Jake trota junto a sus soldados, su respiración acompasada con el ritmo constante de sus pasos. El sonido de su placa militar colgando de una cadena se escucha en cada golpe sutil contra su pecho mientras mantiene la mirada fija al frente, y aunque el sudor comienza a caer por su frente, Jake se siente en su elemento. Para él, volver a la rutina militar es como regresar a casa.
En su mente, compara esta vida con los momentos que pasa en casa. Aunque ama a su familia, nunca se ha sentido del todo cómodo con la vida tranquila. El estar cuidando a los hijos o ver telenovelas en el sofá lo pone ansioso, como si algo le faltara. Las responsabilidades domésticas, aunque necesarias, nunca le han dado el mismo sentido de propósito que la vida en el ejército.
Las armas, la estrategia, la adrenalina de la acción…, eso es lo suyo. Aquí, en el desierto, liderando a sus hombres, siente que está exactamente donde debe estar. La acción es lo que mantiene su mente enfocada y su corazón latiendo con fuerza.
Tras terminar el trote matutino, Jake observa cómo sus soldados se dispersan hacia las duchas, cansados pero satisfechos, listos para iniciar un nuevo día. Sin embargo, él siente un impulso familiar y decide desviarse un momento de la rutina. Se dirige al área donde tienen a los perros militares, sabiendo que su fiel compañero Caleb seguramente lo estará esperando. Al acercarse a la entrada, apenas cruza el umbral escucha los emocionados ladridos de Caleb, que ya ha captado su olor.
Jake ensancha su sonrisa al ver al hermoso pastor alemán agitarse de emoción, y sin pensarlo, se arrodilla para recibirlo. Caleb salta hacia él, aferrándose con sus patas delanteras y comenzando a lamerle la cara sin descanso. Jake no puede evitar soltar una carcajada mientras envuelve al perro en un fuerte abrazo, devolviéndole el cariño con besos en la cabeza. Es un momento que siempre le reconforta, un vínculo inquebrantable entre ambos que trasciende cualquier peligro o misión. Caleb no solo es su compañero en el campo de batalla, sino también un amigo leal que siempre estará a su lado.
—He, amigo, ¿me extrañaste? —le pregunta Jake al canino, acariciando su suave pelaje —. Yo sí que te extrañé, y demasiado.
Mientras Jake sigue disfrutando de los cariños de Caleb, sintiendo una paz que solo su fiel compañero puede darle, Débora, por su parte, inicia su primer día de labores con su propia rutina, mucho más tranquila pero no menos significativa. Apenas el sol empieza a asomarse sobre la base, ella se arrodilla al lado de su cama, como cada mañana, cerrando los ojos y hablando en susurros con el Dios que la ha guiado hasta ese lugar. Agradece por el nuevo día, por la oportunidad de servir en la Cruz Roja, y le pide que la acompañe en cada paso, especialmente en ese entorno tan diferente al que está acostumbrada.
Luego, toma su pequeña Biblia, que siempre lleva consigo, y la abre en un pasaje que le da consuelo. Hoy elige leer el Salmo 121, buscando en sus palabras la protección y el ánimo para enfrentar los desafíos que sabe que se avecinan. Mientras lee, siente cómo su corazón se llena de paz, algo que siempre la reconforta antes de comenzar el día.
Después de su momento con Dios, Débora se dirige al baño compartido. Las instalaciones son simples y estrictamente funcionales, muy lejos del confort al que estaba acostumbrada en casa. Al entrar, ve a todas las mujeres que la acompañan en esa sección —quienes en su mayoría son enfermeras —, y todas deben compartir esas mismas duchas pequeñas y sin privacidad. No es lo ideal, pero entiende que está en una base militar, y así es la vida ahí.
