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Capítulo 1: Cruda Realidad

MADDISON

En cuanto hago frente a la situación, me doy cuenta de que no es Dorian quien ha entrado, sino, un hombre del que no puedo distinguir bien sus rasgos debido a la tenue luz que se emite por toda la estancia. Se tambalea un poco al dar el paso.

—Señor, creo que se ha equivocado de habitación —mi voz tiende de un hilo.

El tipo no me presta atención, al contrario, se acerca hacia la cama. Tomo el valor que se necesita y aprieto mis puños.

—¡Señor, si no se marcha en este preciso instante, juro que voy a llamar a la policía! —lo amenazo sin logro alguno.

Me doy cuenta de que el teléfono del piso, así como mi móvil, se encuentran demasiado cerca de él. Lo que me complica un poco las cosas, él se sostiene la cabeza, balbucea algo, no entiendo qué, pero por su tono de voz, deduzco que está molesto.

A paso sigiloso me intento acercar al móvil, para tratar de actuar y defender mi vida, aunque él parece darse cuenta y me toma de los brazos, sus ojos son penetrantes, el color azul eléctrico de sus ojos, hace que el estómago se me encoja. Es ahí, cuando me pierdo en el intenso color de sus ojos.

Siento que no puedo respirar, hace mucho tiempo que no siento tales sensaciones que me mantienen en mi lugar, es como ser tragada por un profundo hoyo negro, esos ojos azul intenso, me absorben, sus pupilas se dilatan, su respiración se entrecorta, haciendo que su pecho suba y baje, incluso sus fosas nasales se abren y cierran, tensando la mandibula con tanta fuerza que me parece doloroso.

No lo voy a negar, el hombre es apuesto, la manera en la que va vestido pese a su aspecto, su cabello alborotado le da un plus a alguien sexy, él es la clase de hombre que no necesita rogar, estoy segura de que con un solo chasquido de dedos, tiene a las mujeres a sus pies, incluso yo, lo haría, si tan solo estuviera en otra situación y no tuviera el corazón roto como me lo dejó Dorian.

—Señor, le pido que se vaya —arguyo esta vez, cerrando los puños con fuerza.

Él levanta la mirada y me observa detalladamente, separa los labios como para decir algo, aunque no se le entiende nada debido a su estado.

—Señor… —temerosa, doy un paso hacia adelante.

—¡No! —exclama y se aleja de mí un par de pasos.

Es como si quisiera poner toda la distancia posible entre los dos, no comprendo nada, pero él comienza a quitarse el saco, gotas de sudor cubren su frente, se abre la camisa y joder, el hombre está bien dotado, su cuerpo escultural aparece frente a mí como una muestra de que la belleza masculina existe aún en situaciones como esta.

—¡Esa m*****a!

Me sobresalto al escuchar su tono de voz, no sé qué es lo que se ha metido al sistema, pero pareciera como si estuviera dentro de una lucha interna. Entre más pasan los minutos, más se va alejando, está desorientado, mareado, se tambalea. Localizo con la mirada vivida, una figurilla de cristal en forma de la torre Eiffel, con dedos temblorosos, la tomo justo cuando él se sienta aturdido, en una de las orillas de la cama, es ahí cuando levanto la figurilla y estoy a nada de golpearle la cabeza para después llamar a la policía, cuando su mano me detiene.

—Qué haces… —se agita—. Aléjate… de mí.

La piel se me eriza, un escalofrío recorre todo mi cuerpo, desde la punta de los pies, pasando por la espina dorsal, llegando a mi cabeza, nuevamente sus ojos absorben toda mi atención, me remuevo inquieta, tratando de soltarme de su fuerte agarre, aunque al final parece que todo esfuerzo por mi parte es inútil.

—Aleja…te… —como puede, logra defenderse de mi agarre.

Llega un momento en el que logra quitarme la figurilla de cristal, esta cae al suelo rompiéndose en mil pedazos, el hombre intenta incorporarse, cuando se sostiene de mi toalla en un momento del forcejeo y esta se desliza hacia abajo, dejando al descubierto mi cuerpo desnudo.

—Joder —brama él.

Intento alejarme, pero mi pierna termina enredada entre las suyas, caemos juntos sobre la cama, yo encima de él, mis manos tocan su tórax y el calor que emana de su cuerpo, hace que la garganta se me seque, todo sucede demasiado rápido, siento como sus manos rodean mi cintura y la situación cambia dando un giro enorme cuando me gira y ahora soy yo quien está bajo su cuerpo hirviendo, las lágrimas llenan mis ojos, muevo las piernas como último intento, no obstante, todo esfuerzo se me va de las manos, cuando siento la primera estocada.

Algo me desgarra el interior del cuerpo, me aferro a sus brazos y me acerco, cada vez más, a la fría oscuridad.

LEVI

Tenso el cuerpo, la cabeza me duele como la m****a, muevo el cuello con estrés, todo el mundo da vueltas, sin embargo, trato de mantener la rabia que siento, espero detalladamente un par de segundos antes de que uno de mis abogados termine de hacer las llamadas necesarias.

—Me parece que no es necesario que le diga que esto debe ser con la mayor privacidad posible —le digo.

La culpa sigue aniquilando cada una de mis células, en este momento soy una mezcla de rabia, molestia, confusión, culpa, pero sobre todo, de hacer que las personas correctas paguen por lo que hicieron.

—Pierda cuidado, Sr. Evenson —se aclara la garganta—. Deje todo en mis manos, yo mismo me encargaré, le ayudaré.

No suelo ser un hombre que va por la vida escondiéndose, desde pequeño me han enseñado a arreglar mis propios asuntos, y hasta ahora, lo hago solo, porque puedo y tengo el poder de hacerlo.

—Necesito toda la información que recopiles —arguyo—. Y cuando me refiero a todo, es todo, arreglar esto es una prioridad, si es que se le puede llamar de ese modo.

—Por supuesto, señor.

Mi abogado se marcha, y tomo ese tiempo para pensar en mis acciones, jamás he lastimado a nadie, nunca, y ahora, si antes me creía un monstruo, creo que me he convertido en uno peor que los hombres que llevan el apellido de mi familia.

MADDISON

Me duele el cuerpo, siento como si me hubiera pasado un carro encima, me remuevo inquieta, al tiempo que los recuerdos de la noche anterior me sofocan, su fuerza… abro los ojos de golpe al recordar todo lo que pasó, me incorporo y desciendo la mirada, estoy completamente desnuda, solo la sábana me cubre, con manos temblorosas y el pecho subiendo y bajando por lo frenético de mis latidos, aparto la sábana para ver la prueba de que no fue un sueño, fue real.

La sangre me altera, mis muslos están llenos de ella, mis ojos se llenan de lágrimas, me han tomado a la fuerza, un desconocido me hizo suya. Rápido busco mi teléfono móvil y le marco a la única persona que es capaz de ayudarme en estos momentos, espero cinco timbres, pero no responde.

—No puede ser —susurro.

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