«¿Qué me hará este lobo, me va a matar? No... no creo, cálmate Aelina, conserva la calma, quizás no es nada malo, posiblemente mis deberes de reina tendrán algo que ver con ser su esposa trofeo, o algo parecido...», pensó desesperadamente, mirando una vez más a Valdimir, quien había regresado su atención al libro. Sin embargo, sin alzar la mirada, le espetó con sequedad:
—Deja de mirarme.
—Lo lamento —respondió ella, tragando saliva con dificultad ante el tono autoritario de su voz, mientras desviaba la vista hacia su regazo, donde se percató de que sus manos temblaban incontrolablemente por los nervios.
De esa manera, el resto del viaje transcurrió en un silencio tenso, cada uno sumido en sus propios pensamientos inquietantes. Sin nada más que hacer, Aelina contemplaba distraídamente el anillo de oro que adornaba su dedo anular, símbolo de las cadenas que ahora la ataban a aquel hombre frío y despiadado. ¿Habría alguna manera de descubrir los secretos que se ocultaban tras esa coraza impenetrable? Necesitaba encontrar la forma de "entrar" y conocer a fondo a Valdimir, era algo de vida o muerte develar los misterios que se escondían en lo más profundo del alma del villano de su historia.
Horas más tarde…
Aelina se había quedado dormida, arrullada por el traqueteo del carruaje, pero el frío glacial de la madrugada la despertó de sobresalto. Al abrir los ojos, vio que el amanecer comenzaba a teñir el cielo de tonalidades grises y violáceas, y el paisaje que se divisaba a través de la pequeña ventanilla se volvía cada vez más sombrío y desolador. ¿Acaso ya estaban en el reino de Kolgrim? Se preguntó la muchacha, que, aunque ostentaba el cuerpo de una joven de 18 años, su mente permanecía intacta como la de una mujer adulta de 28 que fue antes de regresar al pasado.
Afuera, las imponentes montañas se alzaban como colosales centinelas de roca, mientras que el carruaje se movía de forma errática al transitar por un camino cada vez más inestable, hasta que llegó un momento en que la rueda pasó por un profundo hueco en el suelo. El violento traqueteo hizo que Aelina saltara de su asiento, que se encontraba justo frente al de Valdimir.
—¡Ah! —exclamó ella al sentir que perdía el equilibrio, pero el hombre lobo la sujetó con una de sus manos para evitar que se lastimara, empujándola de vuelta a su lugar con una facilidad que la abrumó.
—Que débil... —dijo Valdimir con un tono de fastidio que hizo que Aelina se encogiera de vergüenza, pues quedó claro que él la había "salvado" sólo por obligación o quizás por inercia.
Finalmente, luego de ese pequeño percance, las almenas y torres de un imponente castillo de piedra oscura se recortaron en el horizonte. Aelina contempló su nueva morada con una mezcla de temor y aprensión; ese castillo era oscuro, nada parecido a lo que había visto antes. Aquellas imponentes murallas parecían cerrarse sobre sí mismas, como una oscura prisión a la espera de devorarla. El palacio estaba rodeado por agua, algo común en fortalezas para protegerlas, y detrás de ellos se extendía un mar gris como el ambiente frío que los rodeaba. Aelina podía sentir un aura deprimente que no sabía si emanaba del propio reino de los lobos o quizás era ella misma quien se sentía así.
El carruaje cruzó un puente levadizo que bajó ante ellos, adentrándose en la fortaleza. Cuando finalmente llegaron al patio de armas del palacio, varios hombres lobos de aspecto fiero y musculoso aguardaban la llegada de su rey. Al divisar a Valdimir, se cuadraron de inmediato e inclinaron la cabeza en señal de respeto.
—Bienvenido, su majestad —profirió uno de ellos con voz grave—. Y bienvenida también a la reina Aelina.
«Ya saben mi nombre, quizás hablaban de mí más de lo que deseo saber», pensó la muchacha viendo cómo el Rey lobo descendía primero del carruaje, sin siquiera volverse para ayudar a su esposa.
Aelina contuvo un suspiro, bajando por su cuenta con la frente en alto. Aquello sólo era el comienzo de lo que prometía ser un camino arduo y solitario. Tenía que ser fuerte y encontrar la forma de entrar en la mente y el corazón —si es que lo tenía— del Rey lobo.
