería consumar tal acto. «Lo podría matar mientras duerme, pero si lo hago, todos los lobos podrían venir tras de mí, empeorando aún más la situación», razonó la reina, llegando a la conclusión de que la opción más sensata sería persuadirlo para que no iniciara ninguna guerra, si es que ese futuro era inevitable.
Con todos esos pensamientos bullendo en su mente, la joven reina reunió su valor y rompió al fin el incómodo mutismo que los envolvía, dispuesta a iniciar una conversación.
—Su majestad —comenzó Aelina con una voz más temblorosa de lo que hubiera deseado, mientras dirigía una mirada de reojo hacia Valdimir—. Sé que nuestro enlace no fue por amor, pero espero que con el tiempo podamos forjar un vínculo de confianza y respeto mutuo... —dijo, sosteniéndole la mirada con valentía a pesar del leve temblor en sus manos.
Valdimir ni siquiera alzó la mirada para mirarla, manteniendo la vista fija en aquel pequeño libro sin nombre, con su rostro desprovisto de cualquier emoción perceptible. Aelina contuvo el aliento, aguardando su respuesta con el corazón martilleándole en el pecho, y esta, después de un minuto que a ella le pareció una eternidad de tenso silencio, llegó al fin cuando él habló con voz áspera:
—Lo único que deseo es que cumplas con tus deberes como mi esposa —replicó con tono seco y cortante—. No espero más de ti que obediencia y que sepas cuál es tu lugar.
Las palabras fueron como un puñal que se clavó en el pecho de Aelina, hiriendo su orgullo. Él le había hablado con un tono de voz áspero y desdeñoso, aunque ella no sabía si así era su tono habitual, pues hasta el momento, esas habían sido la mayor cantidad de palabras que él había cruzado con ella. Sin poderlo evitar, la joven reina bajó la mirada, mordiéndose el labio inferior con fuerza en un intento por contener las lágrimas que pugnaban por brotar. ¿Cómo podría ablandar el corazón endurecido de un hombre lobo que parecía deleitarse con la destrucción y la muerte?
«No me puedo rendir todavía, esto apenas comienza», pensó Aelina, obligándose a contener el llanto que amenazaba con traicionarla. No le daría a Valdimir la satisfacción de verla flaquear. Tragando con dificultad el nudo que se había formado en su garganta, musitó con voz temblorosa:
—¿Cuáles serán mis deberes como esposa? Su majestad.
Por primera vez durante todo el viaje, Valdimir alzó su mirada hacia ella, y fue entonces cuando sus ojos de un tono ambarino intenso se cruzaron con los azules de Aelina. Las pupilas de Valdimir eran como si un par de piedras de ámbar les estuvieran reflejando el sol, un tono tan hermoso que ella no pudo evitar quedar prendada de su mirada más tiempo del debido. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Valdimir esbozó una sombría media sonrisa que heló la sangre en las venas de Aelina mientras decía:
—Tus deberes, los sabrás cuando llegues a mi territorio...
«¿Qué me hará este lobo, me va a matar? No... no creo, cálmate Aelina, conserva la calma, quizás no es nada malo, posiblemente mis deberes de reina tendrán algo que ver con ser su esposa trofeo, o algo parecido...», pensó desesperadamente, mirando una vez más a Valdimir, quien había regresado su atención al libro. Sin embargo, sin alzar la mirada, le espetó con sequedad:—Deja de mirarme.—Lo lamento —respondió ella, tragando saliva con dificultad ante el tono autoritario de su voz, mientras desviaba la vista hacia su regazo, donde se percató de que sus manos temblaban incontrolablemente por los nervios.De esa manera, el resto del viaje transcurrió en un silencio tenso, cada uno sumido en sus propios pensamientos inquietantes. Sin nada más que hacer, Aelina contemplaba distraídamente el anillo de oro que adornaba su dedo anular, símbolo de las cadenas que ahora la ataban a aquel hombre frío y despiadado. ¿Habría alguna manera de descubrir los secretos que se ocultaban tras esa coraza
Tras atravesar el patio delantero, Aelina esperaba encontrar algún jardín o elemento que hiciera el lugar más acogedor a la vista, pero la entrada del palacio le recordó más bien a una decrépita trinchera. No había nada bello, sólo charcos de lodo y hombres lobo entrenando con fiereza, con sus pieles perladas de sudor mientras blandían sus armas con movimientos letales.«Uno de ellos seguramente fue quien me asesinó hace diez años en el futuro», pensó Aelina con un escalofrío, colocando una de sus manos de manera inconsciente en su estómago, mientras los observaba recelosa sin dejar de caminar. Finalmente, al llegar a las robustas puertas de madera, estas se abrieron de par en par ante ellos, dejando al descubierto el oscuro interior del castillo. Valdimir se adentró sin mirar atrás ni una sola vez.—Sígueme —ordenó con su típica sequedad y frialdad, sin siquiera voltearse a verificar que ella lo estuviera haciendo.Aelina tragó saliva con dificultad y aceleró el paso para no perderl
Con el pecho agitado y el corazón latiéndole con violencia, Aelina dio un paso vacilante hacia el imponente espejo de marco dorado que se erguía ante ella como un posible portal a otra dimensión. Su rostro pálido y algo ojeroso reflejaba el miedo que la invadía, mientras que detrás de ella, Valdimir, ese terrible Rey Lobo, permanecía inmóvil, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre su pecho musculoso, esperando impaciente a que ella cumpliera sus órdenes con la desesperación reflejada en sus ojos color ámbar.«Está bien, está bien, lobo atractivo pero asesino, ya haré lo que me pides», pensó Aelina tragando saliva con dificultad, sintiendo un nudo en la garganta. Con manos temblorosas, colocó sus palmas sobre la fría superficie cristalina del espejo.Emitiendo un suspiro, la joven cerró los ojos concentrándose en invocar su magia, pero algo en su interior la detenía. En esta ocasión sentía como un nudo se formó en su estómago mientras intentaba reunir la energía necesaria para
