Despedida

En el patio trasero de la casa de sus padres, Jake disfruta del cálido ambiente familiar. Ethan ha traído unas cervezas, y entonces el militar no tarda en abrir una, saboreando el sabor frío y amargo que tanto le gusta. Su padre también tiene una cerveza en mano, y los tres hombres comparten risas y anécdotas, sumidos en la camaradería que solo el tiempo y la sangre pueden forjar.

Mientras toma un sorbo, Jake nota la mirada de su hermana Sarah, que los observa desde su silla con una mezcla de desaprobación y resignación en sus ojos. Conoce bien esa mirada; Sarah es una cristiana muy devota, y aunque nunca impone sus creencias, su desaprobación hacia el alcohol siempre es evidente. 

Jake se fija en el delicado collar de oro que Sarah lleva puesto, con un pequeño dije en forma de cruz que descansa justo sobre su pecho. Ese collar es más que un simple accesorio; representa la fe profunda que ella lleva consigo en todo momento.

A pesar de crecer en una familia donde la fe es una parte importante de la vida, Jake ha tomado un camino diferente desde pequeño. No cree en Dios; es ateo desde que tuvo uso de razón. Aun así, siempre ha respetado las creencias de su familia, aunque no las comparta. Para él, la fe es algo personal y privado, y nunca ha sentido la necesidad de imponer su escepticismo sobre los demás, así como tampoco quiere que nadie le imponga el cristianismo o cualquier otra creencia religiosa.

—¿Qué pasa, Sarah? ¿No vas a unirte a nosotros? —pregunta Ethan con una sonrisa traviesa, levantando su cerveza en un gesto de invitación.

Sarah niega con la cabeza, esbozando una pequeña sonrisa que no alcanza sus ojos. 

—Sabes que no es lo mío —responde con suavidad, aunque el tono deja entrever su postura.

Ethan, que a diferencia de Jake es creyente pero que decidió simplemente no profesar ningún credo, entorna los ojos y sigue bebiendo con gusto.

Jake sonríe para sí mismo. Aunque no comparte las creencias de su hermana, respeta profundamente su devoción. Para él, la cerveza es simplemente una forma de relajarse, un placer terrenal sin mayores implicaciones. Pero para Sarah, cada acción tiene un significado espiritual, y él no tiene intención de interferir en eso.

—Déjala, Ethan —. Dice Jake, guiñándole un ojo a su hermana —. Está bien, Sarah —levanta su cerveza en un gesto de paz —. Sabemos que siempre nos cuidas, aunque no lo digas.

Sarah suelta una ligera risa, suavizando un poco su postura. 

—Alguien tiene que hacerlo, ¿no? —dice, dejando que su sonrisa se amplíe un poco más esta vez.

Mientras siguen conversando, Jake no puede evitar sentir una mezcla de gratitud y orgullo por su hermana. Aunque sus vidas han tomado caminos diferentes, el lazo que los une es inquebrantable. Aunque él no cree en Dios, respeta profundamente las creencias de su familia y valora la unión que esas creencias les brindan. Mientras el sol comienza a ponerse, Jake se siente afortunado de tener a su familia cerca, especialmente en momentos como este, cuando el futuro es incierto y las despedidas se acercan.

Mientras el militar disfruta de su última cerveza de la tarde, observa cómo Ethan y Sarah se levantan de sus sillas, listos para jugar al fútbol con Elizabeth y Jonathan. Sus hijos saltan de alegría, emocionados de poder pasar tiempo con sus tíos. Los cuatro se dirigen al amplio césped del jardín, donde rápidamente empiezan a correr tras el balón, llenando el aire con risas y gritos de alegría.

Jake sonríe al ver la escena. Ethan y Sarah siempre han sido los tíos más amorosos y dedicados que Jake hubiera conocido. Es evidente cuánto aman a Elizabeth y Jonathan; su cariño es palpable en cada gesto, en cada risa compartida. Verlos así, completamente entregados al juego y a sus sobrinos, llena a Jake de una calidez indescriptible.