«No te desanimes, Aelina, si estás aquí no es por casualidad, el destino te dio una oportunidad, y vas a aprovecharla», se decía la muchacha dándose ánimos mientras caminaba detrás de Valdimir, sintiendo sobre ella las miradas curiosas de todos los lobos que la rodeaban. Sus ojos se cruzaron con los de algunos de ellos, fríos e inescrutables como los de su esposo, pero en otros captó destellos de aprobación y... ¿respeto? Quizá aún quedaba una chispa de esperanza para su misión de enmendar ese oscuro futuro que la aguardaba…
Tras atravesar el patio delantero, Aelina esperaba encontrar algún jardín o elemento que hiciera el lugar más acogedor a la vista, pero la entrada del palacio le recordó más bien a una decrépita trinchera. No había nada bello, sólo charcos de lodo y hombres lobo entrenando con fiereza, con sus pieles perladas de sudor mientras blandían sus armas con movimientos letales.«Uno de ellos seguramente fue quien me asesinó hace diez años en el futuro», pensó Aelina con un escalofrío, colocando una de sus manos de manera inconsciente en su estómago, mientras los observaba recelosa sin dejar de caminar. Finalmente, al llegar a las robustas puertas de madera, estas se abrieron de par en par ante ellos, dejando al descubierto el oscuro interior del castillo. Valdimir se adentró sin mirar atrás ni una sola vez.—Sígueme —ordenó con su típica sequedad y frialdad, sin siquiera voltearse a verificar que ella lo estuviera haciendo.Aelina tragó saliva con dificultad y aceleró el paso para no perderl
Con el pecho agitado y el corazón latiéndole con violencia, Aelina dio un paso vacilante hacia el imponente espejo de marco dorado que se erguía ante ella como un posible portal a otra dimensión. Su rostro pálido y algo ojeroso reflejaba el miedo que la invadía, mientras que detrás de ella, Valdimir, ese terrible Rey Lobo, permanecía inmóvil, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre su pecho musculoso, esperando impaciente a que ella cumpliera sus órdenes con la desesperación reflejada en sus ojos color ámbar.«Está bien, está bien, lobo atractivo pero asesino, ya haré lo que me pides», pensó Aelina tragando saliva con dificultad, sintiendo un nudo en la garganta. Con manos temblorosas, colocó sus palmas sobre la fría superficie cristalina del espejo.Emitiendo un suspiro, la joven cerró los ojos concentrándose en invocar su magia, pero algo en su interior la detenía. En esta ocasión sentía como un nudo se formó en su estómago mientras intentaba reunir la energía necesaria para
Cuando Valdimir escuchó que el rey humano le había mentido, la furia lo invadió como una oleada abrasadora. Sus fosas nasales se dilataron mientras apretaba los puños con tanta fuerza que los nudillos se tornaron blancos, tratando de contener la rabia que amenazaba con estallar en cualquier momento. Aelina, inconscientemente, retrocedió un paso y contuvo el aliento cuando vio destellar sus ojos ambarinos, temiendo haber desatado la ira del temible Rey de los Hombres Lobo.Como instinto de supervivencia, la joven corrió despavorida hacia la puerta, buscando una vía de escape, pero cuando llegó, esta se encontraba cerrada a llave. La chica comenzó a mover la perilla insistentemente, lanzando miradas furtivas hacia atrás, observando cómo Valdimir, en un arrebato iracundo, dejaba escapar un rugido bestial que hizo estremecer los muros de piedra y descargaba su puño contra el espejo con una fuerza demoledora.Aelina abrió sus ojos de par en par y luego dio un respingo cubriéndose instintiva
Con un andar solemne, Valdimir guio a Aelina a través de los lúgubres corredores de piedra del palacio. Ella no podía evitar sentir una extraña vibración en aquel lugar, como si las mismas paredes exhalasen una energía sombría y opresiva. Todo a su alrededor transmitía un ambiente frío y distante, similar al propio semblante impasible de su Rey. Incluso el cielo, visible a través de las ventanas que flanqueaban el pasillo, lucía amenazante, cubierto por densas nubes grises que presagiaban la inminente llegada de la lluvia.Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Aelina al considerar que quizás el reino entero, incluido el clima, se alimentaba de la oscura esencia de su gobernante lupino. Y así, el camino transcurrió en un silencio tenso, únicamente roto por el eco de sus pasos sobre el suelo de piedra. En esta ocasión, ella apresuró su andar para situarse a la par de Valdimir, deseando preguntarle cómo era posible que un licántropo poseyera magia, eso jamás se había visto ¿será posi
