I - Decisión

 Luego de diez años, Bianca ni siquiera se preguntaba dónde estaba su esposo.

Sabía como era él y no esperaba nada, además de que él le había dejado abundantemente claro que jamás esperara nada de él.

Aquel magnate la dejó el día después de su boda perdiéndose tan lejos como pudo. Lo último que supo por su hermano, Gianpiero, es que Nathaniel se encontraba en Canadá. Nunca lo habría ido a buscar de no ser porque las circunstancias la estaban obligando. 

Esperaba no ser reconocida. Se había pintado el cabello de castaño a rubio, los ojos, con lentillas, los cambió a verdes. El viaje desde Europa hasta América se le hizo eterno pero por fin había llegado. Se había quedado sola. Tenía veintinueve años y ya no tenía más familia que la de su esposo. Su suegra la odiaba por haber hecho que su adorado hijo se fuera lejos del país. Su suegro había fallecido y el hermano de su esposo era quien más le hablaba, pero solo para preguntarle cómo iba la bodega. Le cayó como el demonio cuando le dijeron que su padre y sus hermanas habían fallecido en un accidente de auto, por lo que pensó y pensó qué hacer. Nathaniel no iba a darle el divorcio (Lo intentó al año de estar casada con Nathaniel) y su contestación fue: “Ni lo sueñes…”

Los embargues de lo que le pertenecía y la falta de recursos para recuperarlos la hizo revisar cada claúsula del contrato prematrimonial que había firmado con Nathaniel y encontró su solución. Su estipendio anual se elevaría si ella daba a luz a un hijo. Hizo cálculos, sacó cuentas y notó que todo le serviría para recuperar la casa y la empresa de los Rizzó. Planeaba divorciarse, puesto que si tendría lo suyo no habría necesidad de seguir siendo un peón en la familia Giordano. 

 Así fue como decidió irse a buscar a su esposo a América a embarazarse de él. Sabía que estaba en Toronto, y tras averiguar su hotel, el evento donde estaba y quien estaba con él decidió comenzar su plan para seducirle. Estaba en una elegante fiesta de máscaras, millonarios, magnates y CEO’s de muchísimas empresas estaban ahí para hacer sus donativos en aquella gala de recaudación. No podía echarse para atrás. Su dinero estaba escaseando, ya no tenía familia y todo lo que necesitaba era salir adelante como diera lugar. El vestido negro estaba ceñido a su cuerpo, los diamantes en su cuello, los labios pintados de rojo y la máscara cubriéndole la cara. Lo vió entrar mientras tomaba una copa de champagne rosa. Iba del brazo con otra mujer, pelirroja, despampanante y a la moda. Pero sabía que no sería  rival para ella, estaba desesperada y la desesperación era un excelente motor para hacer cosas que ni siquiera te hubieras imaginado en hacer.

Bianca estaba nerviosa. Diez años siendo una mujer virgen con un anillo de bodas en su dedo, aquella noche, solo era Rose Lyndon-Holt, una identidad adquirida para poder seducir a Nathaniel e intentar quedarse embarazada de él. Estaba siendo egoísta y lo sabía, pero estaba cansada de que la pisotearan y sobre todo, estaba cansada de que su vida dependiera de otros; también estaba cansada de tener un esposo invisible alguien que la había pedido como mujer pero que no había intentado nada con ella. Al principio de aquel plan se cuestionaba diario si un hombre como su esposo iba a reparar en ella, pero al ver la prensa y sus amoríos confirmados en periódicos y páginas de chismes supo que, un hombre como Nathaniel Giordano sí iba a verle, pues era un adicto a la belleza femenina, y ella sabía cómo realzar sus rasgos para que él se fijara en ella. Solo debían estar lo suficiente en el mismo lugar para que la notase. Bianca fue al sanitario, se retocó el maquillaje y se arregló el escote del vestido, las ondas del cabello y la máscara. Entró en un cubículo pequeño a meditar bien su plan cuando escuchó voces afuera. —Nathaniel Giordano, que guapo es ese hombre. –Dos féminas hablaban de su esposo muy animadamente, la mujer que lo acompañaba, supo, se llamaba Evelyn, pero ni esa modelo, ni nadie, la iba a alejar de su plan original. Fue de nuevo al salón y siguió con la mirada a su esposo. Cada que él la miraba, un gesto seductor la acompañaba. Algo tan simple como pasar sus manos cerca del escote, manchas de carmín en la copa de vino de la cual bebía y mirarlo para saborear los labios eran un imán que iba atrayéndolo hacía donde estaba. —¿Quién es ella? La que miras tanto sin respetar que yo esté aquí contigo. –Escuchó Bianca que dijo Evelyn en un reclamo a Nathaniel. —Es vulgar y atrevida. 

