Esposa de Otro Tiempo: Atada al Villano Rey Alfa
Esposa de Otro Tiempo: Atada al Villano Rey Alfa
Por: Taylor Snow
01. La Segunda Oportunidad de Aelina

Ese horrendo día quedará grabado a fuego en la memoria de Aelina para siempre. Las tropas del Rey Alfa Valdimir, el temible monarca de los hombres lobo, habían sitiado el castillo mientras su reino yacía en ruinas. En su hogar, el palacio real, la muerte y la destrucción impregnaban cada rincón con su hedor asfixiante, acechando a la princesa con cada paso que daba.

En medio de su desesperada lucha por sobrevivir, Aelina empuñó la espada de su padre con manos inexpertas. Pero fue en vano. En un instante fatídico, la hoja afilada de un soldado enemigo, un hombre lobo, atravesó su carne, hiriéndola de muerte.

—¡Ahh! —gimió la princesa, bajando su mirada borrosa hacia el estómago, donde la sangre burbujeaba a caudales. Su vestido se teñía de carmesí a una velocidad aterradora, y sus piernas cedieron, incapaces de sostenerla.

Aelina cayó al suelo, golpeándose la cabeza en el proceso. Mientras su sangre se derramaba sobre las frías baldosas, Aelina cogió con manos temblorosas el collar de su madre, el último regalo antes de morir. Con ojos anegados en lágrimas, la princesa susurró su deseo final:

—Quisiera... tener... otra... oportunidad. No quiero... morir.

Luego de susurrar esas palabras, su visión se oscureció más y más, hasta que exhaló su último aliento y todo se tornó oscuro... fue en ese momento que la princesa, falleció.

Pero el destino tenía otros planes. En el instante que ella murió, el collar de su madre, que era un reloj mecánico muy singular, comenzó a girar en reversa a una velocidad anormal mientras el entorno cambiaba, retrocediendo diez años en el pasado…

—¡Princesa Aelina! —exclamó una de las doncellas que había ido a buscarla.

La joven abrió los ojos abruptamente. Sentada en la cama, lo primero que hizo fue mirar su estómago, completamente ileso. Vestía otro atuendo y se encontraba en su antigua habitación, antes de ser destruida. Las paredes familiares la rodeaban, y el aroma a jazmines de las velas aromáticas flotaba en el aire, evocando una sensación nostálgica en ella.

—¿Este es el mundo de los muertos? —susurró, levantándose de un salto mientras la doncella la miraba con extrañeza.

Aelina caminó hacia la ventana para ver el paisaje, asustada por no comprender lo que ocurría, sentía que quizás estaba muerta, en una especie de limbo, porque nada de lo que veía en ese instante le encontraba sentido. De manera inconsciente, se llevó su mano al dije del collar de su madre, dándose cuenta de que estaba cubierto de hollín, justo como antes de morir en el ataque final orquestado por el Rey Lobo, ellos le habían prendido fuego a varias partes del palacio. Con un gesto de temor, contempló el reloj mecánico. Tenía marcas de sangre, y la fecha y hora que marcaba eran de hace diez años.

—¿Qué día es hoy, Dorotea? Dime el día y el año, por favor —preguntó Aelina, llena de temor.

La doncella parpadeó antes de responder:

—Es el quinto día de la temporada de las hojas carmesí, del año 213 tras la Batalla de la Gran Guerra.

Más pálida que nunca, Aelina vio que su reloj marcaba exactamente esa fecha.

«¡Eso fue hace diez años... Este día, ¡yo lo recuerdo!», exclamó en pensamientos. «Dorotea vino a buscarme porque el rey Valdimir está abajo esperándome, se suponía que era una sorpresa, pero yo me quedé dormida. Luego, mientras me vestían, otra doncella vino a traerme mi perfume favorito para la reunión».

En ese instante, sonó la puerta. Dorotea fue a abrir, y entró otra doncella con un frasco de perfume. Con una sonrisa animada, comenzó a decir:

—¡Su majestad! ¿Ya está lista? Aquí le traigo su perfume favorito para que su aroma sea más agradable de lo que ya es... —dejó la frase en el aire, porque se suponía que la visita debía ser una sorpresa para la princesa.

Abrumada, las piernas de Aelina flaquearon y cayó al suelo, más pálida que un fantasma. Las doncellas acudieron a socorrerla, intentando ponerla de pie. Pero la hermosa joven de cabello oscuro, ojos azules y piel blanca como la luna, comenzó a contar sus dedos con desesperación.

«En los sueños no puedes contar los dedos de tus manos», pensó, pellizcándose después. «¡En los sueños no puedes sentir dolor!»

—Princesa Aelina, ¿qué le sucede? —dijo Dorotea, comenzando a asustarse por el extraño comportamiento de la joven.

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