06. Ojos de Ámbar

«¿Qué me hará este lobo, me va a matar? No... no creo, cálmate Aelina, conserva la calma, quizás no es nada malo, posiblemente mis deberes de reina tendrán algo que ver con ser su esposa trofeo, o algo parecido...», pensó desesperadamente, mirando una vez más a Valdimir, quien había regresado su atención al libro. Sin embargo, sin alzar la mirada, le espetó con sequedad:

—Deja de mirarme.

—Lo lamento —respondió ella, tragando saliva con dificultad ante el tono autoritario de su voz, mientras desviaba la vista hacia su regazo, donde se percató de que sus manos temblaban incontrolablemente por los nervios.

De esa manera, el resto del viaje transcurrió en un silencio tenso, cada uno sumido en sus propios pensamientos inquietantes. Sin nada más que hacer, Aelina contemplaba distraídamente el anillo de oro que adornaba su dedo anular, símbolo de las cadenas que ahora la ataban a aquel hombre frío y despiadado. ¿Habría alguna manera de descubrir los secretos que se ocultaban tras esa coraza impenetrable? Necesitaba encontrar la forma de "entrar" y conocer a fondo a Valdimir, era algo de vida o muerte develar los misterios que se escondían en lo más profundo del alma del villano de su historia.

Horas más tarde…

Aelina se había quedado dormida, arrullada por el traqueteo del carruaje, pero el frío glacial de la madrugada la despertó de sobresalto. Al abrir los ojos, vio que el amanecer comenzaba a teñir el cielo de tonalidades grises y violáceas, y el paisaje que se divisaba a través de la pequeña ventanilla se volvía cada vez más sombrío y desolador. ¿Acaso ya estaban en el reino de Kolgrim? Se preguntó la muchacha, que, aunque ostentaba el cuerpo de una joven de 18 años, su mente permanecía intacta como la de una mujer adulta de 28 que fue antes de regresar al pasado.

Afuera, las imponentes montañas se alzaban como colosales centinelas de roca, mientras que el carruaje se movía de forma errática al transitar por un camino cada vez más inestable, hasta que llegó un momento en que la rueda pasó por un profundo hueco en el suelo. El violento traqueteo hizo que Aelina saltara de su asiento, que se encontraba justo frente al de Valdimir.

—¡Ah! —exclamó ella al sentir que perdía el equilibrio, pero el hombre lobo la sujetó con una de sus manos para evitar que se lastimara, empujándola de vuelta a su lugar con una facilidad que la abrumó.

—Que débil... —dijo Valdimir con un tono de fastidio que hizo que Aelina se encogiera de vergüenza, pues quedó claro que él la había "salvado" sólo por obligación o quizás por inercia.

Finalmente, luego de ese pequeño percance, las almenas y torres de un imponente castillo de piedra oscura se recortaron en el horizonte. Aelina contempló su nueva morada con una mezcla de temor y aprensión; ese castillo era oscuro, nada parecido a lo que había visto antes. Aquellas imponentes murallas parecían cerrarse sobre sí mismas, como una oscura prisión a la espera de devorarla. El palacio estaba rodeado por agua, algo común en fortalezas para protegerlas, y detrás de ellos se extendía un mar gris como el ambiente frío que los rodeaba. Aelina podía sentir un aura deprimente que no sabía si emanaba del propio reino de los lobos o quizás era ella misma quien se sentía así.

El carruaje cruzó un puente levadizo que bajó ante ellos, adentrándose en la fortaleza. Cuando finalmente llegaron al patio de armas del palacio, varios hombres lobos de aspecto fiero y musculoso aguardaban la llegada de su rey. Al divisar a Valdimir, se cuadraron de inmediato e inclinaron la cabeza en señal de respeto.

—Bienvenido, su majestad —profirió uno de ellos con voz grave—. Y bienvenida también a la reina Aelina.

«Ya saben mi nombre, quizás hablaban de mí más de lo que deseo saber», pensó la muchacha viendo cómo el Rey lobo descendía primero del carruaje, sin siquiera volverse para ayudar a su esposa.

Aelina contuvo un suspiro, bajando por su cuenta con la frente en alto. Aquello sólo era el comienzo de lo que prometía ser un camino arduo y solitario. Tenía que ser fuerte y encontrar la forma de entrar en la mente y el corazón —si es que lo tenía— del Rey lobo.

«No te desanimes, Aelina, si estás aquí no es por casualidad, el destino te dio una oportunidad, y vas a aprovecharla», se decía la muchacha dándose ánimos mientras caminaba detrás de Valdimir, sintiendo sobre ella las miradas curiosas de todos los lobos que la rodeaban. Sus ojos se cruzaron con los de algunos de ellos, fríos e inescrutables como los de su esposo, pero en otros captó destellos de aprobación y... ¿respeto? Quizá aún quedaba una chispa de esperanza para su misión de enmendar ese oscuro futuro que la aguardaba…

Leia este capítulo gratuitamente no aplicativo >

Capítulos relacionados

Último capítulo