Cuando Valdimir escuchó que el rey humano le había mentido, la furia lo invadió como una oleada abrasadora. Sus fosas nasales se dilataron mientras apretaba los puños con tanta fuerza que los nudillos se tornaron blancos, tratando de contener la rabia que amenazaba con estallar en cualquier momento. Aelina, inconscientemente, retrocedió un paso y contuvo el aliento cuando vio destellar sus ojos ambarinos, temiendo haber desatado la ira del temible Rey de los Hombres Lobo.Como instinto de supervivencia, la joven corrió despavorida hacia la puerta, buscando una vía de escape, pero cuando llegó, esta se encontraba cerrada a llave. La chica comenzó a mover la perilla insistentemente, lanzando miradas furtivas hacia atrás, observando cómo Valdimir, en un arrebato iracundo, dejaba escapar un rugido bestial que hizo estremecer los muros de piedra y descargaba su puño contra el espejo con una fuerza demoledora.Aelina abrió sus ojos de par en par y luego dio un respingo cubriéndose instintiva
Con un andar solemne, Valdimir guio a Aelina a través de los lúgubres corredores de piedra del palacio. Ella no podía evitar sentir una extraña vibración en aquel lugar, como si las mismas paredes exhalasen una energía sombría y opresiva. Todo a su alrededor transmitía un ambiente frío y distante, similar al propio semblante impasible de su Rey. Incluso el cielo, visible a través de las ventanas que flanqueaban el pasillo, lucía amenazante, cubierto por densas nubes grises que presagiaban la inminente llegada de la lluvia.Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Aelina al considerar que quizás el reino entero, incluido el clima, se alimentaba de la oscura esencia de su gobernante lupino. Y así, el camino transcurrió en un silencio tenso, únicamente roto por el eco de sus pasos sobre el suelo de piedra. En esta ocasión, ella apresuró su andar para situarse a la par de Valdimir, deseando preguntarle cómo era posible que un licántropo poseyera magia, eso jamás se había visto ¿será posi
—Si no puedes servirme con tu magia —comenzó a decir Valdimir, aprisionando a Aelina contra la pared con su cuerpo— entonces tendré que encontrar otro uso para ti —susurró con voz grave, esbozando una sonrisa depredadora al percibir la ola de miedo que emanaba de la joven—. De lo contrario, ya no me serás de utilidad... y no querrás saber el destino de lo que no me es útil.—Lo que no te es útil, lo matas... —murmuró Aelina, las palabras escapando de sus labios en un hilo de voz.La sonrisa de Valdimir se ensanchó levemente y, mientras la observaba con una pizca de extrañeza, asintió con la cabeza en señal de aceptación.—Así es, vaya... Apenas me conoces... ¿y ya puedes leerme la mente, acaso ese es otro de tus poderes? —susurró Valdimir, su mirada reflejando por primera vez un atisbo de intriga genuina hacia la joven humana.«¡Ya te conocí en mi otra vida, y sé que eres un monstruo!» gritó Aelina en pensamientos, pero no se atrevió a pronunciar tales palabras en voz alta. En su lugar
Valdimir clavó su mirada ambarina, fría como el oro fundido, en Aelina. La joven se encontraba acorralada contra el muro, su espalda presionada contra la roca fría y oscura de ese castillo. Su cuerpo menudo temblaba, el pulso acelerado revelando su temor ante la imponente presencia del Rey Lobo.Una sonrisa enigmática, casi depredadora, curvó los labios de Valdimir mientras acortaba aún más la distancia que los separaba con movimientos lentos y deliberados, similar a un depredador acechando a su presa. Aelina contuvo el aliento, sus pulmones ardiendo, cuando él alzó una mano con dedos largos y esbeltos. Con delicadeza inesperada, volvió una vez más a tocar su cabello, enredando un mechón de sus oscuras hebras entre sus dedos. La joven tragó saliva, el roce inconsciente de los nudillos de Valdimir contra su mejilla erizando su piel. Ella quería creer que no era voluntario que, mientras él le tocaba esos mechones de cabello, no se percataba que también le estaba acariciando una mejilla.
Con un movimiento fluido, Valdimir envolvió los cabellos brillantes en su puño, extinguiendo el resplandor mágico como si hubiera sofocado una pequeña llama. Aelina abrió sus ojos al ver cómo hizo eso, se notaba que no era la primera vez que descubría el poder de alguien por su cabello. Acto seguido, se alejó de Aelina, permitiéndole respirar con mayor libertad, aunque la confusión y el desconcierto seguían arremolinándose en su interior cuando él permaneció ahí robándole su espacio personal hace segundos atrás.La joven observó al Rey Lobo, incapaz de discernir si debía sentirse aliviada o aterrorizada porque, al parecer, Valdimir había confiado en sus palabras cuando ella le dijo que realmente no lo desobedeció por gusto, sino por inexperiencia. Por un lado, parecía haber despertado el interés de su esposo impuesto, lo cual podría mantenerla con vida por más tiempo. Pero por otro, el prospecto de ser utilizada por sus poderes desconocidos y explotada como un objeto era igual de atemo