—Tienes razón. –A Nathaniel aquella rubia alta y de ojos verdes no le parecía vulgar, más bien, un bocadillo perfecto y ya que Evelyn lo estaba fastidiando, era mejor presentarse con su siguiente presa. La vió salir del salón, yendo en dirección a la puerta, por lo que, disculpándose con su acompañante, se zafó de su agarre para ir tras la desconocida. —¿Señorita? -Bianca volteó y sonrió al ver a su esposo. —Me parece que me veía mucho ahí dentro ¿Acaso quería hablar conmigo?

 Bianca rió y negó. No quería decir nada y que todo el plan se echara a perder. Cerca de la puerta, tomó su abrigo y se lo puso para salir. —No. Creo que estás confundiéndome. –Los cordones negros de la máscara le colgaban entre los mechones, y Nathaniel sintió el malsano deseo de desatárselos y hacer que volviera a mirarlo como cuando estaban dentro del hotel. —Me miras demasiado. ¿No estaba usted acompañado, señor Giordano?

 —Sabes quien soy. 

 —Todos saben quien eres. Millonario. Sexy. Dueño de una impresionante fábrica de vino en Italia y que dejó a su esposa en Roma para venir a divertirse en Canadá. 

 —Sabes bastante pero no todo. ¿Esposa? Nunca consumé el matrimonio con esa mujer. Está sana y salva en una mansión con un montón de sirvientes que la atienden como una reina. Creo que no puede quejarse. –Bianca ardió en rabia. ¿Eso pensaba de ella? No podía expresar su ira dándole un bofetón, suspiró por esa injusticia, pero debía mantenerse en el papel. —Estoy en desventaja. Tú sabes quien soy, pero yo no sé nada de ti. 

 —Rose Lyndon-Holt. –Algo de verdad era, sus abuelos maternos tenían ese apellido y el nombre de Rose era suyo. —Es un placer para usted. 

 —Americana. ¿De dónde?

 —Nueva York. -Soltó aferrándose a lo poco que sabía de su historia familiar antes que su madre se casara con un italiano malgeniado que la había prometido a otro peor que él. —Me tengo que ir, señor Giordano. Vi lo suficiente esta noche y ya hice mi donación. Debo volver a mi hotel. Tengo mucho que hacer mañana. Algunos trabajamos. 

 —Yo trabajo. Este lugar es lucrativo para toda una industria hotelera. Tal vez vaya a alguno de mis hoteles. –Esa información no era nueva, Bianca sabía que su esposo se había hecho de un imperio diferente a la bodega de vinos estando en Canadá. Fingió estar impresionada y se alejó de él para ir a su auto (que tuvo que alquilar) para irse al sitio donde se quedaba desde hacía una semana. Caminó con soltura, el escote de su espalda llegaba hasta casi el inicio de las nalgas. Era evidente que no llevaba sujetador. —Espere ¿Vale? Señorita Lyndon-Holt. 

 Bianca se detuvo y sonrió. Lo tenía comiendo de su mano, pero para lograr su objetivo tenía que hacer que quisiera más. Repitió los pasos en su mente: Conocerlo, Seducirlo, Llevarlo a la cama. —¿Qué quiere de mi, señor Giordano?