Se siente un poco incómoda al ver lo ajustado del espacio, donde las duchas apenas tienen una pequeña cortina que no cubre completamente, y el agua es tibia, casi fría, y un tanto turbia. Pero no tiene opción; esto es parte de la experiencia que eligió al unirse a la misión en Afganistán. Mientras el agua cae sobre ella, murmura en voz baja una oración de agradecimiento, recordándose a sí misma que incluso en las circunstancias más difíciles, hay bendiciones que no debe pasar por alto.
Al terminar de arreglarse, con el uniforme puesto y una sonrisa en el rostro, Débora se siente lista para su primer día. No sabe qué le espera, pero tiene la confianza de que Dios estará a su lado.
Débora se encuentra con Daniel y Mark justo al salir del edificio. Conversan brevemente sobre lo que les espera ese día, todos un poco nerviosos pero emocionados. Daniel, siempre con su sentido del humor, intenta aligerar el ambiente con un par de bromas, mientras Mark, algo más serio, les recuerda que ese es solo el primer paso de una misión larga y compleja. Débora sonríe, agradecida de tener a estos compañeros a su lado, porque, aunque esté en un lugar totalmente diferente y desconocido, al menos no está sola.
Juntos se dirigen al comedor de la base, donde el bullicio de los soldados se mezcla con el aroma de café y comida caliente. Es un lugar amplio, lleno de largas mesas alineadas donde se sientan hombres y mujeres en uniforme de camuflaje, todos enfocados en sus desayunos, conversando entre ellos, pero también con una sensación de tensión, como si cada uno supiera que están viviendo en una zona de guerra.
Débora toma una bandeja de metal, un tanto nerviosa al estar rodeada de tantos militares. Se siente como una intrusa, una forastera en este mundo tan distinto al suyo. Hace la fila para recoger su desayuno, y mientras está absorta en sus pensamientos, se da cuenta de que la persona frente a ella es Jake. Su postura lo delata, siempre imponente, con la placa de identificación brillando bajo las luces del comedor.
Jake se da vuelta y la ve, intercambiando una sonrisa cordial. Débora le devuelve el saludo, y siente un alivio al ver una cara conocida en medio de tanta gente. Aunque apenas lo conoce, su presencia es reconfortante. Después de todo, fue quien la recibió y la ha guiado desde que embarcaron el primer vuelo. Aun así, siente cierta timidez, pero la situación la impulsa a pedir algo que normalmente no se atrevería.
—¿Te molesta si me siento contigo? —pregunta ella, sin poder evitar aferrarse a la idea de tener compañía.
Jake la observa por un segundo, su mirada siempre tranquila pero analítica. Asiente con un gesto de cabeza.
—No tengo problema con eso —responde el militar. No es de los que suele compartir sus comidas con otros. De hecho, la mayoría de las veces prefiere comer solo, sumido en sus propios pensamientos. Pero Débora le resulta diferente. Es amable, sencilla, y su presencia no le molesta.
Los dos recogen su comida y se dirigen a una mesa en un rincón algo apartado. Débora nota que, aunque todos en la base parecen respetar mucho a Jake, nadie se atreve a acercarse a él demasiado. Es como si su presencia impusiera una barrera invisible que los demás no cruzan. Para alguien tan encantador y respetado, parece bastante solitario.
Sentados uno frente al otro, el ambiente entre ellos es tranquilo. Débora, aunque algo nerviosa, se siente más cómoda al estar cerca de Jake. Él irradia una seguridad que la calma, incluso en un lugar tan tenso como ese. Jake, por su parte, observa a Débora mientras ella comienza a desayunar, y aunque él no es de hablar mucho, está contento de tenerla como compañía esa mañana.
Jake, al igual que Débora, siempre ha sido introvertido por naturaleza. No es algo que haya desarrollado con el tiempo ni una actitud adquirida por las circunstancias; él nació así, con una inclinación hacia la introspección y la soledad, características que lo han acompañado a lo largo de su vida. A pesar de haber crecido en una familia amorosa que lo mimaba y le brindaba todo su apoyo, su disposición a interactuar con otros siempre has sido limitada. Aunque fue querido por sus padres y hermanos, el círculo social de Jake se reducía a ellos, y pocas veces sentía la necesidad de expandirlo más allá del hogar.