—Si no puedes servirme con tu magia —comenzó a decir Valdimir, aprisionando a Aelina contra la pared con su cuerpo— entonces tendré que encontrar otro uso para ti —susurró con voz grave, esbozando una sonrisa depredadora al percibir la ola de miedo que emanaba de la joven—. De lo contrario, ya no me serás de utilidad... y no querrás saber el destino de lo que no me es útil.—Lo que no te es útil, lo matas... —murmuró Aelina, las palabras escapando de sus labios en un hilo de voz.La sonrisa de Valdimir se ensanchó levemente y, mientras la observaba con una pizca de extrañeza, asintió con la cabeza en señal de aceptación.—Así es, vaya... Apenas me conoces... ¿y ya puedes leerme la mente, acaso ese es otro de tus poderes? —susurró Valdimir, su mirada reflejando por primera vez un atisbo de intriga genuina hacia la joven humana.«¡Ya te conocí en mi otra vida, y sé que eres un monstruo!» gritó Aelina en pensamientos, pero no se atrevió a pronunciar tales palabras en voz alta. En su lugar
Valdimir clavó su mirada ambarina, fría como el oro fundido, en Aelina. La joven se encontraba acorralada contra el muro, su espalda presionada contra la roca fría y oscura de ese castillo. Su cuerpo menudo temblaba, el pulso acelerado revelando su temor ante la imponente presencia del Rey Lobo.Una sonrisa enigmática, casi depredadora, curvó los labios de Valdimir mientras acortaba aún más la distancia que los separaba con movimientos lentos y deliberados, similar a un depredador acechando a su presa. Aelina contuvo el aliento, sus pulmones ardiendo, cuando él alzó una mano con dedos largos y esbeltos. Con delicadeza inesperada, volvió una vez más a tocar su cabello, enredando un mechón de sus oscuras hebras entre sus dedos. La joven tragó saliva, el roce inconsciente de los nudillos de Valdimir contra su mejilla erizando su piel. Ella quería creer que no era voluntario que, mientras él le tocaba esos mechones de cabello, no se percataba que también le estaba acariciando una mejilla.
Con un movimiento fluido, Valdimir envolvió los cabellos brillantes en su puño, extinguiendo el resplandor mágico como si hubiera sofocado una pequeña llama. Aelina abrió sus ojos al ver cómo hizo eso, se notaba que no era la primera vez que descubría el poder de alguien por su cabello. Acto seguido, se alejó de Aelina, permitiéndole respirar con mayor libertad, aunque la confusión y el desconcierto seguían arremolinándose en su interior cuando él permaneció ahí robándole su espacio personal hace segundos atrás.La joven observó al Rey Lobo, incapaz de discernir si debía sentirse aliviada o aterrorizada porque, al parecer, Valdimir había confiado en sus palabras cuando ella le dijo que realmente no lo desobedeció por gusto, sino por inexperiencia. Por un lado, parecía haber despertado el interés de su esposo impuesto, lo cual podría mantenerla con vida por más tiempo. Pero por otro, el prospecto de ser utilizada por sus poderes desconocidos y explotada como un objeto era igual de atemo
La joven reina se abrazó a sí misma, frotando sus brazos desnudos en un intento para quitarse el escalofrió que sintió mientras miraba disimuladamente de lado a lado en busca de una salida. No le agradó eso de quedarse encerrada.—¿No... me darás de comer?Valdimir arqueó una ceja, respondiéndole con una expresión burlona:—¿Qué clase de esposo no le da de comer a su mujer? Dentro de poco vendrán a traerte algo de comer y las ropas que utilizarás, más adecuadas para mi reino —El tono que usó fue tan irónico y seco que Aelina pudo sentirlo incluso si hubiese sido sorda o ciega.—Los esposos no estrangulan a sus esposas ni le arrancan el cabello —murmuró la chica mirándolo de reojo, su voz cargada de resentimiento—. Dejarme morir de hambre y con un solo vestido como si fuera tu prisionera no suena algo descabellado.Cuando ella dijo eso, Valdimir esbozó una risa que Aelina no pudo descifrar si era espontánea, natural o irónica. Pero tan rápido como llegó, se fue, en el instante que él vo