Rumbo a Afganistán

Débora baja del avión con una mezcla de emoción y cansancio. El vuelo corto desde Nueva York a Washington es corto, pero la adrenalina del viaje y la incertidumbre del futuro la mantienen alerta. Al salir de la sala de desembarque, sus ojos se encuentran con un hombre en uniforme militar que sostiene un cartel con su nombre, "Débora López". Sabe en ese momento que su gran aventura ha comenzado.

—¡Hola! —saluda al militar, muy emocionada, como una niña en su primer día de escuela —. ¡Yo soy Débora!

El militar la mira raro. No es la primera vez que Débora causa esa impresión en los demás. Ella es una persona muy expresiva, y aunque a veces tiende a ser introvertida, en realidad es extrovertida cuando se siente en su salsa.

El militar termina por saludarla con una inclinación de cabeza y la conduce hacia una camioneta militar estacionada en las afueras del aeropuerto. Dentro del vehículo, dos jóvenes enfermeros la esperan, ambos con expresiones similares a la suya: una mezcla de expectativa y nervios. Daniel, de veintidós años, y Mark, de veintiuno, intercambian una mirada rápida con Débora antes de que el vehículo arranque hacia la base militar. No hay mucha conversación durante el trayecto; los tres están absortos en sus propios pensamientos, conscientes de lo que significa este viaje.

La camioneta se desliza por las carreteras casi vacías bajo el manto oscuro de la noche. Al llegar a la base militar, Débora pasa por los controles de seguridad sin complicaciones. El cansancio empieza a hacer mella en ella, pero el ambiente nuevo y el hecho de estar rodeada de militares la mantienen en alerta.

Finalmente, los conducen a una sala de espera cómoda dentro de la base. Las luces tenues y la tranquilidad del lugar le brindan un respiro. Observa los baños de lujo, una máquina expendedora llena de bocadillos y, lo que más le llama la atención, una cafetera al fondo de la sala. Débora se dirige hacia la máquina, agradecida por la oportunidad de tomar algo caliente. 

—¿Les apetece un café? —pregunta, mientras se dispone a preparar la bebida.

—¡Claro, gracias! —responde Daniel, su voz denotando un ligero acento sureño. Mark asiente con entusiasmo, frotándose las manos para combatir el cansancio. Mientras el café se prepara, Débora aprovecha para conocer mejor a sus compañeros.

—Así que, chicos, ¿qué los trae a esta misión? —pregunta, sirviendo las primeras tazas. Los enfermeros se miran por un segundo antes de que Daniel responda.

—Siempre he querido servir en una zona de conflicto. Mi familia es militar, pero yo me decanté por la enfermería. Sentí que esta era la oportunidad perfecta para combinar ambas cosas —explica Daniel, tomando su taza de café y agradeciéndole a Débora con una sonrisa.

“Qué linda chica”, piensa Daniel en sus adentros. Débora es muy hermosa para aquel que sabe apreciar los rasgos latinos. Si bien en Colombia hay diversidad de razas, Débora es descendiente indígena, así que conserva algunos rasgos de lo que se cree que es lo típico en los latinos, como el tono de piel que se le suele atribuir a los indígenas. 

—Para mí es parecido —dice Mark mientras revuelve el café —. Siempre me ha gustado ayudar a la gente, y cuando vi la oportunidad de ir a Afganistán, no lo dudé. Es un desafío, pero siento que es mi llamado.

Débora asiente, sintiendo una conexión inmediata con ellos.

—Me alegra saber que compartimos ese espíritu aventurero —comenta la médico, tomando un sorbo de su café —. No es fácil dejar todo atrás e ir a un lugar tan peligroso, pero creo que valdrá la pena. Vamos a hacer algo que realmente importa.

Los tres se quedan en silencio por un momento, saboreando el café y asimilando la realidad de lo que están por enfrentar. Aunque los tres son jóvenes y todavía inexpertos en algunos aspectos, hay algo en la determinación de las miradas de ambos enfermeros que le dice a Débora que pueden confiar los unos en los otros en los días que vendrán.

El cansancio pesa sobre ellos, pero la conversación y el café les dan un poco de energía renovada. Mientras se acomodan en los asientos de la sala de espera, saben que a partir de este momento, sus vidas cambiarán para siempre.