Desde joven, Jake destacaba entre los demás, pero no por sus habilidades sociales. En la escuela, su popularidad no era resultado de ser el chico carismático y extrovertido, sino de su habilidad en el campo de juego; como capitán del equipo de fútbol americano, rápidamente ganó reconocimiento, no solo por su destreza física, sino por su naturaleza tranquila y reservada. Las personas lo admiraban desde lejos, pero pocas lograban acercarse realmente a él. Su popularidad nunca se tradujo en una extensa red de amigos; aunque siempre había alguien dispuesto a invitarlo a una fiesta o una reunión, Jake solía declinar cortésmente y retirarse a la comodidad de su propio espacio.
Ahora, en su vida militar, esa tendencia ha permanecido intacta. Como oficial de alto rango, es ampliamente respetado y reconocido por sus habilidades tácticas y su liderazgo firme. Los soldados bajo su mando lo miran con admiración y sus superiores confían plenamente en él, sin embargo, más allá de ese respeto profesional, Jake mantiene su vida personal en un plano íntimo y restringido. Rara vez socializa con otros oficiales o soldados fuera del contexto laboral. Su círculo cercano está limitado, casi exclusivamente, a su familia y a Ethan, su amigo y confidente, quien ha sido la única persona en su entorno laboral que ha logrado derribar esa barrera natural de distancia que Jake siempre ha mantenido.
El hecho de que sea tan reservado no es un signo de desinterés o frialdad hacia los demás, sino simplemente su forma de ser. Jake es introspectivo, alguien que encuentra consuelo en la tranquilidad y en la rutina. Su silencio y su aparente distancia no son una armadura, sino parte de su naturaleza. No busca la compañía de otros, pero tampoco la rechaza si llega de manera genuina, como es el caso con Débora.
La atmósfera en el comedor está llena de voces y ruidos de platos, pero entre ellos reina una quietud cómoda. Débora, sin embargo, está inmersa en sus pensamientos. Cada vez que mira de reojo a Jake, no puede evitar sentir una pequeña presión en el pecho, como si algo o alguien estuviera intentando captar su atención.
Entre bocado y bocado, una sensación se asienta en su corazón: Dios le está hablando. Débora lo siente claramente. Es una sensación profunda que no puede ignorar, un susurro espiritual que le indica que este hombre a su lado necesita algo más que una simple compañía. Aunque no le ha dicho nada, ni siquiera lo conoce bien, algo dentro de ella le dice que Jake está vacío, que está buscando algo, aunque tal vez ni él lo sepa todavía.
Débora sabe que no está allí por casualidad. Dios tiene un propósito para cada paso que da, y este momento no es diferente. “Debo hablarle de Cristo”, piensa para sí misma, mientras baja la mirada a su plato. Las palabras aún no han salido de su boca, pero la convicción dentro de su corazón se hace más fuerte con cada minuto que pasa. Quizás Jake no quiera escuchar, quizás él rechace el mensaje, pero Débora sabe que, tarde o temprano, tendrá que hablarle de Dios. Ese es el llamado que siente.
Ella respira profundo, confiando en que, cuando llegue el momento adecuado, Dios le dará las palabras correctas. Por ahora, come en silencio, sintiéndose un instrumento en las manos del Señor, lista para cumplir su misión.