Y así, mientras Jake los observa, no puede evitar preguntarse por qué sus hermanos no han querido tener hijos propios. Ambos tienen corazones enormes, y siempre han mostrado un amor impresionante por sus sobrinos. Jake se lo ha preguntado en varias ocasiones, pero nunca ha recibido una respuesta clara.

De Ethan lo entiende, ya que, a pesar de ser el mayor, todavía está en su época de livin la vida loca, y no ha podido sentar cabeza con ninguna mujer. Él ha salido con super modelos, actrices, cantantes..., es todo un playboy, y al parecer es feliz así.

Sarah, por el contrario, solo ha tenido dos novios en sus treinta y tres años de vida, y con el ultimo que tuvo, las cosas no funcionaron porque ella prefirió irse a Alemania a estudiar su máster, antes que casarse.

Para Jake, ver a Ethan y Sarah con Elizabeth y Jonathan es la prueba de que serán unos padres increíbles si alguna vez deciden formar sus propias familias.

Sin embargo, Jake también sabe que cada uno tiene sus razones para todavía no formar una familia, y las respeta. A veces, las decisiones que tomamos en la vida no tienen una explicación sencilla, y él sabe que Ethan y Sarah viven sus vidas de la manera que consideran mejor. Pero, aún así, mientras observa cómo Ethan levanta a Jonathan en el aire y Sarah juega con Elizabeth, no puede evitar pensar en lo buenos padres que serán, y en cuánto amor tienen para dar.

—¡Ya está lista la cena! —grita Julia desde la cocina.

Los primeros en correr son Jhony y Eli, que aman la comida que prepara su abuela.

—Abuela, ¿nos vas a hacer galletas más tarde? —pregunta el pequeño Jhony mientras su tío Ethan lo ayuda a sentarse en la silla especial para bebés. Todos en la familia tienen una silla para bebés en casa, para poder recibir al pequeño Jhony. Incluso Ethan, que no es padre ni pretende serlo en un corto plazo, tiene una silla para bebés en su pent-house de Nueva York, ya que Chloe suele llevar a los niños cada cierto tiempo a que visiten a sus tíos.

—¡No hemos almorzado y ya estás pensando en las galletas! —dice Chloe, pellizcándole una mejilla regordeta a su hijo, mientras que Ethan lo termina de acomodar —. Espero que, así como estás emocionado por las galletas de la abuela, también te comas el brócoli.

—¡Ugh! ¡Brócoli no! —exclama el pequeño Jhony, reacio a comerse el brócoli que Chloe insiste en servirle todos los días.

La comida está deliciosa, y el ambiente es cálido y acogedor. Como en todas las reuniones familiares, William comienza a contar sus anécdotas de cuando estuvo en el ejército, narrando historias de camaradería y valentía que todos ya habían escuchado antes, pero que siguen disfrutando.

Jake, con una sonrisa melancólica, escucha a su padre mientras observa cada detalle de la escena que se desarrolla a su alrededor. Sabe que estos momentos son preciosos, especialmente antes de volver a su trabajo en Afganistán, un lugar donde cada día su vida corre peligro. El peso de esa realidad lo acompaña siempre, pero esta noche intenta dejarlo a un lado para disfrutar de su familia.

Mira a su madre, quien ríe a carcajadas ante uno de los chistes malos de William, una risa que ilumina su rostro y le da una expresión de felicidad genuina. Es un sonido que Jake siempre ha asociado con el hogar y la seguridad, y verlo ahora, tan despreocupado, le llena el corazón de calidez.

Luego, después de comer, sus ojos se dirigen hacia Sarah, que está entretenida haciendo coletas en el cabello de Elizabeth. Su hija ríe mientras Sarah peina con delicadeza su melena rubia, disfrutando del momento con su amada tía. Sarah siempre ha tenido una conexión especial con Elizabeth, y verlas juntas así llena a Jake de un profundo sentimiento de gratitud.

Al otro lado de la mesa, Ethan con paciencia y cariño alimenta a Jonathan —que siempre es el último en terminar de cenar —, quien disfruta cada bocado mientras mira a su tío con admiración. La forma en que Ethan cuida de su sobrino, con esa mezcla de ternura y devoción, le recuerda a Jake lo afortunados que son sus hijos al tener a una familia tan amorosa y unida.