Débora se dirige entonces hacia la máquina expendedora, tratando de decidir qué bocadillos seleccionar para ella y sus compañeros. El murmullo de voces graves comienza a llenar la sala de espera, y cuando voltea la mirada, ve entrar a varios militares. Son hombres de aspecto robusto y decididos, cada uno vestido con el uniforme que indica su disposición a arriesgarlo todo por su país. Débora siente un nudo en el estómago; la presencia imponente de tantos soldados la intimida, y es que al parecer es la única mujer que viajará con ellos, pero entonces, la puerta de la sala se abre una vez más, y un hombre que parece sacado de una película entra en la habitación. Es alto, rubio, con una musculatura que destaca incluso bajo el uniforme, y su rostro tiene la perfección de una escultura. Débora siente cómo su corazón late con fuerza al verlo. Es como si un aura de seguridad emanara de él, haciendo que su temor inicial desaparezca.

Los soldados en la sala se ponen de pie y lo saludan con respeto, lo que confirma lo que Débora sospechó desde el primer segundo en que lo vio: este hombre es de alto rango. Él avanza hacia ella con pasos firmes, y cuando finalmente se encuentra frente a ella, le extiende la mano.

—Jake Miller, capitán de las fuerzas especiales y comandante de la base FOB Shank —se presenta con voz firme pero amistosa. Incluso le regala una pequeña sonrisa, dando a entender que, bajo su fachada de Rambo, en realidad hay una persona gentil y que se preocupa por su gente.

Débora apenas logra articular una respuesta mientras su mano tiembla ligeramente al estrechar la suya. Este hombre, tan imponente y a la vez tan calmado, la deja sin palabras, y en su mente sólo pasa una cosa: su aventura en Afganistán acaba de volverse mucho más interesante.

—Débora López —logra gesticular ella.

—Es un gusto, Débora —responde Jake, notando los nervios de ella. Chloe ya le había dicho que debía modular su tono de voz, y de no hablarle a todo el mundo como si fueran militares, y Jake está seguro de que con la nueva doctora se está modulando, pero entiende sus nervios. Va a viajar por primera vez a Afganistán —. Ustedes tres..—mira también a los enfermeros —, son los nuevos reclutas de la Cruz Roja, ¿verdad? 

He ahí otro error de Jake. Usar siempre el lenguaje militar, incluso con los civiles.

—Sí señor —contesta Daniel, casi que en el mismo tono militar.

La presencia de Jake es tan imponente que incluso los dos jóvenes enfermeros por poco y le responden con el saludo militar. Débora, aún recuperándose de la sorpresa inicial, lo mira a los ojos, unos ojos azul profundo que parecen capaces de detener una guerra con su sola intensidad. Por un momento, ella se pierde en ese mar azul, sintiendo una atracción inmediata e innegable.

Pero entonces, su mirada se desvía hacia la mano izquierda de Jake, y ahí está, una alianza matrimonial dorada brillando suavemente bajo las luces de la sala. El corazón de Débora se hunde un poco. Siempre parece haber algo que se interpone cuando siente atracción por alguien, y en este caso, es el hecho de que Jake está casado.

La realidad la golpea de inmediato, y ese pequeño momento de fantasía se disipa tan rápido como llegó. 

De todas formas, si hubiera sido soltero, no creo que yo hubiera tenido alguna oportunidad con él”, se dice a sí misma.

Débora siente una oleada de vergüenza al darse cuenta de lo rápido que su mente ha divagado, fantaseando con una posibilidad que no debería siquiera de existir. Se reprende a sí misma por su reacción, pensando en lo tonta que debe parecer. No conoce a Jake, lo saludó hace apenas un minuto, y ya se estaba imaginando cosas. 

"¿Qué me pasa?", se pregunta. 

El hecho de haber estado soltera toda su vida la hace sentir a veces como una niña de primaria, que se queda hipnotizada con cualquier hombre que le presta un poco de atención.

Mientras reprime esos pensamientos, se obliga a concentrarse en la realidad de la situación. Jake es un hombre casado, y ella no debería estar perdiendo tiempo en fantasías. Además, está aquí para cumplir una misión importante, no para dejarse llevar por sentimientos que solo le traerán complicaciones. Con una leve sonrisa forzada, Débora trata de recuperar la compostura y se centra nuevamente en los detalles prácticos de su viaje, como, por ejemplo, alistar la cobija con la que se arropará durante el viaje.