Contra todo pronóstico, Jake es quien rompe el silencio a mitad de su desayuno. Ha estado observando a Débora de reojo, notando su serenidad y el aire de calma que parece llevar a donde quiera que va. Aunque no suele entablar conversaciones fácilmente, algo en ella le resulta interesante. Pero, por supuesto, su interés no tiene ninguna connotación romántica ni mucho menos. Él ama profundamente a su esposa Chloe, y siempre ha sido fiel tanto en pensamiento como en acción. Para él, el único interés que siente por Débora es en el ámbito de una posible amistad. Algunas personas podrían verlo con malos ojos, eso de que un hombre casado tenga amigas. Lo mismo pasa cuando una mujer casada mantiene amistades con otros hombres. Sin embargo, Jake y Chloe tienen una relación basada en la confianza absoluta. Él sabe que Chloe sigue en contacto con algunos amigos de la universidad, y de vez en cuando sale a tomar café con ellos, y para Jake eso nunca ha sido un problema. Sabe que el amor que tien
El primer rayo de sol se filtra a través de las cortinas pesadas del pent-house, iluminando ligeramente la habitación. Ethan parpadea, sus ojos ajustándose a la tenue luz que invade el espacio, mientras una punzada de dolor en su cabeza le recuerda la cantidad de alcohol que consumió la noche anterior. El estruendo lejano del tráfico de Londres le parece un eco lejano que reverbera en su cráneo. Se gira en la cama, y ahí está ella: la supermodelo inglesa Cara McAllister. Sus rasgos perfectos, suaves y simétricos, descansan plácidamente sobre la almohada, su largo cabello cae en suaves cascadas, y su desnudez está apenas cubierta por la fina sábana blanca. A cualquiera le parecería una escena de ensueño, pero para Ethan ya es solo otra rutina. Mira el reloj sobre su mesita de noche; ya ha pasado la hora en la que se suponía debía empezar su día, pero no tiene ninguna prisa. Después de todo, él es el jefe. Con un suspiro pesado, extiende el brazo y sacude ligeramente a la chica que no
El estudiante que ha hecho la pregunta se queda pensativo, claramente impresionado por la respuesta de Sarah. Otros estudiantes comienzan a intercambiar murmullos, asombrados por la combinación de fe y ciencia que acaban de presenciar. Sarah concluye su respuesta con una sonrisa tranquila. —Al final del día, cada uno de nosotros decide en qué creer, y eso está bien. Yo solo puedo decirles que, cuanto más estudio el universo, más convencida estoy de que detrás de toda esta belleza y complejidad, hay un Creador. La clase queda en silencio por unos segundos más, y luego algunos de los estudiantes asienten con respeto. Ethan, desde su lugar, no deja de mirarla con orgullo. Su hermana no solo es una de las mejores científicas del mundo, sino que también es alguien que sabe defender su fe con sabiduría y respeto, algo que siempre ha admirado profundamente en ella. Finalmente, Sarah retoma su clase como si nada hubiera pasado, pero Ethan sabe que esa breve conversación ha dejado una marc
Débora se encuentra sentada en su cama, con la Biblia abierta sobre su regazo y una libreta a un lado. Está en su devocional matutino, algo que no es solo una rutina para ella, sino una profunda conexión diaria con Dios. Cada versículo lo analiza con cuidado, reflexionando en lo que significa no solo para el contexto en el que fue escrito, sino también para su propia vida. Anota pensamientos, preguntas y respuestas que el Espíritu Santo le revela mientras estudia. Sabe que el tiempo es limitado, pues las responsabilidades del día la aguardan, pero nunca sacrifica ese momento de intimidad espiritual. Una vez termina su devocional, cierra la Biblia con cuidado y deja la libreta a un lado. Luego, se apresura a encontrarse con Mark y Daniel en el comedor. Los tres jóvenes toman sus bandejas y se sientan en una mesa, charlando sobre las tareas del día. Sin embargo, mientras ríen por un comentario de Daniel, Débora siente algo que captura su atención al otro lado del salón. Al alzar la vis
Jake se encuentra bajo el agua caliente de la ducha, pero no siente alivio. El vapor llena el pequeño espacio, pero su mente está atrapada en las imágenes de la emboscada. Cada gota que cae sobre su piel parece aumentar el peso de la culpa que siente. Se apoya contra la pared, dejando que el agua fluya, mientras su mente repite una y otra vez los momentos cruciales de la misión. Todo había estado bajo control, hasta que lo perdió todo. Con las manos sobre su rostro, se pregunta qué fue lo que falló. Él había revisado la estrategia innumerables veces, cuidando cada detalle, sin embargo, no todos sus hombres regresaron con vida. Trece soldados muertos y más de treinta heridos. Trece familias esperando un padre, un hijo, un esposo que nunca volverá. El dolor lo consume, y aunque sabe que es parte de la guerra y que de hecho ya había pasado por situaciones similares y peores, esta vez se siente diferente. Esta vez él estaba al mando. Las voces de sus superiores ya resuenan en su cabeza.