 —Para empezar, que no me digas señor. Nath o Nathaniel bastan. Me haces sentir mucho mayor de lo que soy cuando me dices “señor”.  –Bianca miró los ojos de su esposo. Siempre tan azules y glaciares. Aunque en aquel momento la estaban mirando con intenso calor, como nunca la había mirado como esposa. Supo entonces que su farsa estaba funcionando. Era un hombre muy alto, mucho más que ella, y ancho de hombros. Tenía el cabello castaño, espeso y ondulado. Su boca era sensual y los rasgos que poseía, infinitamente masculino. Un “Adonis” de carne. —¿No vas a decir nada?

 —Eres demasiado encantador para tu propio bien. Tengo que irme. Es un placer haberle conocido señor Giordano. 

 —Te propongo algo mejor. Entramos al salón, bailamos. Y vemos a dónde nos lleva esto. Te invito a bailar. -Quería que se quedara, pero Bianca sabía que si lo dejaba con ganas él sería quien la buscara luego. Aunque por dentro se moría por bailar con él y sentir por primera vez un contacto muy humano de su parte. Se preguntaba si él era capaz de eso.

Aún así, orgullosa contestó. —Jamás me lío con casados. —Darle peros solo alargaba el encuentro que estaba dispuesta a concretar, sonrió y solo volvió al salón, él la siguió, le tomó la mano y Bianca tembló. En diez años, era la primera vez qué él la tocaba. Y eso era extraño. Dejó que la dirigiera a la pista de baile y comenzaron a seguir el ritmo del jazz que sonaba. Una canción de Frank Sinatra. “Strangers in the Night”. —¿No extrañas a tu esposa?

 —No, no la conozco. Solo nos casamos y yo me fui al día siguiente. No quería arruinar su vida. – “Lo hiciste”, pensó Bianca. Suspiró y lo miró juzgándolo. —No me veas así. 

 —Te casaste y la abandonaste. ¿Por qué hiciste eso? Es tonto.

 —Tú no lo entenderías. 

 —A lo mejor si lo entiendo. ¿Me explicas?

 —Si te cuento, me odiarás. ¿Acaso esto ha sido nuestra primera pelea? –Dijo haciéndola girar para seguir bailando. Sus cuerpos juntos le daban a Bianca la respuesta que quería. Sí había deseo entre los dos. Pero para seducciones. Era mejor el fuego lento. Se despegó de él antes de que la besara, justo al terminar la música. Una sonrisa y un beso en la mejilla. Y sin darle explicación, se fue. 

 —Sí. Fue la primera discusión que tuve con mi esposo. –Bianca se soltó la máscara al entrar al auto, suspiró cansada. Él era arrogante, encantador, y le encantaba flirtear con desconocidas. Y no esperaba que le cayera bien. Pensó con cinismo, que de haber ido como “Bianca Giordano” él no solo la habría ignorado, sino que esa misma noche habría tomado el vuelo al sitio más lejano posible. No era tan ingenua para darse cuenta de algo que sabía hacía mucho. Bajo sus suaves modales y encanto masculino había un cínico. 

 ***

 Nathaniel quedó hechizado. Sus pensamientos se habían evaporado cuando aquella despampanante rubia había bailado con él. Su cuerpo, duro, pegado a la figura femenina y delicada, casi etérea que ella poseía. Sus senos presionaban el pecho masculino. La mano de él se movía levemente y sentía la piel de su espalda. Notó que incluso sus pezones se habían endurecido y se presionaban contra la tela de su vestido. Era como un sueño. —Quiero saberlo todo sobre Rose Lyndon-Holt. –Dijo a su jefe de seguridad en cuanto subió a su auto. —Averigua donde está hospedada, quienes son los miembros de su familia. Cuanto calza. Quiero todo lo que se pueda saber de ella. – “Esa mujer debe ser mía”. Ni siquiera su acompañante lo había excitado tanto y sin siquiera quitarse una sola prenda. Le habría gustado quitarle la máscara y ver todas sus facciones en un completo esplendor. Pero ella no dejó que él hiciera su movimiento, siempre lo mantuvo a raya pero deseando tener más, querer mucho más. Si lograba encontrarla, le pediría que se pusiera la máscara y, para cumplir la fantasía, le quitaría primero el vestido negro que ahora formaba parte de su mente y la máscara al final. Sus ojos verdes y enormes, preciosos, le eran infinitamente familiares… Aunque en su vida, jamás los había visto. 

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