III - Cómplice

"El fin justifica los medios". Bianca sabía dónde estaría su esposo aquel fin de semana, y fue con toda la intensión de concertar un "encuentre casual", coquetear y dejarlo deseando más. Si quería alcanzar su objetivo era necesario que él la deseara. Jamás se había propuesto estar con él, pero para situaciones extremas, las medidas eran desesperadas. Y ahí estaba, como Rose Lyndon-Holt, en el club más popular de Nathaniel Giordano dispuesta a seducirlo. 

Nuevas deudas se acumulaban y tenía que ser rápida. 

Había pagado la entrada y fue directo a la barra a pedirse una copa de vino para pasar los nervios. Era el siguiente paso en una treta. Sintió miedo de pronto, Nathaniel no estaba solo, a su lado, Giapiero, su hermano, estaba presente. —Jo... -Bebió la copa de golpe y se dispuso a salir, pero pudo más la curiosidad cuando escuchó a su cuñado hablar con su esposo sobre ella. 

—¿No crees que debes intentar algo con tu esposa? La pobre Bianca está sola. Nathaniel, hay cosas que debes saber. 

—Maneja bien la empresa. El viñedo está floreciente. Tiene una mansión a su cargo y puede hacer lo que se le da la gana. ¿Acaso a ti te gusta mi esposa que estás tan pendiente de ella? Sí te gusta yo no tengo problemas de que tú y ella lleguen a algo. De ser ese el caso, me divorcio para que estés con ella. -Bianca sintió algo de rabia. ¿Cómo podía decir eso? Pasaba totalmente de ella. 

—No, no hermano. No me gusta tu mujer.

Iba a decir más, Gianpiero quería gritarle a su hermano: "Escucha, mamá la echó de la casa y solo trabaja. Aún así, su salario es bajo, lo que pertenecía a su familia fue embargado... Nathaniel, no seas cruel." Pero él no le dejó y lo interrumpió. —Usas el término con demasiada ligereza. Gian, Bianca nunca ha sido mi mujer. ¿Crees que pude haberme acostado con ella? Ni siquiera en la noche de bodas tuvimos relaciones. No podía hacerle eso. 

—¿Y no crees que tu acto de estupidez te pase factura alguna vez? El karma, la justicia divina, como le quieras decir. –Bianca esperó la respuesta de su esposo, pero él no dijo nada. Suspiró, vio a su alrededor y con todas las luces neón y la oscuridad reinante decidió que era mejor concertar aquel encuentro en otra ocasión. Salió del club y se dispuso a esperar un taxi justo en la puerta. Volteó la mirada cuando vio salir a su cuñado por la misma puerta que ella salió, temía que la reconociera, pero en lugar de eso, solo sacó un cigarro y se puso a fumar a su lado. "Que no me reconozca...", rogó. Se alisó la falda del vestido corto que llevaba puesto y nerviosa, sacó su celular para pedir un Uber. —Buenas noches.

—Buenas noches. –Contestó nerviosa y mirando a otro lugar. —Lindo lugar.

—No debe ser tan lindo si saliste corriendo de adentro. Te ví salir del club. ¿Creíste que no te iba a reconocer? –Bianca tragó saliva y Gianpiero sonrió. —Sabía que estabas aquí, llamé a la mansión, no estabas, y tampoco en la fábrica. Lo último que averigüé es que habías viajado a Canadá. Sé que mi madre te echó de la casa ¿Dónde has estado? 

—Gian... 

—Bianca. –Alzó la mirada y notó los frío ojos de su cuñado, pero no se explicaba porque tenía una enigmática sonrisa. —Quiero saber que vas a hacerle a Nathaniel. ¿Vas a vengarte por haberte dejado sola?

—No. Tú no lo entenderías. Ahora, no le digas quién soy. Él no sabe. Es mejor que no lo sepa. Y tampoco le digas todo lo que ha pasado en Italia. –En cuánto el Uber llegó, Bianca subió y Gianpiero la siguió subiéndose al lado de ella. —Joder. ¿Me dejas? Voy a mi hotel... quiero descansar.

—Yo te invito a cenar. Así te desahogas, te explicas. Nathaniel es mi hermano, yo no dejaré que le hagas daño. —Bianca supo que no tenía opción y dejó de discutir, Gianpiero le diría a Nathaniel y su plan se iría al traste. Mejor decirle. El trayecto se le hizo largo, bajó con su cuñado y entró con él a un restaurant. Un maitrê los dirigió a su mesa y juntos se sentaron. Una copa de vino de su hacienda fue servida para cada uno y Bianca bebió un poco. Detalló el lugar, las mesas con manteles dorados, la pintura de las paredes vinotinto y el candelabro colgado desde el techo, todo un aire de lujo y confort. —Habla. Nathaniel no te habrá reconocido porque no te ve desde tu boda, pero yo te he visto más seguido, sé que eres tú. 

—No le digas a Nathaniel, ¿Sí? –Sabía que debía ser más astuta, más sagaz. —Vine a ver si mi matrimonio era capaz de tener una oportunidad. Vine a seducir a Nathaniel. –Gian quiso reír y la miró divertido. No le creía, suspiró y bebió más de su copa. —Quiero tener un hijo. Y quiero que sea de mi esposo. Pero para que ese bebé sea posible tengo que conocerlo, y solo puedo conocerlo fingiendo ser otra. Él a mi no me ama, no sé porque se casó conmigo, pero tal vez si me conoce encuentre que yo, Bianca, su mujer, puedo ser... no sé... Estoy cansada de estar sola. Quiero tener una familia, y Nathaniel no me dará el divorcio. Así que tengo que intentarlo al menos. –Había sido honesta y esperaba que aquello funcionara. —Gian...

Tuvo que mentir. Aunque sabía que Gian intuiría el porqué se esforzaba tanto. —Okay. –Su cuñado sonrió y alzó la copa. —Te deseo éxito. Es más, te ayudaré. Creo en el karma, y si Nathaniel se enamora de ti, va a ser su karma por dejarte sola. Salud para ti. Me agrada la idea de un sobrino. Y mejor tú qué otra que solo absorben su dinero. ¿Cuál es tu plan?

—Ver en qué sitios lo puedo encontrar y coquetearle. No tengo mucho planeado, me dejé llevar por la desesperación. Desde que perdí a mi familia yo... He estado triste. Deseaba tener a alguien que me abrazara por las noches, alguien que me diera paz. Y no podía. Nathaniel me dijo que podía tener amantes. Pero hay un anillo en mi dedo. Yo me siento casada, y mi esposo es Nathaniel. 

—¿Él y tú lo han hecho? –Bianca negó y suspiró. —Mejor ordenemos. Yo te ayudaré. Yo mejor trazo tu plan para que sea un éxito.

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