—Partiremos en una hora —le avisa Jake a todo su equipo —. Hagan las ultimas llamadas que tengan que hacer a sus familiares, porque apenas estemos en suelo afgano, el tema de la comunicación se complicará.

Jake va hacia la máquina expendedora y escoge una barra de cereal, después se acerca a Ethan Harrison, su amigo de confianza y teniente del ejército. Mientras mastica, su mirada se dirige hacia Débora, quien está de nuevo conversando con los enfermeros. El contraste entre su apariencia delicada y la brutal realidad del entorno en el que están a punto de entrar no pasa desapercibido para él.

—¿Qué hace la Cruz Roja enviando mujeres a un territorio como Afganistán? —Jake pregunta en voz baja, su tono cargado de una preocupación apenas disimulada.

Ethan, que ya esperaba esa reacción de su amigo, se apoya en la pared junto a la máquina expendedora y suspira antes de responder.

—No había nadie más dispuesto a aceptar el puesto. Ningún otro médico se presentó para trabajar en la base, y, por lo que he oído, ella insistió en venir. Es joven, pero parece decidida.

Jake no puede evitar seguir observando a Débora mientras escucha las palabras de Ethan. Desde su postura relajada y confiada hasta la manera en que interactúa con los enfermeros, todo en ella denota una valentía que Jake encuentra admirable, aunque un poco ingenua. Sin embargo, no puede dejar de sentir una profunda preocupación.

—No me gusta, Ethan —admite Jake, apretando la barra de cereal en su mano—. No es solo que sea joven. Es una mujer, y allí... allí las cosas son diferentes. Ese no es lugar para mujeres.

Ethan asiente, compartiendo la preocupación de Jake, pero añade:

—Lo sé, pero está aquí por una razón. Si tiene el coraje para estar en este lugar, quizás es porque tiene lo necesario para afrontar lo que venga.

Jake asiente, pero una sensación de incomodidad persiste en su interior. Mientras observa a Débora moverse por la sala, interactuando con los demás, no puede evitar pensar en lo que podría enfrentar en los próximos días. "Es demasiado joven," piensa nuevamente, "demasiado inexperta para lo que nos espera."

Pero la situación está fuera de su control, y Jake lo sabe. A pesar de sus dudas, no puede hacer más que resignarse a la realidad y esperar que Débora sea más fuerte de lo que parece.

El avión militar está listo para despegar, y mientras los soldados y el personal médico comienzan a subir, Jake se asegura de estar cerca de Débora. Aunque no lo muestra, está atento a su seguridad. Como la única mujer en el avión, ella podría estar vulnerable, y Jake, a pesar de sus reservas sobre su presencia en Afganistán, siente una responsabilidad de protegerla incluso de sus propios compañeros.

Débora, por su parte, se acomoda junto a Daniel y Mark, los enfermeros que se han convertido en sus primeros amigos en esta misión. Sin saber que Jake está velando por ella desde unos asientos más atrás, saca su biblia de la mochila y comienza a leer en silencio. Las palabras sagradas le dan paz en medio de la incertidumbre que siente. A medida que el avión se prepara para despegar, sus dedos recorren las páginas desgastadas hasta encontrar el Salmo 91, el cual siempre ha sido su refugio en momentos de temor. Con el sonido de los motores del avión en el fondo, Débora se sumerge en la lectura, repitiendo en su mente:

 “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente."

Ella sabe que Dios está con ella, y eso le da la confianza necesaria para enfrentar lo que está por venir. Mientras tanto, Jake, sentado en su asiento, la observa de reojo, manteniéndose alerta, con una mezcla de admiración y preocupación. Aunque no comparte su fe, respeta la fuerza interna que parece emanar de Débora mientras se aferra a sus creencias. 

El avión comienza a elevarse, dejando atrás el suelo estadounidense, y con él, cualquier sentido de seguridad que tenían. Pero Jake se asegura de mantener un ojo en Débora, decidido a hacer todo lo que esté en su poder para garantizar que llegue sana y salva a su destino, incluso si ella nunca se entera de su silenciosa vigilancia.

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