Jake siente un gozo en su corazón, un sentimiento tan profundo que casi duele. Estos momentos son los que realmente importan, aquellos que atesora en su corazón. Sabe que, en su línea de trabajo, el futuro es incierto. No puede evitar preguntarse si esta será la última vez que presenciará una escena así, con su familia riendo y disfrutando juntos, sin preocupaciones.

Guarda cada detalle en su memoria: las risas, las conversaciones, las miradas de cariño. Su familia es su ancla, su razón para seguir adelante en medio de la incertidumbre.

—Cariño, creo que ya es hora de irnos...—comenta Chloe mientras mira su reloj de muñeca. Un reloj Cartier que Ethan le regaló en la navidad de hace dos años. Ethan, al ser millonario, no tiene reparos en darle los regalos más caros a sus seres queridos —, el vuelo es en hora y media.

Jake siente un nudo en el estómago, el momento que ha temido todo el día finalmente ha llegado. Es tiempo de despedirse.

Se levanta lentamente de su silla y cruza miradas con su madre. Los ojos aguados de ella, llenos de preocupación y amor, siempre le parten el alma. Cada vez que tiene que despedirse de ella, siente como si le arrancaran una parte de su ser, pero sabe que debe ser fuerte, aunque esa fortaleza a veces le cueste más de lo que está dispuesto a admitir.

Primero, se acerca a sus padres. Abraza a su madre con ternura, sosteniéndola por un momento más de lo habitual, mientras le susurra que todo estará bien, que regresará a casa sano y salvo. Luego, se vuelve hacia su padre, quien lo abraza con fuerza, dándole unas palmadas en la espalda, como si con ese gesto intentara transmitirle toda la seguridad y el orgullo que siente por él. Jake promete regresar, aunque sabe que esa promesa lleva el peso de la incertidumbre.

Después, se dirige hacia sus hermanos. Ethan, siempre tratando de aligerar el ambiente, suelta alguna que otra broma tonta, haciendo reír a todos por un momento. Jake sonríe, sabiendo que detrás de esa actitud despreocupada, su hermano también sufre. 

—Espero que los talibanes estén preparados, porque Rambo va en camino —comenta Ethan.

Se dan un fuerte abrazo, una especie de pacto silencioso entre hermanos, mientras Sarah los observa con una sonrisa melancólica antes de unirse al abrazo.

Finalmente, llega el momento más difícil de todos: despedirse de sus hijos. Jake nunca ha sido capaz de llevarlos al aeropuerto porque sabe que las despedidas allí serían aún más dolorosas. Se agacha a la altura de Elizabeth y Jonathan, mirándolos a los ojos con todo el amor que siente por ellos. Los abraza con fuerza, aferrándose a esos pequeños cuerpos como si intentara grabar ese momento en su memoria para siempre. Les da un sinfín de besos, prometiéndoles que regresará, que siempre estará con ellos.

—Papi, cuando regreses, ¿podemos ir a conocer las playas de Colombia? —le pregunta Eli, que es una fan de las playas del Caribe. Ya casi las han conocido todas, y solo faltan las del caribe colombiano.

—Por supuesto, mi amor —le responde Jake, besándola en la frente.

Cuando finalmente se levanta, siente como si la mitad de su alma se quedara atrás, en esta casa, con su familia. Mientras se aleja, con Chloe a su lado, siente el peso de la despedida como una carga en su pecho, pero sabe que debe seguir adelante, aunque cada paso que da hacia el aeropuerto lo aleja de lo que más ama en el mundo.

Esta será tu última misión, Jake” le dijo su padre en algún momento de la tarde, cuando a Jake ya se le estaba subiendo la cerveza a la cabeza. “He hablado con mi amigo el General Andrews. Te van a ascender el próximo año”. 

La idea de estar más tiempo con su familia le arranca una sonrisa. Sin duda, es algo que ha estado deseando, aunque nunca lo admita en voz alta.

