03. El Sí que Cambió Todo

Tras aceptar su destino, Aelina contempló cómo su padre impartía órdenes para que se oficiara la ceremonia de inmediato. La princesa, atónita, no lograba creerlo, pues pensaba que la boda se realizaría días después, luego de los preparativos habituales. Por ello, balbució confundida:

—Pero, padre, ¿tan pronto? —inquirió, aunque en su mente anhelaba: «Quiero disfrutar de mi segunda oportunidad tan solo unos cuantos días más». Sin embargo, se guardó estas palabras para sí misma.

Al escuchar a su hija, el rey Theodor le dirigió una mirada severa que no admitía réplicas. Con un chasquido de dedos, dos sirvientes aparecieron con un espejo de cuerpo entero que su progenitor utilizaba para crear su magia, ya que, al igual que ella, poseía la Magia de Espejo. Esta consistía en crear portales mágicos a través de cualquier superficie que reflejara, como espejos, agua o metal pulido. Tal hechizo permitía viajar instantáneamente, atrapar enemigos dentro de los reflejos o incluso presenciar eventos en otros lugares. Sin embargo, requería un gran poder que solo el rey y unos cuantos cortesanos podían controlar al cien por ciento.

Aelina recordaba que durante la guerra con el hombre lobo, quien pronto sería su esposo, todos los portadores de magia de su reino lucharon incansablemente para acabar con sus tropas y el Rey mismo. No obstante, conforme transcurrió el tiempo, todos fueron derrotados. El rey Lobo Valdimir poseía una fuerza bélica que hasta ese momento Aelina no comprendía, aunque en ese instante, diez años en el pasado, la princesa sabía que él todavía no era ese rey temible que sería dentro de una década. Para ese tiempo, él apenas había sido coronado recientemente.

Su padre, entonces, comenzó a mover sus manos frente al espejo, logrando que la superficie donde se reflejaba perfectamente comenzara a ondular, como si el reflejo fijo se hubiese transformado en agua, significando que la magia ya estaba realizada. Fue ahí que él pronunció:

—Puede pasar.

Con esas simples palabras del Rey Theodor, un sacerdote de aspecto severo, vestido con una túnica oscura bordada con hilos de plata, apareció atravesando el espejo y se colocó al lado de Valdimir. La princesa comprendió entonces que el rey lobo lo había planeado todo con su padre desde el inicio, para que la boda se oficiara en ese instante.

«Para que alguien pueda atravesar el espejo... es porque ya estuvo aquí en otro momento», pensó Aelina, observando a ese hombre de aspecto misterioso que parecía un sacerdote. «Nunca he visto a este hombre en mi vida, ¿mi padre lo conoce de antes, o vino aquí en algún momento que yo no supe?», se cuestionaba Aelina en el instante en que el rey Theodor declaró:

—Hija mía —comenzó a decir el monarca—, ya no hay vuelta atrás. Este matrimonio unirá nuestros reinos para siempre...

Aelina comprendió con mayor fuerza que diez años atrás, probablemente habría sucedido lo mismo de no haber rechazado al imponente soberano. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al darse cuenta de que el reloj la trajo a ese preciso momento, como si el hecho de haber rechazado al Rey Lobo hubiese significado un castigo de diez años sin escapatoria. Luego, temblando al comprender poco a poco su situación, observó su elegante vestido azul marino bordado con hilo de oro, fue ahí que ella se percató de que era mucho más elaborado de lo habitual.

«No hay duda, si hace diez años hubiese dicho sí, este mismo escenario hubiese ocurrido, pero ¿entonces, si todo estaba planeado, por qué el rey Valdimir y mi padre aceptaron mí no como respuesta en aquel momento?», murmuró para sí misma, sintiendo que ahora tenía más preguntas que respuestas. Sin embargo, siguiendo el curso de los acontecimientos, como si todo estuviera previamente escrito, ella respondió:

—Así es, padre. La unión de nuestros reinos es lo mejor que puede pasar —dijo Aelina, quien sabía mejor que nadie que esa boda era la decisión acertada—. Haré lo que debo por mi reino —agregó la joven, más para sí misma que para su padre o su silencioso futuro esposo, quien ni siquiera la miraba, estaba ahí parado como alguien que no desea estar en un lugar y que está apurado por irse pronto.

Ella no lo haría esperar más. Tragando saliva, se colocó frente al sacerdote con la frente en alto, aunque por dentro se sentía como si estuviera entregando su vida a un demonio. De esa manera, la ceremonia transcurrió en un ambiente lúgubre y opresivo. Casualmente, ya faltaba poco para que anocheciera, así que los sirvientes ya habían comenzado a encender las velas, lo único que ocasionaba que ese furtivo casamiento en el salón del trono luciera más tétrico, como si estuviera lleno de sombras.

—Princesa Aelina —pronunció el sacerdote con voz sepulcral—, ¿aceptas al Rey Alfa Valdimir como tu legítimo esposo?

La aludida clavó su mirada en Valdimir, cuyo semblante pétreo no dejaba traslucir emoción alguna. Ella sentía como si se estuviera casando con una hermosa estatua, porque, aunque detestara aceptarlo, el Rey Lobo era indiscutiblemente atractivo. Sin embargo, Aelina sabía que las criaturas más mortíferas normalmente tenían apariencias majestuosas, y ese Rey no era la excepción. Entonces, luego de suspirar de forma derrotada, reunió todo su valor y respondió con un seco:

—Sí, acepto.

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