Débora se despierta con el animado sonido de la alarma de su celular, el ringtone "Praise" de Elevation Worship y Brandon Lake llenando la habitación con su melodiosa alabanza. Abre los ojos lentamente, dejando que la música le recuerde la grandeza de Dios. Extiende los brazos, estirándose sobre la cama, sintiendo el inicio de un nuevo día. Se incorpora con cuidado, susurrando una breve oración de agradecimiento por el don de otro día. Con movimientos casi automáticos, Débora se desliza de la cama y se arrodilla en el suelo. Coloca sus rodillas sobre sus chanclas desgastadas, un hábito que ha adquirido para aliviar el dolor que solía sentir cuando pequeña por pasar tanto tiempo arrodillada orando. Sus rodillas amoratadas son una pequeña muestra de su devoción inquebrantable. Cierra los ojos y comienza a orar. Las palabras fluyen con facilidad, un diálogo íntimo con su Creador. Ora por su familia, por su padre que aún se aferra a la vida en su pequeña casa en Queens, por los amigos q
Jake despierta tras una noche tranquila en la comodidad de su cama matrimonial, en su bonita casa ubicada en un vecindario de Pembroke Pines, Florida. El sol apenas empieza a filtrarse por las cortinas, bañando la habitación en una luz suave y dorada. Abre los ojos lentamente, permitiéndose un momento para disfrutar de la paz matutina. Al voltear la cabeza, lo primero que ve es a su hermosa esposa Chloe, dormida a su lado, con su cabello rubio desparramado sobre la almohada. Una sonrisa se dibuja en el rostro del capitán de las fuerzas especiales. Aún le parece increíble que, después de tantos años, ella siga siendo tan hermosa como el día en que la conoció en la secundaria. Su historia de amor es como ninguna otra. Jake, el capitán del equipo de fútbol, y Chloe, la típica nerd que nadie esperaba que llamara la atención del popular deportista. Pero algo en ella lo había cautivado desde el primer momento: su inteligencia, su bondad, y esa chispa en sus ojos que la hace única. Recuer
En el patio trasero de la casa de sus padres, Jake disfruta del cálido ambiente familiar. Ethan ha traído unas cervezas, y entonces el militar no tarda en abrir una, saboreando el sabor frío y amargo que tanto le gusta. Su padre también tiene una cerveza en mano, y los tres hombres comparten risas y anécdotas, sumidos en la camaradería que solo el tiempo y la sangre pueden forjar. Mientras toma un sorbo, Jake nota la mirada de su hermana Sarah, que los observa desde su silla con una mezcla de desaprobación y resignación en sus ojos. Conoce bien esa mirada; Sarah es una cristiana muy devota, y aunque nunca impone sus creencias, su desaprobación hacia el alcohol siempre es evidente. Jake se fija en el delicado collar de oro que Sarah lleva puesto, con un pequeño dije en forma de cruz que descansa justo sobre su pecho. Ese collar es más que un simple accesorio; representa la fe profunda que ella lleva consigo en todo momento. A pesar de crecer en una familia donde la fe es una parte