Con ese pensamiento en mente, Jake alarga su mano y la posa suavemente en la pierna de Chloe, buscando una conexión, un momento de calma antes de la inevitable despedida. Chloe, aunque concentrada en el volante, siente el calor de su mano y gira ligeramente el rostro, solo por unos segundos, para mirarlo a los ojos. Los ojos azul cielo de Jake siempre la han cautivado, pero esta vez, en ellos, ve una mezcla de esperanza y resignación. Siente una profunda tristeza al conectarse con su mirada.

Chloe todavía no le ha contado algo, algo que lleva guardado en su corazón desde hace semanas. Está embarazada, esperando su tercer hijo. El peso de ese secreto la abruma, pero ha decidido no decírselo a Jake antes de su viaje. Teme que la noticia lo desconcentre, que lo haga dudar o preocuparse más de lo necesario en un lugar donde cada decisión puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.

—¿Todo bien, mi amor? —pregunta Jake, no evitando notar que su esposa está muy pensativa.

—Todo bien —responde ella, aguantándose las ganas de contarle sobre el embarazo.

Chloe trata de mantener la compostura, aunque la tristeza la invade. Acaricia con suavidad la mano de Jake sobre su pierna, como si con ese gesto pudiera transmitirle todo lo que siente, todo lo que no puede decirle en este momento. La decisión de no revelarle su embarazo ha sido difícil, pero ella cree que es lo mejor para protegerlo. Sabe que Jake necesita estar enfocado, y no quiere ser la causa de su preocupación mientras él está lejos, en un lugar tan peligroso.

Mientras avanzan hacia el aeropuerto, Chloe solo puede esperar que, cuando Jake regrese, pueda darle la sorpresa de la nueva vida que han creado juntos. Sabe que es posible que él se demore un año en Afganistán, así que para cuando regrese, el bebé ya habrá nacido. Guardará su secreto, cargando con esa responsabilidad en su corazón mientras se despide del hombre que ama, esperando con ansias el momento en que puedan reunirse de nuevo, ahora como una familia más grande.

Salen del auto en el estacionamiento del aeropuerto, y Jake ajusta su mochila militar sobre sus hombros, sintiendo el peso familiar de las pocas pertenencias que llevará a Afganistán. Chloe camina a su lado, su mano rozando la suya, mientras ambos avanzan hacia la terminal. Jake la mira de reojo, tratando de grabar cada detalle de su rostro antes de la despedida. Sabe que el momento de separarse se acerca, y aunque lo ha hecho muchas veces antes, nunca es más fácil.

Llegan al punto en donde Chloe ya no puede acompañarlo más. Jake debe pasar por el control de seguridad, y luego buscar la sala de espera para su vuelo. Será un viaje largo y agotador: primero un vuelo comercial hasta Washington, en donde se encontrará en la base militar con otros compañeros que también irán a Afganistán, y desde allí, un avión del ejército los llevará a hacer conexión en Qatar, y finalmente, llegarán a Afganistán. Dos días de viaje, pero para Jake es solo otra parte de la rutina.

Antes de despedirse, Jake se detiene y mira a Chloe a los ojos, su mano encontrando la de ella. 

—Voy a regresar —le dice con una sonrisa que intenta ser tranquilizadora —. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar, y voy a pensar en ti cada día.

Chloe lo mira, sus ojos brillando con lágrimas que se niega a dejar caer. 

—Nosotros también te amamos, Jake. Estaremos esperando tu regreso —responde con una voz temblorosa, aferrándose a esos últimos instantes juntos.

Jake la abraza con fuerza, respirando el aroma familiar de su cabello, grabando en su memoria la calidez de su cuerpo junto al suyo. Finalmente, se separa con dificultad, y con un último suave beso en los labios, se da la vuelta y comienza a caminar hacia la zona de seguridad. No mira atrás, porque sabe que, si lo hace, podría ser aún más difícil partir.

Chloe lo observa hasta que desaparece entre la multitud, sus manos temblando mientras se seca las lágrimas que finalmente caen, y Jake embarca en su vuelo, sin saber que esa despedida marcaría la última vez que se verían.

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